12 abr 2014

Una cateta en Dubai (Día 7)

04:45 hrs. Suena el teléfono: "Señora, su despertador".
Rauda y veloz me levanté, me arreglé y salí con destino al aeropuerto en un taxi con banda sonora de los Bee Gees.  No había apenas tráfico. Tardé unos quince minutos en llegar. La terminal tres, dedicada en exclusiva a los vuelos de Emirates, estaba en plena actividad, como si no fuera mitad de la noche.
Tardé más de cuarenta minutos en facturar la maleta. 18 kgs. Esta vez no hay misterio que valga. Me han hecho tantos regalos que  la maleta abulta el doble que a la ida. Hasta una daga traigo conmigo. Creo que es la primera vez en años que no vuelvo con una nueva memoria USB de propaganda de alguna empresa. 
Atravesé sin problemas el control de pasajeros. Estuve visitando cada una de las tiendas del Duty Free sin encontrar nada de interés. Aquí el Duty Free no tiene mucho interés, ya que en los Emiratos no se pagan impuestos. Los únicos que tenemos que abonarlos somos los turistas en los hoteles. Desde el 1 de abril se han inventado uno nuevo para ayudar a financiar la Exposición Universal de 2020, que habrá que venir a ver porque he dejado pagada la entrada con lo que me han cobrado. Dado que en Dubai todo se hace más grande y más impactante que en cualquier otro lugar, la Expo va a ser la pera. Garantizado. Tendrán que arreglar el problema del tráfico, sin embargo. Es el único pero que le pongo a la visita, sin hablar de la diarrea.
Ha habido momentos en los que, mirando hacia los edificios, me he sentido como si estuviera en la película de Flash Gordon.  Había uno en particular al que le salían unos tentáculos. Copiado de una película de ciencia ficción, seguro.
Cada vez que me preguntaban por mi nacionalidad, todos contestaban lo mismo: ¿Vives cerca de Marbella? Una de las miembros de WISTA me contó que vendrá de vacaciones a Marbella este verano, cuando termine el Ramadán. Es hija de un armador que tiene cuatro hijas y ningún varón, de modo que no le ha quedado más remedio que ponerlas al frente del negocio. Siempre va envuelta en negro. Aún así fue la más elegante en todo momento. Usa zapatos de tacón espectaculares, combinados con unos bolsos de impresión. Las gafas de sol de Prada que se puso para la visita al puerto fueron lo más. Lleva el rabillo de los ojos pintado como la misma Nefertiti y las cejas perfectamente depiladas.
En la cervecería que tiene Heineken montada en el aeropuerto había gente bebiendo pintas de cerveza a las seis de la mañana.
Nos embarcaron en el avión media hora antes de salir. Era el mismo modelo de Boeing del viaje de ida pero en una versión más moderna. El mando a distancia de la pantalla era como una mini consola y el baño era más amplio, con más detalles, como un bote de perfume encastrado en una base. Los compartimentos para el equipaje encima de los pasajeros eran enormes.
Esta vez vine en una fila de tres con un oriental al otro extremo y nadie entre los dos. El oriental no dio nada de guerra. Ni siquiera se levantó al baño. Aguantó las siete horas y veinte de vuelo como un campeón. Eso es una señora vejiga.
Intenté dormir un rato hasta que nos sirvieron el desayuno. Tenía una parte con pollo, rajas de tomate y queso y otra más normal con pan, mantequilla, mermelada, trozos de melón, piña, melocotón y un croissant caliente.  Del pollo y el tomate mi estómago no quiso ni oír hablar.
Tuve que ponerme el jersey y echarme por encima la pashmina gigante que te prestan por si tienes frío. Tardaron un rato largo en volver a poner la temperatura a un nivel agradable.
Seguí dando cabezadas con mi almohada cervical del chino de enfrente de la oficina medio desinflada, el antifaz y los tapones para los oídos hasta que en un momento dado la única goma que le quedaba viva al antifaz saltó de las costuras y me dejó con el artefacto colgando de media cara. Tuve que cancelar mis intenciones de dormir la mayor parte del viaje porque la luz me lo hizo imposible. En ese momento sobrevolábamos la Península del Sinaí, dejando atrás Arabia Saudita. Un alivio, porque no tiene que ser nada divertido hacer un aterrizaje por una emergencia en ese país. En Dubai comentaron que pocas mujeres van por allí de visita o por negocios. Conseguir un visado es un quebradero de cabeza y viajar con un hombre que no sea tu marido queda completamente descartado. No hace mucho una señora de 70 años tuvo problemas por viajar en un taxi con un taxista que, evidentemente, no era su marido.
En Dubai hay taxis rosa conducidos por mujeres para comodidad de aquellas mujeres que no tengan un marido taxista.
En el avión llevábamos azafatas y azafatos de trece nacionalidades diferentes. Tenía que mirar la chapita donde llevan sus nombres escritos cada vez que se acercaba uno para saber si podía hablarle en español o no.
Delante de mí, separadas por el pasillo, viajaban dos japonesas de unos sesenta años que no pararon de hablar en todo el camino, aparte de meterse entre pecho y espalda dos botellas de vino tinto cada una, la primera con el desayuno. Estuve por aplastarles la cara un poco más con la bandeja para que callaran de una vez.
Estuve viendo una película inglesa. Cuando los protagonistas caminaban por los pasillos del metro de Londres me di cuenta de que en el de Dubai no hay pobres pidiendo, ni músicos, ni chicles pegados a las tapicerías de los asientos.
Los azafatos pasaron innumerables veces con bebidas. Después del segundo zumo de mango me pasé a la Coca Cola para probar las sensaciones de mi estómago. No fue mucho porque las Coca Colas de los aviones son de juguete.
La bolsa para la basura que pasaban de vez en cuando no era como las de los aviones de Ryanair de un supermercado, sino una bolsa marrón con el logo de Emirates.
Nos dieron de comer a la una, hora de Dubai. Cuando llegaron con el carrito a mi altura sólo quedaban menús de cordero. Al abrir la tapa del recipiente mi estómago dijo que de eso ni hablar, así que comí el arroz blanco que iba acompañando al animal, unas galletas saladas con queso de untar y una magdalena de chocolate flotando en natillas.
Sobrevolamos el Canal de Suez, Tobruk, el sur de Sicilia, Carthago, Annaba y Cuenca.
Al acercarnos a las Islas Baleares comenzamos a sufrir turbulencias. A pesar de decir por megafonía que nos quedáramos sentados y bien atados, una de las japonesas se levantó para ir al baño.  Es curioso, cada vez que paso por esta zona hay turbulencias. La japonesa volvió sana y salva a su sitio. No se debió de dar un golpe en la cabeza ni nada porque siguió hablando con su amiga del otro lado del pasillo como si tal cosa. ¿Qué venían contándose las dos desde Japón, por Dios?
Aterrizamos sin novedad en el aeropuerto Adolfo Suárez, recogí mi maleta, que fue una de las últimas porque tardó como si la hubieran sacado del fondo del avión, salí de la zona de pasajeros, volví a facturar y a entrar otra vez sin novedad. Me he librado esta vez de ser manoseada.
Oí a una madre sudamericana decir a su hijo: “Juanpa, ¿quieres una carrela?” señalando al stand donde puedes tomar prestados carritos de niño mientras estás por la terminal. Ya sabéis, se llaman carrelas. Por un momento pensé que ya no entendía mi propio idioma después de casi una semana sin hablarlo.
Di un paseo por entre las tiendas y me senté a ver un episodio de Sherlock en el iPad. Comí unas galletas saladas que llevaba en la bolsa para no estar con el estómago vacío.
Me entretuve estudiando mi tatuaje. Tranquilo, papá, se borra en diez días. Pensar que hay gente que en un arrebato como el que tuve ayer en el campamento se hace uno para toda la vida.
A las seis menos cuarto nos metieron en un autobús para llevarnos al mini avión de Iberia que nos trasladaría a Sevilla. Por el camino saqué fotos del cielo con mi cámara nueva. ¡Qué contenta estoy con mi cámara nueva!
En Sevilla, al recoger la maleta, observé que había desaparecido el candado, que estoy totalmente segura que llevaba puesto cuando volví a facturar en Madrid. Cada vez que recojo mi maleta de la cinta le hago una inspección general para ver si hay algo roto. De hecho, esta maleta que tengo ahora me la tuvo que pagar Iberia tras dañar la anterior que me había dado Easy Jet por el mismo motivo. Fui al mostrador de reclamaciones, donde me dijeron que no se hacen cargo de elementos externos rotos o desaparecidos y que si faltaba algo de dentro no era problema suyo, que es como si te roban en casa. Una mierda muy gorda para Iberia. Abrí la maleta delante del sujeto. Parecía que estaba todo en orden.
Mi taxista favorito me estaba esperando. Me depositó en la puerta de casa una hora más tarde, sobre las nueve de la noche.
A partir de mañana dieta Margarita, que es la que me sienta bien.
Buenas noches desde mi camita.

