7 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 10)


Siete y veinticinco. Volvemos a la normalidad. Me levanté y terminé de hacer el equipaje después del desayuno. Sí, crêpes con chocolate otra vez……… y más cosas.

A las nueve y media salí del hotel cargada como una mula en dirección a la parada de autobús a unos metros en la acera de enfrente. Por supuesto, en el paso cebra tuve que esquivar a los coches y subir el escalón de adoquín. Objetivo: bus 550. Destino: Kifissia. Lo lógico hubiera sido ir en metro, pero el metro está en obras y a medio camino te hacen salir a la superficie, te meten en un autobús y luego te vuelven a meter en el metro. Impensable con el equipaje a cuestas.

Lo mejor en estos casos es observar cómo actúa la población aborigen y obrar en consecuencia. No dejarán de sorprenderme nunca estos griegos. Entraban en los autobuses por las puertas delantera y trasera sin pagar ni validar el billete que supuestamente llevaban encima. En mi guía de viaje dice que los billetes se pueden comprar en quioscos, que hay que validarlos al subir al autobús, y que te enfrentas a una multa terrible si no lo haces.

No había ningún quiosco a la vista. Llegó el autobús 550. Subieron los pasajeros por ambas puertas y yo me acerqué al conductor y pregunté: ¿Kifissia? Gesto afirmativo del conductor. Saqué un billete de cinco euros del bolsillo y se lo ofrecí. Gesto negativo del conductor. “¿Dónde puedo comprar un billete?”. Encogida de hombros del conductor. En ese momento decidí jugar el papel de damisela en apuros. “Tengo que comprar un billete. Necesito un billete. Tengo que ir a Kifissia”. Gesto con la mano del conductor indicándome que subiera al autobús. Y así fue como viajé hasta Kifissia gratis por el morro. Al llegar a destino, destino fácilmente identificable por las explicaciones que Anna-María me había dado, bajé del autobús no sin antes decirle al conductor: “Efjaristó poli” y darle la mano como muestra de agradecimiento. Fui al cuartel general de la familia Bezantakou, donde tienen las empresas familiares Danae y Christina. Me presentaron a sus padres y esperamos la llegada de Anna-María.

Kifissia es un barrio acomodado al norte de Atenas. La temperatura es más fresca, el aire más limpio, no hay edificios de más de tres plantas, y hay una zona comercial peatonal muy agradable con paseos y jardines. Muchas mansiones y parques. Observé con sorpresa la presencia de tres ancianos. Probablemente han conseguido sobrevivir evitando la avenida principal y manteniéndose siempre entre las calles peatonales.

Anna-María me enseñó dónde vive y luego fuimos a comer con Danae y Christina. A las dos y media me llevó al aeropuerto. El tiempo empezó a cambiar según nos íbamos acercando. He sabido posteriormente que, nada más salir mi avión, se puso a llover a cántaros. Ello confirma la información según la cual habían contratado buen tiempo para toda mi estancia.

Estuvimos un rato en una cafetería y a las cuatro nos despedimos con mucha pena. Al acceder a la zona de viajeros no me cachearon como es costumbre ni me requisaron el plátano bomba que llevaba en la mochila. Otra muestra de las costumbres relajadas que hay en este país. Sí, el plátano que mangué el otro día y que no he logrado comerme.

El avión salió con casi cincuenta minutos de retraso. Las azafatas se dedicaron a cambiar de sitio a varios pasajeros, entre ellos yo, para poder acomodar a una pareja de aspecto sospechoso y a su bebé. Me situaron junto a una de las salidas de emergencia cuando el avión ya estaba circulando por la pista. Gracias a Dios no fue necesario hacer uso de ellas. A mi lado, una señora con un ordenador miniatura preparando un Power Point. En pantalla el siguiente texto: “¿Es necesario tratamiento de mantenimiento para el trastorno bipolar?” ¡Glup!

Llevamos a bordo a las azafatas más viejas de Iberia. Tres de ellas estaban al borde de la jubilación.

A las seis de la tarde (hora griega) nos sirvieron la cena. Pollo con especias y arroz, ensalada griega y tarta de chocolate con mermelada de fresa. La ensalada griega contiene pepino, aceitunas con sabor ligeramente agrio pero muy sabrosas, queso feta y esos magníficos tomates rojísimos y riquísimos. Estupenda despedida griega. Para beber, Coca Cola. Por fin, Coca Cola española. Lágrimas de emoción.

Aterrizamos en Barajas sin incidentes a las ocho de la tarde. LG ha colocado en los aeropuertos unas torres con dos televisores planos y múltiples enchufes debajo como espacio de recarga para móviles y portátiles. Allí se concentran muchos pasajeros y puedes ver una maraña de cables saliendo de la torre hacia los asientos. Me senté, me enchufé y comencé a redactar este mensaje.

A las once salimos desde Barajas y aterrizamos en Sevilla a las doce menos cuarto. Once filas de asientos clase Business. ¿No estábamos en crisis?

La maleta llegó sana y salva aunque un poco roñosa.

Me esperaba mi taxista favorito, que me invitó a una Coca Cola (española, por supuesto) y me depositó en casa a la una y media. Ahora son las dos y media. Voy a enviar este mensaje, meterme en la cama y levantarme dentro de tres días.

Viaje perfecto.



ΚΟΝΣΟΥΕΛΑΚΗ

6 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 9)


Ocho de la mañana. ¡Dios mío! Me quedé dormida. ¿Estaré enferma?
Ayer durante la cena pregunté por qué no hay ancianos en las calles de Atenas. Me contestaron que los habían retirado a todos de la circulación durante los días de la Conferencia de WISTA. Yo he llegado a una conclusión diferente. Los matan en los semáforos. Si una joven y lozana como yo tiene que correr para llegar al otro extremo de la calle, es seguro que a un anciano con bastón le pasan por encima.
Otro asunto que estuvimos tratando fue cuál de los dos países es menos europeo, si Grecia o España. En Mayo tuvimos una pequeña reunión en Madrid, reunión que no trasladé a este blog por falta de tiempo. El único defecto que consiguieron encontrarnos es la falta de gente que hable inglés. Según ellas, nadie, absolutamente nadie lo habla en España. Tuve que defender el honor patrio informando que tanto mi abuela como yo lo hablamos. Con dos deberían tener más que de sobra, ¿no? Y, ¿por qué El Corte Inglés se llama así, si ninguna dependienta habla inglés? Pero compraron a pesar de ello. Me vaciaron todas las zapaterías de Madrid.
En algo que sí nos ganan por goleada es en los cuartos de baño. Todos están impolutos. En muchos, en lugar de jabón, los dispensadores escupen una espuma con un olor muy agradable. Para secarse las manos hay que pasarlas por el sensor de un aparato. Inmediatamente aparece un trozo de servilleta que hay que arrancar del aparato. El sensor sabe perfectamente si lo has arrancado o no. Lo digo porque intenté hacer la gamberrada de pasar la mano por el sensor insistentemente para hacerle escupir mucho papel a la vez.
Todos los días estoy comiendo para desayunar crêpes con chocolate, entre otras cosas. En el hotel de Vouliagmeni tenían un recipiente lleno de crema de chocolate, grande como para bañarse dentro. En este hotel los crêpes ya vienen rellenos.
Hoy salí un poco más tarde, a las diez y cuarto. Me dediqué a visitar iglesias, puesto que ya he estudiado una por una todas las piedras de Atenas. La primera fue La Santísima Trinidad, iglesia ortodoxa rusa. El campanario es un edificio aparte. El encargado me estuvo contando que la campana es demasiado grande para la iglesia, por eso lo construyeron por separado. La segunda fue Panagia Gorgoepikoos. Está justo al lado de la catedral y es diminuta; por eso la llaman La Pequeña Catedral. Es tan pequeña que había dentro una clase de un colegio y la ocupaban entera. Desde allí me acerqué a Anafiotika, un barrio de pequeñas casas encaladas cuyos primeros habitantes fueron refugiados de las islas Cícladas. A la puerta de una me senté a descansar. Olía estupendamente a azahar. Hoy había escolares por todos lados. ¿Es que no tienen que estudiar? En el Museo de Instrumentos Musicales estaban montando un escándalo considerable. Tocaban campanas, cencerros, gritaban. Al cabo de un rato la zona se vació de niños y me senté en un banco frente a la Torre de los Vientos, en el Agora romana, para disfrutar de la vista. El silencio era absoluto. Poco me duró la paz porque el sol pegaba tan fuerte que no se podía aguantar mucho tiempo allí. Cuando abandonaba el lugar miré hacia la Acrópolis. La Acrópolis se ve desde casi cualquier sitio de Atenas. Descubrí en la zona norte un pequeño ascensor pegado a la roca. He de retractarme de mis palabras. Los paralíticos pueden subir a visitar el Partenón. Un poco más adelante vi una concentración de curas ortodoxos. Me acerqué a ellos. Olían a cerrado. No me extraña. Esas vestiduras negras desde el cuello hasta los pies, ese gorrito negro en la cabeza y esas barbas pobladas con el calor que hace deben ser insoportables. ¿Quién fue el listo que inventó el uniforme de cura ortodoxo?
Vaya a donde vaya estos días, siempre acabo pasando por la calle Adrianou. Es la calle de Plaka que contiene una tienda por cada portal. Joyerías, zapaterías, souvenirs, bolsos. Los tenderos ya me saludan al verme pasar: Kalimera Konsueliki, buenos días. Al inicio de esa calle entré en otra iglesia bizantina del siglo XI. Había una urna de plata al alcance del público. Miré dentro y vi una pelota de plata ricamente decorada. Una pequeña puertecita daba acceso al interior de la pelota. El interior siendo una calavera humana, deduzco. Llegó un joven, se acercó, metió los labios por la puertecita y besó el trozo de hueso que quedaba a la vista. ¡Qué manía tienen estos con besar a diestro y siniestro!
Comí al costado del Nuevo Museo de la Acrópolis y fui al hotel a descansar un rato.
A las cinco quedé con Anna-María, aunque apareció a las seis menos cuarto por culpa del tráfico, o eso dice ella. Fuimos a visitar el Nuevo Museo de la Acrópolis, un edificio moderno construido en hormigón y cristal, a pocos metros de la Acrópolis y al lado de la embajada española. Estuvimos allí más de dos horas, viendo todas las piedras que me quedaban por ver y los pocos restos de los frisos que no se llevó Elgin el chorizo para Londres. Allí también están las cariátides auténticas, aunque falta una que, por supuesto, está en el British Museum. Han dejando el hueco vacío por si la devuelven. ¡Ilusos!
Esta mañana vi a un motorista con dos manos que parecían cuatro. En la izquierda llevaba un vaso de café de estos que han puesto de moda los americanos, con tapa de plástico. A la vez sostenía el manillar. En la mano derecha sostenía un pitillo encendido y la otra parte del manillar. Por supuesto, iba conduciendo. ¡Olé, qué arte!
A las ocho cerró el museo casi con nosotras dentro. Nos fuimos en coche a Glyfada, donde nos encontramos con Danae para cenar souvlaki. Souvlaki es como el kebab pero en griego. Y tengo que confesar que está más rico. Me encantó. De allí pasamos al hotel Marriott. Subimos al último piso para tomar algo allí y disfrutar de las vistas de la Acrópolis. Creo que ya he visto la Acrópolis desde todos los ángulos posibles y a todas las horas del día y de la noche. Hacía un poco de fresco, así que decidimos bajar al hall y tomar algo allí. A las doce y media me dejaron en el hotel y procedo a meterme en el sobre en este mismo instante.

