7 oct 2012

Una cateta en París (Día 8)


08:45 hrs. Despierto sobresaltada por culpa de Frank Sinatra. El iPhone de Eleftheria tiene los días contados.

09:15 hrs. Por un extraño motivo, Anna-María quiere ir a desayunar a las nueve y media, hoy que no tenemos prisa, hoy que no nos espera nadie, hoy que necesito dormir. Me empuja fuera de la cama y no me queda más remedio que bajar a desayunar con ella.

Eleftheria y su iPhone permanecen en silencio.

En el comedor coindidimos con una grecoamericana de WISTA Grecia y su novio. Estuvimos con ellos más de una hora charlando. El me preguntó por nuestra situación económica y me enseñó la portada del International Herald Tribune que estaba leyendo. Allí estaba el nombre de España en vergonzosas letras grandes.

Cuando subimos a la habitación, Eleftheria ya estaba levantada. Anna-María y yo estuvimos terminando de hacer el equipaje. Eleftheria volvió a meterse en la cama.

Anna-María se cambiaba de hotel para pasar cinco días con su novio, que llegaba hoy a mediodía. Eleftheria se quedaba hasta mañana y yo volaba a las 20:45 hrs con destino a Sevilla.

Salimos a la calle alrededor de la una. Nos sentamos en un delicatesen libanés en la esquina del hotel. Comenzó a llover con alegría.

Volvimos al hotel sobre las dos. Nos despedimos de Anna-María y de dos polacas que se marchaban en ese momento.

Fui con Eleftheria a dar un paseo bajo la lluvia, cada vez más intensa.

Subimos por la Avenida Marceau hasta el Arco del Triunfo. Nos sacamos fotos  jugándonos la vida entre el intenso tráfico de Los Campos Elíseos. Es la única manera de que salga el arco completo.

Accedimos al monumento por el paso subterráneo. Mientras ella sacaba fotos, yo me guarecía de bajo.

Bajamos por Los Campos Elíseos hasta Marks & Spencer para que Eleftheria hiciera unas compras. Como llovía con bastante intensidad volvimos al hotel.

Las putas palomas no estaban hoy posadas en los árboles cagándose en los turistas, ni los turistas estaban sentados en los bancos cogiendo una mojadura mortal.

Hacia las cuatro y media nos despedimos y me fui en dirección a la estación de metro de George V. Al pasar por Louis Vuitton me encontré con una cola de gente mojándose esperando para entrar. ¡Qué nivel!

Desde George V fui hasta Denfert-Rochereau. Desde allí tomé el Orlybus hacia el aeropuerto. Llegué bastante más temprano de lo que esperaba. Tuve que sentarme hasta que abrieron el mostrador de facturación. Pasé a la zona de pasajeros y me llevé una desagradable sorpresa. El aeropuerto tiene menos detalles que un Panda. Una miserable tienda de prensa y un mini Duty Free.

Compré un par de libros, me senté a leer una revista en el iPad y me empezó a entrar un sueño tremendo. Tuve que ponerme de pie y empezar a dar paseos por la terminal para evitar el desastre. También me mantuvieron despierta los alaridos de los cientos, miles de niños que había por todas partes procedentes de Eurodisney. Los había con diademas de Minnie Mouse en la cabeza, todos jugando con los muñecos que sus papás les habían comprado en el parque. Mi favorita fue una niña vestida de princesa Disney paseándose como si lo fuera de verdad.

Embarcamos con veinte minutos de retraso. Al poco de despegar los cientos, miles de niños que llevábamos en el avión entraron en coma profundo por el cansancio y la excitación. Yo también me dediqué a mirar para dentro. Un par de veces me descubrí con la boca abierta.

El piloto nos trajo a la velocidad del sonido, con bastantes turbulencias mientras sobrevolábamos Francia. Llegamos quince minutos antes de la hora originalmente programada para el aterrizaje.

Me esperaba mi taxista favorito.

A la una ya estaba en casa, desde donde os escribo y os deseo buenas noches.

 


6 oct 2012

Una cateta en París (Día 7)


06:58 hrs. Dos cadáveres griegos y uno español.

09:00 hrs. Dos cadáveres griegos y un zombie español.

10:00 hrs. Llegué al centro de conferencias media hora tarde. Aún no habían comenzado, aunque estaba programado para las nueve y media. La sala estaba medio vacía. Recibí una reprimenda de parte de la presidenta de WISTA Francia. Ninguna de las miembros del comité ejecutivo había aparecido hasta entonces. Yo era la primera.

Celebrar la cena de gala el jueves es un tremendo error que se paga el viernes por la mañana.

Una de las conferenciantes fue la directora de pesca de Marruecos. Nos enseñó un video de cómo recogen las mujeres algas en la costa. Se meten en el agua completamente vestidas, con unas faldas largas y aletas. Meten las algas en las faldas y salen chorreando agua. A decir verdad, no sé a qué venía enseñarnos aquello. Su ponencia fue en francés, así que tuvieron que repartir de nuevo cascos para la traducción simultánea.

Para comer sirvieron un buffet consistente en sushi, quesos, mini pizzas y unas cazuelitas de madera con lasagna o mini potajes. De postre unos pastelitos diminutos mar de ricos. Los camareros eran tan eficientes que cada vez que se me ocurría dejar un vaso o un platito con comida encima de una de las altas mesitas, de repente desaparecía.

A las dos y media se reanudaron las sesiones. A las cuatro se dio por finalizada la conferencia. Sirvieron un café de despedida, durante el cual dijimos adiós a todo el mundo.

Volvimos al hotel y nos pusimos ropa cómoda para ir a Montmartre a dar una vuelta. Fuimos hasta allí en metro tres griegas, dos polacas y yo. Volví a hacer el mismo recorrido que el domingo subiendo por las empinadas cuestas empedradas, pero mucho más despacio porque se iban parando en cada esquina, en cada tienda, sacando fotos de absolutamente todo, hasta de los escaparates de las pastelerías.