11 abr 2014

Una cateta en Dubai (Día 6)

05:00 hrs. Parte médico: diarrea.
07:00 hrs. Parte médico: diarrea.
08:00 hrs. Parte médico: estoy fundida.
A las diez y media bajé a desayunar con Karin, Jeanne y Rachel, que somos las únicas que quedábamos hoy en este hotel. Comí para recuperar fuerzas. Me empecé a encontrar mucho mejor después de comer un plátano.
En dos mesas contiguas desayunaba una familia musulmana compuesta por tres chicas adolescentes envueltas en negro, dos varones pequeños, padre y madre. Se veía claramente que el padre los tenía a todos acojonados. No les hablaba, les reñía continuamente. Las chicas estaban sentadas en una mesa solas, hablando lo mínimo imprescindible y mirando al padre de reojo continuamente.
A las once fuimos en taxi al centro comercial Dubai Mall. El metro no funciona los viernes por la mañana y andar hasta allí, como ya os conté, no es posible.
Estuvimos visitando el acuario que hay dentro. Jeanne y Karin son dos grandes buceadoras, así que la visita estuvo acompañada de muchas anécdotas submarinas. Se quedaron con las ganas de sumergirse en los tanques de agua con los peces, opción que nos ofrecieron al vendernos las entradas. Como yo no estaba para inmersiones, lo dejamos para mejor ocasión.
Jeanne no quería marcharse de Dubai sin meter los pies en el Golfo Pérsico. A esta orilla lo llaman el Golfo Arabe, y no se debe mencionar el otro nombre.
Jeanne vive en Washington, donde hasta hace dos fines de semana no ha parado de nevar en todo el invierno. Nada más llegar aquí se hizo la pedicura en el hotel y ha estado con los pies al aire todo el tiempo.
Fuimos en taxi hasta una playa pública para que metiera los pies. Hacía un calor de impresión. Allí compré en un kiosco una bebida isotónica que me devolvió a la vida. Había señoras envueltas en negro metidas en el agua hasta los tobillos, tobillos que no veíamos pero que supongo que estarían por dentro del envoltorio negro.
En Dubai hay playas públicas y privadas. En algunas hay que pagar por entrar.
Volvimos al hotel a las dos. Comimos en el Delicatessen que hay dentro. Yo pedí que me hicieran un sándwich de pollo a la plancha sin nada más. Me sentó bastante bien.
A las tres y cuarto se nos unieron Olga de WISTA Rusia y Rachel, que había pasado la mañana con los compañeros de la sucursal de su empresa aquí en Dubai. Rachel es inglesa.
Nos recogió en el hotel un todo terreno para llevarnos al desierto a hacer un mini safari consistente en dar botes por las dunas y cenar a continuación en un campamento.
El conductor no hablaba casi nada de inglés. Aquí casi todo el mundo se maneja bastante bien y los carteles están escritos tanto en árabe como en inglés. Le preguntamos el precio del litro de gasolina. Tardó en enterarse pero al final le sacamos la respuesta: el equivalente a 59 céntimos de euro. En las gasolineras no anuncian los precios como hacen en el resto del mundo civilizado. De ahí lo baratos que son los taxis.
A mitad de camino hizo una parada técnica en un supermercado al borde de la carretera  donde le hubiéramos hecho parar de todas formas. ¿Cómo puede darse la casualidad de que cinco miembros de WISTA de cinco países diferentes se encuentren en una carretera en medio del desierto en Los Emiratos Arabes un supermercado que se llame Al WISTA? La foto ya se encuentra en la página de Facebook de la asociación y ha sido un absoluto éxito desde el minuto uno.
Alrededor del supermercado había aparcados docenas de todo terrenos con nuestro mismo destino. Nuestro conductor desapareció entre la gente y nos dejó en la puerta esperando por él. En ese momento compartí mi teoría con las demás. La carretera por la que circulábamos conducía a Omán. Observé que varios hombres oscuros nos estaban sacando fotos con sus móviles y a continuación tecleaban. ¿Estaríamos siendo objeto de una subasta electrónica para acabar en un harén al otro lado de la frontera?
Apareció nuestro conductor. Nos mandó subir de nuevo al todo terreno y nos llevó al desierto. Justo después de meternos en la arena paró para vaciar un poco los neumáticos de las cuatro ruedas. Nos subió y bajó por las dunas a toda velocidad, dando botes arriba y abajo. Se nos unieron otros vehículos similares. Fue alucinante.
Nos cruzamos con varios camellos salvajes. Olga dice que le han contado que si te llevas un camello por delante con el coche, la multa es veinte veces mayor que si atropellas a una mujer.
