12 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 9)


Seis y veinticinco de la mañana. Después de tres horas de sueño desperté yo sola cinco minutos antes de sonar el despertador. Me arreglé rauda y veloz, cerré la maleta y bajé a desayunar. Tuve que esperar cinco minutos a que abrieran el buffet. Me entretuve charlando con el loro del hotel, al que ya habían limpiado la jaula y habían servido su desayuno. Yo le decía hola y él me decía hello. Le silbaba melodías y él las repetía mientras me miraba fijamente. Imagino que también hablará ruso.
Podía haber desayunado en la habitación al módico precio de 125 euros con champán francés y caviar, pero es que a mí el caviar a las siete de la mañana me da ardor de estómago.
A las siete en punto me sirvieron un zumo de de naranja recién exprimido y comí algo con Laura y Mercedes. A las siete y veinte estábamos las tres subidas en el taxi que nos llevaría al aeropuerto de Larnaca a una velocidad media de 90 km/hora, a pesar de estar el límite marcado en 100. Me contó el taxista que puedes conducir hasta 120 por hora sin ser multado, pero si vas a 121 la multa cuenta desde 100. Cosas de los chipriotas.
En el mostrador de facturación nos encontramos todas las que íbamos a tomar el vuelo de las diez y veinte con destino a Atenas. Eramos once en total entre griegas, españolas, italianas, una argentina, una sueca y una danesa/sueca/iraní.
En la tienda de prensa del duty free estaba a la venta la versión griega del Hola, mucho más vulgar que la nuestra. Pregunté quiénes eran los sujetos de la foto principal, pero no me supieron contestar.
Salimos de Chipre sin retraso. En el avión nos portamos todas bien. Yo di una cabezada de cinco segundos porque Laura y Mercedes, que me tenían aplastada como un sándwich entre las dos, no pararon de darme conversación en todo el camino. Sólo callaron cuando nos sirvieron el desayuno y estaban con la boca llena.
Al empezar a descender en Grecia el oído derecho casi me revienta del dolor. Me llegaba la molestia hasta la nariz, la garganta y los dientes.
En Atenas nos despedimos del grupo de griegas y de la argentina. Tuvimos que recoger el equipaje, salir y volver a facturar. A Mercedes, que volaba con destino a Madrid, la dejamos sola con las italianas porque su mostrador aún no estaba abierto. Yo volaba con Laura vía Barcelona porque el vuelo de Madrid no me permitía enlazar con el último a Sevilla.
En el hotel quedó la italiana a la que robaron el bolso en Nápoles cuando fuimos a la reunión de WISTA Med en junio. Ayer le advertí varias veces que tuviera cuidado durante los días que va a pasar de vacaciones en la isla. Me contó que por la mañana había perdido el móvil. Es un caso sin remedio.
Mientras esperábamos para embarcar en el siguiente avión, se nos sentó al lado un grupo de mochileros con pinta de abertzales sin lavar. Efectivamente, algunos hablaban en vasco cuando estaban tomando asiento a bordo.
El vuelo a Barcelona salió puntual. Tan pronto despegamos me coloqué mi almohada cervical junto con el antifaz turco y dormí hasta que el matrimonio griego que tenía al lado empezó a repetir en voz alta palabras en catalán que leían en su guía de viaje. Me sentó de miedo la siesta.
Los pies de la griega estuvieron demasiado cerca de mi espacio vital, encima de las piernas de su marido. La manicura estaba recién hecha y no despedían ningún tipo de efluvio, gracias a Dios, pero demasiado cerca, demasiado cerca.
Laura, que fue buena chica y se acostó ayer a una hora mucho más prudente que yo, leía en su iPad al otro lado del pasillo.
Aterrizamos en Barcelona a las cuatro y cuarto, hora española. Acompañé a Laura hasta la salida, donde nos despedimos hasta la próxima, que espero sea pronto.
Según le estaba dando un abrazo se me fue la vista hacia el McDonalds que había detrás, donde comí una hamburguesa tan pronto nos separamos. Llevo meses sin pisar un McDonalds, así que no me sentí en absoluto culpable. Cuando estaba a punto de pedir el menú en inglés me habló la chica del mostrador en español y no pude dejar de sonreir. Ya estaba en casa.
Cuando terminé di una vuelta en busca de un enchufe donde enganchar el ordenador para escribiros un rato. Encontré uno escondido detrás de una columna en una zona donde no había un alma. El aeropuerto estaba bastante tranquilo.
Di una vuelta por las tiendas sin comprar nada. Me senté a tomar una Coca Cola en la cafetería donde siempre me siento en el aeropuerto de Barcelona, junto a una cristalera con vistas a las pistas. Por primera vez en una semana pude leer un rato.
A las ocho y veinte apareció en las pantallas el anuncio de que mi vuelo estaba embarcando. Recogí mis bártulos y fui a la puerta B27. Entré la penúltima. Había una chica sentada en mi sitio. Tuve que enseñarle la tarjeta de embarque para convencerla de que estaba en el lugar equivocado.
Aunque intenté seguir leyendo, tuve que renunciar y dar otra cabezada. Tardamos mucho en aterrizar en Sevilla porque había tormenta eléctrica. El piloto tuvo que desviarse y entrar por una dirección diferente a la habitual. Fue todo un espectáculo ver los rayos en la oscuridad mientras dábamos saltos entre las nubes.
Una vez a salvo en tierra las maletas se hicieron esperar bastante porque coincidimos varios vuelos a la vez.
Me esperaba fuera mi taxista favorito. Salió a la vez que yo una individua rubia y gorda a la que esperaba su familia con pancartas. Daban gritos y lloraban. España profunda total.
Llegué a casa después de medianoche. Dejé la maleta abandonada sin abrir, me di una ducha y me abracé a mi cama emocionada.

