26 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 9) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα



Desperté a las siete y media. Me quedé en la cama con los ojos cerrados hasta que a las ocho sonó una alarma en la calle, a continuación el móvil de Despina, los pasos de Despina corriendo hacia el teclado de la alarma. No fui yo, esta vez no fui yo. Tatsoula abrió la ventana de su habitación sin desactivarla.
Alucinante lo rápido que llamaron a Despina desde la empresa de seguridad.
A las diez nos reunimos las cuatro en la cocina a desayunar en la pesada mesa de madera que ayer estuvimos cambiando de sitio. Ahora está mucho mejor.
Nos asomamos a ver la casa de enfrente, donde según el marido de Despina, vive una actriz porno. Lleva las domingas operadas, tiene siempre las persianas bajadas, y guardaespaldas las 24 horas. El retrete portátil que se ve en la foto es para que no tengan que entrar en la casa a molestarla.
A las doce menos cuarto me levanté a cerrar la maleta. Según el pesador de maletas, se pasaba en kilo y medio del límite permitido. Va llena de chocolate y objetos varios que me han regalado.
A las doce menos cinco minutos, en una demostración de puntualidad desconocida en este país, María Christina y su marido aparecieron a recogerme en un BMW con tapicería de cuero color vainilla para llevarme al aeropuerto. No había apenas tráfico en la carretera. Tardamos un poco menos de media hora.
Niko se quedó en el coche mientras nosotras íbamos dentro con mi maleta y la caja de bombones Leonidas que me regalaron como despedida. ¿Qué habré hecho yo para merecerlos?
Facturé entre los primeros viajeros, después de una excursión de zangolotinos madrileños acompañados de sus profesores.
Después de dar una vuelta por las tiendas, fui a mirar los paneles para buscar la puerta de embarque. Nos anunciaban un retraso de una hora y cinco minutos en la salida del vuelo de Iberia.
Me senté pacientemente a esperar. 
Estuve dándole vueltas a la foto que saqué ayer mientras desayunábamos en el resort. ¿Para qué se molestan en hacer una puerta y unas escaleras que conducen a un estanque lleno de agua y piedras?
A las cuatro menos cinco apareció por la pista nuestro avión procedente de Madrid. Salieron de allí con retraso por culpa de una reparación.
Nos embarcaron a las cinco menos veinte y salimos a las cinco. 
A mi lado se sentaron dos portugueses que durmieron con la boca abierta y que no me ofrecieron ninguna anécdota sabrosa para contaros.
A mi alrededor viajaba un equipo de trabajo que tenía toda la pinta de ser del rodaje una película. Eran de varias nacionalidades. El que se sentaba delante de mí se dedicó a hacer ejercicio sin levantarse del asiento. Lo mismo se elevaba sujetando su peso sobre los brazos apoyados en los reposabrazos que hacía estiramientos. Pero el campeón fue el de mi derecha. Un verdadero profesional de los viajes. Iba perfectamente equipado con auriculares de los que suprimen en ruido externo y un antifaz de nivel.
Aterrizamos en Madrid a las siete y cinco, ya en hora española. Debió de meter la sexta el piloto porque recuperamos más de media hora del tiempo perdido en Atenas. 
Gracias a que la puerta de embarque del vuelo de Sevilla estaba justo enfrente de la salida del vuelo de Atenas no perdí la conexión. Entré la última a bordo. 
Me senté junto a una pareja que no se dirigió la palabra en todo el camino. Es lo que tiene volver medio muerto de las vacaciones.
Dos filas por delante de mí iba sentada una pareja que conozco y no veía desde hace años, tantos que no les conocía a los dos hijos que llevaban consigo. El pequeño nos dio el viaje, primero hablando sin parar y luego llorando porque se quería sentar junto a su mamá.
Aterrizamos en Sevilla con diez minutos de adelanto. 
Mi maleta no llegó a salir nunca de la cinta de equipajes. Ha decidido continuar las vacaciones por su cuenta. La de la monja sí llegó. Digo yo que será porque tiene enchufe. Y yo me pregunto, ¿no es un poco sospechosa una monja que viaja sola y con tanto equipaje? ¿Cuántos hábitos y pares de bragas necesita una monja?
