7 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 10)


Siete y veinticinco. Volvemos a la normalidad. Me levanté y terminé de hacer el equipaje después del desayuno. Sí, crêpes con chocolate otra vez……… y más cosas.

A las nueve y media salí del hotel cargada como una mula en dirección a la parada de autobús a unos metros en la acera de enfrente. Por supuesto, en el paso cebra tuve que esquivar a los coches y subir el escalón de adoquín. Objetivo: bus 550. Destino: Kifissia. Lo lógico hubiera sido ir en metro, pero el metro está en obras y a medio camino te hacen salir a la superficie, te meten en un autobús y luego te vuelven a meter en el metro. Impensable con el equipaje a cuestas.

Lo mejor en estos casos es observar cómo actúa la población aborigen y obrar en consecuencia. No dejarán de sorprenderme nunca estos griegos. Entraban en los autobuses por las puertas delantera y trasera sin pagar ni validar el billete que supuestamente llevaban encima. En mi guía de viaje dice que los billetes se pueden comprar en quioscos, que hay que validarlos al subir al autobús, y que te enfrentas a una multa terrible si no lo haces.

No había ningún quiosco a la vista. Llegó el autobús 550. Subieron los pasajeros por ambas puertas y yo me acerqué al conductor y pregunté: ¿Kifissia? Gesto afirmativo del conductor. Saqué un billete de cinco euros del bolsillo y se lo ofrecí. Gesto negativo del conductor. “¿Dónde puedo comprar un billete?”. Encogida de hombros del conductor. En ese momento decidí jugar el papel de damisela en apuros. “Tengo que comprar un billete. Necesito un billete. Tengo que ir a Kifissia”. Gesto con la mano del conductor indicándome que subiera al autobús. Y así fue como viajé hasta Kifissia gratis por el morro. Al llegar a destino, destino fácilmente identificable por las explicaciones que Anna-María me había dado, bajé del autobús no sin antes decirle al conductor: “Efjaristó poli” y darle la mano como muestra de agradecimiento. Fui al cuartel general de la familia Bezantakou, donde tienen las empresas familiares Danae y Christina. Me presentaron a sus padres y esperamos la llegada de Anna-María.

Kifissia es un barrio acomodado al norte de Atenas. La temperatura es más fresca, el aire más limpio, no hay edificios de más de tres plantas, y hay una zona comercial peatonal muy agradable con paseos y jardines. Muchas mansiones y parques. Observé con sorpresa la presencia de tres ancianos. Probablemente han conseguido sobrevivir evitando la avenida principal y manteniéndose siempre entre las calles peatonales.

Anna-María me enseñó dónde vive y luego fuimos a comer con Danae y Christina. A las dos y media me llevó al aeropuerto. El tiempo empezó a cambiar según nos íbamos acercando. He sabido posteriormente que, nada más salir mi avión, se puso a llover a cántaros. Ello confirma la información según la cual habían contratado buen tiempo para toda mi estancia.

Estuvimos un rato en una cafetería y a las cuatro nos despedimos con mucha pena. Al acceder a la zona de viajeros no me cachearon como es costumbre ni me requisaron el plátano bomba que llevaba en la mochila. Otra muestra de las costumbres relajadas que hay en este país. Sí, el plátano que mangué el otro día y que no he logrado comerme.

El avión salió con casi cincuenta minutos de retraso. Las azafatas se dedicaron a cambiar de sitio a varios pasajeros, entre ellos yo, para poder acomodar a una pareja de aspecto sospechoso y a su bebé. Me situaron junto a una de las salidas de emergencia cuando el avión ya estaba circulando por la pista. Gracias a Dios no fue necesario hacer uso de ellas. A mi lado, una señora con un ordenador miniatura preparando un Power Point. En pantalla el siguiente texto: “¿Es necesario tratamiento de mantenimiento para el trastorno bipolar?” ¡Glup!

Llevamos a bordo a las azafatas más viejas de Iberia. Tres de ellas estaban al borde de la jubilación.

A las seis de la tarde (hora griega) nos sirvieron la cena. Pollo con especias y arroz, ensalada griega y tarta de chocolate con mermelada de fresa. La ensalada griega contiene pepino, aceitunas con sabor ligeramente agrio pero muy sabrosas, queso feta y esos magníficos tomates rojísimos y riquísimos. Estupenda despedida griega. Para beber, Coca Cola. Por fin, Coca Cola española. Lágrimas de emoción.

Aterrizamos en Barajas sin incidentes a las ocho de la tarde. LG ha colocado en los aeropuertos unas torres con dos televisores planos y múltiples enchufes debajo como espacio de recarga para móviles y portátiles. Allí se concentran muchos pasajeros y puedes ver una maraña de cables saliendo de la torre hacia los asientos. Me senté, me enchufé y comencé a redactar este mensaje.

A las once salimos desde Barajas y aterrizamos en Sevilla a las doce menos cuarto. Once filas de asientos clase Business. ¿No estábamos en crisis?