11 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 8)

Hacia las ocho de la mañana me despertaron unos estornudos inhumanos procedentes de la habitación vecina. Ruso, seguro. Es la primera vez que oigo señales de vida a mi alrededor. La insonorización es estupenda, pero estornudos de ese calibre pueden atravesar una cámara acorazada. Mercedes, que se hospeda tres habitaciones más al fondo, dice que los oyó también.

Me quedé en la cama en estado semi comatoso hasta las nueve menos cuarto.
Bajé a desayunar al comedor de la terraza a las nueve y cuarto. Brillaba un sol ofensivo. Compartí mesa con dos turcas, dos canadienses y una inglesa.
A las diez se reanudaron las sesiones de la conferencia con poca presencia de público. Esto de celebrar la cena de gala el jueves es un tremendo error de cálculo. El año que viene intentaremos volver al viernes como se hacía antes.
Después del descanso para el café apareció el resto del público.
A la una se clausuró la conferencia. Comimos en el buffet de la terraza.
A las dos y media nos dividimos según la visita que habíamos elegido. Yo escogí la antigua ciudad de Curium y la playa de Petra tou Romiou, donde dicen que nació Afrodita.
En las ruinas hacía bastante calor. Hay un teatro demasiado restaurado para mi gusto y los restos de algunas casas.
Camino de la playa pasamos por los terrenos de una base militar británica. La carretera es de la base pero puedes usarla siempre y cuando no te pares para nada. Sólo vimos barracones, una gasolinera y un campo de rugby. Nos dijo la guía que hay un pueblecito inglés, incluso con su propio banco.
Vimos cabras por los montes.
En la playa las suecas inmediatamente se metieron en el agua. Alguien  se preguntó en voz alta si sabrían que no iban a poder cambiarse de ropa pero todo lo tenían previsto. Se escondieron detrás de un arbusto y se quitaron los bañadores. Desde la carretera las hubieran visto perfectamente. Muy sueco todo.
Dicen que si te bañas en pelotas un día de luna llena y le das unas vueltas a una roca que hay muy cerca de la orilla, sales tan guapa como Afrodita.
En el viaje de vuelta se nos sentaron al lado las dos indias. Huelen bastante a sobaquina. Mercedes tuvo que sacar del bolso un perfume en crema para que nos lo pasáramos por las narices con la intención de aliviarnos. Laura nos pidió por favor que no les dirigiéramos la palabra porque al girarse para hablarnos la corriente de aire que se formaba era insoportable.
Volvimos sanas y salvas a las seis de la tarde. En mi habitación se organizó una tertulia con Eleftheria y Anna-María que duró hasta más allá de las siete y media.
Bajamos a cenar a la barbacoa del hotel, donde nos metieron una clavada importante. Nos juntamos más de veinte. Seguía haciendo una temperatura estupenda. Cuando nos echaron de allí tomamos posesión del bar exterior. Allí estaban los padres de Joan la holandesa, que vienen a pasar al hotel dos meses al año, octubre y mayo. No quiero pensar lo que les cuesta la broma.