El chico del mostrador de reclamaciones fue muy amable y eficaz. Me informó de que, por el momento, no hay noticias de la huida. 
Los bombones Leonidas estaban a salvo en mi mochila, por lo que no me preocupé mucho por la desaparición. Ya volverá la muy traidora. Esto le va a costar acabar en el contenedor de basura. 
Mi taxista favorito me esperaba pacientemente en la salida. Nos tomamos un refrigerio antes de emprender el camino a casa con la puesta de sol frente a nosotros.
El estómago bien, gracias.
Buenas noches desde mi casa.









Una cateta en Grecia (Día 8) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

A las cinco de la mañana desperté de repente. Inmediatamente supe que el demonio me había poseído y tenía que salir de mí como fuera. 
Me encerré en el cuarto de baño para no molestar a Nuvara y esperé hasta que salió por casi todos los orificios de mi cuerpo al cabo de una media hora.
Nuvara se despertó y me preguntó si necesitaba algo desde detrás de la puerta. Tardé un poco en contestar porque tenía la boca ocupada. 
Volví a acostarme cuando me encontré en condiciones. No tardé mucho en entrar en coma hasta las siete y media. A partir de esa hora estuve despierta aguantando para descansar un poco más. A las ocho y media nos levantamos. Mientras Nuvara cerraba su equipaje os estuve escribiendo.
A las diez fuimos a desayunar. Muchas miembros de WISTA estaban en la terraza disfrutando del sol y sus cafés. 
Anna-María, Vivi, Nuvara y yo compartimos mesa con los pájaros, a pesar de haber pasado por allí el halcón a poner orden.
Comí un par de rebanadas de pan y un zumo de manzana. Descubrí un recipiente gigantesco con crema de praliné que tendría que haber descubierto ayer en lugar de hoy. Me sentí incapaz de comer chocolate. Así de mal me encontraba.
Después de hora y media de desayuno charlando con unas y otras, fuimos a cerrar el equipaje y hacer el check out. Tardamos un rato largo porque era la hora límite para dejar las habitaciones.
Nuvara subió al coche de Anna-María, Despina llevaba en el suyo a Anna, Tatsoula y mi maleta, y yo subí con Vivi. 
La idea era parar todas a ver el canal de Corinto, pero las del coche de Despina se despistaron por el camino. 
Estuvimos sacando fotos y un video de un quimiquero saliendo del canal camino de mar Egeo. Con esto cumplo con todo lo que tenía programado hacer en Grecia durante este viaje.



El Canal de Corinto une el golfo de Corinto con el mar Egeo, y a la vez separa el Peloponeso del resto de Grecia. Mide apenas 6 kilómetros de largo y fue construido en el siglo XIX, aunque llevaban desde el siglo VII a.C. intentándolo. Tuvieron que venir unos ingenieros franceses con dinamita de la buena para llevarlo a buen término. Sólo los barcos pequeños pueden atravesarlo, porque tiene un ancho de 21 metros y un calado de 8. Aún así, el tránsito es constante. Te ahorras un rodeo de 400 kilómetros alrededor de la península del Peloponeso.
Nos sentamos en la terraza de un restaurante de mala muerte pero con una vista privilegiada a la salida del canal. Hay un puente que se hunde para dejar pasar los barcos. Cuando sube, vuelve cargado de peces sorprendidos en el momento más inoportuno.
Las cisternas del baño y los grifos de los lavabos se accionaban pisando un botón en el suelo.
Comimos souvlaki  y patatas fritas. Me entró muy bien.
Nos reímos muchísimo cuando Vivi nos contó que en su familia hay un miembro que saca fotos a los muertos. Cuando murió un pariente, todos tuvieron derecho a un pendrive con el reportaje fotográfico.
A las cuatro y media nos despedimos de Vivi, que se quedaba por la zona para poder votar mañana en su pueblo. Seguí el camino en el coche de Anna-María.
La expedición del coche de Despina y mi maleta habían llegado a destino cuando nosotras aún estábamos saliendo de la zona de Corinto. 