Aparcado al costado del Sacré Cœur estaba el coche de la foto, como si acabara de salir del concesionario.

Entramos a visitar la basílica. En ese momento terminaba la misa de la tarde, con música de órgano incluida.

Bajamos caminando hasta la rue de las Abbesses para cenar en un restaurante que le habían recomendado a una de las griegas. Pasamos por una bombonería donde tenían una gigantesca Torre Eiffel de chocolate.

Comimos bien y en abundancia por un precio adecuado.

Fuimos hasta el Moulin Rouge para sacarnos una foto en la puerta. El domingo no me di cuenta de la clase de negocios que hay por el Boulevard de Clichy. Hoy, ya de noche, los luminosos de los sex shop, el museo del erotismo y el edificio de ocho plantas que contiene un Sexódromo de 3000 m2, me dieron un golpe en la frente.

Tras la foto de rigor salimos de allí pitando con destino a la terraza donde ya nos conocen los camareros por nuestros nombres. El trayecto en metro fue amenizado por una señora china cantando en chino y gesticulando con los brazos.

Nos esperaban Nuvara, Suzan y otras turcas. Nuvara y Suzan se saltaron hoy la conferencia para ir al Mont Saint Michel en un viaje de cinco horas de ida y otras tantas de vuelta. A mí que me lo pongan por la tele.

Una griega también pasó de ir hoy. Ayer, cuando se despidió, me dijo que hoy “tenía” que ir a Eurodisney.

Otras desaparecidas se etiquetaron inocentemente en Facebook descubriendo sus destinos, estando de compras en Louis Vuitton o en una terraza de los Campos Elíseos.

Pasamos una hora aproximadamente en la terraza. Nos despedimos de todas excepto Nuvara, que vino a visitarnos al hotel un rato.

Ahora son casi las cuatro de la mañana. Mis dos griegas han entrado en coma hace apenas unos minutos. Confesaron haberse levantado a la una de la tarde. Por eso no las vi en toda la mañana.

Cambio y corto.

Buenas noches desde París…………. ¿o tendría que decir ya buenos días?

5 oct 2012

Una cateta en París (Día 6)



Siete de la mañana. ¿Por qué, por qué despierto tan temprano si estoy muerta? Me quedé en la cama hasta las siete y media, hasta que sonó mi despertador.

Desde ayer por la noche convivo con dos cadáveres griegos en la habitación. Eleftheria y Anna-María no daban señales de vida.

Me arreglé y bajé a desayunar. Compartí mesa con tres inglesas de WISTA UK. Al volver seguían inconscientes, que no muertas. Las oía respirar. A las nueve menos cuarto me fui al centro de convenciones dejándolas en la cama. Así va Grecia.

 
Llovía con alegría.

Pasé una mañana difícil. Los ojos me pinchaban y casi me quedo dormida después de la pausa para el café. Definitivamente, de aquí al sábado entrego la cuchara.

Los dos cadáveres aparecieron por el congreso a la hora de comer. Hoy sirvieron canapés, canapés de todos tipos que no había visto en mi vida. Riquísimos y super originales.

Tuve que comer a toda velocidad porque nuestra presidenta convocó una mini reunión con las nuevas miembros del comité ejecutivo.

A las dos y media se reanudaron las sesiones. Fueron mucho más interesantes que las de la mañana. Habló una inglesa a la que ya conocíamos que trabajaba para Scotland Yard y ahora negocia rescates. Últimamente se dedica bastante a negociar con los piratas somalíes. También habló una vice-almirante de la armada americana que es miembro de WISTA USA. A las seis vino a darnos un pequeño discurso el ministro de transportes. Al principio se le fue la olla hablando de Afrodita, sirenas y esposas de marinos. Tuvieron que repartir cascos para hacer traducción simultánea porque el hombre sólo hablaba francés.

A las seis y media salimos pitando para el hotel. A las siete y cuarto nos recogía el autobús para ir a la cena de gala en el restaurantel L’Ile en una pequeña isla en el Sena, al oeste de la Torre Eiffel.

Sirvieron un cóctel antes de pasar a cenar. No sé la cantidad de botellas de vino y champán que se están bebiendo estos días. Nos estuvimos sacando fotos a diestro y siniestro. En la foto aparezco con las chinas, que vinieron con sus chinos.

La cena consistió en un espectacular hojaldre de queso de cabra, pescado con puré de patata y aceitunas machacadas, y bizcocho con helado de chocolate y un hojaldre con dulce de leche. Mortal.

Ya antes de servirse el postre empezó a sonar la música en la pista de baile y muchas lo dejaron todo para mover el esqueleto.

A las doce y media empezamos a sufrir las primeras bajas. La presidenta de WISTA Francia, a cargo de toda la organización vino a sentarse completamente destrozada. Todos los años acaba sin zapatos.

A la una (gracias a Dios) nos recogió el autobús y volvimos al hotel.

Son las tres y cuarto y estas dos están frescas como lechugas.

 

Buenas noches desde París.

4 oct 2012

Una cateta en París (Día 5)


A las 07:00 hrs empezó a cantar un señor en griego. A las 07:03 seguía cantando el señor en griego. Eleftheria no se movía. Tuve que buscar a oscuras su iPhone para hacer callar al señor griego. Volví a acostarme. Me quedé muy quieta escuchando. Eleftheria no se movía. Eleftheria no respiraba. ¿Y si se ha muerto? ¿A quién tengo que llamar? ¿Cómo explico que estoy compartiendo habitación con una griega? ¿Me voy a perder las reuniones de la mañana si me tengo que quedar vigilando el cadáver hasta que lo vengan a buscar? Todas esas preguntas pasaron por mi cabeza hasta que a las 07:15 comenzó a cantar Dean Martin. Eleftheria tosió. Eleftheria se levantó. Eleftheria hizo callar a Dean Martin. Eleftheria volvió a meterse en la cama.