La maleta llegó sana y salva aunque un poco roñosa.

Me esperaba mi taxista favorito, que me invitó a una Coca Cola (española, por supuesto) y me depositó en casa a la una y media. Ahora son las dos y media. Voy a enviar este mensaje, meterme en la cama y levantarme dentro de tres días.

Viaje perfecto.



ΚΟΝΣΟΥΕΛΑΚΗ

6 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 9)


Ocho de la mañana. ¡Dios mío! Me quedé dormida. ¿Estaré enferma?
Ayer durante la cena pregunté por qué no hay ancianos en las calles de Atenas. Me contestaron que los habían retirado a todos de la circulación durante los días de la Conferencia de WISTA. Yo he llegado a una conclusión diferente. Los matan en los semáforos. Si una joven y lozana como yo tiene que correr para llegar al otro extremo de la calle, es seguro que a un anciano con bastón le pasan por encima.
Otro asunto que estuvimos tratando fue cuál de los dos países es menos europeo, si Grecia o España. En Mayo tuvimos una pequeña reunión en Madrid, reunión que no trasladé a este blog por falta de tiempo. El único defecto que consiguieron encontrarnos es la falta de gente que hable inglés. Según ellas, nadie, absolutamente nadie lo habla en España. Tuve que defender el honor patrio informando que tanto mi abuela como yo lo hablamos. Con dos deberían tener más que de sobra, ¿no? Y, ¿por qué El Corte Inglés se llama así, si ninguna dependienta habla inglés? Pero compraron a pesar de ello. Me vaciaron todas las zapaterías de Madrid.
En algo que sí nos ganan por goleada es en los cuartos de baño. Todos están impolutos. En muchos, en lugar de jabón, los dispensadores escupen una espuma con un olor muy agradable. Para secarse las manos hay que pasarlas por el sensor de un aparato. Inmediatamente aparece un trozo de servilleta que hay que arrancar del aparato. El sensor sabe perfectamente si lo has arrancado o no. Lo digo porque intenté hacer la gamberrada de pasar la mano por el sensor insistentemente para hacerle escupir mucho papel a la vez.
Todos los días estoy comiendo para desayunar crêpes con chocolate, entre otras cosas. En el hotel de Vouliagmeni tenían un recipiente lleno de crema de chocolate, grande como para bañarse dentro. En este hotel los crêpes ya vienen rellenos.
Hoy salí un poco más tarde, a las diez y cuarto. Me dediqué a visitar iglesias, puesto que ya he estudiado una por una todas las piedras de Atenas. La primera fue La Santísima Trinidad, iglesia ortodoxa rusa. El campanario es un edificio aparte. El encargado me estuvo contando que la campana es demasiado grande para la iglesia, por eso lo construyeron por separado. La segunda fue Panagia Gorgoepikoos. Está justo al lado de la catedral y es diminuta; por eso la llaman La Pequeña Catedral. Es tan pequeña que había dentro una clase de un colegio y la ocupaban entera. Desde allí me acerqué a Anafiotika, un barrio de pequeñas casas encaladas cuyos primeros habitantes fueron refugiados de las islas Cícladas. A la puerta de una me senté a descansar. Olía estupendamente a azahar. Hoy había escolares por todos lados. ¿Es que no tienen que estudiar? En el Museo de Instrumentos Musicales estaban montando un escándalo considerable. Tocaban campanas, cencerros, gritaban. Al cabo de un rato la zona se vació de niños y me senté en un banco frente a la Torre de los Vientos, en el Agora romana, para disfrutar de la vista. El silencio era absoluto. Poco me duró la paz porque el sol pegaba tan fuerte que no se podía aguantar mucho tiempo allí. Cuando abandonaba el lugar miré hacia la Acrópolis. La Acrópolis se ve desde casi cualquier sitio de Atenas. Descubrí en la zona norte un pequeño ascensor pegado a la roca. He de retractarme de mis palabras. Los paralíticos pueden subir a visitar el Partenón. Un poco más adelante vi una concentración de curas ortodoxos. Me acerqué a ellos. Olían a cerrado. No me extraña. Esas vestiduras negras desde el cuello hasta los pies, ese gorrito negro en la cabeza y esas barbas pobladas con el calor que hace deben ser insoportables. ¿Quién fue el listo que inventó el uniforme de cura ortodoxo?
Vaya a donde vaya estos días, siempre acabo pasando por la calle Adrianou. Es la calle de Plaka que contiene una tienda por cada portal. Joyerías, zapaterías, souvenirs, bolsos. Los tenderos ya me saludan al verme pasar: Kalimera Konsueliki, buenos días. Al inicio de esa calle entré en otra iglesia bizantina del siglo XI. Había una urna de plata al alcance del público. Miré dentro y vi una pelota de plata ricamente decorada. Una pequeña puertecita daba acceso al interior de la pelota. El interior siendo una calavera humana, deduzco. Llegó un joven, se acercó, metió los labios por la puertecita y besó el trozo de hueso que quedaba a la vista. ¡Qué manía tienen estos con besar a diestro y siniestro!
Comí al costado del Nuevo Museo de la Acrópolis y fui al hotel a descansar un rato.
A las cinco quedé con Anna-María, aunque apareció a las seis menos cuarto por culpa del tráfico, o eso dice ella. Fuimos a visitar el Nuevo Museo de la Acrópolis, un edificio moderno construido en hormigón y cristal, a pocos metros de la Acrópolis y al lado de la embajada española. Estuvimos allí más de dos horas, viendo todas las piedras que me quedaban por ver y los pocos restos de los frisos que no se llevó Elgin el chorizo para Londres. Allí también están las cariátides auténticas, aunque falta una que, por supuesto, está en el British Museum. Han dejando el hueco vacío por si la devuelven. ¡Ilusos!
Esta mañana vi a un motorista con dos manos que parecían cuatro. En la izquierda llevaba un vaso de café de estos que han puesto de moda los americanos, con tapa de plástico. A la vez sostenía el manillar. En la mano derecha sostenía un pitillo encendido y la otra parte del manillar. Por supuesto, iba conduciendo. ¡Olé, qué arte!
A las ocho cerró el museo casi con nosotras dentro. Nos fuimos en coche a Glyfada, donde nos encontramos con Danae para cenar souvlaki. Souvlaki es como el kebab pero en griego. Y tengo que confesar que está más rico. Me encantó. De allí pasamos al hotel Marriott. Subimos al último piso para tomar algo allí y disfrutar de las vistas de la Acrópolis. Creo que ya he visto la Acrópolis desde todos los ángulos posibles y a todas las horas del día y de la noche. Hacía un poco de fresco, así que decidimos bajar al hall y tomar algo allí. A las doce y media me dejaron en el hotel y procedo a meterme en el sobre en este mismo instante.