4 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 8)


Siete y veinte de la mañana. Desperté en relativo buen estado. A las nueve salí a la calle. Temperatura estupenda. Fui caminando hasta el Estadio Olímpico, una enorme estructura de mármol que ocupa el lugar donde estuvo el original construido hacia el 300 a.C. Muy cerca de allí está el palacio presidencial, que antes ocupara la familia real. Está vigilado por los señores de la falda y los pompones. Me saqué una foto con uno de ellos. Todos los alrededores son una zona residencial de nivel, con jardines y edificios de poca altura. Desde allí me dirigí a la Plaza Sintagma. En el costado del Parlamento me encontré de frente con los señores de la falda y los pompones que venían desfilando por la acera después de hacer el cambio de guardia. Iban camino del cuartel, que está a unos metros de allí. También había un grupo de antidisturbios con sus escudos de plástico. Es que en la Plaza Sintagma se manifiesta todo el mundo que tiene algo que manifestar.
Continué andando por la Avenida Elefterio Venizelou pasando por la zona de tiendas y más adelante los impresionantes edificios de mármol de la Academia, la Universidad y la Biblioteca Nacional. Me encontré con una iglesia católica enorme de mármol, San Dionisio. Entré a verla. Para una iglesia católica que tienen estos griegos, hay que echar un vistazo. Muy bonita. Enormes columnas de mármol verde en el interior.
Después de una hora caminando llegué al Museo Arqueológico Nacional, en la Avenida 28 de Octubre. Cerrado a cal y canto por ser lunes. Abrían a la una y media de la tarde. Eran las once. Me entraron ganas de asesinar a una griega llamada Anna-María, que me está leyendo, que sé que me está leyendo. Me senté en las escaleras a recuperarme un rato y volví sobre mis pasos. En la Avenida Elefterio Venizelou entré en una librería y le pregunté a la dependienta si tenían libros en inglés. Me miró como si fuera idiota, se mordió la lengua, me volvió a mirar y dijo: “Los tiene en las estanterías y también en las mesas”. Es que toda la librería era de libros en inglés. No encontré lo que buscaba, así que entré en otra un poco más adelante. Compré “Eat, pray, love”, siguiendo recomendación recibida de Patricia A. Subí a la sexta planta, donde tenían una cafetería estupenda con sofás y wifi gratis. Tomé una Coca Cola y pasé allí un rato navegando por internet desde el iPhone. La Coca Cola griega sabe diferente, más dulce. No me hace mucha gracia.
Cada vez que te sientas en una cafetería, aparece un camarero con un vaso de agua con hielo. Aunque se sienten quince personas, quince vasos de agua aparecen sobre la mesa. Lo considero un error porque el cliente consume menos. Ayer, por ejemplo, para cenar no pedí nada. Me bastó el vaso de agua.
He descubierto la existencia de otro músculo nuevo. Deben ser unos músculos que se usan sólo en Atenas. Aquí todo son cuestas arriba y abajo, aunque no muy empinadas en el centro, salvo la subida a la Acrópolis, que es letal. El nuevo músculo se encuentra justo en la unión entre el tobillo y el pie, por delante. Tengo unas agujetas mortales. Cada vez que bajo una cuesta veo las estrellas.
Al salir de la librería sentí hambre, así que fui a la Plaza Sintagma a comer algo. A continuación visité el Museo de Arte Cicládico, a la espalda del Parlamento. El arte cicládico se desarrolló en las islas Cícladas entre el 3000 y el 2000 a.C. Me encanta, porque son formas muy simples.
Desde allí bajé por la calle Ermou y giré a la izquierda buscando la catedral. Andamios por fuera y por dentro. ¡Vaya día que llevo! Apenas se podía apreciar el edificio. Sólo una pequeña parte junto a la puerta principal estaba abierta al público, con algunos iconos chupetados en los muros.
Pasé al barrio de Plaka, donde están las tiendas de souvenirs y regalos que recorrimos el sábado por la mañana. Compré un par de regalos que no voy a detallar para no desvelar la sorpresa.
En las zonas turísticas hay un paquistaní cada cien metros sentado en cuclillas con un pequeño tablero de madera delante. En la mano tiene una pelotita que arroja con rabia contra la tabla. La pelotita se convierte en una tortilla para luego poco a poco ir recuperando su forma de pelotita. Mercedes compró varias para sus cuatro hijos el sábado. Porque Mercedes tiene cuatro hijos y aún así le da tiempo de todo.
Absolutamente incapaz de dar un paso más, volví al hotel a descansar un rato.
Estaban poniendo en la tele “Chocolat”. Concretamente la escena en la que están comiendo un pollo con salsa de chocolate. Menos mal que tengo bombones en la maleta, porque me puse mala sólo de verlo.
A las siete me recogió Anna-María en coche y fuimos a buscar a Vivi y a Berit, una sueca que volvió esta tarde después de pasar un par de días en una isla. Está coloradísima de tanto sol que ha tomado.
Fuimos a cenar al último piso del hotel St. George Lycabettus, situado a medio camino hacia la cima de la colina Lycabettus. De nuevo vista espectacular de Atenas con la Acrópolis al fondo. Nos dedicamos a meterle miedo a la sueca, que dirige el comité organizador de la Conferencia WISTA del año que viene. A las once y media me dejaron de vuelta en el hotel y a la cama me voy YA.

Estoy estudiando seriamente la posibilidad de quedarme aquí seis meses, cambiarme el nombre por Konsueliki y escribir un libro. Esto da para mucho.

3 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 7)


Siete y veinticinco de la mañana. Desperté fresca como una rosa después de nueve horas seguidas durmiendo sin ningún tipo de interrupción. La cama es una pasada. Encima del colchón hay otro de plumas de unos cuatro dedos de ancho. Cuando te tumbas parece que te abraza. Estoy pensando que me lo llevo puesto cuando vuelva a casa.

Bajé a desayunar y mangué un plátano por si me da hambre en algún momento inoportuno. Juro por mis muertos que nunca había hecho una cosa semejante en un hotel. Siempre hay una primera vez.

Salí un poco antes de las nueve. Temperatura excepcional. Caminé hasta las ruinas del templo de Zeus, las mismas que vimos desde la terraza donde cenamos el miércoles, que ya parece que hace seis meses de aquello. Están valladas y no veía el acceso por ninguna parte, así que me acerqué a una mujer policía a preguntar. Tremendo error. Ni ella ni los otros tres agentes a los que pregunté a continuación hablaban inglés. Eso sí, sonreían muchísimo. La calle estaba minada de polis. ¡Qué bien protegidos tienen a los turistas!, pensé. “Pero qué mal que no hablen inglés”. Igual igual que si estuviéramos en Cuenca, donde pasaría exactamente lo mismo.

Encontré la entrada a las ruinas yo sola y caminé alrededor de aquella sucesión de columnas, que es lo único que queda del templo. Es mucho más grande que el Partenón.

Aprovecho el momento para aconsejar a aquellos que estén pensando venir a Atenas dos cosas muy importantes:

1- No venir nunca en Agosto. Hoy a las nueve de la mañana cascaba el sol con alegría.

2- Traer zapatos muy cómodos y cerrados. Todos los lugares monumentales tienen el suelo de guijarros o simplemente de tierra. Los trocitos de piedra se te cuelan en los zapatos, así que a lo mejor te estás llevando sin querer una pieza arqueológica pegada a los calcetines, porque los guijarros son de mármol a veces. En las rampas de la Acrópolis estuve a punto de matarme dos veces porque hay trozos de piedra muy lisa en el suelo y resbala bastante.

Una vez salí del templo, subí por la Avenida Amalías hasta la plaza Sintagma. Por el camino, policías cada cien metros y un grupo de soldados de los tres ejércitos esperando para desfilar. Pues no, esto de los policías no era para vigilar a los turistas. Es que hoy ha estado aquí Wen Jiabao, que resulta ser el primer ministro chino. Llegué yo sola a esa conclusión cuando vi en las farolas las banderas griega y china entrelazadas. Por la tarde lo confirmé con una pareja de griegos que me presentaron en El Pireo.

Ya en la plaza Sintagma fui testigo del espectáculo más ridículo que he presenciado en mi vida, el cambio de la guardia delante del parlamento. Esos señores que llevan un gorrito rojo con un fleco negro colgando hasta el pecho, una blusa abullonada, falda de tablas, medias amarillentas y unos zuecos con pompones. Esos señores que inician un desfile delante del monumento al soldado desconocido levantando la pierna hasta la altura de la cintura y luego estirando el pie para que el pompón se mueva. Esos señores que son escogidos entre los jóvenes griegos como si fueran a participar en un concurso de belleza. Esos señores.

Abandoné la plaza bajando por la calle Ermou, la de las tiendas. Todas cerradas. A mitad de la calle hay una diminuta iglesia de estilo bizantino. Estaban celebrando misa en ese momento. No cabía ni un alfiler allí dentro. Naturalmente, era de cruz griega. El sacerdote, un gigantón barbudo, hablaba desde el mismo centro. A la vez, hablaban la mayoría de los feligreses, los niños jugaban o lloraban. Una niña, apoyada en un altar lateral, dibujaba con sus rotuladores. De vez en cuando alguien se acercaba a los iconos colgados de los muros y los besaba. Están protegidos por un cristal, así que lo que besan es un cristal. Cristal que previamente ha sido besado por cientos de personas. En fin, una porquería. En otra iglesia que visité al final de la mañana y estaba casi vacía, pude observar el ritual con detenimiento. La gente entra y besa uno a uno todos los iconos. De una mesa toman un papelito y escriben un texto que dejan en una cestita. También pueden comprar unas chapitas metálicas que tienen en relieve la imagen de una persona o una parte del cuerpo. Pegan la chapita al cristal del icono y lo restriegan mientras rezan. Ese cristal luego será besado por otro feligrés. Una porquería.