No paramos a ver la ciudad por falta de tiempo y porque los corintios son gente de vida disipada. San Pablo les tuvo que escribir unas cartas para llamarlos al orden.
Estando en el coche nos llamó la madre de Anna-María, que se acababa de bajar del Celebrity Edge en el puerto de Civitavequia. Me estuvo contando que habían tocado puerto en Bilbao y La Coruña. 
Anna-María acelera cuando un semáforo se va a poner en rojo y maneja el teléfono mientras conduce.
Dejamos a Nuvara en la puerta del aeropuerto, con el tiempo justo para facturar y tomar su avión a Estambul. Nosotras nos dirigimos a Glyfada para encontrarnos con las chipriotas en casa de Despina, que tiene vivienda en Limassol y aquí. 
Flipé con la chabola. Es un dúplex con un salón espectacular, cuatro dormitorios en la parte de arriba y una enorme terraza. 
En la cocina estuvimos charlando y cambiando los muebles de sitio siguiendo instrucciones de Anna Vourgos.
Anna-María se despidió de nosotras sobre las ocho y media para volver a su casa en Kifisia.
Como teníamos reservada mesa para cenar a las nueve, salimos de casa con tiempo para llegar a las nueve y cuarto.
Cenamos en la terraza de un restaurante de pescado. A las diez se nos unió María Christina, que vive cerca, en Voula y tuvo la amabilidad de invitarnos a todas.
A Tatsoula se le murió un hijo hace seis años. Cuando se acuerda de él se le saltan las lágrimas y a todo el mundo alrededor igualmente. Esta vez, sin embargo, pasamos a la risa floja de inmediato, y así seguimos hasta llegar de vuelta a casa a la una y cuarto paseando por la zona residencial.
Anna, que tiene risa de fumadora muy contagiosa, dijo una frase en dialecto chipriota, de la que únicamente entendí la palabra “Satanás”. Le pedí que tradujera al inglés lo que había dicho. Me contestó que estaba hablando de su suegra.
Despina nos pidió que dejáramos la luz del salón encendida. Todos los vecinos lo hacen como medida para despistar a los ladrones.
En las zonas de clase alta hay bastante protección. Se dan casos de robos y secuestros a armadores millonarios.
Antes de acostarnos nos dio instrucciones de cómo desactivar la alarma, para que no acabara pasando como en casa de María.
Buenas noches desde Atenas.




25 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 7) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

Dormí pocas horas pero muy bien. La cama es cómoda y no sentí a Nuvara en toda la noche.
Antes de salir a desayunar, se dedicó a perseguir a una mosca por la habitación para sacarla por la puerta del jardín sin matarla. Nuvara es incapaz de matar una mosca, literalmente.
Gracias a Dios, la zona de desayuno está a pocos metros de nuestra habitación. Caso contrario, probablemente me habría perdido por el camino. 
Pocas miembros de WISTA estaban levantadas temprano. Una alemana que vive en Chipre me estuvo contando que algunas acabaron bailando en una discoteca del resort hasta las dos y media. Parece ser que hay aquí un congreso de hombres portugueses y que se les saltaron los ojos de las órbitas cuando se enteraron de que hay un congreso de ciento y pico mujeres. Va a ser que no, queridos.
Por razones que desconozco, se paseaba por el comedor una señora con un ave rapaz tranquilamente posada en su brazo.
Mi estómago parece estar de nuevo en su sitio, así que me arriesgué con un huevo escalfado, una tostada y una galleta. Viviendo peligrosamente.
Fui a registrarme para la conferencia. Como era temprano, di un pequeño paseo por el resort. Aquí te pierdes y no te encuentran en años. Tengo la teoría de que puedes no volver nunca a casa y nadie se va a dar cuenta. Desayunas fuerte, te duchas en la piscina, mantienes un perfil bajo todo el día y luego duermes en cualquier rincón de este laberinto, sobre una hamaca o una butaca. Se puede entrar y salir desde la playa privada sin que controlen.
No gano para broncas. María Christina me obliga a corregir que no llegó 20 minutos tarde ayer a recogerme, sino 8. Queda dicho, María Christina. Continúo.