Yo me levanté, me arreglé y bajé a desayunar dejando a Eleftheria durmiendo porque la afortunada Eleftheria no tenía que estar presente hasta las dos de la tarde.

Caminé los doscientos metros que separan nuestro hotel del centro de convenciones Eurosites en la Avenida George V. La reunión de presidentes de cada país WISTA comenzó a las nueve de la mañana. Duró hasta las dos de la tarde. A esa hora nos sirvieron la comida y se unieron a nosotras todas las demás asistentes a la conferencia. Lasagna fría de verduras, salmón al horno con una salsa deliciosa y un postre compuesto por sorbete de una fruta cuyo nombre ahora no recordamos, sobre una base de galleta. Cada dos por tres me tenía que levantar a saludar. Hay gente a la que veo de año en año y es una alegría encontrarnos. Incluso había una holandesa a la que no veía desde Copenhague 2007. Todo el mundo, absolutamente todo el mundo me preguntaba lo mismo: “¿Cómo está España?” Estamos en boca de todos.

La sesión de la tarde comenzó tarde, como siempre. Mover a doscientas mujeres tiene sus dificultades. Discutimos asuntos relativos a WISTA y votamos las sedes de las conferencias de 2013 (Montreal) y 2014 (Limassol, Chipre). También hubo elecciones de parte del comité ejecutivo. Nuvara, la tesorera americana y otra más nos dejan. En su lugar entran una tesorera inglesa, una griega y una de los Emiratos Arabes. Como regalo de despedida, las salientes recibieron una maqueta preciosa. La presidenta de WISTA Polonia tiene una empresa que fabrica maquetas de barcos. Se las encargamos especialmente para la ocasión.

La reunión terminó con 45 minutos de retraso. Nos dieron 20 minutos para dejar las cosas en el hotel y tomar el autobús para el cóctel de bienvenida, que se celebró en el Hôtel de La Marine, en la Place de la Concorde. Aquí a las casas un poco grandes las llaman hôtel. No tiene por qué hospedarse nadie dentro. En este caso, es la sede de la marina francesa.

Sirvieron unos canapés originales y riquísimos. Los camareros me miraban raro cada vez que me acercaba a la barra a pedir Coca Cola. Es como pecado mortal no beber vino o champán.

A las nueve de la noche volvimos a la zona del hotel en metro. Nos sentamos en la misma terraza donde estuvimos hace dos noches. Estuve con tres griegas y seis turcas, que como buenas musulmanas se metieron entre pecho y espalda botella y media de vino tinto. Por cierto, llovía copiosamente.

Nuvara cruzó la calle y fue a su hotel a buscar una caja de baklava, que es el hojaldre con pistachos y miel que me encanta. Le metimos mano al baklava. Hacia las doce dejamos a las turcas en la terraza y nos marchamos. Una de las griegas tiene su hotel cerca del Louvre. Se marchó en taxi. Las otras dos son las que comparten habitación conmigo.

Al llegar al sexto piso del hotel no nos encontramos con el individuo con el que llevo dos noches coincidiendo. Estaba sentado en el suelo del pasillo, en camiseta, calzoncillos largos y calcetines, leyendo apoyado en la pared. Imagino que a su señora no le gusta que lea en la cama y se va para no molestarla. Es la única explicación lógica que he podido encontrar.

Es la una y  media y mis dos compañeras de habitación acaban de cerrar la boca y los ojos después de un rato de charla y de risas.

 

Buenas noches desde París.



3 oct 2012

Una cateta en París (Día 4)


Desperté a las siete y cuarto y me levanté a hacer unas cuantas cosas de WISTA que tenía pendientes desde ayer. Al abrir las ventanas me encontré con un día nubladísimo. Menos mal que se ha acabado el turismo y voy a pasar el día bajo techo.

Diréis que no he entrado en ningún museo, ni siquiera en el Louvre. Los dejé todos vistos la otra vez que estuve por aquí. Creo que sólo me quedó por ver la tumba de Napoleón. De todos ellos, mis favoritos fueron el Museo de Orsay y el Museo Rodin. El de Orsay por la cantidad de objetos Art Nouveau que contiene y el de Rodin porque sus esculturas me parecen una maravilla. Aparte de eso, viví una experiencia alucinante. El museo se encuentra en un palacete rodeado de jardines. Hay estatuas en el interior y en el exterior. Visité primero el edificio y luego salí a ver el resto. Según iba girando alrededor de la casa, me encontré con algo rarísimo. Una carpa de dimensiones extraordinarias estaba situada en el centro de los jardines. Por una puerta se podía ver a modelos vistiéndose y maquillándose. Al llegar al otro extremo me di cuenta de que me encontraba por casualidad en un desfile de moda de Chanel. Dentro, al fondo del todo, habían colocado una grada que se encontraba llena de fotógrafos. Empezó a sonar música y comenzaron a desfilar los invitados hacia el interior. Me senté en un banco de madera a pocos metros de la puerta. Desde allí veía parte del interior. Unos guardias de seguridad se dedicaban a echar a los turistas. Yo, con cara de esto-no-va-conmigo, seguí sentada impertérrita, hasta que apareció Karl Lagerfeld y se puso a charlar con un señor que se encontraba sentado a mi izquierda. ¿Os lo podéis imaginar? Lagerfeld justo delante de mí. De vez en cuando me miraba de reojo como pensando: “¿Quién será esta petarda?” Y yo con mi cara de esto-no-va-conmigo.

Me dio por mirar hacia una terracita del palacete y vi allí charlando a la infanta Elena, a Marichalar, al príncipe Pablo de Grecia y a su esposa Marie-Chantal. Y yo riéndome por dentro pensando: “¡Qué punto, colega!” pero por fuera con la cara de esto-no-va-conmigo.

Cuando me cansé de tanto glamour, salí a la calle y eché una carcajada.