Quiero aclarar que un icono no es eso que sale en la pantalla del ordenador cuando lo enciendes. Son imágenes de santos enmarcadas y cuentan con adornos en oro o plata. Son realmente bonitos.

Al dejar la iglesia entré en Monasteraki, el antiguo barrio otomano. Hay un rastro los domingos. Puedes comprar ropa paramilitar, con ametralladora incluida. Además, cualquier tipo de tontería que se te pueda ocurrir. Como estaba demasiado lleno de gente, salí otra vez a la calle Ermou, a un tramo paralelo a la calle Adrianou. Allí me di cuenta de que esto está muy cerca de los países árabes. Tan paralela como la calle Adrianou, otro mercadillo paralelo tenía lugar allí. Venta de objetos extraños, como trozos de piel, taladros posiblemente robados, objetos que sólo se podían ver asomándose al maletero de un coche. Algunas cafeterías con sólo hombres tomando café en las mesas. Lo mismo podíamos estar en cualquier calle de Alejandría o Estambul. Caminé a paso rápido llegando a otro tramo de la calle de nuevo normal. Al final del todo mi destino, Keramikos, el antiguo cementerio de Atenas. El museo adyacente contiene monumentos y objetos funerarios desde la prehistoria.

Una vez finalizada la visita, volví hacia atrás pero esta vez dejando la calle Ermou y escogiendo Adrianou a pesar de estar llena de gente. Fui a visitar la Biblioteca de Adriano. Allí no hay ni libros ni nada, sólo una pared y cuatro columnas. Fui testigo por segunda vez del comportamiento de los vigilantes de las zonas monumentales. Tocan un silbato o dan alaridos. En ese momento, todos los presentes giramos la cabeza para ser testigos de la última gamberrada turística. Ponerse de pie sobre la base de una columna de 2600 años de antigüedad para obtener una foto mejor o recoger del suelo un trozo de mármol para llevárselo a casa de recuerdo son las más habituales.

Desde allí pasé a visitar la Torre de los Vientos, un reloj de agua construido en el siglo II a.C.,

A las doce empecé a sentir hambre. Como aquí es posible comer pronto, escogí un restaurante en Plaka, fuera de la ruta turística, con sofás en lugar de sillas. Perfecto para descansar mis riñones y mis piernas después de tanta caminata. Estuve en el baño. Al salir, una chica americana me preguntó si sabía manejar el grifo del lavabo. No se veía por ningún lado palanca o sensor alguno. Se me ocurrió mirar al suelo. Allí descubrí unos botones. Pisándolos se accionaba el grifo. Nos dio la risa. Esto del turismo une mucho.

Mientras comía sonó el teléfono. Era Anna-María, la presidenta de WISTA Grecia. Quedé con ella y con Vivi una hora más tarde a la entrada del teatro de Herodes, en la falda de la Acrópolis. Me llevaron a una cafetería/restaurante al costado muy cerca de allí. Convencieron al camarero para que nos diera mesa en la terraza de la segunda planta porque venían con una española que quería disfrutar de las vistas. ¡Y qué vistas! A la izquierda el Agora, y de frente la Acrópolis. En el baño, justo encima del váter, tenían una tele emitiendo videos musicales.

Después de un par de horas allí abriendo en canal a todo bicho viviente, cogimos el coche de Vivi e intentamos acceder al centro de Atenas. Tarea imposible. Todas las calles estaban cortadas por culpa del chino. Decidimos ir a El Pireo. Nos sentamos en una terraza en Mikrolimano, uno de los puertos deportivos, al lado del Club de Yates donde cenamos el martes. Charlamos hasta que se puso el sol y empezó a refrescar. Primera vez desde que llegué. Nos levantamos y buscamos un restaurante para cenar. Escogimos uno al borde del agua, junto a los barcos. Nos trajeron pan de pita y una crema para untar. Resultó ser crema de aceituna. Muy sabrosa. Comimos a base de varios tipos de carne que trajeron en una bandeja enorme, como para siete personas. A las nueve me trajeron de vuelta al hotel, y aquí estoy, tumbada sobre el colchón de cuatro dedos de ancho, a punto de darle un repaso.



Procedo a enumerar más ejemplos de desmadre griego:

Esa raya blanca gorda que se encuentran los conductores cuando llegan a un semáforo parece no significar nada para ellos. La traspasan y paran en medio del paso cebra situado inmediatamente después. Los peatones tienen que sortear los coches parados para atravesarlo. Es una tarea difícil llegar al otro extremo de la calle, principalmente si se trata de una gran avenida. El semáforo se pone en rojo para los peatones cuando aún no has llegado a mitad de la calle. He comprobado que ni siquiera corriendo da tiempo de atravesar a tiempo.

No es país para minusválidos. Ninguna zona monumental tiene acceso para sillas de ruedas. La mayoría de los cruces de peatones no tienen el bordillo al mismo nivel de la calle. Mi hotel, por ejemplo, tiene dos tramos de escaleras antes de llegar a recepción.

2 oct 2010

Una cateta en Atenas (Día 6)


Siete y cuarto de la mañana. Desperté después de haber dormido apenas tres horas. Me levanté, terminé de hacer el equipaje y bajé a desayunar. Las únicas miembros de WISTA presentes eran cuerpos en estado lamentable.
A las nueve y media nos encontramos Mercedes, Sara y Alicia y yo en el hall. Tomamos el minibús que el hotel tiene para llevar a los huéspedes a Atenas. El conductor fue muy amable y nos dejó en el hotel que tengo reservado para el resto de mi estancia en Grecia. Dejamos todas las maletas en recepción y salimos a pasear. Nada más salir del hotel, nos encontramos con una mudanza. Subían al camión en ese momento una nevera forrada de peluche blanco. Tal cual.
Llovieron cuatro gotas y las cuatro cayeron precisamente en los cristales de mis gafas. Enseguida salió el sol y comenzó a hacer calor. Estuvimos callejeando por Plaka, un barrio lleno de tiendas de souvenirs, bisutería, joyerías y bolsos de marca falsos. En una de esas tiendas entramos a ver los bolsos de Hermés y Louis Vouitton. La cajera estaba detrás del mostrador tumbada en una butaca, descalza, con los pies encima del mostrador, hablando por teléfono y comienzo uvas al mismo tiempo. Las que no le gustaban eran arrojadas a una papelera haciendo canastas.
Entrar en las tiendas de Plaka es como salir de compras por Cuenca. Todo el mundo te habla en español.
A las dos de la tarde, Mercedes, Alicia y Sara recogieron su equipaje en mi hotel y se marcharon al aeropuerto para tomar el vuelo de las 16:50 con destino a Madrid.
Yo, por mi parte, tomé posesión de mi habitación en el hotel, me puse el pijama y procedí a estrenar la cama.
El hotel, situado en la Avenida Syngrou, está a corta distancia del Nuevo Museo de la Acrópolis. Es un edificio pequeño recién restaurado haciendo esquina y es absolutamente cómico. Para acceder al mostrador de recepción tienes que pasar por varios tramos de escaleras arrastrando la maleta. En uno de esos tramos ya encuentras habitaciones. Hay un salón como el de tu casa pero en elegante. La recepcionista está allí sentada viendo la tele y se levanta cuando ve pasar a los huéspedes. También sale a despedirte a la puerta cuando sales de paseo. Una vez en el ascensor, para acceder al segundo piso hay que pulsar el 1º. Cuenta con wifi gratis, pero el servicio es intermitente.
A las tres y media salí en dirección a la Acrópolis. No me puedo imaginar lo que tiene que ser subir hasta allí en Agosto. Hoy hacía calor, pero soportable. Dentro del recinto se pueden visitar el teatro de Dionisos y el de Herodes Aticos, que se encuentran en la falda de la colina, por el lado sur. Por cierto, en el teatro de Dionisos me encontré con una tortuga del tamaño de mi pie tranquilamente paseando. Subiendo por varias rampas a pleno sol y con mucho polvo, acabas llegando a la cima de la colina y accedes a la Acrópolis a través de los Propileos, que son las puertas de acceso que se construyeron en el cuatrocientos y pico antes de Cristo. Y allí, por fin, te encuentras con el Partenón. Simplemente impresionante. Me saqué varias fotos y estuve paseando alrededor, visitando también el Pórtico de las Cariátides, esas columnas que tienen forma de mujer. Pasé una hora aproximadamente allí arriba. A continuación bajé por el lado oeste y visité el Agora, que era el corazón político en el 600 a.C. Quedan en pie un edificio llamado Estoa de Attalos, que es una construcción rectangular restaurada completamente y que contiene un museo con piezas de la zona, y el templo de Hefesteón, en bastante mejor estado de conservación que el Partenón.
Desde allí se oía bastante escándalo cerca, como de gente pasándolo bastante bien. De acuerdo con mi guía de viaje tenía que ser Monastiraki, que fue el corazón de la Atenas otomana. Salí del recinto monumental y paseé por aquella zona. Eran las cinco de la tarde y había muchísima gente cenando en las terrazas. Otra zona de tiendas de recuerdos también estaba muy concurrida. Un poco más adelante me encontré con la calle Ermou, que es esa calle que hay en todos sitios donde te encuentras con Zara, Sprit, Body Shop y Mark & Spencer. Al final de la misma está la plaza Sintagma, que voy a visitar mañana para ver el cambio de guardia de esos señores que se pasean con falda y pompones en los zapatos. En la plaza Sintagma comí algo y caminé de vuelta al hotel. A las seis y media ya estaba de vuelta y llevo desde entonces tumbada en la cama sin hacer nada en concreto.

Grecia es un desmadre. Es gente de costumbres relajadas.
La policía nacional motorizada va en parejas. Cuando digo en parejas es que van dos en una moto. Uno conduce y el otro va de paquete. Aparte de ellos, nadie en Atenas lleva casco a bordo de una moto.
Por todas partes hay gatos. Ayer por la noche, antes de salir para la cena de gala, vimos cómo dos se perseguían mutuamente por los jardines del hotel, maullando como descosidos. Los perros también abundan.