En el bar junto al hall me reuní después con nuestra presidenta y varias americanas. La broma duró hasta las dos y media. Ahora son casi las tres y cuarto.
Buenas noches desde Chipre.


10 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 7)


Ayer por la noche, cuando intenté conectarme a internet en la habitación, no fui capaz. Llamé a recepción y en diez minutos apareció un fulano tuerto a arreglar el entuerto. Eran casi las dos de la madrugada. Eso es un servicio de calidad.
Otra cosa que funciona maravillosamente son los ascensores. Pulsas el botón y en menos de diez segundos aparece alguno, a pesar de estar el hotel completo. Siempre hay un par de rusos dentro. Nunca los mismos. Esta mañana bajé con una señora mayor y un niño de meses con cara de ruso cabreado.
Lo único sorprendente son los gatos. Se pasean por los jardines y te miran con cara de víctimas cuando estás comiendo sin que nadie haga nada por echarlos.
Otra vez desperté unos minutos antes de que sonara el despertador a las ocho. Bajé a desayunar con más tranquilidad que ayer. A las nueve empezaron las sesiones de la conferencia. Iba a venir a inaugurarla el presidente de Chipre, pero ya se sabe cómo son los presidentes. Nos mandó en su lugar a un ministro con un mensaje escrito en un papel.
Confieso que tuve enormes dificultades para seguir las ponencias porque estaba muerta cadáver por las pocas horas de sueño.
A la hora del descanso trajeron a Ektoras, el hijo de Despina, para que viera a su madre, a la que tenemos secuestrada en el hotel. El tío no se inmutó lo más mínimo cuando se le echaron encima trescientas mujeres a hacerle carantoñas.
Comimos a la una en la terraza del hotel, en el mismo buffet donde sirven el desayuno. Hacía un calor importante. En la sala de conferencias, sin embargo, la pashmina que nos han regalado las holandesas está salvando la vida a la mayoría.
La vista desde la mesa donde estaba comiendo con cuatro griegas y una india era interesante.
Antes de reanudar las sesiones vino Alex la americana a traerme un paquete de Maltesers para hacerme más llevadera la tarde.
Se sentó delante una nigeriana que me quitaba toda la vista con sus pelos. Es la misma que en Montreal iba subida a unos zapatos espantosos de plataforma. Hoy lleva unos parecidos. Es una tía enorme, lleva unas gafas doradas enormes, unos collares enormes, unos anillos de oro enormes y un culo enorme. Después del descanso para tomar café desapareció, así que pude ver a los ponentes sin problema.
A las seis en punto terminamos. Me fui con ocho griegas a tomar un refresco a la terraza y, sobre todo, a que nos diera el aire después de tantas horas metidas dentro.
Birgit y Baby WISTA hicieron acto de presencia por primera vez durante el día. Erik había tenido un día difícil. La madre llegó a pensar en tirarlo por la ventana, abandonarlo en la habitación o darse a la bebida.
Ektoras también vino a vernos. Por fin se conocieron los dos bebés de la conferencia.
A las siete subí a darme una ducha y a vestirme para la cena de gala.
Sobre las ocho salimos en autobuses hacia Carob Mill, un antiguo almacén y molino reconvertido en sala de festejos y varios restaurantes. Fue allí donde cenamos el domingo pasado.
Antes de sentarnos estuvimos sacándonos fotos como recuerdo, las americanas con unas gafas luminosas.
Despina dio un discurso, el ministro de transporte otro, Karin otro más, luego le dieron un premio de agradecimiento a la periodista británica Rose George por haber hecho visible a la invisible industria marítima con su libro “90 por ciento de todo”.
A continuación subieron al escenario unos chicos guapísimos vestidos de esmoquin. Eran un grupo de cantantes suecos a capela con algunos de los cuales no pude evitar fotografiarme para la posteridad.
Mientras cantaban nos comíamos el pan porque había mucha hambre y ya era un poco tarde.
Aparecieron a cenar treinta personas más de las previstas porque varios patrocinadores se presentaron con invitados sin avisar. Tuvieron que improvisar rápidamente más mesas. Misteriosamente hubo comida para todos.
Entre plato y plato se desmadró la situación. Empezaron a bailar en la pista sin esperar a los postres. Se desató la locura cuando sonó “Dancing Queen”, nuestro himno extraoficial.
A la una y cuarto dejamos bailando a las más fiesteras y nos fuimos de vuelta al hotel en autobús, yendo directamente a dormir, sin pasar por la terraza, donde algunas griegas continuaban la fiesta.