Haciendo honor a la puntualidad griega, la conferencia comenzó a las diez y veinte. La puerta de la sala permaneció cerrada hasta esa hora porque no estaba lista para recibirnos.
Me gustó mucho la organización en mesas redondas
Mientras los primeros ponentes hablaban, saqué el ordenador para trabajar un rato.
A las doce y media, quince minutos tarde,  hicimos la pausa del café, que aproveché para bajar a mi habitación a dejar el ordenador y los regalos que me han hecho. 
La segunda parte de la conferencia se retrasó hasta casi las cuatro, y luego nos llevaron a todas al jardín a sacar una foto, de modo que comimos casi a las cuatro y media. Sirvieron un buffet no muy variado pero bastante sabroso.
Nos sentamos en el exterior, repartidas por las mesas con butacas.
Alguien explicó el motivo por el cual una señora se pasea con un halcón en el brazo. Esto parece la película de  Los Pájaros pero en dibujos animados, porque no dan nada de miedo. Los hay por todos lados y tienen la cara durísima. Se suben a la mesa a picotearte la comida con total tranquilidad. El halcón sirve para que no se acerquen a comerte el desayuno.
Sobre las seis fui de exploración con Vivi. Nos perdimos varias veces. Vimos las tiendas, las piscinas y nos acercamos a ver la playa. No bajamos porque yo llevo calcetines.
Al volver, paramos en una de las terrazas a tomar un gin tonic y un zumo con Anna, otra de las víctimas del vino tinto. 
Le pregunté qué opinión le merecían sus zapatos a su perro chiguagua. Dice que los considera otras mascotas de su dueña.
No os he contado que Vivi colecciona gafas. Cuanto más originales, mejor. Hoy llevaba unas con un ojo redondo y el otro cuadrado. Ayer, cuando viajamos, llevaba unas en tonos pantalón vaquero, a juego con su ropa. Recuerdo haberle visto unas de terciopelo.
A las ocho volví a la habitación para prepararme para la cena. 
Nuvara me ha regalado una variedad de dulces turcos. Este año me ha traído uno que no había visto nunca. Es una cuerda a la que están pegadas unas nueces recubiertas de una goma hecha con el jugo de la uva. Original y riquísimo.
La cena, que tenía que haber empezado a las nueve, comenzó a las diez menos cuarto. En la espera nos estuvimos sacando fotos todo el mundo con todo el mundo. Aquí aparezco con Sadan Kaptanoglu, la nueva y primera mujer presidente de BIMCO, estrella del evento.
En la mesa de la cena me tocó sentarme sólo con dos personas a las que no conocía de antes. Lo pasamos muy bien.
Sin esperar a terminar el postre, el disc jockey, que nos había deleitado con música de jazz durante toda la cena, dio comienzo al baile poniendo Dancing Queen, el himno no oficial de nuestras fiestas. Como siempre, todo el mundo se lanzó a la pista a darlo todo.
La noche acabó con el tradicional sirtaki, bailado por las griegas y las chipriotas.
De la sala de la cena pasamos unas cuantas a una de las terrazas a beber margaritas, whisky, gin tonics y cosas por el estilo. Yo no.
A las tres de la mañana nos fuimos a la cama.
Buenas noches desde Costa Navarino.










24 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 6) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

Hoy nos lo tomamos tranquilamente. Nos levantamos sobre las nueve, desayunamos y estuvimos recogiendo, María para irse a su isla y yo a Costa Navarino para la conferencia WISTA Med que comenzaba hoy.




María no puede asistir porque debe estar presente en el final de la campaña electoral. Os conté anteriormente que se presenta a las elecciones municipales.
En Grecia no se puede votar por correo como hice yo la semana pasada. Su partido ha fletado un avión para llevar a votar a todos los paisanos que viven en Atenas. Aunque no residan allí, pueden elegir mantener su colegio electoral.
A las once había quedado María Christina en recogerme. Llegó 20 minutos tarde, no por su culpa, sino porque se encontró con lo que ella llama el camión de la caca. Me envió una foto como justificante. Os cuento esto porque me dijo que si ponía en el blog que había llegado tarde, me mataba. Mátame, María Christina.