Estoy a punto de llorar de la emoción. Por fin me voy a acostar a las diez y media.

Aviso importante para las dos individuas que se han sentado a mi lado estos días durante las conferencias: Que sea la última vez que ponéis los dedazos en la pantalla de MI ordenador. Está lleno de marcas y aquí no hay quien escriba.

Una cateta en Grecia (Día 5)


Seis y cuarto de la mañana. Despierto. Voy a tirarme por el balcón. No, mejor me quedo en la cama. Siete y veinte. Me levanto. No me tiro por el balcón. Bajo a desayunar. El estómago está empezando a darme avisos. Estamos comiendo estupendamente, pero el estómago me está dando avisos. Sala de desayunos desierta. Veo en la distancia a dos suecas que vienen de bañarse en la playa. Son suecas. No cuentan como seres humanos normales. Todo el mundo está hecho polvo. Nueve de la mañana. Comienzan las sesiones. Poco público. Hoy seremos más de 300. Diez y media. Descanso. Empieza a llegar todo el mundo. Once. Se anuncia que hoy es el 50 aniversario de la independencia de Nigeria. Se levantan todas las nigerianas con banderas nigerianas al cuello. Comienzan a cantar el himno nacional. Nos levantamos todos. Momento emocionante. Por cierto, la bandera nigeriana es verde y blanca, por si no lo sabíais, que no lo sabíais. Las veintitantas holandesas han aparecido con camisetas naranja con el logo de WISTA y “Athens 2010” escrito en la espalda. La delegación española ha decidido ir a Suecia con la camiseta de la selección nacional de fútbol y cantar “Campeones” minuto sí, minuto no. Las holandesas no nos guardan rencor por la derrota……………. menos mal. Son más que nosotras. Doce cincuenta y cinco. Se clausura oficialmente la Conferencia. Salimos pitando. Tarde de excursiones. Nos entregan una enorme caja con la comida y nos suben a distintos autobuses. Yo escogí visitar el puerto de El Pireo. Comemos por el camino, aunque está prohibido comer en los autobuses en marcha. “Esto es Grecia”, me dicen. Visitamos el museo marítimo, que olía a moho. Nada del otro mundo. Vimos los puertos deportivos y luego el comercial, con decenas de ferries atracados. En uno de los puertos deportivos sólo tienen atracados yates grandes, pero grandes grandes. Pasamos por la calle Akti Miaouli, donde están la mayoría de los negocios marítimos. Cinco y media. Regresamos al hotel. Me doy una ducha y me meto en la cama con pijama y orinal. Siete. Suena el despertador. Me levanto, me visto aprisa y corriendo y bajo al hall. Me encuentro con una griega y me dice: No, tú vienes con nosotras en coche, no en el autobús. Subimos a buscar a la presidenta de WISTA Grecia, que todavía se estaba pintando la cara. Siete y media. Salimos con destino al club de golf de Atenas para la cena de gala. Llueven cuatro gotas, pero sólo cuatro. Coctail en el jardín. Conocemos a la esposa del Secretario General de IMO, que habla perfectamente español aunque es holandesa. Nos sentamos a cenar. Desbarajuste de mesas. Nos levantan a todos los de mi mesa y nos mueven a otra porque llega la señora del collar de perlas grandes como castañas y quiere ocuparla con su familia. Patrocina la Conferencia. Nos levantamos, qué remedio. Mientras cenamos tres platos y postre aparece un grupo de bouzoukia, que son esos que tocan una especie de bandurria muy decorada. Música folclórica griega. El solista es, según parece, el más famoso de Grecia. Tocan sirtakis y la gente sale a bailar sin haber terminado de cenar. Discursos. La presidenta de WISTA Grecia le entrega el marrón de organizar la siguiente conferencia a WISTA Suecia. El año que viene Estocolmo. Comienza a sonar música de ABBA. Vuelven a bailar. Yo salgo al jardín a sentarme con algunas amigas. El tiempo espectacular. Dos menos cuarto. Acaba la fiesta. Despedida y cierre. Abrazos, besos, nos vemos en Suecia. Volvemos en coche al hotel y nos sentamos en la cafetería a charlar. Tres cincuenta y dos. Me voy a la cama. No puedo conmigo.

1 oct 2010

Una cateta en Grecia (Día 4)



¿Llevo aquí cuatro días? Parece que llevo toda la vida. Como no dormimos nada los día parecen larguísimos.
Por fin dormí como un angelito, aunque desperté yo sola a las seis y cuarto, cinco y cuarto en España. Salí a la terraza. Seguimos en el trópico. El otro hotel donde están hospedadas las asistentes está tan pegado a nosotras que me he conectado a su wifi gratuito gracias a la clave que me han facilitado y puedo ver con detalle lo que pasa en sus terrazas. En una de ellas había una nigeriana rezando a primera hora. Miraba al cielo, miraba al mar, levantaba los brazos, luego se los cruzaba en el pecho y vuelta a repetir.
Tenemos una buena colección de nigerianas y ghanesas en la conferencia. Es difícil distinguir quién es quién. Para mí son todas oscuras. Una de ellas se cayó ayer en el cuarto de baño y volvió del hospital con la frente vendada y un collarín. Nos dijo que “como podíamos ver” la sangre de la contusión estaba bajando de la frente hacia los ojos. Yo, por mucho que la miraba, no podía ver sangre por ningún lado. Lo veía todo negro.
Las conferencias empezaron a las nueve de la mañana. Tuvimos un descanso y continuamos hasta la una y media. Comimos en la terraza del hotel. Fue el momento más duro del día, viendo desde allí las piscinas y el jacuzzi del hotel, no pudiendo hacer uso de ellos.
A las dos y media se reanudaron las sesiones, hasta las seis de la tarde.
Nos cambiamos rápidamente y fuimos a Atenas en autobús. Hay tanto tráfico que se tarda una eternidad en llegar a cualquier sitio.
Según van pasando las horas, se nos va uniendo más gente. Entre delegadas, invitados, conferenciantes, patrocinadores y VIPS, hoy éramos unas 300 personas.
Nos depositaron a la entrada del Royal Olympic Hotel y fuimos al séptimo piso, donde tienen una terraza bar. Subes unos escalones y te encuentras en un lugar en semi-penumbra. Se te corta la respiración de la impresión que recibes al mirar el paisaje. De frente, el templo de Zeus, al fondo la colina Lycabettus, y a la izquierda la Acrópolis. Todo ello con una iluminación espectacular. Según la mitología griega, la colina Lycabettus es una piedra que llevaba una paloma sujeta con las patas. Como pesaba mucho, la dejó caer allí donde ahora se encuentra. No he dormido pensando en el tamaño de la paloma.
Tampoco me han dejado dormir las perlas que llevaba colgando del cuello una armadora griega, Margarita Nosecuantos. La señora, de unos 70 años, era un ejemplo de elegancia y botox. Entre el collar, la pulsera y los pendientes, calculamos que llevaba encima unos veinticinco mil euros. Luego, añade el vestido, el bolso y los zapatos. Impresionante.
La velada finalizó a las diez y media. Volvimos al hotel en autobús y allí siguió la fiesta en el bar del hotel. Hay algunas que están empezando a perder los papeles, y no voy a dar nombres. A las doce solicitaron mi presencia en la habitación cuartel general de la delegación griega para pedir mi opinión sobre la distribución de las mesas para la cena de gala de mañana. Me aseguré de escoger una buena para mí. Hacia las dos terminamos, no sin antes casi morir de la risa. Es curioso que nadie nos llame la atención por el ruido que hacemos. “Esto es Grecia”, me dijeron.

29 sept 2010

Una cateta en Grecia (Día 3)


Después de no pegar ojo en toda la noche por congestión nasal y de garganta, el despertador me golpeó en la cara a las siete y cuarto de la mañana. Me arrastré hasta el cuarto de baño como pude y metí la cabeza debajo del agua para intentar espabilarme. Me vestí y bajé a desayunar a la terraza del hotel. Seguimos con temperatura tropical. Inmediatamente después fui a la sala de conferencias para preparar los últimos detalles pendientes de la Asamblea General que comenzaría a las ocho y media. 22 países estuvieron representados. Tuve que hablar en público durante unos diez minutos, lo cual me horroriza.
Durante toda la mañana estuve en la mesa presidencial junto al resto de miembros del Comité Ejecutivo y la presidenta de WISTA Grecia. Es curioso eso de tener a cien personas mirándote, observando cada uno de tus movimientos. No puedes rascarte la nariz. No puedes bostezar. No puedes rascarte la oreja tampoco.
Tuvimos elecciones de un nuevo miembro del comité. La nigeriana nos deja y entra como nuevo miembro una turca, así que ahora somos: una griega, dos suecas (una de ellas es persa de nacimiento), una norteamericana, una turca, una de Singapur y yo.
Había una asistente inglesa en primera fila a la que le queda un cuarto de hora para cumplir los 80 años. Después de la comida se quedó dormida profundamente. Desde el estrado nos estábamos partiendo de la risa viéndola dar cabezadas. Partiéndonos silenciosamente. No olvidemos que cien personas nos observaban. No, 99. La número 100 dormía.
A las cuatro y media terminó la Asamblea General, me bajé del estrado y pasé a ser una simple mortal y a disfrutar de la Conferencia con el resto de miembros de WISTA Spain. Hubo un descanso y comenzó la Conferencia en sí con varias ponencias que duraron dos horas y de las que poco me enteré porque estaba que me caía de sueño. Eran casi las siete cuando nos levantamos de la sala.
Salimos disparadas a las habitaciones para cambiarnos de ropa para la cena. Se celebró en el restaurante que el hotel tiene al borde del mar. Un lugar muy elegante donde nos sirvieron tres platos y postre. La delegación española ocupó una mesa completa ya que somos nueve. Nos acompañó una miembro de WISTA Francia, que este año viene sola. Habla español, así que no tuvo problemas para enterarse de la conversación. Un pianista estuvo amenizando la velada. Entre los invitados a la cena se encontraba el Secretario General de IMO (Organización Marítima Internacional), que mañana hará la apertura oficial.
Volvimos al edificio del hotel hacia las diez y media y nos sentamos en la terraza a tomar algo hasta las doce. Me duele la garganta de tanto reírme.
Ahora son las doce y media y voy a proceder a tomar posesión de la cama. Esta noche duermo, seguro.