4 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 8)


Siete y veinte de la mañana. Desperté en relativo buen estado. A las nueve salí a la calle. Temperatura estupenda. Fui caminando hasta el Estadio Olímpico, una enorme estructura de mármol que ocupa el lugar donde estuvo el original construido hacia el 300 a.C. Muy cerca de allí está el palacio presidencial, que antes ocupara la familia real. Está vigilado por los señores de la falda y los pompones. Me saqué una foto con uno de ellos. Todos los alrededores son una zona residencial de nivel, con jardines y edificios de poca altura. Desde allí me dirigí a la Plaza Sintagma. En el costado del Parlamento me encontré de frente con los señores de la falda y los pompones que venían desfilando por la acera después de hacer el cambio de guardia. Iban camino del cuartel, que está a unos metros de allí. También había un grupo de antidisturbios con sus escudos de plástico. Es que en la Plaza Sintagma se manifiesta todo el mundo que tiene algo que manifestar.
Continué andando por la Avenida Elefterio Venizelou pasando por la zona de tiendas y más adelante los impresionantes edificios de mármol de la Academia, la Universidad y la Biblioteca Nacional. Me encontré con una iglesia católica enorme de mármol, San Dionisio. Entré a verla. Para una iglesia católica que tienen estos griegos, hay que echar un vistazo. Muy bonita. Enormes columnas de mármol verde en el interior.
Después de una hora caminando llegué al Museo Arqueológico Nacional, en la Avenida 28 de Octubre. Cerrado a cal y canto por ser lunes. Abrían a la una y media de la tarde. Eran las once. Me entraron ganas de asesinar a una griega llamada Anna-María, que me está leyendo, que sé que me está leyendo. Me senté en las escaleras a recuperarme un rato y volví sobre mis pasos. En la Avenida Elefterio Venizelou entré en una librería y le pregunté a la dependienta si tenían libros en inglés. Me miró como si fuera idiota, se mordió la lengua, me volvió a mirar y dijo: “Los tiene en las estanterías y también en las mesas”. Es que toda la librería era de libros en inglés. No encontré lo que buscaba, así que entré en otra un poco más adelante. Compré “Eat, pray, love”, siguiendo recomendación recibida de Patricia A. Subí a la sexta planta, donde tenían una cafetería estupenda con sofás y wifi gratis. Tomé una Coca Cola y pasé allí un rato navegando por internet desde el iPhone. La Coca Cola griega sabe diferente, más dulce. No me hace mucha gracia.
Cada vez que te sientas en una cafetería, aparece un camarero con un vaso de agua con hielo. Aunque se sienten quince personas, quince vasos de agua aparecen sobre la mesa. Lo considero un error porque el cliente consume menos. Ayer, por ejemplo, para cenar no pedí nada. Me bastó el vaso de agua.
He descubierto la existencia de otro músculo nuevo. Deben ser unos músculos que se usan sólo en Atenas. Aquí todo son cuestas arriba y abajo, aunque no muy empinadas en el centro, salvo la subida a la Acrópolis, que es letal. El nuevo músculo se encuentra justo en la unión entre el tobillo y el pie, por delante. Tengo unas agujetas mortales. Cada vez que bajo una cuesta veo las estrellas.
Al salir de la librería sentí hambre, así que fui a la Plaza Sintagma a comer algo. A continuación visité el Museo de Arte Cicládico, a la espalda del Parlamento. El arte cicládico se desarrolló en las islas Cícladas entre el 3000 y el 2000 a.C. Me encanta, porque son formas muy simples.
Desde allí bajé por la calle Ermou y giré a la izquierda buscando la catedral. Andamios por fuera y por dentro. ¡Vaya día que llevo! Apenas se podía apreciar el edificio. Sólo una pequeña parte junto a la puerta principal estaba abierta al público, con algunos iconos chupetados en los muros.
Pasé al barrio de Plaka, donde están las tiendas de souvenirs y regalos que recorrimos el sábado por la mañana. Compré un par de regalos que no voy a detallar para no desvelar la sorpresa.
En las zonas turísticas hay un paquistaní cada cien metros sentado en cuclillas con un pequeño tablero de madera delante. En la mano tiene una pelotita que arroja con rabia contra la tabla. La pelotita se convierte en una tortilla para luego poco a poco ir recuperando su forma de pelotita. Mercedes compró varias para sus cuatro hijos el sábado. Porque Mercedes tiene cuatro hijos y aún así le da tiempo de todo.
Absolutamente incapaz de dar un paso más, volví al hotel a descansar un rato.
Estaban poniendo en la tele “Chocolat”. Concretamente la escena en la que están comiendo un pollo con salsa de chocolate. Menos mal que tengo bombones en la maleta, porque me puse mala sólo de verlo.
A las siete me recogió Anna-María en coche y fuimos a buscar a Vivi y a Berit, una sueca que volvió esta tarde después de pasar un par de días en una isla. Está coloradísima de tanto sol que ha tomado.
Fuimos a cenar al último piso del hotel St. George Lycabettus, situado a medio camino hacia la cima de la colina Lycabettus. De nuevo vista espectacular de Atenas con la Acrópolis al fondo. Nos dedicamos a meterle miedo a la sueca, que dirige el comité organizador de la Conferencia WISTA del año que viene. A las once y media me dejaron de vuelta en el hotel y a la cama me voy YA.

