6 oct 2013

Una cateta en Canadá (Días 15 y 16)

06:00. Me voy a ir de Canadá justo cuando estoy a punto de conseguir adaptarme al horario. Una lástima.
Quedamos a las nueve y media en la habitación de Marisol para dejar allí las maletas. Ella se quedaba hasta hoy.
A las diez fuimos capaces de salir del hotel. ¡Qué difícil es mover a tanta gente! Fuimos las cuatro españolas, Belén la argentina y Carolina la italiana a desayunar a la panadería donde el sábado pasado comí aquel croissant tan rico. Por el camino nos encontramos con una de las americanas, de origen paquistaní, que se unió a nosotras. Es compañera de la ponente que el jueves nos contó los detalles del reflotamiento del Costa Concordia. En diciembre estuvo allí e incluso subió al casco del buque.
Cuando por fin pudimos arrancar, nos despedimos de Carolina y de la americana y fuimos a Forever 21, una tienda estadounidense de ropa con unos precios alucinantes. Triunfé. No nos quedó más remedio que volver al hotel a dejar las bolsas. Mientras Mercedes, Marisol y yo las subíamos a la habitación, Laura y Belén entraron a visitar la catedral católica, que está justo al lado del hotel.
Nos pusimos en marcha hacia el viejo Montreal haciendo una parada en la Basílica Notre-Dame-de-Montréal para que la vieran Laura, Marisol y Belén. Mientras ellas la visitaban, Mercedes y yo entramos en una tienda de objetos de Navidad que abre todo el año. Mercedes compró su bola para el árbol que compra allá donde vamos. Esta no  cuenta para el futuro sobrepeso de su maleta.
Como eran casi la dos, buscamos un sitio donde comer. Encontramos un restaurante de comida americana donde estaban retransmitiendo en varios televisores partidos de la liga de fútbol inglesa y de fútbol americano. Me he quedado con la ganas de ir a un partido de hockey sobre hielo. El estadio está detrás del hotel. Se han jugado dos partidos estando yo aquí.
De manera sorprendente, las griegas Danae y Eleonora aparecieron por el restaurante. Según Danae, nos tiene puesto un localizador para tenernos controladas.
Mientras esperábamos la comida, llamamos por FaceTime a su hermana Christina, que no ha podido venir porque da a luz este mes. Nos enseñó la barriga por el iPhone.
Después de comer, caminamos hacia el ayuntamiento, haciendo una parada en los jardines del Château Ramezay para sacarnos unas fotos. Nos colamos dentro del ayuntamiento porque vimos un coche antiguo decorado para una boda y dos limusinas blancas. Finalmente no vimos la boda pero sí al personaje de la foto luciendo un extrañísimo look capilar.
Bajamos hacia el puerto a pasear por la zona que se ha recuperado para uso lúdico. Los árboles se reflejaban en el agua dejando una imagen relinda, como diría Belén.
Entramos en el mercado de Bonsecours. Allí encontré unas orejeras que llevo años buscando. Son de fieltro negro y se sujetan con un alambre que hay en el interior, de modo que no hay que llevar ningún cachirulo sobre la cabeza. Yo es que sufro mucho de las orejas en invierno.
A las seis decidimos volver al hotel. Belén y Eleonora se fueron a ver el parque olímpico, así que nos despedimos de ellas.
A las seis y cuarto, como ya eran las doce y cuarto de la noche en España, le cantamos cumpleaños feliz a Laura en medio de la calle.
En el hall del hotel nos despedimos de Danae.
En el ascensor nos encontramos con el personaje de la foto que venía de la piscina del hotel con su padre.
Laura, Mercedes y yo descansamos unos minutos en la habitación de Marisol, embutimos las compras en las maletas como pudimos y partimos con destino a la acera de enfrente a tomar el autobús 747 rumbo al aeropuerto. Apareció a los diez minutos. Nos habían dicho que teníamos que llevar el importe exacto. Lo que no sabíamos es que tiene que ser en monedas porque hay que meterlas por una ranura y sale el billete automáticamente. En principio, el conductor no estaba por la labor de llevarnos. Finalmente, viendo nuestras caras de desesperación, nos dijo que metiéramos en la ranura todas las monedas que tuviéramos. Al resto nos invitaba. Es la tercera vez que me pasa. La primera fue en Atenas y la segunda en Washington. La técnica de la turista desvalida no falla. La voy perfeccionando con el tiempo.