Una cateta en Grecia (Día 2)

Me costó quedarme dormida la pasada noche. La cama tiene un enorme edredón de invierno y tuve que decidir entre dejármelo puesto y dejar el aire acondicionado a temperatura iglú o quitar el aire y eliminar el edredón. Me levanté, salí a la terraza y estuve contemplando el paisaje. La temperatura perfecta, pero sin ganas de dormir. A las siete y cuarto sonó el despertador, las seis y cuarto en España. Una vez finalizados los trabajos de reconstrucción de mi cara, bajé al hall a conectarme a internet y enviar el mensaje de ayer. Fui a desayunar copiosamente a las ocho menos cuarto. La temperatura sigue siendo perfecta. Todos los huéspedes estaban sentados en las mesas de la terraza. A las ocho y media dio comienzo la reunión del Comité Ejecutivo de WISTA. No voy a contar aquí los pormenores porque os aburriría muchísimo. Hicimos un descanso a media mañana para comer bizcocho y galletitas. A la una fuimos a comer a un restaurante justo al borde del mar, invitadas por nuestra presidenta. Las suecas siguen alucinando con cosas que para nosotros son normales: la temperatura, el mar, la gente bañándose, el pescado. A mí me alucinan los tomates. Son de anuncio.
Tan pronto finalizó la comida, volvimos al hotel para continuar con la reunión. A las tres vinieron dos miembros de la delegación sueca para presentarnos la conferencia del año que viene, que se celebrará en Estocolmo. Siempre tenemos una excursión el viernes por la tarde. Una de las que han propuesto es seguir los pasos de Lisbeth Salander (para los que hayan leído Millenium). Yo me inclino por la visita al puerto de Estocolmo.
La reunión finalizó a las cinco. A continuación llegó Anna-María, la presidenta de WISTA Grecia, con la que tuvimos una pequeña reunión para repasar la Asamblea General que tenemos mañana por la mañana. Terminamos tarde, así que subimos corriendo a las habitaciones a cambiarnos y fuimos a la cena de bienvenida, ya con todas las asistentes a la Conferencia. Fui con dos griegas en coche porque perdimos el autobús. Fueron sin cinturón de seguridad y la conductora hablando por el móvil todo el trayecto. “Esto es Grecia”, me dijeron. La cena se celebró en El Pireo, en el Club de Yates. Un sitio muy pijo con unas vistas espectaculares de todo el puerto de El Pireo y la costa hasta Vouliagmeni. La familia real solía ir por allí antes de que la junta militar los mandara a paseo.
Nos sentamos en la misma mesa todas las hispano parlantes más una polaca, una neoyorquina y una alemana. Comimos bastante bien, de un bufet surtido de ensaladas y varios tipos de carne. Aquí comen una cosa muy curiosa. Envuelven el arroz en hojas de parra y hacen un paquetito con ello. Todavía no me he atrevido a probarlo.
La cena finalizó a las diez de la noche y empaquetaron a todo el mundo en los autobuses. Una de las griegas, que habla español con acento argentino, nos llevó en su Mercedes todoterreno. Eramos siete. Nos reímos mucho. Paramos por el camino a tomar algo en Voula, en la costa. Nos sentamos en una terraza al borde del mar. La temperatura sigue siendo extraordinaria por la noche. Cuando estábamos a punto de llegar al hotel sonó mi teléfono. Anna-María, la presidenta de Grecia me citaba para una reunión en ese momento. Eran las doce de la noche. La encontré a ella y a otras tres griegas metidas en una sala de reuniones rodeadas de miles de cajas con todos los regalos que los patrocinadores ofrecen a las asistentes. Dos de ellas estuvieron fumando. “Esto es Grecia”, me dijeron.
Estuvimos de nuevo repasando los detalles de la Asamblea General. Terminamos a la una y cinco.
Ahora son las dos y cuarto de la mañana y me voy a meter en el sobre inmediatamente porque el despertador va a sonar a las siete y cuarto.

28 sept 2010

Una cateta en Grecia (Ένα βλαχαδερό στην Ελλάδα) Día 1



Hoy me levanté a las 03:45, pero como sarna con gusto no pica, pues no picó. Mi taxista favorito me recogió a las 04:30 y me depositó sana y salva en el aeropuerto de Sevilla a las 05:30 hrs. Facturé la maleta, me despedí de ella como si fuera la última vez que nos viéramos, desayunamos copiosamente sin tener en cuenta el colesterol y otros daños colaterales y procedí a atravesar a la zona de embarque. Como es habitual, fui cacheada. Había dos policías, un varón y una chica. En mi fila estaba el varón. Cuando ya estaba con las manos enguantadas dirigiéndose a mí, le indiqué con un gesto que “ni loco” me tocara, así que me pasó a la fila de la mujer policía y ella me cacheó. No encontró nada sospechoso, puesto que me permitió continuar mi camino. No acabo de entender qué ven en mí en los aeropuertos. ¿Tendré cara de abertzale por culpa del pelo corto?
En el avión me tocó sentarme entre una anciana china minusválida y un energúmeno de 150 kgs. Al principio pensé que la señora era japonesa, pero me sacó de mi error cuando extrajo de su bolso el pasaporte. Supongo que es la madre de algún mafioso chino, de vuelta a Pekín después de visitar a la familia. El bolso de la china debe de costar tres meses de mi sueldo, aunque, pensándolo bien, podría ser una imitación “Made in China”.
El individuo de 150 kgr ocupaba su asiento y parte del mío, así que tuve que viajar con aquel enorme muslo pegado al mío. Un muslo suyo era como los dos míos más un brazo.
Me quedé dormida y el viaje se me pasó volando (¡Qué tontería acabo de decir!). Una vez en Barajas, estudié detenidamente todas las tiendas de la T4 y compré algunos regalos para las amigas que voy a ver en Grecia estos días. Luego me quedé tirada como una colilla en una butaca porque los asquerosos de los controladores aéreos nos retrasaron el vuelo una hora con la huelga encubierta que mantienen. Y encima sin wifi gratis.
Compré un bocadillo enorme de jamón y queso y me lo comí tan pronto me senté en el avión, mientras las azafatas indicaban cómo hay que hacer cuando estás a punto de morir. Cuando estaba terminando la última miga el sobrecargo anunció que servirían comida en el vuelo. Es lo que tiene tanto volar en low cost. Ya no me acordaba que en Iberia dan de comer en los vuelos largos. Pero bueno, hice un esfuerzo y me comí aquellos macarrones con fiambre de cerdo y el bizcocho con mouse de chocolate que sirvieron.
Viajaba en el avión un flemático caballero, pero no de carácter, sino de garganta. Pasó el vuelo fabricando flemas y gimiendo. Cuando estábamos a punto de desembarcar en Atenas, en silencio absoluto, fabricó la última y hubo una carcajada general.
Por fin en el aeropuerto de Atenas, a las 16:30 hrs, después de doce horas de viaje. He tardado más que la chica que viene de Nigeria.
Mi maleta llegó. Es como un milagro verla salir por ese agujero negro. Traía más mierda que el rabo de una vaca, pero llegó. Al llegar a la zona de recogida de equipaje los letreros de los vuelos estaban sólo escritos en griego. Menos mal que le di un repaso al alfabeto antes de venir. Me habían dicho que todo estaba escrito en griego y en latino, pero no es cierto.
Tomé un taxi. Los taxis aquí son amarillo huevo. El taxista no hablaba inglés ni español, y mis conocimientos de griego se reducen a: kalimera, kalispera, efharistó poli, kronia pola, parakaló. A pesar de ello, fuimos todo el viaje riéndonos como tontos. No sé cómo me enteré que le gusta mucho el fútbol y los equipos españoles que conoce, y que estamos tan mal económicamente como ellos.
Finalmente, llegué a destino: Vouliagmeni, al sur de Atenas. El hotel está bien, aunque mucho spa y mucho cuento pero no tiene wifi gratis en las habitaciones. Tengo que bajar con el ordenador al hall para conectarme. En el hotel de al lado sí tienen wifi gratis, pero pide una clave. Mañana mismo, cuando lleguen las que se hospedan allí, voy a conseguirla.
En el hall ya estaban esperándome varias miembros del Comité Ejecutivo de WISTA, y justo después que yo llegó nuestra presidenta, que es griega y sólo tuvo que conducir diez minutos para llegar al hotel. Tuvimos una mini reunión de una hora y luego deshice el equipaje y salimos a cenar. Aquí tenemos una hora más que en España, de modo que me sacaron a cenar a las siete de la tarde, maldita sea su estampa. Escogimos un restaurante junto al mar y comimos unas ensaladas. Hay dos suecas con nosotras que están flipando. Salieron de casa con 12ºC y lloviendo. Aquí estamos a treinta. Estuvimos en manga corta todo el tiempo. Por cierto, qué tomates comimos. Esta vez ha podido venir la nigeriana, que no ha fallado al solicitar el visado, como cuando nos reunimos en Dublín.
En la guía de viaje sobre Atenas aconsejan no intentar utilizar el griego clásico estudiado en el colegio. De verdad, que algunas veces parecen idiotas. Es como si de repente te encuentras por la calle a un extranjero y te dice: “¿Podría indicarnos vuecencia la senda hacia la posada más cercana donde mi esposa y yo podamos saciar nuestro apetito y yacer posteriormente?” Bueno, mucho peor, porque el griego clásico es de muchos siglos antes y nadie entendería nada.
Son las 21:30 en España y las 22:30 aquí y ya no me tengo en pie. Me voy a dormir. Mañana más.