Estoy estudiando seriamente la posibilidad de quedarme aquí seis meses, cambiarme el nombre por Konsueliki y escribir un libro. Esto da para mucho.

3 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 7)


Siete y veinticinco de la mañana. Desperté fresca como una rosa después de nueve horas seguidas durmiendo sin ningún tipo de interrupción. La cama es una pasada. Encima del colchón hay otro de plumas de unos cuatro dedos de ancho. Cuando te tumbas parece que te abraza. Estoy pensando que me lo llevo puesto cuando vuelva a casa.

Bajé a desayunar y mangué un plátano por si me da hambre en algún momento inoportuno. Juro por mis muertos que nunca había hecho una cosa semejante en un hotel. Siempre hay una primera vez.

Salí un poco antes de las nueve. Temperatura excepcional. Caminé hasta las ruinas del templo de Zeus, las mismas que vimos desde la terraza donde cenamos el miércoles, que ya parece que hace seis meses de aquello. Están valladas y no veía el acceso por ninguna parte, así que me acerqué a una mujer policía a preguntar. Tremendo error. Ni ella ni los otros tres agentes a los que pregunté a continuación hablaban inglés. Eso sí, sonreían muchísimo. La calle estaba minada de polis. ¡Qué bien protegidos tienen a los turistas!, pensé. “Pero qué mal que no hablen inglés”. Igual igual que si estuviéramos en Cuenca, donde pasaría exactamente lo mismo.

Encontré la entrada a las ruinas yo sola y caminé alrededor de aquella sucesión de columnas, que es lo único que queda del templo. Es mucho más grande que el Partenón.

Aprovecho el momento para aconsejar a aquellos que estén pensando venir a Atenas dos cosas muy importantes:

1- No venir nunca en Agosto. Hoy a las nueve de la mañana cascaba el sol con alegría.

2- Traer zapatos muy cómodos y cerrados. Todos los lugares monumentales tienen el suelo de guijarros o simplemente de tierra. Los trocitos de piedra se te cuelan en los zapatos, así que a lo mejor te estás llevando sin querer una pieza arqueológica pegada a los calcetines, porque los guijarros son de mármol a veces. En las rampas de la Acrópolis estuve a punto de matarme dos veces porque hay trozos de piedra muy lisa en el suelo y resbala bastante.

Una vez salí del templo, subí por la Avenida Amalías hasta la plaza Sintagma. Por el camino, policías cada cien metros y un grupo de soldados de los tres ejércitos esperando para desfilar. Pues no, esto de los policías no era para vigilar a los turistas. Es que hoy ha estado aquí Wen Jiabao, que resulta ser el primer ministro chino. Llegué yo sola a esa conclusión cuando vi en las farolas las banderas griega y china entrelazadas. Por la tarde lo confirmé con una pareja de griegos que me presentaron en El Pireo.