9 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 6)

Desperté yo sola sin ayuda de nadie a las siete y veintiocho, dos minutos antes de que sonara el despertador. Me arreglé rápidamente, bajé a desayunar al jardín y me fui a la sala de reuniones donde íbamos a celebrar las sesiones.
Hoy comenzó la conferencia internacional anual de WISTA. ¿Por qué Chipre? Este país es sede de una bandera de conveniencia. Si abanderas tu barco en Chipre, pagas menos impuestos y te acoges a una normativa ligeramente más permisiva que en otros países europeos. Al abrigo de la bandera se han establecido aquí armadores y todo tipo de empresas relacionadas con el sector marítimo, uno de los pilares de la economía local.
Este año somos alrededor de 300. La asociación es my reconocida en el sector local. Hasta nos han dejado colocar un anuncio en el paseo marítimo.
Como todos los años desde que soy la secretaria de la asociación, el miércoles es el día peor para mí porque tengo que estar pendiente de la logística de las ponencias y hablar en público, que me aterra.
Comí poco y rápido para seguir organizando cosas, pero tuve tiempo de saludar a todo el mundo en el buffet. Es guay encontrarse con las amigas un año tras otro.
Tenemos esta vez al delegado más joven de la historia, segundo hijo de la noruega Birgit Liodden. Lleva un mes paseándolo por toda Europa y el tío ni se inmuta. Antes le tocó a su hermano mayor viajar, aunque nunca coincidió en una conferencia nuestra.
Durante las sesiones de la tarde se presentaron los nuevos países donde se ha establecido WISTA, como Sri Lanka o lslas Cayman.
Fijaos lo fácil que es montar un chiringuito en las Islas Cayman, que el año que tardamos en España en constituir la asociación oficialmente, con registro en el ministerio, obtención de NIF y apertura de cuenta corriente, lo han reducido ellas a un mes.
Las holandesas cada año nos hacen un regalo naranja. Esta vez ha sido una pashmina chulísima que todo el mundo se puso por la tarde porque hacía un frío terrorífico en la sala. Confieso que yo hoy estaba tan liada que ni frío ni calor. Mañana sí pienso llevarla conmigo porque voy sólo de oyente.
WISTA Turquía nos puso al día de la conferencia anual que celebraremos en Estambul el año que viene, y WISTA USA presentó la propuesta de celebrarla en 2016 a bordo de un crucero saliendo de Miami y haciendo escala en Bahamas. Suena a cachondeo pero de verdad que se hacen conferencias a bordo y se trabaja. Además, te ofrecen la oportunidad de visitar el puente, la sala de máquinas y el sistema de gestión de residuos con los oficiales al cargo explicando el funcionamiento de todo.
Terminamos cerca de las seis de la tarde con un video que presentó Imelda, la presidente de WISTA Filipinas, sobre el proyecto de ayuda a las víctimas del tifón Haiyan en el que WISTA participó. En él aparecen dando gracias a la asociación los niños del colegio que se construyó con los fondos recogidos. La mitad de la audiencia acabó soltando más de una lágrima de emoción.

Subí a la habitación a soltar todos los bártulos y a sentarme un rato a descansar. A las siete y media nos recogieron cinco autobuses para ir a la marina  para el cóctel de bienvenida. Antes de partir me saqué una foto con las otras infectadas. Tienen las manos ásperas como si trabajaran en el campo en lugar de en una oficina.
Pillar un canapé estuvo difícil, así que al volver al hotel tuvimos que ir a los jardines a cenar algo. He de confesar que yo sí me hice con unos cuantos canapés y pasteles de chocolate, así que no tuve que comer nada.
Estuve intentando meter miedo a Baby WISTA, pero como el chaval todavía no enfoca, no hubo manera.
A la una de la madrugada dimos por finalizada la jornada.