23 mar 2010

Receta culinaria


El domingo por la tarde me encontraba plácidamente postrada en mi sofá con chaise longue viendo una entretenida película cuando comencé a sufrir un peculiar desasosiego estomacal; hambre, que diría el pueblo llano coloquialmente.
Levantar un cuerpo adulto de una chaise longue en el curso de una tarde de domingo y en mitad de una película, requiere un esfuerzo sobrehumano, así que fui retrasando el momento de saciar dicha sensación todo lo que pude. Intenté, sin éxito, concentrar mi atención en la película. A mi mente venían imágenes de un Cola Cao con galletas. Finalmente, el peculiar desasosiego ganó la batalla a la pereza y, en un arranque de coraje, me incorporé en el asiento y me dirigí a la cocina.
Abrí mi sobria despensa y saqué de allí un bote de Cola Cao y un paquete de galletas digestivas, de esas que son gruesas y de gran circunferencia. La presencia de un bote de Cola Cao en mi casa no es habitual, es parte de un premio obtenido por mi madre en un supermercado.
De un armario saqué un tazón, medí su circunferencia y, con enorme satisfacción, descubrí que las galletas cabrían dentro en posición horizontal. Eché cuatro cucharadas de Cola Cao bien colmadas, un par de cucharadas de azúcar y leche en abundancia. Batí la mezcla enérgicamente. A continuación le llegó el turno a las galletas. No recuerdo el número exacto, pero sí que eran muchas. Introduje el brebaje en el microondas, no sin antes retirar la cuchara del tazón.
Que a nadie se le ocurra meter una cuchara en un microondas. Saltan chispas como si fueran los fuegos artificiales de las últimas Fallas. Y para qué hablar de un huevo duro dentro de un microondas. Es como una bomba atómica. La esposa de un compañero de trabajo colocó inocentemente dos huevos duros en su microondas. Al momento reventó el cristal y los huevos aparecieron desbaratados al final del pasillo. Ahora se ríen mucho cuando lo cuentan, pero imagino el cuasi infarto que sufriría la pobre mujer.
Volviendo a lo importante de esta crónica, el tazón pasó 30 segundos en el microondas. Una vez retirado del interior, volví a introducir la cuchara dentro. Dentro del tazón, no del microondas, porque dentro del microondas echan chispas las cucharas. Aplasté sin mucha resistencia las galletas digestivas, convirtiendo el contenido en una deliciosa papilla que digerí con gran satisfacción, dando por resuelto el problema del peculiar desasosiego estomacal.
Una vez lavados todos los objetos utilizados, volví a mi chaise longue y a mi película, pudiendo ya concentrar toda mi atención en ella. Y es que el hambre es muy mala.

9 feb 2010

Una cateta volviendo a casa (Dublín, día 6)


Puse el despertador del iPhone a las seis y cuarto de la mañana. Después de asearme y vestirme, fui a ponerme el reloj y me di cuenta de que mi iPhone seguía con la hora española, es decir, me había levantado a las cinco y cuarto. Como no era plan de volver a meterme en la cama, me puse a leer en el sofá de la habitación, que para eso tengo sofá, butaca y mesa para poner los pies. A las siete cogí un taxi rumbo al aeropuerto. Los taxistas dublineses son como los andaluces, inmediatamente entablan conversación contigo y te cuentan su vida. El mío ha estado varias veces en España con su mujer e hijos.
Ya en el aeropuerto, tuve que esperar casi una hora para facturar la maleta porque estaban en ese momento actualizando datos en el sistema informático. Hacía bastante frío en aquella zona. Una rusa tuvo que pagar 150 euros de sobrepeso. Además de varias maletas, llevaba una grandísima jaula de plástico rosa supuestamente con un animal dentro. No creo que fuera el marido.
Una vez pasado el control de pasaportes, ya fue otra cosa en cuanto a la temperatura. Por cierto, no me cachearon como tienen por costumbre cada vez que paso por un sitio de éstos. Es mi cara de terrorista.
Durante estos días en Dublín he hecho un importante descubrimiento. En Irlanda no hay calvos. O los mandaron a todos de vacaciones para que yo no los viera o probablemente una de las siguientes teorías sea cierta:
a) La humedad hace crecer el verdín por todos lados. Igualmente puede hacer crecer el pelo, ¿no?
b) La cerveza Guinness hace crecer el pelo en el pecho. También puede conservar el de la cabeza, ¿no?

Los irlandeses son gente inteligente. Han tomado de los invasores marcianos todo lo que les ha parecido interesante y han desechado todo lo malo. Se han quedado con los enchufes de tres clavijas, con los coches con volante a la derecha, con el idioma marciano, con la formalidad y la educación. Sin embargo, los irlandeses comen bien, visten bien y son tremendamente amables y simpáticos. Lo de adoptar el idioma marciano tiene su importancia porque el gaélico se las trae. Un ejemplo: para decir “FOTOS NO” simplemente dicen “COSC AR GHRIANGHRAFADÓIREACHT”. No tengo ni idea de cómo se lee.
Las calles de Dublín son un remanso de paz. Están relimpias. Los coches jamás tocan el claxon. No hay animales sueltos. La gente no va con prisa como en las grandes ciudades. Da sensación de seguridad. Pena de clima.
Habrá que volver en primavera o verano para visitar los alrededores. En la guía de viaje aparecen paisajes impresionantes.

Nos empaquetaron a todos los irlandeses y a mí en el avión a la hora prevista. Cuando caminábamos por la pista hacia la escalerilla comenzó a nevar y a soplar viento. Una experiencia divina. No entiendo cómo no hay fingers en este aeropuerto. Están construyendo una terminal nueva. Imagino que se les habrá ocurrido la idea de encargar unos cuantos. El avión no acababa de moverse. La señora capitán nos habló diciendo que tendríamos unos minutos de retraso. Apareció por la retaguardia un camión cisterna provisto de plataforma elevadora. Sobre la misma, un individuo manguera en mano. Estuvo regando las alas del avión porque estaban heladas. Una vez finalizada la operación, nos dedicamos a corretear por la pista durante unos diez minutos. Finalmente despegamos sin novedad. Dormí gran parte del viaje, despertando cada vez que la barbilla golpeaba contra el pecho. Vergonzoso. Dormir con las gafas puestas puede resultar complicado.
Aterrizamos en Faro con media hora de retraso. Me esperaban mis padres. Alivio. Ya me veía andando arrastrando la maleta por la autopista como castigo por el comentario respecto a la velocidad durante el viaje de ida.
Comimos en el Fórum de Faro, dimos una vuelta por allí y regresamos en el juguete a una velocidad estándar de 100 km/hora, gracias al piloto automático que mi padre ha aprendido a utilizar tras un exhaustivo estudio del libro de instrucciones.
Ya tengo la maleta vacía, todo en su sitio y estoy cómodamente instalada en mi camita.
Adjunto foto de Irlanda tomada desde el avión. ¡Qué bonita es Irlanda!

Comentario cateto: Qué bien se está pasando el invierno en casita, en el sur.

8 feb 2010

Una cateta en una isla no tan desierta (Dublín, día 5)


A las cinco y cuarto de la mañana desperté como si fuera ya mediodía. Tuve una bronca conmigo misma y volví a acostarme hasta las siete. Estuve haciendo el tonto en la habitación hasta las nueve. Para algo tengo sofá, butaca y mesa para poner los pies encima.
He descubierto dónde están las bebidas. Al salir del ascensor hay dos pasillos. El mío es el de la derecha. En el de la izquierda hay una máquina dispensadora incrustada en la pared. Tienen refrescos, agua a 2.50 euros la botella de 330ml y enchufes. Ya puedo dormir tranquila.
Mi gorro andino y yo salimos a la calle y pensé que no hacía tanto frío, opinión de la cual me retracté tan pronto giré la esquina y me encontré al borde del río. Rasca no, RASCA. El cielo, de color negro Guinness amenazaba con descargar en cualquier momento. Caminé hasta el puente Ha’penny y allí giré a la izquierda entrando en Temple Bar, la zona de calles empedradas. Fui hasta Dame Street y subí pasando por delante del Ayuntamiento, un edificio del siglo XVIII con una cúpula enorme que entré a ver en el hall. Continué subiendo la calle hasta encontrarme en la catedral anglicana Christ Church. Cuando estaba visitando el coro, se me acercó el deán y estuvo charlando conmigo. Me pidió que mirara desde allí hacia la nave. Impactante sensación. La pared derecha está inclinada unos centímetros debido al hundimiento del terreno. Se nota perfectamente.
De nuevo en la calle, dejé sin visitar Dublinia, justo al lado de la catedral. Cubre la historia de la ciudad desde su fundación hasta el siglo XVI. Según la guía de viaje “con sonidos y olores de la época”. No, no tengo ningún interés en saber cómo olían los vikingos o las casas de los vikingos.
Fui caminando hasta St. Audoen’s, la iglesia medieval más antigua de Dublín. En ese momento empezó a hacer frío de verdad, con viento y una lluvia fina. Tuve que ponerme la capucha del chaquetón por encima del gorro. Un horror. Horror que vi reflejado en la cara de un crío de menos de un año, en su cochecito. Llevaba la cara pálida, los ojos desencajados y la nariz totalmente roja. A estas horas debe ser un niño sin nariz, seguro.
En el jardín de la iglesia había una señora vestida con ropa de trabajo fluorescente sentada en un banco como si fuera Agosto y estuviéramos a 30 grados. Le pedí que me sacara una foto. Ahí fue cuando descubrí que la señora no estaba en sus cabales. Creo que era la primera vez que tenía en sus manos una cámara digital. Tuve que explicarle cómo funcionaba. Se veía perfectamente que tanta tecnología la maravillaba. Tenía cara de borderline. Viendo ahora la foto, observo que me pilló con los ojos cerrados y totalmente desencuadrada.
Bajé por St. Patrick’s Close a echar un vistazo a la Catedral de San Patricio. En esta ciudad hay, que yo sepa, tres catedrales. Saqué una foto del exterior y salí de allí echando viruta. ¡Qué frío! Y es que toda la zona desde la catedral anglicana hasta aquí está en un alto.
Dejó de llover cuando entraba en el Castillo de Dublín. Estuve en el patio viendo sus torres. Desde allí me fui en busca de un chocolate caliente en un INSOMNIA al que ya le había echado el ojo antes. Tengo la lengua como una zapatilla. Estaba demasiado caliente y no me di cuenta hasta que la lengua ya estaba chamuscada.
Con mi vaso de chocolate en la mano me fui a visitar dos centros comerciales. El primero es un mercado cubierto en la calle South Great George y es una mierda porque sólo vendían mierda. El segundo es Powerscourt Townhouse, antiguamente la residencia de un vizconde. Es muy elegante y muy agradable, con un patio central ocupado por una cafetería/restaurante con butacas de cuero. Cuando estaba allí sonó el teléfono. Era Mairéad-mareid-Margarita, para quedar a las siete de la tarde para cenar y llevarme a ver los famosos pubs dublineses.
Crucé el río por el puente peatonal Ha’penny y fui hasta O’Connell Street. Allí sí tienes la sensación de estar en una gran ciudad. El resto de Dublín te da la impresión de modestia, a pesar de tratarse de una capital europea. O’Connell Street es una ancha avenida de edificios centenarios. Allí está la oficina de correos, desde cuya entrada se proclamó la República de Irlanda. Justo en el centro de la calle hay un monumento en forma de espiral de acero que se va estrechando hasta alcanzar los 120 m de altura. Si miras hacia arriba desde la base, se produce un curioso efecto, como si se balanceara.
Girando a la derecha está Cathedral Street, donde se encuentra la tercera catedral de Dublín, la católica, por fin. Los ingleses sólo permitieron su construcción allí, en una zona relativamente alejada. La fachada recuerda a un templo griego.
Pasa por la zona el tranvía, que aquí se llama Luas. Tiene dos líneas solamente, la roja y la verde. También está en esta calle la parada del autobús del aeropuerto, que pasa cada diez minutos.
Girando la esquina del edificio de correos comienzo la calle Henry, anchísima avenida llena de tiendas estupendas, grandes almacenes y restaurantes de comida rápida. Comí por allí sentada junto a un niño pequeño que me pegó tres tiros con su pistola de plástico y me habló en gaélico durante un rato.
Las tiendas de souvenirs en Dublín son enormes. Están divididas en dos secciones que se pueden resumir en sección verde y sección negra. Verde es el color de Irlanda y verdes son todos los objetos que se venden en esa sección. Camisetas, gorras, corbatas, pelotas de rugby y cosas varias con tréboles pintados. La sección negra pertenece a Guinness, con toda la parafernalia que se os pueda ocurrir con el logotipo de la marca de cerveza. Mi objeto favorito es la típica pinta de cerveza negra con el trozo blanco de espuma arriba. El vaso está fabricado en goma y es una de esas cosas que sirven para descargar el estrés apretando con las manos. Los calzoncillos largos de color negro con pintas de Guinness por todos lados también son guay.
Hacia las cuatro y media volví al hotel para descansar un rato. A las seis y cuarto salí otra vez y fui hacia Grafton Street. Mairéad-mareid-Margarita me esperaba en la puerta de los almacenes Brown Thomas. La mitad del camino desde el hotel hasta allí llovió; la otra mitad del camino granizó.
Fuimos a cenar a un restaurante japonés en la orilla norte del Liffey. Para ser lunes estaba a rebosar. Luego me llevó a un pub para escuchar música en directo. Lunes. No hay música los lunes. Pidió para beber una cerveza lager con dos dedos de Guinness. Es costumbre pedirla así en las zonas rurales si la Guinness te resulta demasiado amarga y espumosa. Yo pedí limonada.
A las diez y media dimos por finalizado el asunto. Nos despedimos y cogí un taxi hasta el hotel. El taxista fue todo el camino haciendo unos ruidos extraños con la boca. Difícil describirlo en palabras.