El conductor no paraba de recibir llamadas en su móvil. Respondía y seguía conduciendo entre las dunas con una sola mano. “P’habernos matao”. En ningún momento se puso el cinturón de seguridad. El contenido de las llamadas era un misterio porque ninguna de nosotras habla o entiende árabe, así que hacíamos elucubraciones sobre si estaría negociando el número de camellos
Hicimos una parada en lo alto de una duna para sacarnos unas fotos. Desde allí volvimos de nuevo a la autopista, que atravesamos de lado a lado para ir al arcén contrario cruzando por la mediana. Fue entonces cuando dije en voz alta: yo esto lo cuento y no me lo van a creer.
El índice de accidentes de tráfico en esta parte del mundo es el más alto. No sé las veces que hemos estado estos días a punto de darnos un topetazo contra otros coches o los frenazos de golpe que hemos padecido.
Nuestro conductor paró, se bajó, abrió la tapa del motor y se puso a mirar dentro durante un rato. Apareció de la nada otro todo terreno más grande que el nuestro. A bordo iban cinco hombres solos. Los hicieron bajar e intercambiar el coche con nosotras. Subidas al nuevo vehículo con nuevo conductor, no sabemos con qué motivo, seguimos dando botes por las dunas. Este segundo conductor era bastante más osado que el primero. Nos hizo reír hasta las lágrimas con los saltos que dimos.
Salió de las dunas circulando por el borde de la autopista todo el camino sin pisar el asfalto, igual que hacían otros muchos coches iguales al nuestro. Era curioso ver la autopista vacía y todos por fuera. Supusimos que podía ser porque llevaba activado el 4x4 y también por haber vaciado las ruedas.
Por fin llegamos al campamento donde nos sentaron a una mesa sobre unos cojines. Nos levantamos a explorar los alrededores.
Nos hicimos tatuajes con henna, estuvimos en una tienda de souvenirs regateando duramente con el dueño y tuve la oportunidad de conocer a otro halcón.
Las tiendas de souvenirs venden principalmente pashminas, objetos de todo tipo con la forma del edificio Burj Khalifa y figuritas de musulmanes. ¿Comprarían los musulmanes una figurita de un señor rubio vestido de traje y corbata? No los he visto nunca en las tiendas de souvenirs occidentales.
El tema camello quedó cancelado debido a la cola de gente que había para subirse a ellos. Menos mal que ayer tuve tiempo de vivir la experiencia tranquilamente. Lo recomiendo. El momento en que se levanta del suelo contigo encima no tiene precio.
Avisaron por megafonía que el bufet estaba listo pero que tendríamos que hacer dos colas, una para hombres y otra para mujeres. Encontré arroz blanco sin nada de nada y kofta. Terminé comiendo unos trozos de sandía y manzana.
Hubo espectáculo en un escenario. Esta vez eran egipcios pero el show era similar. Salieron los señores de las dos faldas con bombillas, una bailarina de danza del vientre y otros con unos tambores.
A las ocho y media terminó el espectáculo.
Buscamos a nuestro conductor, que volvió a atravesar la autopista de lado a lado para incorporarse en sentido Dubai. A los pocos metros paró en el arcén y empezó a tirar de una palanca, la del 4x4, que no obedecía ni a la de tres. Volvió a hablar por teléfono y con una mano giró el volante y nos metió de nuevo entre las dunas. Paró y volvió a pelearse con la palanca, que esta vez obedeció. Nos subió a la autopista con gran esfuerzo, la volvió a atravesar y empezó a circular por el carril contrario durante unos metros, no sabemos con qué propósito. Por fin se incorporó al correcto y nos trajo hasta Dubai a 90 por hora porque una aguja marcaba que el coche estaba más caliente de lo normal.
Ya en Dubai, el conductor no fue capaz de encontrar cómo acceder a nuestro hotel desde el otro lado de la avenida, así que lo mandamos parar en la estación de metro y atravesamos a pie por el paso elevado. Caso contrario, seguiríamos dando vueltas avenida arriba avenida abajo buscando el acceso al hotel.
En el hall nos despedimos todas de todas hasta la próxima.
Pagué la cuenta para evitar retrasos mañana y subí a la habitación.
Ya estoy bien del estómago.
Buenas noches desde Dubai.

Una cateta en Dubai (Día 5)


Desperté a las siete y cuarto dando la espalda a La Meca, según la pegatina. Mala señal. Arranqué el día con molestias de estómago y una diarrea de la muerte.

Después de desayunar tomamos un taxi hacia el hotel JW Marriott, a unos cinco minutos de distancia. En principio nos ofrecieron hospedarnos allí. Menos mal que cambiamos de opinión. Era una absoluta locura. En el hall no cabían más chinos y el ruido era atronador. Nada comparado con nuestro pacífico hall ambientado con música de xilófono.

Hay que reconocer que el sitio es una pasada. Las alfombras son tan gruesas que casi rebotas como si estuvieras andando sobre colchonetas.