7 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 5)

A las seis y cuarto desperté sin remedio y me levanté a contemplar la salida del sol, que aquí aparece más temprano de la cuenta y como no hay persianas pasa lo que pasa.
Estuve escribiéndoos y preparando varias cosas de la conferencia de WISTA. A las ocho y media bajé a desayunar al jardín. Andaba por allí la señora inglesa que todo lo controla y que me dijo que no trabajara mucho hoy. ¿Cómo sabía que iba a trabajar hoy?
Los rusos ya estaban tostándose al sol vuelta y vuelta.
A las nueve y veinte vino Despina en un Porsche Cayenne a recogernos junto con un taxi para llevarnos a la sede de la cámara de navegación chipriota donde íbamos a celebrar la reunión del comité ejecutivo de WISTA.
Yo hice el trayecto en el taxi. Dejo para otra ocasión lo de subirme a un Porsche Cayenne. Aún no me he repuesto de la emoción del Maserati.
Al pasar por una iglesia, el taxista se estuvo santiguando hasta que la perdimos de vista.
Estuvimos reunidas hasta las tres y media de la tarde tratando asuntos de la asociación. Comimos en la misma mesa de reuniones para no perder tiempo.
Tosan la nigeriana tuvo que ponerse las medias y una pashmina por encima de los hombros porque estaba muerta de frío. Es de sangre tropical. Hoy disfrutamos de 27ºC.
Cinco volvimos al hotel y otras dos se quedaron por el centro para hacer una visita a un cliente.
En el hall del hotel nos encontramos con varias miembros de la asociación. Hicimos el registro para la conferencia y nos asomamos a ver cómo estaban preparando la sala de reuniones.
Subí a la habitación a descansar un rato y darme una ducha.
Apareció a visitarme Halime, la presidente de WISTA Turquía, con una caja de 640 gr de chocolate que hay que partir con un martillo. Es vox populi que soy adicta al chocolate.
Estuvimos enviándonos selfies por Whatsapp con Nuvara, que no ha podido venir porque tiene un bebé de meses que requiere su total atención.
Encima del escritorio descubrí una caja de aspecto sospechoso. Dentro había dulces que estuve devorando sin piedad. Hay que terminarlos antes de marchar porque no me van a caber en la maleta.
Según tenía comida la mitad de la caja empecé a pensar que era el momento jacuzzi. Ahora o nunca, me dije. Así que llené la bañera y estuve allí metida hasta que se paró solo. No sé si me lo he cargado o tiene un sistema para que la gente no se muera dentro.
A las siete bajé al hall a reunirme con las demás miembros del comité ejecutivo y las presidentes de todos los países WISTA presentes para la conferencia con el fin de asistir a la cena de presidentes que este año celebramos en casa de Despina, en la mansión de Despina. No sé qué me ha gustado más, si el Maserati, la casa, el hijo o el marido.
Se puede tener mucho dinero y ser un hortera absoluto o tener un gusto exquisito como es el caso.
La casa está en una colina con vistas al mar. Es una construcción moderna de hormigón con enormes ventanales, piscina, jacuzzi, jardín japonés y dos sirvientes filipinos.
Sirvieron un buffet junto a la piscina. Seguimos con una temperatura perfecta, tanto de día como de noche.
Sobre las once, después de sacarnos mil fotos, volvimos al hotel en el mismo autobús que nos llevó.
Hubo quien siguió la fiesta en la piscina del hotel, pero como a mí me espera un día duro mañana, me fui a recuperar fuerzas.
Estoy pensando que va a ser duro volver a la vida de clase media.

Una cateta en Chipre (Día 4)

Siete y diez de la mañana. Me cago en las campanas de las iglesias ortodoxas.

Para quien no lo tenga bien situado en el mapa, Chipre se encuentra justo debajo de Turquía. Si por un golpe de mala suerte Turquía se cae al suelo, se lleva Chipre por delante. Al este están Líbano y Siria, al sur Israel (¡Hola, Vilma!) y Egipto. A las americanas las pone un poco nerviosas estar tan cerca de Oriente Medio.

Después de recoger el equipaje, desayunar y ser acosada en dos ocasiones por el servicio de limpieza del hotel, bajé a recepción a despedirme y tomar un taxi rumbo al hotel Four Seasons, donde se va a celebrar la conferencia internacional anual de WISTA. El hotel se encuentra en la zona turística de Limassol, donde hay un hotel de lujo detrás de otro junto al mar.

Por el camino pude observar que el paisaje es seco y rocoso, muy apropiado para las cabras, aunque no he visto ninguna de momento. Sin embargo, tienen que estar escondidas en algún sitio. Si el padre de Makarios estaba en el negocio de la cabra, haberlas haylas.