Ya en la plaza Sintagma fui testigo del espectáculo más ridículo que he presenciado en mi vida, el cambio de la guardia delante del parlamento. Esos señores que llevan un gorrito rojo con un fleco negro colgando hasta el pecho, una blusa abullonada, falda de tablas, medias amarillentas y unos zuecos con pompones. Esos señores que inician un desfile delante del monumento al soldado desconocido levantando la pierna hasta la altura de la cintura y luego estirando el pie para que el pompón se mueva. Esos señores que son escogidos entre los jóvenes griegos como si fueran a participar en un concurso de belleza. Esos señores.

Abandoné la plaza bajando por la calle Ermou, la de las tiendas. Todas cerradas. A mitad de la calle hay una diminuta iglesia de estilo bizantino. Estaban celebrando misa en ese momento. No cabía ni un alfiler allí dentro. Naturalmente, era de cruz griega. El sacerdote, un gigantón barbudo, hablaba desde el mismo centro. A la vez, hablaban la mayoría de los feligreses, los niños jugaban o lloraban. Una niña, apoyada en un altar lateral, dibujaba con sus rotuladores. De vez en cuando alguien se acercaba a los iconos colgados de los muros y los besaba. Están protegidos por un cristal, así que lo que besan es un cristal. Cristal que previamente ha sido besado por cientos de personas. En fin, una porquería. En otra iglesia que visité al final de la mañana y estaba casi vacía, pude observar el ritual con detenimiento. La gente entra y besa uno a uno todos los iconos. De una mesa toman un papelito y escriben un texto que dejan en una cestita. También pueden comprar unas chapitas metálicas que tienen en relieve la imagen de una persona o una parte del cuerpo. Pegan la chapita al cristal del icono y lo restriegan mientras rezan. Ese cristal luego será besado por otro feligrés. Una porquería.

Quiero aclarar que un icono no es eso que sale en la pantalla del ordenador cuando lo enciendes. Son imágenes de santos enmarcadas y cuentan con adornos en oro o plata. Son realmente bonitos.

Al dejar la iglesia entré en Monasteraki, el antiguo barrio otomano. Hay un rastro los domingos. Puedes comprar ropa paramilitar, con ametralladora incluida. Además, cualquier tipo de tontería que se te pueda ocurrir. Como estaba demasiado lleno de gente, salí otra vez a la calle Ermou, a un tramo paralelo a la calle Adrianou. Allí me di cuenta de que esto está muy cerca de los países árabes. Tan paralela como la calle Adrianou, otro mercadillo paralelo tenía lugar allí. Venta de objetos extraños, como trozos de piel, taladros posiblemente robados, objetos que sólo se podían ver asomándose al maletero de un coche. Algunas cafeterías con sólo hombres tomando café en las mesas. Lo mismo podíamos estar en cualquier calle de Alejandría o Estambul. Caminé a paso rápido llegando a otro tramo de la calle de nuevo normal. Al final del todo mi destino, Keramikos, el antiguo cementerio de Atenas. El museo adyacente contiene monumentos y objetos funerarios desde la prehistoria.

Una vez finalizada la visita, volví hacia atrás pero esta vez dejando la calle Ermou y escogiendo Adrianou a pesar de estar llena de gente. Fui a visitar la Biblioteca de Adriano. Allí no hay ni libros ni nada, sólo una pared y cuatro columnas. Fui testigo por segunda vez del comportamiento de los vigilantes de las zonas monumentales. Tocan un silbato o dan alaridos. En ese momento, todos los presentes giramos la cabeza para ser testigos de la última gamberrada turística. Ponerse de pie sobre la base de una columna de 2600 años de antigüedad para obtener una foto mejor o recoger del suelo un trozo de mármol para llevárselo a casa de recuerdo son las más habituales.

Desde allí pasé a visitar la Torre de los Vientos, un reloj de agua construido en el siglo II a.C.,

A las doce empecé a sentir hambre. Como aquí es posible comer pronto, escogí un restaurante en Plaka, fuera de la ruta turística, con sofás en lugar de sillas. Perfecto para descansar mis riñones y mis piernas después de tanta caminata. Estuve en el baño. Al salir, una chica americana me preguntó si sabía manejar el grifo del lavabo. No se veía por ningún lado palanca o sensor alguno. Se me ocurrió mirar al suelo. Allí descubrí unos botones. Pisándolos se accionaba el grifo. Nos dio la risa. Esto del turismo une mucho.

Mientras comía sonó el teléfono. Era Anna-María, la presidenta de WISTA Grecia. Quedé con ella y con Vivi una hora más tarde a la entrada del teatro de Herodes, en la falda de la Acrópolis. Me llevaron a una cafetería/restaurante al costado muy cerca de allí. Convencieron al camarero para que nos diera mesa en la terraza de la segunda planta porque venían con una española que quería disfrutar de las vistas. ¡Y qué vistas! A la izquierda el Agora, y de frente la Acrópolis. En el baño, justo encima del váter, tenían una tele emitiendo videos musicales.