 

Bajé a desayunar a las nueve y media. Coincidí con dos griegas de WISTA,  así que desayunamos juntas. Estuvimos charlando hasta las diez y media. El desayuno no era muy variado pero sí bastante rico. Tienen unos brioches en forma de magdalena que quitan el hipo.

 

A las once y media fui al hotel Château Frontenac, donde estábamos citadas las 7 miembros del comité ejecutivo de WISTA para ir caminando hasta las oficinas de Norton Rose en la rue de Courcelles. Allí nos reunimos en una sala de juntas que  nos prestaron. Comimos unos sándwiches y unas ensaladas mientras tenía lugar la reunión.

Por el camino, la miembro de WISTA Singapur nos contó que había estado en Longchamp comprando ocho bolsos que le habían encargado. Las dependientas tienen que haber flipado. En Singapur los impuestos por los objetos de lujo son tan altos que comprar en París para ellas es como para nosotras ir al rastro.

 

Estuve encantada de pasar tantas horas sentada después de estos días de esfuerzo físico. Hoy me dolían unos musculitos que tengo en los laterales exteriores de los tobillos.

 

A las seis de la tarde finalizamos la reunión, nos sacamos la foto de recuerdo y volvimos andando a nuestros respectivos hoteles. Al llegar al mío, me encontré con los trastos de Eleftheria en la habitación pero ni rastro de ella.

 


A las siete fui al hotel Château Frontenac donde habíamos quedado con las presidentas WISTA de todos los países para ir a cenar a Montmartre. Se suponía que íbamos a ir directamente al restaurante pero resultó que WISTA Francia nos tenía preparado un mini tour en autobús por París y un paseo de una hora andando por las callejuelas en cuesta de Montmartre. Las vistas desde el Sacré Cœur por la noche son alucinantes.

Muy bonito todo, pero para cuando llegamos al restaurante no éramos personas.

Cenamos bastante bien. Mujeres de 26 países diferentes nos sentamos a la mesa. A mi derecha tuve a Belén, una argentina que acaba de incorporarse a la asociación y con la que llevo meses intercambiando e-mails. Hoy por fin nos hemos conocido.

A las doce más o menos volvimos en autobús. Para entonces ya estaba Eleftheria en la habitación. Vinieron a charlar un rato la presidenta de WISTA Polonia y Nuvara de Turquía. Pronto nos despedimos. Eleftheria se acostó enseguida porque hoy salió muy temprano desde Atenas. Yo me di una ducha y ahora estoy escribiendo con un cadáver al otro lado de la habitación.

 

Buenas noches desde París.

2 oct 2012

Una cateta en París (Día 3)