Llegamos al aeropuerto en aproximadamente media hora. Facturamos enseguida en uno de los trescientos mostradores de Air Transat. De la maleta de Mercedes tuvimos que sacar cosas porque se pasaba cuatro kilos del peso límite y le querían cobrar setenta y cinco dólares de penalización. Al final nos la dejaron facturar con un kilo de más. Mercedes está de acuerdo conmigo en que lo de que las maletas pesen más a la vuelta que a la ida es como el milagro de la Virgen de Fátima. No tiene nada que ver el hecho de que vaya cargada de regalos para su marido y sus cuatro hijos y que en la conferencia nos hayan regalado una bolsa llena de puñetas. Por cierto, que voy de vuelta con mejunjes varios fabricados con sirope de arce. Estaban en la bolsa. Yo no he sido.
Al pasar el control de seguridad ni me miraron. Laura, sin embargo, tuvo que hacerse un escáner corporal.
O nos perdimos algo o la zona de tiendas del aeropuerto era una mierda. Sólo vimos un stand de sirope de arce, una pequeña tienda de souvenirs con hojas de arce y una de revistas.
Nos sentamos a cenar en un sitio que parecía un bar de copas. La zona de la barra cambiaba de color de vez en cuando. Fue blanca, verde, rosa y azul mientras estuvimos allí.
En mis últimos minutos en Canadá por fin pude ver a un policía montado del Canadá. No iba montado en nada, pero llevaba el sombrero.
Me despedí de las hojas de arce hasta más ver. Están por todas partes: en la bandera del país, en camisetas, jerséis, calzoncillos, en los logotipos de las empresas, en las piruletas, tiradas por la calles e incluso en las sillas de ruedas.
A las diez menos cinco comenzamos a embarcar. Salimos puntualmente una hora más tarde.
El avión resultó ser sólo un poco peor que el anterior. Era un Airbus 310, sin pantallas individuales, pero con unos asientos comodísimos. Los motores tampoco eran Rolls Royce como en el Airbus 330.
Una de las azafatas, negra con gafas negras, lucía el pelo a lo afro. No entiendo cómo le permiten llevarlo así. Seguro que alguien del pasaje acaba comiendo pelo afro. Gracias a Dios no atendió a nuestra fila.
Dormí una media hora antes de que nos sirvieran la cena. Fue comer por comer porque ya habíamos cenado. De las tres opciones elegí pollo con espagueti y queso. Estaba rico a pesar de las dificultades de comer espagueti en un avión. La ensalada quedó sin abrir. El postre era una magdalena que necesitó mucha agua para bajar.
Sólo dormí dos horas, hasta que anunciaron el desayuno, una caja de cartón con un yogur, un bollito de canela y un zumo de naranja.
Aterrizamos en Barcelona a las doce menos diez hora local, seis menos diez de la mañana hora canadiense.
Tras recoger el equipaje, Laura nos llevó en su coche a la T1 y siguió viaje a Tarragona.
Mercedes tenía menos de dos horas para coger el puente aéreo. Nos lo pusieron tan fácil que le faltó el canto de un duro para perder el vuelo.
También estuvimos a punto de ser atropelladas por un autobús en un paso cebra y en la acera por un individuo empujando carritos de maletas. Bienvenidas a España.
Nos despedimos y fui a facturar mi maleta de nuevo. Al pasar por del control de seguridad, pité y me sometieron al habitual masaje corporal. Ya estoy en casa.
Me senté a escribiros. A las tres de la tarde me obligué a comer, aunque mi cuerpo aún pensaba que eran las nueve de la mañana. Di una vuelta por el aeropuerto para estirar las piernas. A las cinco y media embarqué en el vuelo para Sevilla. Tan pronto despegamos, me puse el antifaz y estuve mirando para dentro durante una hora, a pesar de que los dos sevillanos de detrás no pararon de hablar de neumáticos en todo el camino.
Aterrizamos diez minutos antes de la hora. La maleta salió sana y salva. Me esperaba mi taxista favorito que me depositó en la puerta de casa al cabo de una hora y poco. Puerta de mi casa que no pude abrir porque cambiaron la cerradura en mi ausencia. Menos mal que llegué a las nueve y media de la noche y no a las tres de la mañana, porque me hubiera visto durmiendo en la acera. 
Conclusiones:
- Para visitar Canadá como es debido hay que tomarse un año sabático e invertir los ahorros de toda la vida. Antes de venir se me ocurrió mirar cuánto se tarda en tren desde Toronto a Vancouver, en la costa del Pacífico. Tres días y medio. Eso da una idea de lo ancho que es.
- Si en algún momento tuve la tentación de no volver, rápidamente recapacité al oír historias de días de invierno a veinte grados bajo cero.
- He visto un alce, he visto un policía montado del Canadá y he comido sirope de arce. Misión cumplida.
Mis zapatillas y yo hemos vivido un reencuentro emocionante hace poco.
No reconozco ni mis pies ni mis tobillos. Estos son de una señora gorda.
Los calcetines han ido andando solos a lavadora. 
Buenas noches desde mi casita.