La reunión con las miembros de WISTA UAE y representantes de otros países invitados, tales como Italia, India o Rusia, tenía que haber comenzado a las ocho. Ayer por la noche la cambiamos para las nueve pero empezaron a aparecer a las nueve y veinte. Aquí lo de la puntualidad no es una cualidad. Primero por la tranquilidad y segundo por el tráfico, que es brutal. La avenida Sheikh Zayed es la arteria principal. Para salir de ella hacia los edificios o urbanizaciones laterales tienes que recorrer distancias enormes en dirección contraria para encontrar desvíos. Todo está en obras y todo el mundo va en coche.

A mitad de la reunión tuve que salir disparada al cuarto de baño  por culpa de la maldita diarrea. Como podéis ver, aún en los hoteles de lujo hay una ducha junto al retrete.

A las doce y media comimos en el mismo hotel, en un restaurante bufet que llaman Kitchen 6 porque tiene seis diferentes tipos de comida y un mundo aparte dedicado a los postres. Papá, lo que hubieras disfrutado.

Sanjam la india, con muy buen criterio, me dijo que debíamos comer poco y guardar bastante hueco para los dulces. Mi estómago estaba dispuesto a soportar el envite, pero con cuidado.

Comí sushi y kofta, que son los kebabs de ternera con hierbas.

Al volver hacia la mesa con la comida tuve una visión sobrenatural que me aceleró el pulso y me produjo temblores en las manos.

Tan pronto como terminé con la comida me levanté y pasé un rato bastante agradable junto a la fuente de chocolate, apartando a los niños que intentaban quitarme el sitio. Esta semana hay muchos niños molestando por todos sitios porque están de vacaciones.

A la una salimos raudas y veloces en un minibús con destino al puerto de Jebel Ali, el primer puerto del mundo construido partiendo de cero por el hombre. Hacía un intenso calor. No me puedo imaginar lo que tiene que ser esto en agosto.

Nos recibieron en el edificio principal dándonos una charla informativa, durante la cual tuve que visitar el baño debido al problema anteriormente mencionado. Un cartel en la pared advertía que para hacer abluciones antes del rezo se debía utilizar el baño de la segunda planta.

Nos llevaron a visitar las terminales en el mini bus que nos llevó hasta allí, escoltadas por seguridad del puerto. Había unos cuantos vehículos militares dispuestos para ser embarcados, con pinta de venir directamente de una guerra; una fila de Porsches recién llegados, todos ellos con la chapa cubierta por un plástico blanco; un enorme silo para azúcar y contenedores, muchos contenedores por todas partes.

En Abu Dhabi han construido un puerto sin tener industrias en las cercanías. La idea es atraerlas a partir de ahora, que es lo contrario de lo normal. Aquí todo se planea a mucho tiempo vista.

Con un poco de retranca, le pregunté al señor de túnica blanca y pañuelo en la cabeza que nos sirvió de guía si los estibadores trabajaban las 24 horas y si estaban sindicados. Me dijo que si tenían alguna queja podían dirigirse a una asociación encargada del asunto. O sea, que los pobres indios y paquistaníes que cargan y descargan los barcos mejor se callan y siguen trabajando.

De vuelta al hotel, paramos en el Dubai Marriott Harbour Hotel, cerca del club de yates donde cenamos ayer. Subimos al piso más alto, que creo que era un 52, donde hay un restaurante observatorio. Desde allí tuvimos ocasión de ver The Palm Jumeirah, la isla artificial con forma de palmera. Es increíble lo que han sido capaces de hacer. Hay otra isla similar en construcción en la zona de Deira, y justo al lado del The Palm se ve The World, un conjunto de 300 islas imitando un mapa del mundo. Parece ser que sólo una isla está ocupada en este momento. La crisis también llegó aquí.

Tardamos hora  y media en volver a nuestro hotel debido al tráfico. Era la hora de salir de los trabajos y el comienzo del fin de semana. Aquí el fin de semana es el viernes y el sábado.

A las siete nos esperaba el minibús para llevarnos a cenar a Al Hadheerah Resort, un hotel spa en el desierto, en mitad de la nada, al que tardamos en llegar casi dos horas por culpa del maldito tráfico. Yo estaba a punto de gritar cuando llegamos. El agotamiento y la diarrea me estaban empezando a pasar factura.

La verdad es que se me quitó todo de golpe cuando puse un pie en las alfombras que cubrían el suelo. En vez de alicatar la arena han puesto cientos de ellas por todos lados. Nos recibieron unos señores muy oscuros  a caballo. Uno de ellos tuvo la amabilidad de acercarse con el suyo hasta el borde de la última alfombra para que no tuviera que meter los zapatos en la arena.

Desde la entrada hasta el bufet restaurante al aire libre había una fila de tiendas a ambos lados de un ancho pasillo. Un vendedor de alfombras me quiso encasquetar una. Le contesté que sólo se la compraría si era voladora. Muy serio me dijo que claro que era una alfombra voladora.

Había larguísimas mesas llenas de comensales disfrutando de un espectáculo de música y baile. Me dijeron que eran libaneses porque el folklore de aquí consiste en unas señoras con largas melenas balanceando las cabezas al ritmo de la música. Salió al escenario un señor que llevaba dos faldas con bombillas. Se puso a dar vueltas y vueltas dando la impresión de una peonza. Luego aparecieron caballos, camellos, cabras y corderos, unas señoras vestidas de amarillo con unas dagas de plástico, una bailarina de danza del vientre y una cantante que se creía la Beyoncé árabe.

Del buffet sólo comí un poco de kofta, una bola de helado de pistacho con tenedor y una bolita de hojaldre con sabor a colonia. Pedí un zumo de mango para intentar reponer fuerzas. No sé si el mango es astringente o todo lo contrario, pero me pareció que sería bueno para reponer fuerzas.

Había arroz, pero tenía un sospechoso aspecto de picar porque venía mezclado con cosas extrañas, así que no me arriesgué.

Descubrimos una zona donde había una especie de museo con cabañitas mostrando muñecos en actitud de trabajar en obras artesanales. Jeanne encontró un par de camellos a los que nos subimos. Toda una experiencia. Un poco antes de marchar tuve la oportunidad de hacer amistad con un halcón de verdad.