Siete de la mañana. Despierto. Pongo los pies en el suelo. ¡Diosssss! Me cuesta llegar al cuarto de baño. Hoy también me duelen los gemelos. Vuelvo a la cama como puedo y permanezco allí hasta las ocho. Me doy cuenta de que los dedos de los pies ya ni los siento, pero siguen ahí porque los veo.
A las ocho me puse en marcha. Hice el equipaje de nuevo para trasladarme a otro hotel. Mañana empiezan las actividades de la conferencia anual internacional de WISTA y me voy a hospedar más cerca de la sala de congresos.
Desayuné un croissant que aún me hace llorar de emoción. Crujiente por fuera, suave por dentro y con un intenso sabor a mantequilla. Exquisito.
Tomé el metro en Cambronne y fui hasta la estación George V haciendo esquina con los Campos Elíseos, donde está la tienda de Louis Vuitton. Los escaparates están decorados con unos tentáculos gigantes de lunares y una figura de cera tamaño natural de la artista japonesa Yayoi Kusama. La señora Kusama tiene una cara de mala leche que mete miedo. Ella ha diseñado los bolsos de esta temporada. En mi opinión, se los ha cargado con su mala leche.
Caminé cinco minutos y llegué al hotel en la Avenida Marceau. El recepcionista era un chico muy amable con el que estuvimos intercambiando correos durante varios días para negociar un precio especial para una habitación triple. Somos tres en la habitación pero no todos los días. Para no tener que andar cambiando, nos dan la habitación desde hoy haciendo un precio especial.
El ascensor estaba en reparación en ese momento. Como no quería dejar la maleta allí abandonada con mis camisas aplastadas, me armé de valor y dije que la subía yo por la escalera hasta la sexta planta. El recepcionista alucinó conmigo, pero más aluciné yo cuando iba por la planta cuarta por aquella escalera de caracol estrecha. Esto me va a pasar factura, seguro.
Llegué arriba dando gracias a mis sesiones diarias de gimnasio.
La habitación es muy chula. El techo es abuhardillado, es bastante amplia y muy acogedora.
Tras descansar un poco y tomar posesión del recinto, bajé por donde subí, me despedí del alucinado recepcionista y fui andando hasta el Arco del Triunfo. Desde allí bajé por la avenida Wagram y me adentré en la rue du Faubourg St. Honoré. Allí fue donde viví cuando estuve aquí estudiando francés. No pude acceder al pasaje donde estaba la casa porque han colocado una verja en la entrada. Allí seguía la tienda de pianos y la Maison du Chocolat, una tienda donde pegaba la nariz cada mañana para ver aquellos bombones y aquellas tartas de chocolate. ¿Cómo es posible que un pastelito de chocolate del tamaño de una caja de cigarrillos cueste ocho euros?
Recuerdo que una mañana desperté sobresaltada por un ruido atronador en la calle. Me asomé a la ventana y vi algo alucinante. ¡Tanques! ¡Los alemanes nos invadían!...... Nooooo, era 14 de Julio y se estaban preparando para el desfile.
Subí otra vez hacia el Arco del Triunfo, esta vez por la Avenue Hoche. Accedí al arco por el paso subterráneo y estuve observando, por un lado el Arco de La Défense, que es una cosa muy fea que construyó Mitterrand, y por el otro a lo lejos la Place de la Concorde. ¿Desde allí y más allá vine yo andando ayer? Me voy a matar.
En el arco están grabados nombres de generales de Napoleón y de batallas en las que intervinieron. Estamos nosotros retratados en una columna.
Hacía algo de fresco, así que eché a andar Campos Elíseos abajo sin destino aparente.
Se me ocurrió comer pronto un sándwich porque había quedado para cenar temprano y no iba a tener hambre. Lo compré y me senté en un banco. Fue entonces cuando me cagó la paloma. Esas bombas caen poco a poco y van dejando restos por todo el recorrido. Una masacre. Miré hacia arriba. En los árboles de toda la avenida había posadas cientos de palomas. No es de extrañar que me retrataran. El ataque me pilló con una servilleta de papel en la mano, así que pude deshacerme de lo más gordo sobre la marcha, pero tenía que limpiar aquello inmediatamente porque es ácido y te puede destrozar la ropa. Pensé en un baño pero no vi ningún sitio. Mi mente se despejó de repente y tuve una brillante idea. Toallitas de limpiar culitos infantiles. Si limpian los excrementos de un recién nacido, también pueden limpiar esto. He visto verdaderos milagros con esas toallitas. Una vez limpiamos un abrigo blanco al que le cayó tomate encima. Ni rastro.
Entré en Monoprix y me hice con un paquete. Lo dicho, mano de santo. No ha quedado rastro alguno del incidente.
Ya más tranquila y limpia, busqué otro banco que no estuviera debajo de un árbol. Lo encontré casi abajo del todo de la avenida. Comí mi sándwich y fui a ver una exposición de coches de carreras que vi ayer al pasar y en la que no entré entonces porque estaba harta de todo en aquel momento.
Una vez en la calle, volví a subir los Campos Elíseos y entré en el Monoprix a comprar provisiones para tener en la habitación. Agua, Coca Cola, chocolate. Llevaba sin comer chocolate desde el sábado y ya iba siendo hora. La cajera era de la edad de mi madre, si no más. No le hizo mucha gracia que le sacara la foto.
Volví al hotel pasando por la puerta del Four Seasons donde estaban aparcados los coches más caros del mundo. Un Ferrari amarillo, ¿quién es el hortera que se compra un Ferrari amarillo?
Estuve un rato contestando correos de WISTA hasta que me llamó Nuvara la turca para decirme que ya había llegado y me esperaba en su hotel, a unos metros del mío. Fui a buscarla y después de los saludos y abrazos de rigor salimos a la calle a dar un paseo, que hoy he caminado poco.
Bajamos los Campos Elíseos y entramos en Abercombie a ver los pechos desnudos de los modelos que se pasean por la tienda. Es todo un espectáculo.
Tomamos el metro y fuimos al barrio del Marais. Nuvara quería cenar en un restaurante judío donde sirven falafel. A mí no me hacía mucha gracia, así que me alegré internamente cuando llegamos y estaba cerrado porque celebraban no sé qué fiesta. Los judíos llevan un mes que no paran con las fiestas.
Tomé la iniciativa y decidí que lo mejor era cruzar a la orilla izquierda y cenar en el barrio latino, donde hay montones de restaurantes. Nos sentamos en la terraza de uno con vistas a la parte trasera de Notre Dame. No hacía mucho frío siempre y cuando no te quitaras la chaqueta. Pasamos un rato muy agradable. Para bajar la cena decidimos dar un paseo por los alrededores, por el Boulevard Saint Germain. Volvimos a cruzar el Sena y tomamos el metro en Chatelet hasta George V. La intención era tomar algo rápido en una terraza e irnos a dormir temprano. Los planes cambiaron cuando aparecieron de repente las presidentas de WISTA USA y WISTA Holanda, que venían con unas tremendas ganas de juerga. Luego llegó otra miembro de WISTA USA con su marido y su hermana. Cayó un chaparrón mientras estábamos sentados en plena calle. El camarero bajó el toldo y puso unos radiadores, así que estuvimos la mar de bien viendo caer la lluvia perfectamente guarecidos.
Pude contar cinco Ferraris negros que pasaron por allí, o era el mismo que daba vueltas a la manzana, no podría asegurarlo; una docena de Mercedes S500 color negro, todos ellos coches de alquiler con conductor; un Audi R8 de color blanco, un Rolls, dos Bentleys deportivos y un Porsche pintado de negro mate. Comentaron que una miembro de WISTA USA se acaba de comprar un Maserati. Ya os hablé de ella en alguna ocasión anterior. Es la que tiene una flota de remolcadores y gabarras que operan en el Mississippi. Ha venido esta vez con su madre.
Nos despedimos a la una de la madrugada.
Al volver a la habitación estuve estudiando con detenimiento el lavabo del cuarto de baño. Ya le voy cogiendo el tranquillo a los grifos raros. Enseguida di con la tecla. No veo muy práctico el artilugio para lavarse la cara por las mañanas. El agua sale como en cascada. Una pijada.
 
Buenas noches desde París.

30 sept 2012

Una cateta en París (Día 2)


 
Desperté a las siete. Me dolían los hombros, me dolían los dedos de los pies, me dolían las plantas de los pies, me dolían los tobillos, me dolían las cejas. Aún así, fui valiente y conseguí levantarme y salir a la calle a las diez. Hacía frío, 4ºC según internet. No creo. La sensación era de un poco más.

Ayer cometí una grave falta de ortografía por la cual me disculpo. Achaquémoslo al cansancio y corramos un tupido velo.

 

Cuando fui a enchufar el ordenador ayer por la noche sufrí un segundo de pánico al ver el enchufe. Se me pasó por la cabeza que aquel pitorro había sido puesto allí para no poder enchufar, para no gastar electrididad. Sorpresa cuando vi que el enchufe del ordenador tiene un agujero en el que encaja perfectamente el pitorro. No me había fijado nunca.