Después de un par de horas allí abriendo en canal a todo bicho viviente, cogimos el coche de Vivi e intentamos acceder al centro de Atenas. Tarea imposible. Todas las calles estaban cortadas por culpa del chino. Decidimos ir a El Pireo. Nos sentamos en una terraza en Mikrolimano, uno de los puertos deportivos, al lado del Club de Yates donde cenamos el martes. Charlamos hasta que se puso el sol y empezó a refrescar. Primera vez desde que llegué. Nos levantamos y buscamos un restaurante para cenar. Escogimos uno al borde del agua, junto a los barcos. Nos trajeron pan de pita y una crema para untar. Resultó ser crema de aceituna. Muy sabrosa. Comimos a base de varios tipos de carne que trajeron en una bandeja enorme, como para siete personas. A las nueve me trajeron de vuelta al hotel, y aquí estoy, tumbada sobre el colchón de cuatro dedos de ancho, a punto de darle un repaso.



Procedo a enumerar más ejemplos de desmadre griego:

Esa raya blanca gorda que se encuentran los conductores cuando llegan a un semáforo parece no significar nada para ellos. La traspasan y paran en medio del paso cebra situado inmediatamente después. Los peatones tienen que sortear los coches parados para atravesarlo. Es una tarea difícil llegar al otro extremo de la calle, principalmente si se trata de una gran avenida. El semáforo se pone en rojo para los peatones cuando aún no has llegado a mitad de la calle. He comprobado que ni siquiera corriendo da tiempo de atravesar a tiempo.

No es país para minusválidos. Ninguna zona monumental tiene acceso para sillas de ruedas. La mayoría de los cruces de peatones no tienen el bordillo al mismo nivel de la calle. Mi hotel, por ejemplo, tiene dos tramos de escaleras antes de llegar a recepción.

2 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 6)


Siete y cuarto de la mañana. Desperté después de haber dormido apenas tres horas. Me levanté, terminé de hacer el equipaje y bajé a desayunar. Las únicas miembros de WISTA presentes eran cuerpos en estado lamentable.
A las nueve y media nos encontramos Mercedes, Sara y Alicia y yo en el hall. Tomamos el minibús que el hotel tiene para llevar a los huéspedes a Atenas. El conductor fue muy amable y nos dejó en el hotel que tengo reservado para el resto de mi estancia en Grecia. Dejamos todas las maletas en recepción y salimos a pasear. Nada más salir del hotel, nos encontramos con una mudanza. Subían al camión en ese momento una nevera forrada de peluche blanco. Tal cual.
Llovieron cuatro gotas y las cuatro cayeron precisamente en los cristales de mis gafas. Enseguida salió el sol y comenzó a hacer calor. Estuvimos callejeando por Plaka, un barrio lleno de tiendas de souvenirs, bisutería, joyerías y bolsos de marca falsos. En una de esas tiendas entramos a ver los bolsos de Hermés y Louis Vouitton. La cajera estaba detrás del mostrador tumbada en una butaca, descalza, con los pies encima del mostrador, hablando por teléfono y comienzo uvas al mismo tiempo. Las que no le gustaban eran arrojadas a una papelera haciendo canastas.
Entrar en las tiendas de Plaka es como salir de compras por Cuenca. Todo el mundo te habla en español.
A las dos de la tarde, Mercedes, Alicia y Sara recogieron su equipaje en mi hotel y se marcharon al aeropuerto para tomar el vuelo de las 16:50 con destino a Madrid.
Yo, por mi parte, tomé posesión de mi habitación en el hotel, me puse el pijama y procedí a estrenar la cama.
El hotel, situado en la Avenida Syngrou, está a corta distancia del Nuevo Museo de la Acrópolis. Es un edificio pequeño recién restaurado haciendo esquina y es absolutamente cómico. Para acceder al mostrador de recepción tienes que pasar por varios tramos de escaleras arrastrando la maleta. En uno de esos tramos ya encuentras habitaciones. Hay un salón como el de tu casa pero en elegante. La recepcionista está allí sentada viendo la tele y se levanta cuando ve pasar a los huéspedes. También sale a despedirte a la puerta cuando sales de paseo. Una vez en el ascensor, para acceder al segundo piso hay que pulsar el 1º. Cuenta con wifi gratis, pero el servicio es intermitente.
A las tres y media salí en dirección a la Acrópolis. No me puedo imaginar lo que tiene que ser subir hasta allí en Agosto. Hoy hacía calor, pero soportable. Dentro del recinto se pueden visitar el teatro de Dionisos y el de Herodes Aticos, que se encuentran en la falda de la colina, por el lado sur. Por cierto, en el teatro de Dionisos me encontré con una tortuga del tamaño de mi pie tranquilamente paseando. Subiendo por varias rampas a pleno sol y con mucho polvo, acabas llegando a la cima de la colina y accedes a la Acrópolis a través de los Propileos, que son las puertas de acceso que se construyeron en el cuatrocientos y pico antes de Cristo. Y allí, por fin, te encuentras con el Partenón. Simplemente impresionante. Me saqué varias fotos y estuve paseando alrededor, visitando también el Pórtico de las Cariátides, esas columnas que tienen forma de mujer. Pasé una hora aproximadamente allí arriba. A continuación bajé por el lado oeste y visité el Agora, que era el corazón político en el 600 a.C. Quedan en pie un edificio llamado Estoa de Attalos, que es una construcción rectangular restaurada completamente y que contiene un museo con piezas de la zona, y el templo de Hefesteón, en bastante mejor estado de conservación que el Partenón.
Desde allí se oía bastante escándalo cerca, como de gente pasándolo bastante bien. De acuerdo con mi guía de viaje tenía que ser Monastiraki, que fue el corazón de la Atenas otomana. Salí del recinto monumental y paseé por aquella zona. Eran las cinco de la tarde y había muchísima gente cenando en las terrazas. Otra zona de tiendas de recuerdos también estaba muy concurrida. Un poco más adelante me encontré con la calle Ermou, que es esa calle que hay en todos sitios donde te encuentras con Zara, Sprit, Body Shop y Mark & Spencer. Al final de la misma está la plaza Sintagma, que voy a visitar mañana para ver el cambio de guardia de esos señores que se pasean con falda y pompones en los zapatos. En la plaza Sintagma comí algo y caminé de vuelta al hotel. A las seis y media ya estaba de vuelta y llevo desde entonces tumbada en la cama sin hacer nada en concreto.