Mañana tengo pensado montar en camello otra vez, si la diarrea me lo permite. Fue divertido. El único problema es el olor que desprenden esos bichos. Es una mezcla de pedo y animal. Karin insistía en que los camellos estaban tirando pedos y por eso olía así. No creo, porque la cabeza les olía igual.

A las doce y media llegamos al hotel en el minibús completamente destrozadas. Nos despedimos de las que se marchan mañana temprano y me fui a dormir sin más dilación.

Buenas noches desde Dubai.

 

9 abr 2014

Una cateta en Dubai (Día 4)

Hoy volvimos a la rutina de despertar en los hoteles sin persianas a las seis de la mañana. Di media vuelta y conseguí aguantar hasta las siete menos cuarto. Tras darme una ducha bajé a desayunar. Nos tuvieron que meter en el restaurante tailandés porque no les cabía todo el mundo en la zona de desayunos. Coincidimos todas las miembros del comité ejecutivo de WISTA excepto Jasamin, que vive aquí y desayunaría en su casa, supongo.
Antes de salir del hotel, entré en el baño. Hoy no vamos a comentar el tema de la ducha junto al retrete, sino el cartel que indica los baños de señoras y caballeros, muy islámico él.
Con veinte minutos de retraso apareció Jasamin a recogernos en un Mercedes GL450, que es como un autobús. Fuimos las siete estupendamente. Si hubiéramos tenido un accidente en ese momento, WISTA se hubiera quedado descabezada de un golpe. Tendríamos que haber sido un poco más prudentes y haber tomado dos transportes separados, como hace el rey con el príncipe heredero.
La mayoría de los coches en Dubai son de color blanco. Deduzco que es por el calor. La verdad es que se me hizo raro ver un Bentley blanco.
La oficina de Jasamin, que es abogada, está en la misma avenida de nuestro hotel, a unos diez minutos en coche, en un edificio feo con ganas.
Dicen que la avenida llega hasta Abu Dhabi.
Al pasar por al lado del Burj Khalifa me acordé de lo que le pasó ayer a Jeanne cuando estábamos allí arriba. Había una chica envuelta en negro sacándole una foto a su marido, dando la espalda a Jeanne. Jeanne se acercó y le preguntó si quería que les sacara una foto juntos. La chica se giró hacia ella mostrando el pañuelo que le cubría la cara, sólo dejando a la vista las pestañas. Jeanne sonrió con cara de tierra trágame y volvió junto a nosotras a contarnos la metedura de pata.
Pasamos todo el día en la oficina de Jasamin encerradas en la sala de reuniones. Incluso nos trajeron la comida a la mesa para no perder tiempo. Yo concentré mis mandíbulas en el kebab, que me encanta. Sabe muy parecido al turco.  
La zona de la avenida donde se encuentra la oficina está aún en desarrollo. Hay bastantes solares sin construir y otros en varios estados de construcción. Me fijé en una obra adyacente donde había indios por todas partes vestidos con monos azules. No me extraña que hayan tardado sólo doce años en construir esta maravilla. A base de indios te da tiempo de sobra.
A las seis de la tarde nos sacamos la foto de rigor y volvimos al hotel en el autobús blanco de Jasamin pero esta vez con su chofer al volante porque ella tenía cosas que hacer antes de salir del trabajo.
Sólo tuve tiempo de dejar los trastos y sentarme cinco minutos con los ojos cerrados para intentar recuperarme del agotamiento
Bajé al hall a escuchar a la tailandesa dando el concierto de xilófono mientras las demás bajaban. Nos estaba esperando el chófer de Jasamin para llevarnos en el autobús blanco al club de yates de la Marina de Dubai. Tardamos exactamente una hora en recorrer una distancia de no más de cinco kilómetros. El tráfico era imposible. Por culpa de varias obras nos hicieron dar la vuelta por donde habíamos venido y casi volver a empezar a paso de carreta. Pasamos por delante del Burj Al Arab, el hotel en forma de vela, y por  Palm Jumeirah, la isla artificial en forma de palmera. La isla no la vimos porque ya era de noche y desde el coche no se distingue.
No fuimos las únicas en llegar tarde a la cena que en nuestro honor celebraba WISTA UAE con asistencia de la comunidad marítima local. Empezamos con un discurso de Jasamin, otro de Karin y otro de un patrocinador de la cena. Aquí la gente decente cena a las seis, y ya eran las nueve cuando nos sirvieron la ensalada de langosta. El señor que se sentó a mi lado se tomó dos rebanadas de pan con mantequilla y de repente se evaporó dejando abandonadas sobre la mesa mi tarjeta de visita y la del señor que se sentaba a su derecha. No me di cuenta de que se marchaba sin cenar ni despedirse. El muy cretino utilizó mi plato para el pan. En otras circunstancias le hubiera indicado que su plato era el de la izquierda, pero como iba vestido con sábana preferí ser prudente y coger el plato de mi derecha. Cuando se sentó un indio calvo mega perfumado a mi derecha, puse cara de póker cuando empezó a buscar su plato.
Un señor musulmán vestido con traje y corbata sentado a mi mesa se dedicó primero a intentar ligar con Jeanne y después conmigo. Yo me levanté tan pronto como pude con la excusa de ir a ver la marina, de la que todo el mundo hace exactamente el mismo comentario: “Aquí hace nada sólo había arena”.
A las diez y media había desaparecido toda la comunidad marítima local quedando solamente en el restaurante las miembros del Exco, algunas locales y seis miembros de Rusia, Italia e India, que han venido para la reunión que tenemos mañana con ellas.
Katerina se fue con otras dos griegas a vivir la noche loca. En el autobús blanco nos metimos ocho personas, incluido el chófer de Jasamin. El marido de Jasamin la llamó esta tarde reclamando su coche. No sé para qué quiere un autobús tan grande para él sólo, aunque ahora que lo pienso, éste tiene hijos de varias mujeres. Alguna vez los llevará a todos juntos.
Acompañé a Jeanne y a Karin a fumarse sus pitillos de buenas noches en la parte de atrás del hotel. Hacía una temperatura ideal.
Nos despedimos en el hall, porque ellas tienen que tomar un ascensor diferente. Como el edificio está formado por dos torres diferentes que se juntan arriba, no puedes usar cualquier ascensor para subir a tu habitación.
Buenas noches desde Dubai.