5 oct 2013

Una cateta en Canadá (Día 14)

07:30 hrs. Vale, eran las siete y media, pero es que me acosté a las dos.
La mañana empezó mal.
Con los ojos pegados y sin gafas fui a desconectar la cámara de fotos que había dejado cargando durante la noche. Parte del enchufe adaptador se quedó en la pared, dejando las tripas al aire. Con los ojos pegados y sin gafas fui a buscar alguna herramienta en mi neceser. Encontré mi navaja de viaje y un corta cutículas. Con ambas cosas intenté sacar el trozo de enchufe de la pared. Me pegó un corrientazo que me tiró de espaldas, pero lo conseguí.
Observé que mis nudillos estaban manchados de tinta azul. Parece que dormí con los nudillos pegados al cuello y parte del tatuaje se había transferido de cuello a nudillos. Tuve que frotar bien con el estropajo/esponja para borrar los restos tanto en el cuello como en la mano.
Cuando salí de la ducha se me cayó el cepillo de dientes al váter. Lo miré durante unos instantes decidiendo si recuperarlo o no: “Va a ser que no. Yo ahí no meto la mano.” Menos mal que llevo uno de repuesto que me dieron en el hotel de Toronto.
La sesión de la mañana empezaba a las ocho y media. A la hora que era no me daba tiempo de ir a desayunar al comedor, así que me comí una galleta gigante de avena que tenía en la habitación y bajé aprisa y corriendo para que no me pusieran falta. Esto de celebrar la cena de gala el jueves es un error como una catedral. Esta mañana faltaba la mitad de la gente y las que estábamos no estábamos.
Una de las ponentes de ayer trabaja para la empresa que está reflotando el Costa Concordia. Nos contó con pelos y señales todo el proceso, tanto el porqué se está haciendo así y el cómo.
Hoy la jornada de la mañana trató sobre las dificultades del transporte marítimo en la zona del ártico. Alucinante. Los barcos llegan a sitios donde no hay ningún tipo de infraestructura. Tienen que llevar a bordo todo el equipo necesario para trasladar las mercancías desde el barco a tierra, tanto si son sólidas como si son líquidos. A esto hay que añadir lo que dijo una de las conferenciantes: “Hay un montón de hielo y nunca sabes dónde está.”
A las once menos cuarto tuvimos un descanso. El camarero que nos atendió se llamaba Nelson y era venezolano. Fue como hablar con el hermano mayor de Boris Izaguirre. Era una reinona a la que le encantó ir a Ibiza este verano de vacaciones.
Después del descanso habló Katarina Stanzel, directora de INTERTANKO. Se entregó el premio a la Personalidad del Año WISTA y terminamos con Despina recogiendo el testigo para organizar la conferencia del año que viene en Chipre.
Hacia las doce y cuarto se clausuró la conferencia. Hora de despedidas hasta la próxima.
A la una salimos del hotel hacia las distintas excursiones. Yo elegí “Los colores del otoño”. Nos dieron una bolsa a cada una conteniendo la comida. En mi grupo íbamos las cuatro españolas, la directora de INTERTANKO y Belén la argentina.
Nos llevaron a la zona de las montañas Laurentians. Paramos en un hotel junto a la estación de esquí de Mont Gabriel para sacarnos fotos . No, aún no hay nieve, pero la habrá pronto. Hacía fresquete y estaba un poco nublado. Yo llevé el paraguas para que no lloviera.
El aire que se respiraba era fresco fresquísimo. Por todas partes había arces de distintos colores.
La segunda parada no estaba programada. Pasamos por un outlet en casas de madera. Nos preguntó la guía si nos apetecía parar media hora para echar un vistazo. Unánimemente se decidió que era absolutamente necesario parar allí. Triunfé. Si me dejan allí tres horas quemo la Visa.
La tercera y última parada fue en el pueblo de Saint Saveur, compuesto por casitas de madera donde había muchas tiendas de artesanía, una de caramelos con aspecto de antigua y una iglesia con el altar más kitsch que he visto últimamente. Pintado de azul, contaba con una galería por detrás con unos abetos de plástico.
Después de dar un paseo por allí subimos al autobús y pusimos rumbo de vuelta a Montreal.
Tardamos menos de lo esperado por la falta de tráfico.
Adelantamos a unos cazadores que traían una cabeza del alce en el remolque. No hace falta explicar que fue la sensación de la tarde.
Jeanne me contó el pasado fin de semana que todos los años mueren bastantes personas por esta zona al atropellar a estos animales. El bicho es tan grande que acaba metido dentro del coche, con cuernos y todo.
A las seis aterrizamos en el hotel. Subimos a la habitación de Marisol a ver las vistas desde su ventana y charlar un rato. Luego nos dispersamos y quedamos a las siete y cuarto para ir a cenar.
Se nos unieron miembros de India, Grecia, Italia y, por supuesto, nuestra argentina favorita.
Al salir del hotel, Sanjam la india se puso unos guantes de lana. Nos entró la risa. Ella se defendió diciendo: “Soy de Bombay”.
Encontramos un restaurante italiano cerca del hotel donde me hospedé la primera vez que estuve en Montreal.
Belén y una de las griegas se fueron a disfrutar de la noche por la zona de bares. El resto volvimos paseando al hotel. Por el camino encontramos a un músico callejero metido en un bote de madera con una caña de pescar. El muy desgraciado había pescado a Nemo y tenía al pobre pez con la boca abierta pidiendo limosna.
En el hall nos despedimos hasta mañana sin fuerzas para nada más.
Buenas noches desde Montreal.