 

Tomé el metro con destino Montmartre. En lugar de ir a Abbesses y coger allí el funicular hasta la cima de la colina, fui a una estación que queda por detrás, Lamarck Caulaincourt. Es más rápido. Tuve que cambiar de línea en Concorde, donde las paredes están alicatadas con azulejos que tienen letras escritas. Acabo de mirar en internet lo que era aquello, porque se podían leer perfectamente frases enteras. Es la Declaración de los Derechos del Hombre.

Una vez en Montmartre di  un paseo por las callejuelas y estuve viendo a los pintores callejeros en la plaza du Tertre.

Caminar por Montmartre requiere zapatos de senderismo. El suelo es de adoquines irregulares y todo está en cuesta. Lo más adecuado para el estado de mis extremidades inferiores.

A las once menos cuarto entré en la basílica del Sacré Cœur y me senté a esperar que comenzara la misa de once. Siendo del tamaño que es el templo, fue impresionante ver cómo se llenó de fieles de todo el mundo en un momento. La misa, que sólo duró hora y media, contó con toda la parafernalia: tres curas, ocho monaguillos, coro de monjas y órgano. Una de las monjas, vestida con un hábito blanco y velo negro, nos dirigía en los cánticos. Levantaba los brazos al aire y parecía que iba a levantar el vuelo con aquellas mangas.

Cuando finalmente pude salir a la calle me senté en las escaleras de la entrada. Desde allí arriba se divisa todo París en pequeñito. El día era estupendo, sin una sola nube. La temperatura había subido un poco y se estaba de muerte. Hay que añadir a la escena un sujeto tocando “La vie en rose” en un arpa y gente por todas partes.

Bajé andando los quinientos mil escalones que hay hasta la plaza Willette y cogí el metro para ir a la plaza St. Michel. Al subir a la superficie me encontré con la fuente de Davioud que representa a San Miguel matando al dragón.

Estuve paseando por el barrio latino. Lo de latino es porque es la zona de la universidad y antiguamente los estudiantes hablaban en latín. Busqué un sitio para comer. Recordé haber leído que había un restaurante americano por allí, así que lo localicé y me dispuse a dar buena cuenta de un brunch compuesto de huevos, patatas, tostadas y pancakes con zumo de naranja. Más que satisfecha, antes de salir fui al sótano a visitar el cuarto de baño. Cuando quise lavarme las manos no era capaz de encontrar cómo accionar el grifo, hasta que miré al suelo. Había que pulsar un pedal con el pie. Los alrededores del pedal no reflejan la limpieza del resto del local.

Di un paseo por el Boulevard St. Michel y el Boulevard St. Germain. Esta zona es famosa por sus librerías. Antes me hubiera vuelto loca comprando libros. Hoy, con el iPad y los ebooks ya no me hace falta. Puedo encontrar lo que quiera por internet.

Las terrazas de las cafeterías y restaurantes estaban a rebosar. Aquí la gente no se sienta alrededor de una mesa, sino que ponen las sillas mirando al tendido, para ver a los paseantes. Queda un poco raro cuando se ponen a comer de esa guisa.

 

Crucé a la Île de la Cité por el puente de l’Archevêché. Las barandillas han desaparecido de la vista, complemente llenas de candados. Incluso había algunos de bicicleta

Desde ese puente se accede a la parte trasera de Notre-Dame. Hay una placita muy agradable con jardines donde no suele haber mucha gente. Llegar a la plaza delante de la catedral es encontrarse con cientos de personas sacando fotos, haciendo cola para entrar o simplemente deambulando por allí. La cola se movía con rapidez, así que me puse a esperar para entrar. Fueron sólo cinco minutos. Dentro se celebraba una ceremonia por el 50 aniversario del Concilio Vaticano II. Habló un cardenal, unos actores/músicos estaban subidos en unos pedestales desde donde recitaban, cantaban o tocaban un violonchelo, aparecieron unos jóvenes con camisetas de colores bailando, una monja octogenaria se puso de pie y les seguía el ritmo, una mujer entre el público gritó algo y los de seguridad aparecieron de no se sabe dónde llevándosela rápidamente con destino desconocido.

Cuando me cansé de ver el espectáculo salí a sentarme en la plaza. Recordé que en mi última visita no pude ver la fachada completa de Notre Dame. Una de las torres estaba en restauración, cubierta por un andamio. Hoy todo quedaba a la vista. Estuve mirando las gárgolas. Tienen cara de mala leche. Ni rastro de Quasimodo.

Paseé un poco por la isla y crucé el Pont Neuf hasta el costado del Louvre. Eché a andar, andar, andar y acabé llegando al Arco del Triunfo. Es un paseo, lo atestigua el estado de mis pies. Pasé por los jardines de Les Tuilleries. En lugar de bancos fijos para sentarse, hay unas sillas de hierro color verde. Estas de hoy eran bastante nuevas. La gente las coloca donde le parece, casi todos mirando al sol o alrededor de los dos pequeños estanques. Las sillas están en perfecto estado. En España estoy segura de que amanecerían los peces sentados encima el primer día.

Pasé por la Place de la Concorde, de unas dimensiones tan tremendas como el atasco que había. Aquí fue donde se cepillaron a María Antonieta. Pusieron una guillotina y se pasaron por la piedra a todo el que les ponía mala cara.

En el centro de la plaza hay un obelisco egipcio de más de tres mil años, que no sé cómo rayos ha hecho para llegar hasta aquí.

El camino se puso cuesta arriba. Unos jardines con el Grand Palais a la izquierda y pronto los Campos Elíseos con sus tiendas. La acera de la derecha es más para gente de medio pelo, con Zara, Promod, H&M, etc. La acera de la izquierda contiene Louis Vuitton, Lacoste, y sitios así. La única excepción en derecha es Cartier, pero casi que no cuenta porque está arriba del todo, prácticamente en L’Etoile. El edificio de la esquina es la embajada de Qatar. El chalecito les ha debido de costar un par de pozos de gas porque el sitio no puede ser mejor.

Saqué un par de fotos al arco del triunfo. En ese momento estaban celebrando una entrega de corona de flores por parte de retirados del ejército.