Su mini coche tiene asientos traseros que se abaten para dar espacio a mi maleta. Es increíble que una cosa tan pequeña dé para tanto.
Nos despedimos de María y  salimos hacia Vouliagmeni, donde había quedado con Vivi a la una. 
Por el camino, entramos en dos marinas a ver los yates. En la primera estaban atracados algunos gigantescos, cuyos propietarios me fue enumerando. En la segunda eran más modestos, de los que vemos en nuestros modestos clubes náuticos. 
Fuimos a conocer a su hijo, un chico encantador que hoy no fue a la universidad para evitar encontrarse con los alborotadores que están protestando por el terrorista asesino.
Paramos en Glyfada para ver el mercado callejero de los jueves y la iglesia de Agios Konstantinos & Elenis.
Ya en Vouliagmeni, nos sentamos en un restaurante al borde del mar, restaurante que enseguida identifiqué porque había comido allí en 2010.
Al poco de llegar, se nos unió el capitán Niko, su marido. Picoteamos algo mientras charlábamos acompañados de un pajarito.
A la una y cuarto, tarde, María Christina me acercó en el mini coche hasta el edificio de oficinas de Thenamaris, donde trabaja Vivi. Entré a saludar un momento a sus compañeros. 
Sobre las dos menos cuarto partimos con destino a Costa Navarino en el Peloponeso. Tardamos tres horas y cuarenta minutos. Paramos por el camino en una zona de servicio donde nos encontramos con otras miembros de WISTA. Desde varios coches nos íbamos mandando mensajes contando por dónde íbamos.
Atravesamos el canal de Corinto. La diferencia en la vegetación al entrar en el Peloponeso es inmediata. Se pasa de una zona árida y rocosa a otra verde, con montes de cierta altura.
Al pasar por el desvío que conduce a Esparta me pregunté si los espartanos siguen luciendo tableta en la barriga. Me voy a quedar con la duda.
Costa Navarino es un resort construido por un armador nacido en Kalamata. Pasó de ser un niño de la calle a multimillonario.  Se compone de un laberíntico conjunto de pequeños edificios con campo de golf, tiendas, restaurantes y zonas lúdicas, todo de muy buen gusto. La reina Rania de Jordania estuvo por aquí recientemente.
En recepción coincidimos con las turcas, que nos han traído a Sadan Kaptanoglu, la recientemente elegida presidente de BIMCO, una persona encantadora y de lo más normal.
Esta vez comparto habitación con Nuvara. El verano pasado me fue a visitar a España acompañada de su marido y su hija.
Antes de tomar posesión de nuestro escondite, nos sentamos a charlar en los jardines con todas las que fueron llegando, de Chipre, Inglaterra, Grecia, Suiza, Francia, Turquía e Italia. Han venido también miembros de Estados Unidos y Alemania, pero aún no las he identificado.
Llamo escondite a nuestra habitación, porque en el laberíntico conjunto de edificaciones te pierdes varias veces antes de llegar a donde quieres ir.
Aprisa y corriendo deshicimos el equipaje, planché mi maltratada ropa y nos vestimos para asistir al cocktail de bienvenida en un sitio dentro del recinto que tardamos en encontrar un buen rato.
Mi camisa blanca de lino, el vestido blanco largo de una griega y la chaqueta blanca de Béatrice la francesa acabaron manchados de vino tinto por culpa de un desgraciado accidente. 
Nos sentamos a cenar en varias mesas de un restaurante italiano del resort hasta las doce de la noche. Hacía un poco de rasca en los jardines. La temperatura en esta zona es un poco más fresca que en Atenas.
Al llegar a la habitación tuve que buscarme la vida en la semi oscuridad, ya que Nuvara se fue a acostar un poco más temprano porque llevaba desde las cinco de la mañana en pie.
En la ducha  me acordé del diseñador de la grifería y de todos sus parientes difuntos. No sé si crean estos artefactos con la intención de quedarse con la gente. Te encuentras delante de unos  aparatos sin manual de instrucciones, te dedicas a mover aquello para todos lados y siempre acaba saliendo un chorro de agua helada del techo. Como ya me ha pasado más de una vez, yo me coloco en una esquina para no sufrir el ataque.