Al llegar al hotel mi maleta desapareció en manos de un botones. Me acompañaron hasta el mostrador de recepción, me dieron una toalla húmeda para limpiarme las manos que no tenía sucias, me ofrecieron un zumo de bienvenida, me invitaron a desayunar por cuenta de la casa y se deshicieron en disculpas por no tenerme la habitación lista a las diez de la mañana. Salí al jardín a sentarme con mi segundo zumo de mango. Allí me encontré con Joan, la presidente de WISTA Holanda, que es la reina del baile y está como unas maracas. ¿Os acordáis del objeto flotante que confundieron con un avión hundiéndose este invierno? Pues ella es la dueña de la empresa de remolques que transportaba aquello.

Al rato apareció Katerina, la griega miembro del comité ejecutivo de WISTA. Estuvimos charlando junto a la piscina. Luego se nos unió Alex de Estados Unidos.

A la una y media fui a tomar posesión de mi habitación. Mi maleta apareció por allí por arte de magia. Tengo jacuzzi y unas vistas espectaculares.

Las americanas no dejan de decir que se van a bañar en el océano, que si el océano para arriba, que si el océano para abajo. No se hacen a la idea de que estamos a orillas del Mediterráneo. Que ellas no tengan mares no significa que no existan.
Según fui sacando la ropa de la maleta me fue dando una taquicardia. Llevaba allí dentro desde el jueves por la noche y estaba impresentable. Llamé a recepción para que me subieran una plancha y una tabla, que fueron entregadas a los cinco minutos de llamar.

Tuve que bajar al jardín sin haber solucionado el problema porque me llamaron al orden. Habían llegado Karin, Jeanne y Kathi de hacer submarinismo en Larnaca y querían comer inmediatamente.

El servicio del hotel es exquisito. Están constantemente encima, te colocan la servilleta en el regazo, te acercan la silla cuando te vas a sentar, aparece de vez en cuando una señora inglesa a preguntarte si estaba bien lo último que habías pedido. Nos tiene a todos perfectamente controlados. Da un poco de miedo.

Después de comer se nos acabó la fiesta. Karin nos llevó a Jeanne y a mí a su habitación y nos tuvo trabajando toda la tarde. Es una máquina.

Me dio el tiempo justo de volver a la habitación para darme una ducha, planchar muy por encima toda la ropa, contestar a los ciento cincuenta mil correos electrónicos de WISTA que había recibido durante el día, y bajar a encontrarme con ellas para cenar a dos hoteles de distancia.

Me temo que el jacuzzi se va a quedar sin estrenar porque a partir de ahora empieza la locura.
Encima de la cama me encontré el pijama perfectamente preparado para cuando fuera a acostarme. Me recordó a la foto que nos envió Karin cuando estuvo haciendo submarinismo en Egipto. Le dejaban las toallas encima de la cama haciendo figuras.
Estuvimos bebiendo champán francés y Coca Cola mientras nos reuníamos todas y nos preparaban la mesa para la cena. Hacía una temperatura excelente.
Apareció Parker, que ha venido sola desde Estados Unidos con los huesos de un pie rotos, teniendo que coger tres aviones. Se transporta en un artefacto curiosísimo donde apoya la rodilla como si fuera en patinete. Por supuesto, todas tuvimos que probar cómo funcionaba aquello.

Se nos unió Despina, nuestra anfitriona para la conferencia. Se sentó a mi lado. No sé qué fue lo que más me impactó cuando dejó sus cosas sobre la mesa, si el iPhone 6 Plus o las llaves del Maserati.
Fuimos la mesa más ruidosa del restaurante. Justo al lado cenaba un grupo de sacerdotes rusos que rezaron una oración al levantarse de la mesa, no sé si por la salvación de nuestras almas después de oír los chistes verdes que nos contaba Alex y que casi nos hacen caer al suelo de la risa.

A las doce levantamos el campo porque mañana algunas de nosotras tenemos que madrugar.

Por supuestísimo, yo volví al hotel en el Maserati. ¿Cuándo voy a tener yo otra oportunidad de subirme a un Maserati, aunque sea para recorrer trescientos metros?