4 oct 2013

Una cateta en Canadá (Día 13)


03:05. Desperté con congestión nasal. El catarro que vengo incubando desde el domingo dio por fin la cara. Conseguí dormirme otra vez hasta las seis y media.
Las sesiones de la conferencia empezaron a las ocho y media. Uno de los primeros en hablar fue el gran jefe de la naviera CSL. Comenzó su ponencia contándonos que su hija es miembro de WISTA y que estaba sentada entre nosotras. Enseñó una foto de cuando ella tenía once años y nos contó una anécdota de su infancia. La cara de la pobre era un poema.

Todos los ponentes de la mañana fueron interesantes. Estuvo entre ellos el dueño de Fednav.
Las holandesas, como todos los años, trajeron su sorpresa naranja para llevar puesta durante la conferencia. Este año han hecho unas pulseras de goma y unos tatuajes que llegaron por mensajero desde Holanda por la tarde.
Hay una holandesa que lleva los pelos de colores. Este año lo trae de color rojo. Se pone rímel azul, así que parece un arcoíris.
A las doce comimos un menú exquisito con ensalada servida en un vaso, pescado sobre una salsa de color verde riquísima y un parfait delicioso. Entre el segundo plato y el postre nos dio un discurso la ministra de transporte, que nos hizo reír a carcajadas con sus ocurrencias. En lugar de dedicarse a la política podía hacer carrera en el espectáculo. Fue hilarante. (https://soundcloud.com/user265747715/minster-of-transport-lisa-raitt)

Las sesiones de la tarde duraron hasta las cinco. Una de las ponentes no pudo venir porque está pasando la gripe. La llamaron por teléfono e hizo su exposición a distancia.

Una nigeriana grandísima apareció subida en los zancos de la foto. Para rematar, lleva el pelo a lo afro, así que sobresale por encima de todo el mundo escandalosamente.
Unas cuantas subimos a la habitación de Sanjam, que es una india de la casta de los Singh, para ver el sari que pretendía que yo me pusiera para la cena de esta noche. Va a ser que no. Dice que el año que viene va a llevar unos cuantos a Chipre para que nos los pongamos. Va a ser que no.
Nos sentamos a charlar en las camas sobre las costumbres matrimoniales de la India. Ella se casó por amor con un compañero de facultad, cosa que no le hizo ninguna gracia a la suegra. Las madres de varones son invitadas a casas de jóvenes casaderas para elegir la esposa adecuada para sus hijos. La suegra se perdió la diversión que, al parecer, eso supone. Tampoco recibió dote.
Como dijo Danae, Sanjam hizo como el que va a comprarse una casa y se salta a piola al de la inmobiliaria contactando directamente con el propietario.
Por cierto, Danae sufrió un accidente en el vuelo desde Grecia. Le cayó un vaso encima del iPad, provocando una tragedia.
Sanjam, como es costumbre en la India, vive en casa de la familia del marido, con todas las generaciones vivas compartiendo vivienda. Tienen ocho sirvientes.
A las seis y cuarto nos fuimos cada una a su habitación a cambiarnos para asistir a la cena de gala en el mismo hotel. Hoy no hemos salido a la calle para nada.