Fe de erratas: En el episodio 3, donde se menciona que las casas alrededor de St. Stephen’s Green son de estilo “eduardiano”, debería decir “georgiano”.

7 feb 2010

Una cateta en el polo norte (Dublín, día 4)


Hoy que no tenía que madrugar desperté a las seis y media. Una cruz que llevo sobre mi espalda. Bajé a desayunar a las ocho y media y coincidí con nuestra presidenta, que es griega, que es una señora y que tiene mogollón de pasta. También apareció por allí la sueca. De lejos vimos a la persa, que aprovechó la mañana para citarse con un señor con el que mantiene relaciones de trabajo. La griega y yo salimos a dar un corto paseo juntas, antes de que ella se tuviera que ir al aeropuerto. Optamos por caminar junto al río. Los vikingos se fueron hace mucho, pero el agua sigue estando negra. Son muy bonitos los puentes sobre el Liffey. Los hay de varios tipos. No me voy a parar a describirlos. Lo miráis en internet, que para eso está.
A las diez y cuarto me abandonó a mi suerte. Hacía un frío terrible. Ha estado todo el día nublado pero sin llover. La humedad es tan tremenda que los semáforos son de acero inoxidable.
Con este clima es normal que Irlanda sea cuna de grandes escritores. Tienen que salirte Ulises, Gullivers y Godots por las orejas. Todo tu tiempo libre lo pasas encerrado en casa y no te queda más remedio que ponerte a escribir.
Otro claro ejemplo de la relación entre el mal tiempo y las letras está en Galicia, pero en la Galicia de antes, porque ahora la gente se idiotiza delante del televisor. Hay grandes escritores gallegos porque no para de llover. No se aplica la misma regla para Asturias por el exceso de sidrerías, o chigres, como diría mi padre.
Doy gracias a Dios por mi gorro andino. Hoy hubiera perdido una oreja o dos por culpa de la congelación. La nariz ha sufrido grave peligro, pero sigue intacta. Hubo momentos en que pensé que se me iba a despegar y caer al suelo. Además, el gorro andino está aquí de última moda. Un verdadero acierto.
Crucé a la orilla norte para ir a ver un grupo escultórico dedicado a la hambruna que hubo aquí en el siglo XIX. En el XX también pasaron hambre. Cada vez que leo un libro ambientado en Irlanda, la gente tiene hambre y un padre borracho.
Volví otra vez a la orilla sur y fui a ver el Trinity College. Está muy bien. Había un campo de rugby donde jugaron ayer. Eso de jugar al rugby tiene mérito. Aquello era un barrizal negro asqueroso. ¡Y con este frío! La capilla estaba abierta y me colé. Según mi guía de viaje, hay que pedir cita para entrar. ¡Qué suerte!, pensé. No, no fue suerte. Iba a empezar una misa anglicana y cerraron la puerta y me dejaron dentro y me tuve que tragar un rato de cánticos con órgano y voy a ir al infierno. Pude escapar soportando las miradas asesinas de los asistentes. Al menos entré en calor un rato. Salí de allí y me fui otra vez a Grafton Street, la calle peatonal de tiendas. Como hoy es domingo, estaba todo abierto como si fuera jueves, pero con menos gente que ayer por la tarde. Descubrí la iglesia de los Carmelitas en un callejón y entré cuando empezaba la misa de once para recuperarme de la misa de antes. La iglesia en sí no es de mi gusto. Demasiados tonos pastel. Pero me gustó la ceremonia. Tenían un coro, tocaban el órgano y una solista se hizo los salmos ella sola. Una voz impresionante. La iglesia estaba a rebosar de gente, no como en la capilla del Trinity College, que eran ocho y yo. (Ocho contando a los del coro). Al final de la misa la gente aplaudió. Es la primera vez que veo algo así, pero es que el coro era hasta para silbarles.
Comí por allí, visité el centro comercial con techo de cristal en la esquina del parque St. Stephen’s Green y luego estuve paseando por dentro del parque. Había gente a pesar de la temperatura. Dos cisnes blancos dormían sobre el agua del estanque central. Volví a pasar por la puerta del hotel Shelbourne. Estaba delante aparcado el autobús de la selección irlandesa de rugby. Ni rastro de los jugadores. Sólo estaban cargando el utillaje. Había tres bicicletas de spinning, maletas de plástico con contenido desconocido y una pierna ortopédica. Bueno, estoy exagerando, era una de esas piernas que te ponen por encima de la tuya cuando te la rompes, en lugar de la escayola de toda la vida. Cuántas piernas habrán roto éstos para que tengan que llevarla siempre en el equipaje.
Tuve que entrar en una cafetería a tomar un chocolate caliente. Me lo dieron en un vaso de cartón con tapa. Tomé la mitad allí y la otra mitad caminando por la calle. Apuntad este nombre: INSOMNIA. Si alguna vez encontráis una cafetería de esta franquicia, pedid un chocolate. ¡Para cagarse!
Fui caminando hasta Merrion Square para ver bien la estatua de Oscar Wilde. Ayer, con la oscuridad y el parque cerrado, no pude verla bien. Está hecha de mármol de varios colores y da sensación de realidad. En la esquina de la plaza está la casa de su padre, que se dedicó a muchas cosas. Fue oculista, anticuario, escritor y mujeriego.
Desde allí fui hasta Temple Bar. ¿Cómo describir aquello? Es una sucesión de calles empedradas, pubs, restaurantes, tiendas de souvenirs. Tiene un punto kitsch pero con estilo. Están al borde del río, y se puede acceder desde el puente Ha’penny, peatonal y una foto muy típica de Dublín. Ahí fue donde mi cuerpo dijo basta.
Entré en un sitio donde eliges el tipo de pan que quieres entre unos cuantos diferentes y luego les dices lo que quieres dentro. Hay mucho donde elegir. Me lo envolvieron con un zumo y volví al hotel echando viruta.
Para entrar en calor decidí bajar al spa. Estuve en el jacuzzi para devolver los riñones a su sitio porque los tenía en los talones, en la sauna para devolver la temperatura normal a mi cuerpo, y en el baño turco no sé para qué, pero estaba allí, así que me metí dentro.
Subí a ducharme a la habitación y ahora os estoy escribiendo y me estoy comiendo el pan con forma de donuts y con varias cosas dentro. A mi derecha me observa con detalle una chocolatina WISPA, que son mis favoritas y cuesta trabajo encontrar fuera de las islas británicas.