Una cateta en Dubai (Día 3)

Siete de la mañana. Sonó el despertador y fue como si hubiera resucitado después de muerta. Al abrir los ojos no sabía dónde estaba ni qué hacía en aquella habitación desconocida con una pegatina en el techo indicando la dirección a La Meca.

Después de ducharme y escribiros un rato, bajé a desayunar con Jeanne y Karin, la presidente de WISTA, que llegó a la una y media de la madrugada desde Holanda. Presidente o no presidente, no la esperamos despiertas.

A las diez tomamos el metro  con destino a Deira, en la orilla derecha de Dubai Creek, que es una corriente de agua que se adentra desde el Golfo Pérsico creando un puerto natural. Pasamos por encima de Al Baraka y les pude enseñar los siniestros lugares donde estuve ayer de compras.

Llegamos a Deira buscando el bazar del oro, el bazar de las especias y bazares en general. El del oro era un poco amarillo para mi gusto, con piezas kitsch de tamaños descomunales. Por los mercados y alrededores había hombres con túnicas blancas apoyados en carretillas o llevando pesados fardos en ellas.

Nos cruzamos con unas cuantas mujeres envueltas en telas negras con unas máscaras de oro sobre la boca. Más tarde supimos que suelen ser de Omán y Yemen, que cuanto mayor eres y más alto es tu rango en la familia, más grande puedes llevar la máscara de oro.

Me defraudó un poco el mercado de las especias. Esperaba algo parecido al bazar de las especias de Estambul. Ni parecido.

Jeanne y Karin compraron una pila de pashminas tras aprovecharse de mis recientemente adquiridas dotes de dura regateadora.

Intentamos encontrar una cafetería para tomar algo e ir al baño. Nos fue imposible. No hay cafeterías en Deira. ¿Dónde están los Starbucks cuando los necesitas?

Hacía un calor interesante que nos obligó a salir de los bazares y buscar el fresco del agua. Contratamos a un pobre hombre para que nos diera un paseo de una hora en su barco por un precio ridículo. Los barcos de madera que cruzan de un lado a otro se llaman abras. Iban abarrotados de gente que nos miraba con cara de envidia por tener un abra para nosotras solas.

Desde el agua pudimos ver otra zona de Deira donde seguro que hay cafeterías y restaurantes y sitios donde sentarse civilizadamente con cuartos de baño. Nuevos rascacielos, cada uno diferente y más impresionante que el anterior. De verdad, Dubai tiene que ser el Disneylandia de los arquitectos.

Le pedimos al pobre hombre que nos dejara en la otra orilla, que se llama Bur Dubai. Desde el barco le habíamos echado el ojo a un restaurante con terraza justo al borde del agua, donde encontramos una mesa libre, un cuarto de baño precioso y una comida estupenda.

Volviendo al preocupante tema de la ducha que hay junto a todos los retretes, Karin tiene otra teoría mucho más aterradora que la mía. Por aquí y alrededores no usan papel higiénico. Dejo el resto a vuestra imaginación.

Tras quedar más que satisfechas con la comida iniciamos la exploración por los bazares de esa orilla, mucho más elegantes que los de Deira. Muchos estaban cerrados porque aquí se cierran las tiendas pequeñas a la hora de comer, igual que en casa.

Llegamos hasta Bastakiya, la zona más antigua de Dubai, donde hay unas casas con torretas de las que sobresalen unos palos. Parece ser que era el sistema de aire acondicionado de la época. Por los palos circula el aire hacia dentro de las casas, refrescándolas. Por allí cerca hice un nuevo amigo. El trapo negro que sale a la derecha no es el fantasma de una señora musulmana, era un trapo de verdad, pero no sé lo que hacía allí colgado.

Entramos en el museo de Dubai donde había poca cosa que ver. Mostraban casas de hace un siglo, cómo era la vida en la zona, los pescadores, la construcción de un abra y cosas por el estilo.

Una vez visto el museo, Jeanne dijo que ya había tenido bastante por hoy. Karin sugirió enseguida ir a estrenar la piscina del hotel.

Volvimos en metro. Yo me fui a mi habitación a ducharme y a echarme un rato mientras Jeanne vivía una curiosa experiencia en el jacuzzi junto a la piscina. Había un niño de unos diez años dentro al que su niñera sacó del agua cuando ella entró. No está bien que los varones compartan jacuzzi con las mujeres, aunque tengan diez años.

A las seis y media quedamos en la entrada del hotel, donde unas tailandesas dan todos los días un concierto de xilófono mientras sonríen amablemente a los huéspedes que las miran al pasar.

Destino: Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo. Tuvimos que ir en taxi porque acceder a él desde el hotel no es posible andando.

Sacamos las entradas por internet hace dos semanas. No quedaban plazas para las seis de la tarde, que es la hora ideal para disfrutar de la vista de día, ver la puesta de sol y finalmente de noche. Tuvimos que escoger las siete de la tarde.

El ascensor subió a una velocidad alucinante hasta el piso 124, que es hasta donde te dejan subir, aunque quedan por arriba al menos otros veinte pisos. Saqué muchas fotos con mi cámara nueva, que es una pasada de cámara. Con la anterior no había manera de sacar fotos nocturnas.

Nos sacamos una foto que no voy a explicar cómo se hace y que queda muy chula para reírte un rato.

Nos habían citado para cenar en el restaurante italiano de nuestro hotel a las ocho y ya íbamos con veinte minutos de retraso. Aún así, Jeanne dijo que de allí no se movía sin ver el espectáculo de agua, luz y música que hay todos los días en el lago artificial que hay entre el Burj Khalifa y el Dubai Mall. Empezó a las ocho y media y duró unos cinco minutos. Mereció la pena. La música era un tío cantando en japonés, ¿o era chino?

Después del espectáculo del lago de la Expo 92 no he vuelto a ver nada tan bueno, ni siquiera éste.

Volvimos al hotel en taxi dando un ridículo rodeo porque la policía había cortado el tráfico por el camino más corto. El taxista de esta vez sí sabía hablar. Nos indicó dónde estaban los palacios reales cuando pasamos cerca.

Llegamos a la cena con una hora de retraso. Nos estaban esperando. Vergonzoso, verdaderamente vergonzoso.