Las nigerianas llevaban sus trajes de chintz con cachirulos en la cabeza. Una de las dos japonesas apareció de kimono. Fue alucinante verla bailar “It’s raining men” de esa guisa, con las chanclas de madera, los calcetines blancos y las catorce capas de ropa encima.
Los tatuajes de las holandesas tuvieron un tremendo éxito. Espero que sean fáciles de borrar porque yo lo llevo en el cuello. Como tenga que salir a la calle con él, me van a confundir.
La cena se celebró en un salón enorme con las mesas decoradas de una forma muy original.
Compartí mesa con la presidente de Turquía, Laura, Elpi de Grecia, una estadounidense, una canadiense, una danesa y la hija del señor de CSL, que es abogada en Nueva York. Tiene la oficina en el edificio Chrysler. Alucinante.
Antes del postre tuvimos discurso. Esto de que te hablen a mitad de la comida no me parece correcto. Yo, si empiezo a hacer la digestión, ya no tengo ganas de postre cuando llega.
El ponente era Marc Garneau, el primer astronauta canadiense. Nos contó cómo llegó a serlo y las sensaciones que se experimentan antes y durante los vuelos que realizó en el transbordador espacial. El postre eran tres cáscaras de huevo rotas por arriba con cremas de varios sabores dentro.
El baile empezó enseguida. Como siempre, “Dancing Queen” fue la canción más bailada y cantada.
En una esquina de la sala había un fotomatón para sacarse fotos de broma con sombreros y pelucas. Hicimos buen uso de él pero no pienso enseñar los resultados. Digamos que lo que pasa en WISTA queda en WISTA.
A las doce las españolas salimos sigilosamente de la sala para irnos a dormir. En una de las muchas salas de conferencias del hotel estaban preparando un congreso de artefactos médicos. Había dos muñecos tumbados en camillas. Uno de ellos con calcetines.

Buenas noches desde Montreal.

Una cateta en Canadá (Día 12)


06:30 hrs. Esto no tiene remedio. ¿Cuándo voy a volver a dormir ocho horas seguidas?
Bajé a hacer el registro de la conferencia a las siete y media y a desayunar con las presidentas de las WISTAs nacionales. Faltan nueve en esta ocasión. Es que esto está en la quinta puñeta. De Australia no ha venido nadie. Sin embargo, tenemos aquí a una neozelandesa que tiene previsto fundar WISTA Nueva Zelanda pronto y está como una cabra.
La reunión de presidentes empezó a las nueve en punto y terminó a las doce menos cuarto. Fue bastante positiva e interesante.
En el descanso, camino del baño, pasé por una sala donde celebraban una reunión de liderazgo. Tenían unas enormes bolsas de piezas de Lego para hacer construcciones. No lo entiendo.
A las doce comimos, ya con todas las miembros, en un salón del hotel. Sirvieron comida típica de Montreal: poutin, bagels con salmón, jamón braseado en lonchas finísimas, un pastel de carne, puré de patatas y maíz que estaba exquisito y otras cosas que no probé porque mi estómago tiene las dimensiones que tiene. De postre, tarta de sirope de arce.
A las dos comenzó la asamblea general de WISTA. No os voy a contar detalles porque es un rollo para quien no pertenezca a la asociación.
Tuve que salir a hablar porque me presentaba a la reelección de mi puesto de secretaria y tenía que hacer una presentación. Hablar en público me provoca terror, como si me fueran a pegar un tiro desde la audiencia.
Algunos países votan como si se tratara del Festival de Eurovisión, así que no tenía muy claro cómo iban a salir las cosas, aunque ayer recibí muchos apoyos. Mi contrincante es una señora danesa que vale mucho, es más alta y más rubia, así que hubo dura competencia. Finalmente, salí reelegida para los próximos dos años.
Despedimos a Irene, de Singapur, que deja su puesto en el comité ejecutivo. Le regalamos la maqueta de la foto como recuerdo y agradecimiento. Espero que cuando me llegue el día me regalen una igual, porque es chula que te cagas. Las hace la empresa de mi amiga Wanda, presidente de WISTA Polonia.
Terminamos a las cinco. Estuvimos las tres españolas y Belén de Argentina charlando un rato. Da gusto poder hablar un poco en español. Os juro que ayer, cuando me encontré con Mercedes para desayunar, no me salían bien las palabras, después de diez días sin hablar con nadie en cristiano.
Subí a la habitación a soltar el ordenador y los papeles y me asomé a la ventana un rato para hacer tiempo hasta las seis y media.