A las siete de la tarde sentí una urgente necesidad de poner las piernas en alto, así que subí al metro y volví al hotel. Al llegar le pedí a la estreñida un nuevo vaso con hielo, que no me dio con tanta amabilidad como ayer, y subí a refugiarme en mi habitación.

Ducha y pijama. En este momento sólo puedo mover los dedos de las manos. Estoy paralizada.

 

Buenas noches desde París.

 

Una cateta en París (Día 1)


Tres y cinco de la madrugada. Suena el despertador y salto de la cama no sin cierta dificultad. La noche del lunes al martes sufrí el ataque de un virus gástrico asesino que me dejó completamente hueca, literalmente. Expulsé al demonio que llevaba dentro por todos los orificios de mi cuerpo, todos, literalmente. Desde entonces he estado para el arrastre, comiendo a base de puré de patata y fiambre de pavo en pequeñas cantidades. A las cuatro de la mañana del martes, tirada en el suelo del cuarto de baño, mi única preocupación era poder venir a este viaje, aunque tuviera que tomar el avión en camilla. Esta mañana me encontraba bastante mejor, pero algo débil aún.

Mi taxista favorito me recogió a las 03:57 hrs y salimos raudos pero no veloces con destino al aeropuerto de Sevilla, a donde llegamos hacia las 05:15. Había bastante ajetreo para la hora que era. Varios vuelos de Ryanair salían junto con el de Iberia para Madrid. Facturé la maleta (16,5 kgs) y fuimos a desayunar. Debido al estado de mi estómago, no me atreví a tomar la habitual megamagdalena. Me incliné por una palmera de hojaldre y un zumo de manzana. A las seis pasé a la zona de pasajeros y estuve echando un vistazo a la tienda Duty Free, que ya estaba abierta.

Embarcamos a las seis y media y salimos a las siete en punto. Yo, que había comprado un billete a Iberia, Líneas Aéreas de España, me encontré a bordo de un avión de Vueling y sentada al lado del Dr. No. 

Vueling es esa línea aérea donde por política de la compañía, los empleados te tratan de tú. Te tutean por megafonía y te tutean cuando les preguntas algo. Al Dr. No le hablaron de usted las dos veces que le dirigieron la palabra. El individuo, aparte de ser calvo y llevar gafas negras, iba completamente vestido de negro, con un traje de cuello mao y un abrigo negro que se echó por encima de la cabeza nada más despegar y no se quitó de la cabeza hasta que vinieron a hablarle de usted pidiéndole que lo guardara en el armario de arriba porque así no se podía aterrizar, mucho menos en la fila de  la salida de emergencia donde estábamos los dos. El Dr. No fulminó con la mirada al azafato, quien tuvo que encargarse personalmente de guardar el abrigo.

Durante el vuelo reinó un silencio de muerte porque muertos estábamos todos del madrugón que nos habíamos pegado. Sólo se oía a alguien comer pipas de girasol compulsivamente. En un avión, a las ocho de la mañana. Ahora que lo pienso, puede que fuera para calmar el miedo a volar.

A las 09:10 aterrizamos suavemente en el aeropuerto de Orly. Mi maleta salió de las primeras, sucia pero sin aplastar.

Salí a la calle para coger el Orlybus. En París el metro no llega a los aeropuertos. Hay varios medios para trasladarse a la ciudad. El más barato y bastante rápido es tomar el autobús Orlybus hasta la estación de RER/Metro Denfert-Rochereau y allí subir al Metro hasta destino. En mi caso, sin hacer transbordos, a la estación de Cambronne. Mi hotel está enfrente del metro.

Durante el trayecto me encontraba un poco desganada y cansada, hasta que subió en una estación un músico y se puso a tocar canciones francesas con un acordeón. En ese momento el tren salió a la superficie y recorrió un tramo entre los característicos edificios hausmannianios. Se me puso una sonrisa en la cara y pensé: “Estoy en París”.

Para salir del metro había que bajar un tramo de escaleras bastante empinado. Cuando me disponía a agarrar la maleta, oí que un chico me decía por detrás: “Espere, madame, que yo se la bajo”. ¿Madame? ¿Yo? Nunca jamás en ningún sitio nadie me ha ayudado con la maleta. ¿Quién dijo que los franceses eran idiotas? ¿Quién dijo que los parisinos llevaban un palo metido por el culo?

 

Cuando llegué al hotel eran las 10:20 hrs. Por supuesto, me dijeron que no me podían dar la habitación tan temprano, que dejara el equipaje en una consigna automática que había en la entrada y volviera a partir de las doce.

Vacié parte de la mochila en la maleta quedándome con todos los objetos de valor encima, excepto el ordenador, que ese ya no creo que me lo robe nadie, y me fui caminando hasta la torre Eiffel. Se suponía que estaba cerca pero tardé más de media hora en llegar a los pies de la misma. La ves ahí y parece que estás al lado, pero no. El Campo de Marte, los jardines que tiene delante, estaba lleno de gente corriendo. Esto está lleno de cobardes.

Se celebraba una jornada dedicada a los minusválidos. Les iban a dar un homenaje a los atletas paralímpicos. Había un grupo de samba brasileña compuesto por disminuidos físicos y psíquicos. Toda una experiencia verlos tocar y bailar. También había una montaña de zapatos viejos como de tres metros de alto para llamar la atención sobre aquellos que pierden miembros a causa de las bombas.

Adjunto prueba de mi presencia en el lugar para aquellas petardas que dicen que mando mis crónicas escondida en el trastero de mi casa.

La cola para subir a la torre era kilométrica. Normalmente se puede subir a partir de cualquiera de las cuatro patas, pero una estaba cerrada. En un letrero luminoso decía que la parte de arriba del todo no estaba abierta hoy. Decidí, por tanto, no molestarme en esperar. Al fin y al cabo, ya estuve ahí arriba en otra ocasión.