Grecia es un desmadre. Es gente de costumbres relajadas.
La policía nacional motorizada va en parejas. Cuando digo en parejas es que van dos en una moto. Uno conduce y el otro va de paquete. Aparte de ellos, nadie en Atenas lleva casco a bordo de una moto.
Por todas partes hay gatos. Ayer por la noche, antes de salir para la cena de gala, vimos cómo dos se perseguían mutuamente por los jardines del hotel, maullando como descosidos. Los perros también abundan.

Estoy a punto de llorar de la emoción. Por fin me voy a acostar a las diez y media.

Aviso importante para las dos individuas que se han sentado a mi lado estos días durante las conferencias: Que sea la última vez que ponéis los dedazos en la pantalla de MI ordenador. Está lleno de marcas y aquí no hay quien escriba.

Una cateta en Grecia (Día 5)


Seis y cuarto de la mañana. Despierto. Voy a tirarme por el balcón. No, mejor me quedo en la cama. Siete y veinte. Me levanto. No me tiro por el balcón. Bajo a desayunar. El estómago está empezando a darme avisos. Estamos comiendo estupendamente, pero el estómago me está dando avisos. Sala de desayunos desierta. Veo en la distancia a dos suecas que vienen de bañarse en la playa. Son suecas. No cuentan como seres humanos normales. Todo el mundo está hecho polvo. Nueve de la mañana. Comienzan las sesiones. Poco público. Hoy seremos más de 300. Diez y media. Descanso. Empieza a llegar todo el mundo. Once. Se anuncia que hoy es el 50 aniversario de la independencia de Nigeria. Se levantan todas las nigerianas con banderas nigerianas al cuello. Comienzan a cantar el himno nacional. Nos levantamos todos. Momento emocionante. Por cierto, la bandera nigeriana es verde y blanca, por si no lo sabíais, que no lo sabíais. Las veintitantas holandesas han aparecido con camisetas naranja con el logo de WISTA y “Athens 2010” escrito en la espalda. La delegación española ha decidido ir a Suecia con la camiseta de la selección nacional de fútbol y cantar “Campeones” minuto sí, minuto no. Las holandesas no nos guardan rencor por la derrota……………. menos mal. Son más que nosotras. Doce cincuenta y cinco. Se clausura oficialmente la Conferencia. Salimos pitando. Tarde de excursiones. Nos entregan una enorme caja con la comida y nos suben a distintos autobuses. Yo escogí visitar el puerto de El Pireo. Comemos por el camino, aunque está prohibido comer en los autobuses en marcha. “Esto es Grecia”, me dicen. Visitamos el museo marítimo, que olía a moho. Nada del otro mundo. Vimos los puertos deportivos y luego el comercial, con decenas de ferries atracados. En uno de los puertos deportivos sólo tienen atracados yates grandes, pero grandes grandes. Pasamos por la calle Akti Miaouli, donde están la mayoría de los negocios marítimos. Cinco y media. Regresamos al hotel. Me doy una ducha y me meto en la cama con pijama y orinal. Siete. Suena el despertador. Me levanto, me visto aprisa y corriendo y bajo al hall. Me encuentro con una griega y me dice: No, tú vienes con nosotras en coche, no en el autobús. Subimos a buscar a la presidenta de WISTA Grecia, que todavía se estaba pintando la cara. Siete y media. Salimos con destino al club de golf de Atenas para la cena de gala. Llueven cuatro gotas, pero sólo cuatro. Coctail en el jardín. Conocemos a la esposa del Secretario General de IMO, que habla perfectamente español aunque es holandesa. Nos sentamos a cenar. Desbarajuste de mesas. Nos levantan a todos los de mi mesa y nos mueven a otra porque llega la señora del collar de perlas grandes como castañas y quiere ocuparla con su familia. Patrocina la Conferencia. Nos levantamos, qué remedio. Mientras cenamos tres platos y postre aparece un grupo de bouzoukia, que son esos que tocan una especie de bandurria muy decorada. Música folclórica griega. El solista es, según parece, el más famoso de Grecia. Tocan sirtakis y la gente sale a bailar sin haber terminado de cenar. Discursos. La presidenta de WISTA Grecia le entrega el marrón de organizar la siguiente conferencia a WISTA Suecia. El año que viene Estocolmo. Comienza a sonar música de ABBA. Vuelven a bailar. Yo salgo al jardín a sentarme con algunas amigas. El tiempo espectacular. Dos menos cuarto. Acaba la fiesta. Despedida y cierre. Abrazos, besos, nos vemos en Suecia. Volvemos en coche al hotel y nos sentamos en la cafetería a charlar. Tres cincuenta y dos. Me voy a la cama. No puedo conmigo.