Bajé con dos holandesas que están en el mismo pasillo que yo. Este hotel es enorme. Tiene ocho ascensores e incluso una entrada especial para los clientes vip.
Nos llevaron en autobús al museo arqueológico Pointe-à-Callière, en el viejo Montreal. Justo antes de salir llegó Marisol, la cuarta española.
Las alemanas aparecieron vestidas con trajes regionales. Mercedes dice que el año que viene nos tenemos que presentar en Chipre de peineta.
Andrea, presidente de WISTA Canadá, nos dio un pequeño discurso de bienvenida. Sirvieron un cóctel con canapés.
Entre los asistentes estaba la ministra de transportes de Canadá, una señora simpatiquísima que iba acompañada por un asistente jovencísimo calvo como una bola de billar. El que entregaba las tarjetas de visita de la ministra era él, y también él nos sacó la foto. Es evidente que la ministra es la señora rubia de en medio y las demás somos las españolas.
Hicimos una visita a la exposición del museo. Había objetos tan antiquísimos como muros de mil ochocientos y pico y vasijas de cristal. Es que este país muy viejo no es.
A las nueve y cuarto nos devolvió el autobús al hotel. Nos sentamos un rato en el hall a charlar. A las diez dimos por finalizado el día, que ha sido muy largo y muy fructífero.
Buenas noches desde Montreal.

2 oct 2013

Una cateta en Canadá (Día 11)

05:50. Al borde del suicidio intenté dormir un rato más sin lograrlo. Me levanté a las siete menos cinco para dedicarme a planchar la ropa que llevaba diez días paseando por el mundo completamente aplastada y maltratada.
Menos mal que en este continente todas las habitaciones de hotel vienen con tabla y plancha como si estuvieras en tu propia casa.
Me di una ducha y bajé a desayunar a las ocho y media. Compartí mesa con Mercedes y otras nueve miembros de WISTA Holanda, Grecia y Singapur.
A las nueve y media nos estaba esperando Andrea, presidenta de WISTA Canadá para acompañarnos a las miembros del comité ejecutivo de WISTA a su oficina, a unos cinco minutos del hotel.
En una sala de reuniones situada en el piso 46 de un rascacielos de cristal pasamos toda la mañana y parte de la tarde. A las doce nos sirvieron un bufet ligero para no perder tiempo. Nunca había comido bocadillos de colores. Siempre hay una primera vez para todo, excepto para la tirolina.
Andrea vino a comer con nosotras y nos contó que hoy es el día de las peticiones extrañas por parte de las delegadas que vienen a la reunión de WISTA que comienza mañana. Hubo una llamada de una de sus miembros pidiendo que hubiera una sala de lactancia porque piensa presentarse con su bebé recién nacido.
A las cuatro dimos por finalizada la reunión y volvimos al hotel.
Ayer se me olvidó comentaros que casi todas las poblaciones que íbamos dejando a los lados de la autopista según veníamos hacia Montreal tenían nombre de santos. San Liborio y San Agapito fueron mis preferidas.
Cuando por fin pudimos dejar el tanque en Hertz, Jeanne soltó un muy americano “Holly Molly!”, después de la odisea que pasamos.
Intenté dormir un rato con pijama y todo pero me fue imposible por culpa del bombardeo de Whatsupp y del camión de bomberos que intentaba pasar entre los coches atascados delante del hotel. Me limité a cerrar los ojos detrás del antifaz y descansar un rato. Aunque estoy en un piso once, se oye todo el tráfico de la calle.

A las seis y diez bajé al hall a reunirme con Karin, nuestra presidenta, y Allison Swaim, una chica americana que va a presentarnos mañana un documental. Allison es americana. A través de WISTA consiguió dar la vuelta al mundo en barcos de carga durante un año grabando la experiencia. Nos mostró el documental en su ordenador para que le diéramos el visto bueno final. Nos encantó.