Es la segunda vez que vengo a París. Ya hace tiempo de la primera, tanto que yo tenía el pelo negro y se pagaba en francos. Estuve haciendo un curso de francés y me hospedé en una casa para estudiantes con una señora que no estaba muy bien de la cabeza pero poseía una vivienda estupenda en la rue du Faubourg St. Honoré, una de las mejores zonas de París. La casa tenía unos salones espectaculares con techos altísimos, chimeneas de mármol y espejos enormes con el marco dorado. Cada salón había sido convertido en dormitorio. Era como dormir en un campo de fútbol.

Por las mañanas salía de casa a las ocho de la mañana y me dedicaba a ver París. Por las tardes iba a clase. Me dio tiempo de ver montones de museos y patearme todo lo que hay que patear en la ciudad. También estuve en Versalles y en Eurodisney.

Después de pasear por los alrededores de la Torre Eiffel y acercarme a Trocadero, volví al hotel en metro a las doce y media para tomar posesión de mi habitación. Cuando terminé de vaciar la maleta me dio de repente un bajón tal que me tuve que tumbar en la cama un rato. Me di cuenta de que necesitaba comer urgentemente y meterme una Coca Cola en vena. No tenía absolutamente nada de comer en la habitación, así que me armé de valor y me fui a la calle. Al venir de la torre Eiffel había visto en la distancia una M amarilla muy conocida. Comida rápida, Coca Cola…….MacDonalds era mi salvación. Allí fui a solucionar mi problema. Y vaya si se me solucionó. Salí de MacDonalds a las 13:30 hrs y estuve caminando sin parar hasta las ocho de la tarde.

Fui en metro hasta la rue de Rivoli, la recorrí hasta llegar al ayuntamiento, luego paseé por el Marais, el barrio donde puedes ver a judíos con tirabuzones en las patillas, estuve en la Plaza des Vosgues, intacta desde hace 400 años, caminé hasta el centro Pompidou a ver si algún artista callejero estaba en la explanada inclinada de la entrada. Recuerdo que la otra vez que estuve me reí muchísimo con unos que hinchaban unos guantes de goma rosa, de esos de fregar los platos, de tal forma que se los podían meter por la cabeza y los dedos parecían unos cuernecillos. Los hinchaban tanto que acababan explotando con las cabezas dentro.

Las calles estaban repletas de gente paseando, de compras o haciendo turismo. En la rue des Francs Bourgeois había una tienda de maquillaje donde tenía lugar la escena que aparece en la foto. Sin comentarios.

Fui a Les Halles y me encontré con que está todo patas arriba. Están remodelando el barrio para aumentar el centro comercial subterráneo y hacer jardines en la superficie. Por allí estaba la escuela de francés donde yo estudiaba. Hay una iglesia que se llama San Eustache. Es impresionante, de planta gótica, grandísima. La recordaba llena de palomas y muy descuidada. Ahora tiene mucho mejor aspecto, excepto por una capilla. Creo que la señora restauradora de ecce homos ha estado por aquí.

Estuve en la entrada del Louvre, junto a la pirámide de cristal. Me senté un poco en el césped, a rebosar de gente. Volví a la calle Rivoli y entré en una tienda de souvenirs a hacer el estudio habitual. Selecciono para la colección de imágenes una torre Eiffel con lucecitas. Caminé hasta la Place Vendôme, donde está Cartier, Van Cleef, Dior, y todas aquellas tiendas donde los comunes mortales no ponemos el pie. En el centro de la plaza hay un obelisco con una estatua de Napoleón. También está allí el hotel Ritz. Pasó un Masserati nuevo flamante lleno de tíos buenos dentro.

Como estaba bastante cerca de la iglesia de la Madeleine me acerqué a verla. Está rodeada de una columnata corintia. Las escaleras de acceso estaban decoradas con flores. Estuve dentro un rato descansando. Estas iglesias no tienen bancos. Ponen sillas de enea unidas unas a otras por las patas.

Justo detrás de la iglesia está Fauchon, una tienda de delicatesen donde compran los millonarios. En la pastelería tenían unas mini tartas de frutas enanas  con un aspecto delicioso. No medían más de cuatro dedos y costaban 7,50  euros cada una. Yo me compré un pain au chocolat et a l’orange que sabía exactamente como suena.

Puestos a seguir andando a lo bruto, estuve viendo el edificio de la Opera Garnier. Tengo que contaros que la otra vez que vine asistí a una representación del ballet de la ópera. Entonces el primer bailarín era español. Era el 14 de julio. Ese día hacen una representación gratuita. Las colas son interminables. Confieso que me colé con toda la cara dura. Me senté en el gallinero. Casi podía tocar el techo desde allí, pero estuve. Fue alucinante. El edificio por dentro es grandioso. No es solo la sala, sino también los salones y la escalinata.

Encontré casualmente un Apple Store, así que entré a conocer al nuevo iPhone 5. ¡Qué máquina!

Ya que estamos, ya que estamos, como estaba cerca del Boulevard Hausmann, fui a echar un vistazo a los escaparates. Sólo escaparates. No merece la pena entrar para no poder comprar.

Arrástrándome llegué a una parada de metro y volví como pude al hotel, haciendo una parada en un Monoprix para comprar algo para la cena. ¿Qué descubrí en la zona de bebidas? COCA COLA DE CEREZA.

En el hotel entré en la cafetería. A la camarera con cara de estreñida le pedí que me diera un vaso lleno de hielo. Pensé que me iba a hacer un corte de mangas pero fue muy amable dándome un vaso de cartón lleno de hielo hasta arriba para mi Coca Cola de cereza.

Me duché y llegué a la cama no sé cómo. Tengo las plantas de los pies ardiendo.

Mientras os escribo están poniendo en la tele un programa homenaje a Charles Aznavour. Ha cantado Carla Bruni. La cara de Aznavour era un poema cuando la miraba. No debe ser muy de Sarkozi este señor.

Voy a ir cerrando las pestañas porque llevo 20 horas levantada.

 

Buenas noches desde París.