A la una menos cuarto me deslicé entre las sábanas y entré en coma inmediatamente.
Buenas noches desde Costa Navarino.







23 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 5) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

Hoy nos levantamos a las siete y media. Fui buena. No toqué nada hasta que María desarmó ese invento del demonio que despierta a los vecinos.
María tenía que asistir a una rueda de prensa a las diez y media en el centro de Atenas sobre los proyectos sociales que su hotel financia en la isla. 
Al pasar por la plaza Syntagma, famosa por las manifestaciones y disturbios durante los años más duros de la crisis económica, observamos las enormes manchas de pintura roja arrojada ayer contra el edificio del parlamento durante una protesta. No me he enterado bien de qué iba la cosa. Sé que se quejan porque un terrorista está en la calle tras haber matado a gente en un atentado.
Siguiendo consejo de Vivi, bajé del coche un poco antes, a la altura de la Academia de Atenas. Caminé hasta la plaza Klavthmonos para visitar la Fundación Vouros-Eutaxias. Es un palacete que sirvió de residencia a Otto, el primer rey de Grecia.
En los jardines tienen una cafetería donde sirven un excelente chocolate con sabor a frambuesa.
Me acomodé en un sofá a disfrutar de la bebida. Al rato aparecieron dos ancianas elegantes que probablemente se sientan en ese sofá todos los días a media mañana. La camarera se acercó a mí para intentar sacarme de allí. Me hice la sueca y las viejas tuvieron que aposentar sus posaderas en otro sitio que luego cambiaron por un tercero que quedó libre más tarde.
El rato de paz y silencio me vino muy bien tras cuatro días intensos.
Cuando me cansé de estar allí con las viejas, fui a dar una vuelta por los alrededores. María me llamó enseguida para recogerme en el gran coche.
Aparcamos en todo el centro de Atenas, misión imposible con un vehículo de tamaño normal.
Me llevó a dar una vuelta por el lado oscuro de la ciudad: mercado, mercadillo, tiendas siniestras. El mercado central me dio un poco de mal rollo. La carne estaba al aire, sin ningún tipo de protección o refrigeración. Vi dos manos de cerdo un poco secas y amoratadas a la venta en un mostrador.
Pasamos por otras tiendas menos siniestras y una en particular de la que se salía la mercancía. Era un local diminuto lleno hasta arriba de bolsas negras y tabales con cosas misteriosas. El dueño y los acompañantes parecían asesinos kosovares, de modo que me abstuve de sacar la foto de rigor.
Dedicamos tres horas a pasear por la zona arqueológica y turística de Atenas. Como ya la conozco de cuando estuve aquí en 2010, fue una visita rápida. 
En Monastiraki había un sujeto tirado en el suelo que no estaba muerto. Levantaba la cabeza de vez en cuando para volver a pegarla al suelo. Callejeamospor Plaka entrando en las muchas tiendas que hay por allí, pasamos por el Nuevo Museo de La Acrópolis, junto a la embajada de España, y acabamos sentadas en la terraza de una cafetería con tremendas vistas. Tengo la ligera sospecha de que estuve sentada en ese mismo local la última vez.
Todos estos días ha hecho calor, pero hoy parecía un poco más porque estaba nublado y la sensación era de bochorno.
Volvimos caminando hacia el coche, no sin parar antes en una ferretería a comprar un accesorio para una manguera. ¿Alguien necesita que le compre algo? Puedo aprovechar, porque seguro que alguna otra ferretería cae antes de volver.
Ya a bordo del gran vehículo, a las cinco menos cuarto de la tarde, recordé a María que aún no habíamos comido. Otro ejemplo del desorden que reina en este país. Como mi estómago está sensible, no me molesté en decírselo más temprano. Cuanto menos coma, mejor.
Paramos en una coctelería-cafetería-bar moderno a comer algo. Me sorprendió que nos sirvieran comida a semejante hora. Otro ejemplo del desorden que reina en este país.