Se trataba de la cena de bienvenida a las miembros de comité ejecutivo de WISTA, que nos reunimos mañana y pasado mañana aquí. Asistían también varias miembros de WISTA UAE. Me tocó sentarme al lado de una americana de Houston cuyo negocio está establecido en Dubai. Hablaba como cuatro. Enfrente tenía a una india que hablaba como ocho, así que yo comía mientras ellas dos me entretenían.

A las doce dimos por terminada la cena y nos despedimos. Quedamos rezagadas cuatro, que duramos una media hora más sentadas en el restaurante.

Vuelvo a mirar hacia la pegatina del techo que me indica la dirección exacta hacia La Meca antes de apagar la luz.

Buenas noches desde Dubai.

8 abr 2014

Una cateta en Dubai (Día 2)

Como sé que habrá alguno que no tenga las ideas muy claras, voy a dar un repaso geográfico antes de continuar. Estoy en los Emiratos Arabes Unidos (UAE), al sur de la Península Arábiga, a orillas del Golfo Pérsico. Los Emiratos son siete, siendo los más conocidos y permisivos Dubai y Abu Dhabi.  Vecinos: Omán al suroeste, Qatar al oeste y Arabia Saudita al oeste y al sur, Irán a la otra orilla del Golfo. Espero que a tan ilustres vecinos no se les pase por la cabeza iniciar una guerra santa precisamente esta semana. Que lo dejen para la semana que viene, que ya es santa de por sí.

Dubai y Abu Dhabi son Sodoma y Gomorra comparados con los otros Emiratos o países vecinos, donde ya habría sido condenada por la vía rápida a morir lapidada a las puertas de una escuela coránica para servir de ejemplo, tras recibir cien latigazos en el mismo aeropuerto por haber cometido el pecado de llegar sola, en vaqueros y a cabeza descubierta. ¡Ah! Y en manga corta. Aún siendo lugar de moral relativamente relajada, antes de venir recibí una lista de instrucciones relativas a cómo vestir durante mi estancia en Dubai. Olvídate de la licra, los escotes, las minifaldas, las transparencias y las camisetas sin manga. Y a quien venga en pareja, ni un sólo gesto de cariño. Besos y abrazos son ofensivos y pueden hacerte acabar en un calabozo pestilente. Eso sí, aquí los tíos van de la mano como gesto de amistad.

Nada más salir del avión fui al baño a deslastrar. Dentro había una mujer vestida con túnica y galones de policía riñendo a un asiático que se había metido allí a cambiar los pañales de su hijo. Bronca monumental. El niño estaba con el culo al aire y aquella energúmeno pretendía que el padre saliera de allí sin más dilación.

Al entrar en uno de los cubículos sufrí un tremendo impacto, seguramente agravado por la falta de sueño. Había leído sobre estos horrores, pero no me lo esperaba en un aeropuerto tan moderno. El tema de la ducha es un asunto a tratar aparte. Las hay en absolutamente todos los baños. Después de mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que son para lavarse los pies antes de la oración. No encuentro otra explicación más lógica.

Al salir del baño me di cuenta de que había perdido a todos los europeos que venían conmigo. Comencé a andar y andar y andar y andar por largos pasillos camino de la zona de equipajes y visados. Fui adelantando a señoras vestidas de negro, que supongo que eran señoras porque no se les veía nada más que los pies saliendo de las sábanas negras que las envolvían; familias enteras vestidas al modo islámico y hombres locales vestidos con túnica blanca y pañuelo en la cabeza. He de confesar que me puse un poquitín nerviosa, algo que achaco al desconocimiento de esta cultura. Mi único pensamiento en ese momento era no ofender, no molestar con ninguna actitud o gesto impropio.

Tras muchos minutos andando llegué a la zona de pasaportes. Los españoles no necesitamos visa para entrar en los Emiratos, así que me dirigí a la cola donde están las máquinas que leen los pasaportes electrónicos. No funcionaba ninguno. Una funcionaria a la que sólo se le veían la cara y las manos me pasó el pasaporte por un detector y me hizo mirar hacia un aparato que lee el iris.

Mi maleta circulaba solitaria por la cinta cuando fui a recogerla.

La terminal 3 del aeropuerto de Dubai es simplemente espectacular. Hasta palmeras hay dentro.

Mi intención primera era tomar el metro hasta cerca del hotel, pero el cansancio me hizo desistir y tomé un taxi. Aquí las carreras tienen precios ridículos. El taxista no abrío la boca  en todo el camino.

La zona moderna de Dubai es exactamente como me la imaginaba, grandiosa. La avenida Sheikh Zayed, de doce carriles para vehículos, es donde están los rascacielos y mi hotel, que representa dos manos en posición de saludo. Es una cadena tailandesa. Todo el edificio está decorado en ese estilo. Hay unas señoritas vestidas con sarong pululando por el hall que te saludan juntando las manos y sonriendo sin parar.

Como era muy temprano, no pudieron darme la habitación, así que pedí permiso para ir a ducharme al gimnasio situado en la planta más alta, junto a la piscina. Dentro estaban unas niñas pequeñas chapoteando vestidas todas con trajes de neopreno por aquello de la decencia.

Me despegué la ropa del cuerpo como quien quita un papel celo, tras veinticuatro horas con ella puesta.

La ducha me sentó estupendamente. Al bajar al hall me encontré con Jeanne, la americana, que lleva aquí desde ayer porque está aprovechando para visitar clientes. Jeanne es socia de un bufete de abogados de esos que salen en las pelis americanas. Está especializada en temas medioambientales marinos. No he visto nunca a nadie trabajar tanto como ella.

Tomamos un taxi juntas, quedando yo en una parada de metro a poca distancia del hotel. El metro circula sobre tierra por la avenida. Es automático, sin conductor, y hay vagones para clase superior y para mujeres y niños. Es limpio, rápido y muy moderno.

Mi primer destino: Al Karama, paraíso de las marcas falsas, según internet.