Se nos fueron uniendo representantes de los distintos países para ir a la cena de presidentes. Allison es la de la camiseta morada en la foto.
Fuimos caminando hasta un restaurante al costado del la basílica de Notre-Dame-de-Montréal.
Cenamos en el jardín del restaurante, al aire libre. Hacía una temperatura extraordinaria.
La presidenta de WISTA Francia llegó directamente al restaurante ya que venía desde Boston conduciendo. Cuando la saludé le dije: “Béatrice, estoy traumatizada. No entiendo el francés que hablan los canadienses”. A lo que ella contestó: “Yo tampoco. Todavía estoy intentando averiguar qué me dijo el policía de la frontera al entrar en Canadá.” Con lo cual me quedé un poco más tranquila.
A las diez volvimos andando hasta el hotel. En el enorme bar del hall nos empezamos a reunir miembros de WISTA acabando la cosa en unas veinticinco.
Sam, una americana que vive en Florida en una de esas casas donde tienen el barco atracado en el mismo jardín, me estuvo enseñando fotos de las iguanas que viven entre sus plantas.
A las doce menos cuarto anuncié que me iba a dormir porque mañana es el peor día de la conferencia para mí y tengo que estar mínimamente consciente.
Buenas noches desde Montreal.

1 oct 2013

Una cateta en Canadá (Día 10)


06:24. Que no os llame a engaño la hora. Teniendo en cuenta que me acosté a las dos, no dormí nada.

Estuve dando vueltas hasta las siete y media. A esa hora me levanté, preparé la maleta y bajé a desayunar a la terraza de mi hotel con Karin, Fritz y Joyce. Jeanne aún no había resucitado.

Tomé pan de plátano, yogur y muesli casero. Nunca más volveré a comer muesli de caja. Una verdadera mierda comparado con lo que comí hoy.

A las diez menos cuarto fuimos a buscar la oficina de información turística junto al Château Frontenac para hacer un tour guiado por la ciudad. Este edificio contiene un hotel de lujo construido por la Canadian Pacific Railway en 1893.

El guía resultó ser un fracaso absoluto. Insistía en hablar sobre restaurantes como si se tratara de una ruta culinaria, en lugar de centrarse en los monumentos. Nos llevó a ver el ayuntamiento y la catedral anglicana Holy Trinity, al lado de la cual había un burro cotilla. Pasamos por delante de la Basílica Notre-Dame-de-Québec sin entrar, se rió de las monjas ursulinas al pasar por su convento y del frío que pasan en invierno los seminaristas del seminario de Québec.

Cuando por fin nos deshicimos del maldito guía fuimos a sentarnos a la Place Royale a descansar y a tomar algo. Desde allí nos acercamos al puerto para dar un paseo en barco por el río San Lorenzo. Allí coincidimos con Joyce y Fritz.

Hizo un día estupendo. Empecé con el chaquetón desayunando en la terraza del hotel y terminé en camiseta mientras íbamos en el barco.
Voy a empezar a ir a todos los viajes con el paraguas en la maleta. Es garantía de que no va a llover.

El barco nos llevó hasta la isla de Orléans y la catarata de Montmorency que visitamos ayer.

Al volver, volvimos a subir hacia el Château Frontenac parando en la basílica que el guía no nos enseñó por dentro por la mañana. Un poco recargada para mi gusto.

Fuimos a sentarnos a la Terrasse Dufferin, un paseo de madera construido al borde del acantilado desde el hotel hasta la ciudadela.

A las seis nos acercamos a cenar a un pub irlandés muy concurrido. Como seguía haciendo buena temperatura, comimos en la terraza. Yo tomé fish and chips.

Volvimos a nuestros hoteles a recoger las maletas, las cargamos en el tanque y salimos hacia Montreal. A mitad de camino tuvimos que parar a echar “gas”, como dice Jeanne, en una de esas gasolineras de carretera como las de las películas, con camiones enormes aparcados y un motel de planta baja con las puertas de las habitaciones dando a la calle.

Llegamos a uno de los puentes de entrada a la isla de Montreal sobre las nueve y media de la noche. La puerca de la señora del GPS nos llevó hasta la puerta de un parque de bomberos en mitad de ninguna parte en lugar de llevarnos al hotel. Paramos allí a llorar de la risa. Cuando pudimos recuperarnos tuvimos una seria conversación con la señora del GPS y conseguimos que nos llevara a nuestro destino.

Dejamos a Karin con las maletas en la puerta del hotel y Jeanne y yo fuimos a buscar la oficina más próxima de Hertz para devolver el tanque. Resultó estar a poca distancia del hotel pero el acceso a la calle estaba cortado porque estaban descargando camiones de material para el estadio de hockey.

Tuvimos que preguntarle a la señora por otra oficinal de Hertz. Nos llevó a otro sitio bastante cerca. Por fin nos deshicimos del tanque y volvimos caminando al hotel.

Karin nos esperaba preocupada en recepción por lo mucho que habíamos tardado.

La habitación del hotel está muy, pero que muy bien, con unas vistas estupendas a los rascacielos.