Muy cansadas, volvimos a casa de María. El hermano, recién llegado del trabajo, nos hizo una visita principalmente para llevar a cabo un ataque a la nevera.
A las ocho y cuarto me metí en la ducha. Me entretuve en contar los botes que había dentro de la cabina que escupe pitorros: 7 de champú, 4 de acondicionador, 3 de gel y 1 de higiene íntima, todos ellos empezados. Aún queda sitio dentro para una persona sin ropa.
Como habíamos quedado para cenar a las nueve, salimos a las nueve y cuarto y llegamos a casa de Lika a las nueve y media. Todo normal. 
Con Lika no había coincidido nunca. Es la jefe del departamento de seguros de una gran naviera. Vive en la falda del monte Likabeto.
Para llegar a su casa tuvimos que pasar por la plaza Syntagma. Habían colocado unos pequeños andamios en la fachada del parlamento. Volvía a estar pintado completamente de amarillo, sin rastro de la pintura roja. Eso sí, los manifestantes ocupaban de nuevo la plaza. Tuvimos suerte. La policía los tenía contenidos fuera de la carretera.
Subimos a lo alto del monte, primero escalando un montón de escaleras, y haciendo el último tramo en el teleferik. Allí hay un restaurante desde cuya terraza se divisan unas vistas magníficas. Aunque no se ve bien en la foto, al fondo se encuentra la Acrópolis, y más allá El Pireo.
Cenamos muy a gusto y con poca gente alrededor. Nos cayeron cuatro gotas encima. A la quinta, los camareros vinieron a abrir unos parasoles gigantescos que nos protegieron perfectamente. La lluvia no duró mucho.
A las doce y media tomamos el teleferik de vuelta, bajamos las escaleras y depositamos a Lika cerca de su casa. Tenía que ir a cambiar el coche de sitio porque lo había aparcado en una zona de autobús escolar. Todo normal. Nosotras hoy circulamos tranquilamente siguiendo a un autobús por el carril bus. 
El gran coche nos estaba esperando unos metros más abajo. 
Pasamos por el estadio olímpico, que no es como un estadio de fútbol, sino alargado y con un extremo abierto. 
Al llegar a casa, María se fue a su despacho a terminar de ver un culebrón que está siguiendo. Esta tarde desapareció un rato. Yo pensando que estaba trabajando y ella tan feliz siguiendo su serie favorita.
Buenas noches desde Atenas.





22 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 4) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

A las siete de la mañana desperté fresca como una rosa. Después de arreglarme, abrí una de las persianas del salón y desperté a todos los vecinos que aún continuaban durmiendo, María incluída. Sí, volví a hacer saltar la alarma con la persiana.
María volvió a la cama refunfuñando y yo me senté a escribiros un rato.
Mientras desayunábamos, me contó que se había acostado a las dos y media, que su hermano nos había hecho una visita y había cenado aquí. No me enteré de nada.
A las diez salimos en el enorme coche rumbo a la marina de Palaio Faliro para visitar el buque de guerra Averof. Ayer no pudimos porque era lunes, y los lunes cierran porque los lunes no se va a la guerra.
Por el camino vi a dos policías, con sus uniformes, sus chalecos antibalas y sus pistolas al cinto.
El crucero acorazado Georgios Averof, botado en 1910, fue construido en Italia para la Marina Real Griega. Estuvo en activo hasta 1952, tras haber intervenido en la Primera Guerra de los Balcanes, la I Guerra Mundial, la Guerra Greco-Turca y el éxodo de la flota griega a Egipto tras la invasión alemana durante la II Guerra Mundial. Mientras la marinería dormía en unas hamacas colgadas de los mamparos que compartían por el sistema de cama caliente, los oficiales tenían unos camarotes y una cámara forrados de madera y con todos los lujos que la época permitía.
Al costado del Averof está atracado un trirreme, reproducción de los barcos de guerra que jugaron un papel importante en las guerras contra….¿contra quién? Pues contra los malvados persas, por supuesto.
Al fondo de la marina se podía ver el mega yate del helicóptero.