6 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 3)

Ocho menos diez. Sonaron las campanas de una iglesia cercana. Abrí un ojo y me quedé ciega de la luz que entraba por el ventanal de la terraza.
Este viaje a Chipre no me hacía ninguna ilusión, ninguna. De hecho, hace dos años tuve oportunidad de venir a WISTA Med y no hice ningún esfuerzo. En mi más tierna infancia sufrí un trauma del que no he llegado a recuperarme nunca. Mi trauma se llama Arzobispo Makarios. Este individuo, hijo de un pastor de cabras y etnarca de la comunidad grecochipriota, aparecía en la pantalla de nuestro televisor todos los días en todos los Telediarios en blanco y negro, que da mucho más miedo. En casa no nos permitían ver las películas de dos rombos, pero estábamos presentes en obligado silencio a la hora de los Telediarios, bastante más terroríficos que cualquier película de ficción.
El tal Makarios estaba metido en muchos líos a principios de los 70. Salía vestido de negro, con un gorrito negro y rodeado de mucha gente cabreada. Me causaba escalofríos cada vez que aparecía en la pantalla.
Aprovecho para contaros mis otros traumas televisivos, ya que estamos:
2- El terremoto de Nicaragua en  1972. Escombros y muchos niños de mi edad llorando llenos de polvo. Un recuerdo imborrable.
3- El asesinato de Carrero Blanco en 1973. Yo me preguntaba por qué había un agujero en el suelo y un coche en lo alto de un edificio y por qué el coche no estaba en el fondo del agujero. No tenía yo muy controlado entonces cómo funcionaba una explosión.
Debe de ser por todo esto que no veo televisión.
Por otro lado, he tenido que montar el circo de la cabra para llegar a Chipre porque Iberia se empeña en que no vuele con ellos. Han eliminado el vuelo de las siete de la mañana a Madrid, lo cual hace imposible conectar con cualquier vuelo diurno a casi cualquier destino. La otra opción era pasar la noche visitando cuatro aeropuertos para llegar a Larnaca a  las nueve de la mañana hecha un trapo. Faro/Londres/Larnaca era la opción menos salvaje y más económica.
Ayer no me quedé a dormir en Larnaca porque lo único que hay que ver allí es la iglesia de San Lázaro. Lázaro se murió allí definitivamente y parte de su cuerpo está enterrado en esa iglesia. Digo parte de su cuerpo porque ya sabéis la costumbre que tiene la iglesia de repartir brazos y piernas de santos por ahí para que todo el mundo tenga su relicario.
Una vez me armé de valor para salir de la cama, me asomé a la terraza a ver un poco el vecindario. Observé que todas las viviendas cuentan con sistemas de energía solar y que la mayoría de las edificaciones bajas tienen la ferralla a la vista, como si fueran a seguir edificando más plantas.
Encima de la mesilla de noche hay una hoja plastificada explicando a los huéspedes que las toallas están para secarse, no para limpiar los zapatos. ¿Qué tipo de gente se hospeda aquí?
A las diez me llamaron a la puerta para rellenar el minibar. Que digo yo que un domingo a las diez de la mañana es un poco temprano para eso.
A las once menos cuarto salí a la calle. Seguía aparcado en la puerta el coche de la boda de ayer, ya sin lazo en el techo. Supongo que les habrá hecho mucha gracia que les llamaran para rellenar el minibar después de acostarse a las tantas.
Eché a andar hacia el paseo marítimo. Todo me resultaba más que familiar, y es que esto es muy parecido a Portugal. Hay un aire semi cutre cuando te alejas de la zona turística o de las carreteras principales. Eso sí, no me crucé con ningún carro tirado por un burro como es costumbre en el país vecino.
El paseo marítimo es más largo que un día sin pan. Tardé una hora en llegar a la zona antigua de Limassol bajo un sol abrasador. Había mucha gente en la playa, pero todo gente de medio pelo. Mucho ruso, muchos grupos de mujeres filipinas e indias que supongo serán servicio doméstico con el día libre. La arena era parduzca y no había demasiado espacio entre el paseo y la orilla.
En la acera de enfrente, delante de un edificio de apartamentos de lujo, había aparcados varios carromatos.
Por aquí pasó Ricardo Corazón de León camino de las cruzadas después de los Bizantinos y antes de los alemanes, los mamelucos, los venecianos, los otomanos y los ingleses. Ahora están los rusos, pero extraoficialmente.