1 oct 2010

Una cateta en Grecia (Día 4)



¿Llevo aquí cuatro días? Parece que llevo toda la vida. Como no dormimos nada los día parecen larguísimos.
Por fin dormí como un angelito, aunque desperté yo sola a las seis y cuarto, cinco y cuarto en España. Salí a la terraza. Seguimos en el trópico. El otro hotel donde están hospedadas las asistentes está tan pegado a nosotras que me he conectado a su wifi gratuito gracias a la clave que me han facilitado y puedo ver con detalle lo que pasa en sus terrazas. En una de ellas había una nigeriana rezando a primera hora. Miraba al cielo, miraba al mar, levantaba los brazos, luego se los cruzaba en el pecho y vuelta a repetir.
Tenemos una buena colección de nigerianas y ghanesas en la conferencia. Es difícil distinguir quién es quién. Para mí son todas oscuras. Una de ellas se cayó ayer en el cuarto de baño y volvió del hospital con la frente vendada y un collarín. Nos dijo que “como podíamos ver” la sangre de la contusión estaba bajando de la frente hacia los ojos. Yo, por mucho que la miraba, no podía ver sangre por ningún lado. Lo veía todo negro.
Las conferencias empezaron a las nueve de la mañana. Tuvimos un descanso y continuamos hasta la una y media. Comimos en la terraza del hotel. Fue el momento más duro del día, viendo desde allí las piscinas y el jacuzzi del hotel, no pudiendo hacer uso de ellos.
A las dos y media se reanudaron las sesiones, hasta las seis de la tarde.
Nos cambiamos rápidamente y fuimos a Atenas en autobús. Hay tanto tráfico que se tarda una eternidad en llegar a cualquier sitio.
Según van pasando las horas, se nos va uniendo más gente. Entre delegadas, invitados, conferenciantes, patrocinadores y VIPS, hoy éramos unas 300 personas.
Nos depositaron a la entrada del Royal Olympic Hotel y fuimos al séptimo piso, donde tienen una terraza bar. Subes unos escalones y te encuentras en un lugar en semi-penumbra. Se te corta la respiración de la impresión que recibes al mirar el paisaje. De frente, el templo de Zeus, al fondo la colina Lycabettus, y a la izquierda la Acrópolis. Todo ello con una iluminación espectacular. Según la mitología griega, la colina Lycabettus es una piedra que llevaba una paloma sujeta con las patas. Como pesaba mucho, la dejó caer allí donde ahora se encuentra. No he dormido pensando en el tamaño de la paloma.
Tampoco me han dejado dormir las perlas que llevaba colgando del cuello una armadora griega, Margarita Nosecuantos. La señora, de unos 70 años, era un ejemplo de elegancia y botox. Entre el collar, la pulsera y los pendientes, calculamos que llevaba encima unos veinticinco mil euros. Luego, añade el vestido, el bolso y los zapatos. Impresionante.
La velada finalizó a las diez y media. Volvimos al hotel en autobús y allí siguió la fiesta en el bar del hotel. Hay algunas que están empezando a perder los papeles, y no voy a dar nombres. A las doce solicitaron mi presencia en la habitación cuartel general de la delegación griega para pedir mi opinión sobre la distribución de las mesas para la cena de gala de mañana. Me aseguré de escoger una buena para mí. Hacia las dos terminamos, no sin antes casi morir de la risa. Es curioso que nadie nos llame la atención por el ruido que hacemos. “Esto es Grecia”, me dijeron.