Se acabó la fiesta. Mañana a trabajar.

Buenas noches desde Montreal.







30 sept 2013

Una cateta en Canadá (Día 9)

05:43. Inesperada regresión en mi estado que no me afectó hasta la hora de la cena.
A las ocho y cuarto quedé con Karin para desayunar. Dejamos a Jeanne durmiendo pues había estado trabajando en sus cosas de abogado hasta bien entrada la madrugada.
Cerca de nuestros hoteles descubrí ayer una cafetería panadería donde comí un croissant gigante con onzas de chocolate dentro. No, no estoy curada. Karin, que es más grande que yo, se cepilló una baguette entera con queso fundido por encima, dos tazas de café y una de té verde.
A las diez menos cuarto recogimos a Jeanne y subimos al coche de alquiler que trajo desde el aeropuerto de Montreal. Como es americana, en lugar de alquilar un Opel Corsa, apareció con un tanque.
Después de tener más que palabras con la señora del GPS, por fin salimos en dirección al Parc de la Chute de Montmorency, donde visitamos una catarata aún más alta que las del Niágara. Un puente colgante la atraviesa por encima. Para acceder a él tuvimos que coger un teleférico. La catarata se forma al vaciar el río Montmorency en el río San Lorenzo. Las vistas desde allí arriba eran espectaculares.
Hacía un día tan magnífico que me pude quedar en camiseta hasta que volvimos a Québec por la tarde.
Seguimos ruta hacia el Cañón de Sainte-Anne, donde paseamos entre las rocas y atravesamos la cascada por dos puentes colgantes. Hay un tercero pero está en restauración. Creo que en mi vida no había visto una cosa tan bonita como lo que visitamos hoy.
Jeanne, que es una loca de los deportes y la aventura, se empeñó en lanzarse en tirolina por el cañón. Convenció a Karin para hacer lo mismo. Conmigo no pudieron.
Al volver de la excursión, paramos en Saint-Anne-de-Beaupré, uno de los templos sagrados más visitados de Canadá. La iglesia original se construyó en el siglo XVII como agradecimiento a Santa Ana por parte de los supervivientes de un naufragio que llegaron a estas costas. El templo actual es de principios del siglo XX. El anterior se quemó. No sé qué les da a los canadienses con las iglesias, que se les queman todas.
Por el camino nos reímos mucho con/de Jeanne por lo americana que es. A Karin y a mí nos llama “kids”, a pesar de peinar canas hace tiempo. A la Coca Cola la llama “soda”, al grupo de WISTA USA que va a asistir a la conferencia de la semana que viene se refiere como su “gang” y a la señora del GPS la llamó “baby”.
No me gusta nada la señora del GPS. Se dirige a nosotras con una voz mandona y siempre nos dice que giremos donde se pueda hacer legalmente.
A las cinco y media regresamos a Québec, tras sufrir un leve atasco por la carretera y tener que ir a paso de carreta detrás de diez motoristas en sus niqueladas Harley Davidsons.
Aparcamos el coche y fuimos al hotel de Karin y Jeanne. Karin y yo dedicamos  un rato a WISTA y Jeanne se puso a trabajar en su ordenador, aunque la pillamos un par de veces jugando a Candy Crash.
En la escalera de mi hotel me crucé con un tío que me resultó cara conocida, pero no le di mayor importancia.
A las ocho subimos a cenar a la parte alta del viejo Québec. Habíamos quedado con Joyce, una medio asiática miembro de WISTA Holanda, y su marido Fritz, llegados por la tarde desde Montreal. Cuando entraron en el restaurante me di cuenta de que Fritz era el señor que me crucé en la escalera un rato antes. Otros que, sin organizarlo, se hospedaban en el mismo sitio que yo.
Es difícil explicar lo que comimos porque fue algo indescriptible. Desde mejillas de venado a vieiras con burbujas y arenilla por encima, risotto con arroz de color marrón que más bien parecían pipas de girasol, y otra lista de alimentos que no soy capaz de definir. En resumen, cocina experimental que intentaré no volver a probar en el resto de mis días.
Durante la cena se me empezaron a caer los ojos de cansancio. Al volver al hotel andando me espabilé un poco. Como éstos son bastante jueguistas, tuvimos que parar en el bar de mi hotel a tomar la última. A las doce nos despedimos. Joyce y Fritz se quedaron en el bar. Deben de tener la cabeza del revés porque vienen desde Indonesia, donde es doce horas más tarde que aquí. Mi jet lag es un juego de niños comparado con eso.
Buenas noches desde Québec.