Los ingleses dejaron los volantes a la derecha, los almacenes Debenhams, los mismos semáforos que te encuentras en Londres y los pasos de cebra, aunque los respetan tanto como si fueran españoles. De los mamelucos no he sido capaz de identificar nada.
Cuando ya desesperaba un poco de tanto andar, vi que me encontraba en la zona de la catedral ortodoxa, donde se celebraba un bautizo cuando entré. Está construida sobre los restos de un templo bizantino, pero es completamente moderna, sin ningún interés especial.
Hay tal mezcla de culturas que te puedes encontrar una iglesia anglicana, una armenia, una católica, una ortodoxa, una evangélica, una copta y una mezquita. Y no se prenden fuego unas a las otras.
Di un paseo por lo que llaman el “old town”, que es “old” de viejo no de antiguo, porque está todo que se cae a pedazos. Las zonas mejor conservadas son aquellas donde se han instalado los restaurantes y los bares de copas.
Estuve en el castillo medieval, que no ofrece gran cosa, excepto cuatro piedras antiguas y un par de cañones.
Como había quedado para cenar, hice el esfuerzo de comer temprano aunque aún no tenía mucha hambre. Encontré un sitio muy chulo decorado con paraguas. Parece ser que aquí llueve poco, así que les han encontrado una utilidad diferente a la habitual.
Comí souvlaki con pan de pita, arroz y ensalada mientras sonaba música de Amparanoia. El souvlaki son los pinchos de carne. Era de cerdo y no estaba marinado. No fue un éxito. Los he comido mucho más ricos.
Al terminar fui a reservar mesa para la cena en un sitio muy chulo que había visto anteriormente.
Fui caminando hasta la marina. Hay zonas que están aún en fase de construcción. Es espectacular. Había atracados unos cuantos yates de tamaño grande y uno enorme en una zona a la que no se podía acceder sin permiso.
Y con esto quedó visto todo lo que había que ver en Limassol.
Volví sobre mis pasos hacia el hotel. Entré en un par de tiendas de souvenirs que son como museos de los horrores. No se salvaba absolutamente nada. Venden cerámica cutre, guerreros de cobre de la Grecia antigua, paños de cocina con “Cyprus” bordado en colores, toallas de playa con fotos de burros y un sinfín de objetos inútiles horrendos.
Tardé cincuenta minutos en llegar al hotel a paso de tambor sudando como un pollo. Tenía en el móvil una llamada perdida de Laura Ramil, una gallega que vivió diez años en Limassol, hasta que hace poco decidió cambiar de aires por motivos que no vamos a explicar aquí. Es miembro de WISTA Chipre y nos conocimos en París hace dos años. Quedé con ella en el hall del hotel, previo paso por la ducha.
Estuvimos un rato charlando junto a la piscina, hasta que pasaron a recogerla sus familiares. Yo subí a la habitación a descansar un rato.
Laura me explicó lo de la ferralla de las casas. Parece ser que no empiezas a pagar el IBI hasta que la edificación de tu casa está finalizada. Si dejas la ferralla al aire puedes decir que aún no terminaste de edificar la planta superior, así que estás exento del pago por los siglos de los siglos. Partida de chorizos.
A las ocho menos cuarto bajé a pedir un taxi. Mientras llegaba estuve charlando con el botones, un señor muy simpático que trabajó en Sony hasta que explotó la crisis aquí.
Llegué al punto de encuentro cerca del castillo con cinco minutos de antelación, pero tuve que esperar otros quince a que llegaran las demás, Karin, Jeanne, Kathi y Alex, que son nuestra presidente holandesa, la americana que está en el comité ejecutivo, la alemana directora de INTERTANKO y la presidente de WISTA USA. Las tres primeras son unas locas del submarinismo y llevan aquí desde el viernes practicando sus locuras. Alex llegó esta tarde procedente de Florida, donde vive con sus iguanas.
Cenamos en una terraza junto al castillo. Por fin pude probar el halloumi, un queso de cabra y oveja de aspecto gomoso que es mejor hacer al grill porque crudo no hay quien lo coma. Me encantó.
A las once y media nos subimos las cinco a un taxi (sí, no es la primera vez que lo veo aquí) porque Jeanne se negó a que me fuera yo sola. Tuve que ir sentada en los brazos de las otras tres que fueron en el asiento de atrás. Me depositaron sana y salva en mi hotel y siguieron ruta hacia los suyos.
Quince minutos más tarde entraba en coma profundo.