Leí mucho sobre cómo y dónde ir. Puedes acceder a las tiendas ocultas de dos maneras, llegando directamente en un taxi porque todos los taxistas saben a dónde ir exactamente, o aparecer en la parada de metro con cara de ávida turista. Esto fue lo que yo hice. Nada más bajar vi a un chico indio seguido por dos turistas inglesas. Los seguí a poca distancia. El indio no paraba de mirar a su alrededor, así que enseguida se dio cuenta de que los seguía y me hizo un gesto para que continuara con ellos. Las inglesas quisieron parar en un bar a desayunar, de modo que continué yo sola con el indio, un crío simpatiquísimo que no paraba de llamarme amigo. Varias veces le expliqué que yo era amiga, pero no hubo manera.

El sistema es el siguiente. Hay varias calles del barrio llenas de tiendas de bolsos y ropa con aspecto normal o semicutre donde no ves nada de marca. Entras en una tienda y preguntas por lo que de verdad buscas. Cogen un juego de llaves y te llevan a un piso adyacente donde tienen una habitación tienda llena de prendas de ropa, bolsos, relojes, gafas y cinturones.

La zona por donde yo me moví casi todo el tiempo tiene pinta de calle de Karachi más que de Dubai. Las casas están en muy malas condiciones. En los portales había tendederos de ropa. Las escaleras no habían visto el paso de una limpiadora en toda su vida, las paredes estaban desconchadas y había restos de escombros en las esquinas. Sólo faltaban los agujeros de bala en las fachadas. Zapatos, zapatos y chancletas usados por todas partes, en las escaleras, en las puertas de las viviendas, dentro de las viviendas. Ni rastro de sus dueños. Una cosa curiosa curiosa. No existe documento gráfico. Dudo que les hubiera hecho gracia.

La calidad de los bolsos no se acerca ni por asomo a la de Casa Pedro en Estambul, así que desistí de comprar ninguno. Me hice con un reloj chulísimo, una pashmina que me encargó mi madre y un polo de Ralf Lauren. Si me veis por la calle con él puesto haced como que es auténtico.

He empezado a controlar el arte del regateo hasta tal punto que no me reconozco. Para no perder mucho tiempo, me plantaba en un precio un poco por debajo de lo que quería pagar y les decía a los de las tiendas que en España no es costumbre regatear, que aquello era lo que estaba dispuesta a pagar y punto. Al final lo subía dos o tres euros y quedábamos en paz, contentos por ambas partes. Incluso me levanté en una ocasión y me marché de la tienda. Me hicieron volver aceptando mi oferta.

Cuando estuve harta de aquello pedí al indio que me acompañara a la parada de metro, donde me despedí de él con un apretón de manos.

Me dirigí a la plaza Baniyas en busca de mi segundo y principal objetivo, una cámara de fotos a la que le tenía echado el ojo desde hace meses.

La plaza Baniya está en Deira, una zona al este de Dubai donde sientes de verdad que no estás en ese Dubai que te venden sino más bien en El Cairo. La circulación es densa y los ruidos intensos. Hay mucha gente por la calle, gente de todos los colores y aspectos comprando compulsivamente.

Fui entrando una por una en todas las tiendas de electrónica preguntando si tenían el modelo que buscaba. En la octava, cuando ya estaba a punto de desistir, me dijeron que sí la tenían, pero que tendría que esperar unos quince minutos. Es decir, que no la tenían, que alguien la tenía que traer de otra tienda amiga. Por lo poco que pude pillar de las conversaciones telefónicas que mantuvieron, estuvieron regateando para comprarla ellos primero en otro sitio.

Les dije que volvería en media hora a buscarla. Me pidieron que dejara una señal si quería la cámara. Me negué en redondo a soltar dinero sin ver la mercancía. Comenzó un tira y afloja que acabó conmigo poniéndome la mano en el pecho diciendo: Me voy a sentar aquí, no me voy a mover hasta que la cámara llegue. Tenéis mi palabra de que si la cámara está en buenas condiciones y es auténtica, os la voy a comprar. Les encantó tanta teatralidad, así que me senté a esperar durante unos veinte minutos hasta que apareció un individuo con mi deseada cámara, por la que pagué doscientos euros menos que en El Corte Inglés.

Con mi tesoro entre las manos entré en un Kentucky a comer pollo.

Cumplida la misión fijada para el día de hoy, tomé el metro de vuelta al hotel. No os he contado que compré esta mañana una tarjeta para viajar todo el día por todas las zonas al coste de unos tres euros y medio.

Tomé posesión de mi habitación con una ventana desde la bañera a la cama. Deshice el arrugado equipaje y me dispuse a salir otra vez con destino a Dubai Mall, el centro comercial que hay detrás del hotel, con más de mil tiendas, una pista de patinaje sobre hielo descomunal y acuario. Aquí todo se publicita como lo más grande del mundo.

Ir andando queda completamente descartado porque sólo hay aceras en la avenida principal y pocas más, así que fui en dirección contraria hasta la parada de metro y viajé una estación hasta el centro comercial.

Había muchísima gente comprando, patinando, tomando refrescos en las cafeterías o simplemente paseando.

Aquí nadie huele mal. Los hombres se perfuman con fuertes olores para ocultar los posibles malos olores que el calor puede provocar. Pasas junto a uno de esos señores vestidos con la túnica blanca llamada Kandora y huele estupendamente. Estoy por preguntarles qué detergente usan porque a mí la ropa blanca no me sale así de la lavadora ni nueva. En la cabeza llevan un keffiyeh, que es el pañuelo ese que usan los palestinos pero en rojo y blanco o sólo blanco. Se ve perfectamente que los que van así vestidos son la élite. Los tratan de una manera especial en las tiendas y siempre los ves al volante de coches de alta gama.

Compré varias cosas a precios de risa comparado con España.

A las seis volví al hotel a descansar un rato y a vestirme para salir a cenar con Jeanne. Fuimos a un restaurante libanés en las Emirate Towers, donde nos sirvieron una comida deliciosa. Fuimos y volvimos en taxi. Cada carrera nos costó el equivalente a 1,98 euros.

A los vecinos de la mesa de al lado les sirvieron el plato de la foto, que no pude evitar retratar con mi nueva cámara.

A las nueve volvimos al hotel. Entré a oscuras en la habitación para poder fotografiar la vista desde mi ventana. Impresionante, ¿verdad? Os dejo la imagen tomada también de día .

A las diez y media apoyé la cabeza en la almohada y fallecí.

Buenas noches desde Dubai.