De nuevo a bordo del coche gigante, fuimos al El Pireo. Al llegar a un túnel, María me contó que allí había muerto el director de cine Theo Angelopoulos. Por lo visto, se le ocurrió cruzar la carretera justo a la entrada del túnel y un coche se lo llevó por delante. Allí está colocada la iglesia en miniatura como recuerdo. La de la foto es otra que vi en un atasco más tarde. A la de Angelopoulos no tuve ocasión de sacarle una foto porque íbamos muy rápido.
En El Pireo subimos al centro de control de Lyboussakis. Son clientes de María. Les pidió el favor de que nos dieran un paseo por el puerto a bordo de uno de sus 25 remolcadores. Estuvieron explicándonos como funcionan las operaciones. Uno de los dueños nos llevó al muelle, donde embarcamos en un tractor, cuya tripulación nos recibió muy amablemente; todos excepto la perra callejera que vive a bordo desde que era un cachorro. No le debió de gustar la presencia de otras dos hembras en su territorio.
Presenciamos la maniobra de salida de un ferry de un astillero, la maniobra de salida de un car carrier, nos acercamos a la isla de Salamina, donde hay una base naval. Finalmente, antes de desembarcar, bajamos a la máquina.
De vuelta en tierra y a bordo del Smart, pasamos por delante del Ministerio de Asuntos Marítimos, convenientemente situado dentro del recinto del puerto.
Paramos un momento en las oficinas de Elpi a recoger una documentación y salimos pitando para Kifisia, donde habíamos quedado para comer con más miembros de WISTA. Ayer no pudieron acompañarnos porque viven y trabajan en la zona norte de Atenas. Ir de un extremo a otro puede costar 40 minutos si no hay atascos. La ciudad tiene una extensión enorme, con edificios de poca altura en su mayoría.
Kifisia es un barrio residencial donde todo el mundo parece conocerse por lo que pude observar mientras estábamos en el restaurante. Por allí viven grandes fortunas del sector marítimo. 
Tres de las comensales de hoy son armadoras. Una de ellas dijo que tenía que ir al dentista para poder escaparse a comer, aún siendo la dueña de la empresa. 
Reproduzco a continuación una breve conversación entre dos de ellas:
-      ¿Cuántos barcos tienes ya, mil?
-      Ayer mi hermano se compró once barcos.
Esto lo dijo mientras ponía cara de noséquévoyahacerconmihermano y miraba la hora en su Rolex de oro macizo, que ni invirtiendo varios años de mi sueldo podría yo pagar.
Hoy tenía yo el estómago en su sitio. Comí un salmón al horno delicioso.
Cuando terminamos de comer eran casi las seis de la tarde. 
Nos despedimos y volvimos a bajar a El Pireo para recoger unos encargos para el hotel de María. Sorprendentemente, pudimos meterlos en el minúsculo maletero del Smart.
Para ir a una de las tiendas, María dejó el coche aparcado bloqueando la entrada de una calle, aunque no tengo claro que la palabra aparcado describa la posición del vehículo.
A las ocho y cuarto quedamos con Vivi en la plaza central de Nea Smyrni. Como trabaja en Vouliagmeni, no le fue posible asistir a ninguna de las comidas. 
Por el camino encontramos un camión averiado en la cuneta. En lugar de un triángulo señalando el lugar, habían puesto a un viejo sin chaleco reflectante que nos indicaba con la mano que debíamos desviarnos.
Las cafeterías estaban llenas como si fuera fin de semana. Había niños jugando a la pelota a las diez y media de la noche. 
Nos pusimos al día de todo lo divino y de lo humano. No nos veíamos desde hace año y medio.
Camino del coche pasamos por una librería abierta a las once de la noche. La dueña fumaba tranquilamente sentada detrás del mostrador.
De vuelta a casa, María y yo comentamos lo práctico que es tener un coche miniatura en una ciudad con tanto tráfico. Hay Smarts por todos lados, aparcados de las formas más inverosímiles. Comentó que la red de metro es muy limitada, que los atenienses aún tienen que aprender a no meterse en el transporte público oliendo mal y, sobre todo, aprender que no hay que colarse sin pagar en el autobús. Ahí queda eso.
A la una y media di por terminado el día.

Buenas noches desde Atenas.