6 feb 2010

Una cateta en Dublín (Día 3)


El día comenzó temprano. Quedamos para desayunar a las 07:45 hrs porque a las 08:15 hrs nos tenía que recoger la abogada para llevarnos a sus oficinas. Siendo sábado, allí no había un alma, así que tuvo que venir para abrirnos la puerta. A la única persona que vimos en todo el día fue al amable camarero que nos sirvió las bebidas y luego la comida.
Estuvimos trabajando hasta las 13:00 hrs. Comimos en media hora un menú compuesto por restos del día anterior y alguna cosa nueva y finalizamos con un pastel de chocolate negro con crema de chocolate negro por encima. ¡Ñam Ñam! Volvimos a nuestra sala de trabajo y estuvimos allí hasta las 14:30 hrs, dando por finalizada la reunión con todos los puntos tratados. Acabé con agujetas en las trompas de Eustaquio. Atender a una conversación en inglés oyendo acentos de cinco países diferentes, sobre todo de Singapur, requiere cierto esfuerzo.
Volvimos caminando hasta el hotel. Allí nos esperaba otra miembro de WISTA Irlanda. Su nombre es Mairéad. Se pronuncia “mareid” y significa Margarita. Habla como cuarenta. Incluso es capaz de mantener una conversación en un extraño castellano porque fue Erasmus en Barcelona hace diez años. Nos llevó a visitar el Museo Nacional de Irlanda, que contiene restos arqueológicos. Tienen incluso el esqueleto de un vikingo. No olía a nada. El edificio tiene todo el suelo cubierto de mosaicos y una impresionante cúpula.
Una vez cumplida la cuota cultural nos fuimos de compras. Estuvimos en Grafton Street, una calle peatonal llena de tiendas. Estaba a rebosar de gente. Había músicos cada dos pasos. Un individuo empujaba una carretilla llena de termos llenos de té y café para vender por vasos. Volvía la gente del partido de rugby del Torneo de las Seis Naciones. Todos con sus camisetas verdes, bufandas, gorros y banderas, satisfechos por haber borrado del mapa a Italia. Entramos en los almacenes Brown Thomas, una tienda muy elegante que vende sólo artículos de marca. Por primera vez en mi vida sostuve unos Manolos en mis manos. Será lo más cerca que esté nunca de unos Manolos.
A las 18:00 hrs fuimos a cenar a Bewley’s, un café art decó en Grafton Street. Muy bonito, pero eran las seis de la tarde, por Dios.
Cuando salimos de allí eran las ocho y la calle estaba aún más llena de gente. Los pubs estaban a rebosar. Había incluso gente en la calle con sus pintas en la mano. Ponen una especie de valla cerca de la puerta, rodeando el perímetro del pub, para que puedas sacar allí tu vaso. En la calle está prohibido beber.
Fuimos hasta el final de la calle y giramos a la izquierda dejando St. Stephen’s Green a nuestra derecha. Es el parque principal. A la izquierda, una fila de edificios de estilo eduardiano, donde están los restaurantes más selectos de Dublín. El hotel Shelbourne, el más elegante de la ciudad, estaba lleno de gente tomando una copa después de la cena. Se abrió la puerta y empezaron a oírse grititos de emoción. El que salía era Jerry Flannery, jugador de la selección irlandesa de rugby. Entre nosotros, un animal con la nariz rota vestido de chaqueta. La acompañante tampoco valía un pimiento. No sé siquiera si era mayor de edad.
Continuamos caminando hacia el hotel, pasando por Merrion Square, donde está la famosa estatua de Oscar Wilde y la casa de su padre en la esquina. Nos encontramos tres veces con la misma limusina, un Hummer blanco del tamaño de un autobús.
Llegamos a destino hacia las nueve y media. No llovió en toda la tarde. Frío sí que hizo. Estrené mi gorro de lana andino. Al principio se rieron de él pero acabaron intentando comprármelo porque hacía una rasca importante en la calle.
Nos despedimos de Mairéad-mareid-Margarita, que supongo iría a poner su lengua a reposar. ¡Lo que habla esa mujer!
Nos sentamos a charlar en el hall. A las diez y media nos fuimos a dormir. Besos y abrazos porque algunas ya vuelan mañana por la mañana temprano. La de Singapur dijo que no iba a acostarse, ya que sobre las cuatro tenía que salir para el aeropuerto.
He aprendido una cosa importante sobre Singapur. Todo está prohibido. No se puede salir con una pancarta a la calle, no se puede ser gay, no se pueden tirar papeles al suelo, NO SE PUEDE COMER CHICLE. Que no cuenten conmigo en Singapur.

5 feb 2010

Una cateta en Dubh Linn (Dublín, día 2)


A las 07:15 hrs me levanté y bajé a desayunar. Calmé mi sed de toda la noche con tres vasos de zumo de manzana y uno de naranja. Del zumo de naranja no se puede abusar por motivos que no vienen al caso.

Olvidé contaros que en la habitación hay también un enorme armario de seis puertas. No sé para qué tan grande. Aquí lo que sigue faltando es el mueble bar, por si acaso me doy a la bebida.

A las 08:45 hrs vino a recogernos una abogada miembro de WISTA Irlanda. Nos presta sus oficinas para celebrar allí nuestras reuniones. Caminamos durante unos cinco minutos y llegamos a un enorme edificio de cristal (enorme por lo ancho, no por lo alto) que resultó pertenecer a su bufete, Matheson Ormsby Prentice. Cuenta con 650 empleados solamente en Dublín. Fue como entrar en esas oficinas que salen en las películas, así que allí estaba esta cateta con la boca abierta mirando para todos lados. Subimos en un ascensor a la planta más alta, un sexto piso. Al abrirse las puertas, allí estaba una más que sonriente recepcionista que nos recogió los abrigos y nos explicó dónde estaban los servicios. Importante explicación, porque en esos sitios tan modernos lo mismo te metes por una puerta pensando que vas al baño y acabas en un armario. Aún no sé si la recepcionista pasa el día de pie delante de los ascensores con la sonrisa puesta o es que alguien le dijo que estábamos subiendo.

La sala de reuniones es una estancia muy amplia haciendo esquina, sin paredes, todo cristales y mirando al río. Una vista preciosa. Hizo sol todo el día, lo cual me preocupa porque eso significa que mañana nos las van a dar todas juntas. Tenemos un ordenador portátil y una pantalla a nuestra disposición para hacer presentaciones. Hay una barra con café, infusiones, zumos y fruta. De vez en cuando entra un camarero y repone lo que falte. También traen unas galletitas caseras que lo flipas. Hay un objeto con una pantalla táctil encima de la barra. Pulsas botones y bajan o suben dos tipos distintos de persianas. Hay otros botones que no he tenido la ocasión de pulsar y no creo que pulse, por si acaso salimos despedidas de allí o se produce alguna explosión.

Estuvimos trabajando toda la mañana. A las 13:00 hrs vino la abogada a recogernos con otras dos miembros de WISTA Irlanda y nos invitaron a comer en la sala adjunta, gemela de la nuestra. Comimos estupendamente. Había sopa, quiche, ensalada, pollo, arroz, roast beef, y una tarta de frutas como postre.

A las 14:00 hrs volvimos a nuestra sala y continuamos trabajando hasta las 16:00 hrs. Vinieron otra vez a buscarnos y nos dijeron que tenían una sorpresa para nosotras. La sorpresa resultó ser una auténtica marcianada. A la entrada del bufete había aparcado un camión americano con un letrero en el costado dándonos la bienvenida. Nos sacamos multitud de fotos. El dueño del camión tiene una empresa de transporte que opera dentro del puerto. Lo del camión americano lo tiene como entretenimiento y les pareció simpático. Lo mejor de todo es que nos paseó por medio Dublín metidas en la cabina. Cabe mucha gente allí dentro. Tiene un sofá enorme en la parte trasera, con unas luces rojas, que aquello parece un prostíbulo. Yo me senté de copiloto. La gente por la calle nos sacaba fotos. Esto en España no lo hago ni muerta. Me muero de la vergüenza.
Nos dejó en la Autoridad Portuaria y allí subimos a un minibús para dar un paseo por el puerto. Una señora muy amable nos fue explicando todo con detalle. Operan principalmente contenedores. Había por allí varios camiones cisterna llenos de cerveza Guiness. El dueño del camión americano me preguntó por el camino si ya la había probado. Quedó horrorizado al saber que no pruebo el alcohol. Me dijo que la Guiness es muy sana, que se dice que te sale pelo en el pecho.
Al terminar el paseo nos llevaron en el minibús a una vinoteca, un local en un sótano abovedado en lo que eran antiguamente almacenes de té y especias del puerto. Allí bebieron vino y yo agua con limón. Nos sirvieron unos aperitivos. Asistieron unas veinte mujeres del sector. Entre ellas, dos empleadas de las destilerías Jameson, del departamento de transportes. A las nueve en punto cogimos las de Villadiego porque estábamos hechas polvo.

Volvimos caminando al hotel, a unos cinco minutos de distancia, al otro lado del río. Tuvimos que atravesar un puente que se parecía sospechosamente a los de Calatrava. Hacía frío y algo de viento, pero vamos bien preparadas.

Ahora tengo el radiador a toda pastilla porque algún animal dejó la puerta de la terraza medio abierta y no hacía precisamente calor cuando entré en la habitación. Ya se está a gusto.

Mi padre ha mandado un mensaje contestado a lo del coche. Dice que no me lo va a prestar porque lo quiero conducir como si fuera un F1.

Mañana más.

4 feb 2010

Una cateta en Baile Átha Cliath…………. Dublín, para entendernos (Día 1)

Aquí estoy. He venido a una reunión del Comité Ejecutivo de WISTA, al que pertenezco desde el pasado septiembre. Somos siete en total, procedentes de Estados Unidos, Grecia, Suecia, España, Singapur, Nigeria y Dinamarca. La que viene por Dinamarca ni es danesa ni vive allí. Es persa de nacimiento, reside en Suecia y todos los días cruza el puente para ir a trabajar a Copenhague. Ella y la sueca se han levantado hoy a las cuatro y media y cinco de la mañana respectivamente. Han tenido que salir de casa con una pala en la mano, cavar para quitar la nieve de la puerta de entrada y de la puerta del garaje. 20º bajo cero. Y dicen que es una experiencia preciosa, vigorizante, extraordinaria. ¡Anda ya!
La nigeriana ha tenido que quedarse en casa porque no ha sabido sacar su visado correctamente para venir a Irlanda. Todavía no me lo explico. Esto está programado desde Septiembre. Por algo son el tercer mundo.

Tomé un vuelo de Aer Lingus hoy a la hora de comer desde el aeropuerto de Faro. Me llevó mi padre en su nuevo juguete alemán. A mitad de camino se me ocurrió preguntarle: “Papá, ¿por qué vamos a 80?”. A lo cual respondió: “Estamos haciendo el rodaje.”
Hace años que los coches no necesitan hacer rodaje, y así se lo dijo el vendedor cuando le entregó las llaves, pero por si acaso.

Esto de volar con una línea regular carece totalmente de emociones. No ha pasado nada de nada. Hemos venido todos callados como muertos; todos los muertos irlandeses, excepto yo. Lo único que me llamó la atención fue un anciano leyendo un libro en un e-book Sony. Me dieron ganas de mangárselo, pero me contuve a tiempo. Estaba a tres asientos de mí, con el pasillo de por medio, y aún así era capaz de leer las letras de la pantalla desde mi sitio. Esa es una de las grandes ventajas de los e-books. Puedes poner la letra al tamaño que te parezca. Como si quieres leer en titular de periódico.

Baile Átha Cliath es como se llama esta ciudad en irlandés, porque aquí se habla irlandés por tradición e inglés por invasión.
Hicimos la mayor parte del viaje sobre nubes y, poco antes de aterrizar, nos metimos entre unas nubes gordas y negras, así que casi no vi nada. Una vez aterrizas, lo primero que ves es un cartel amarillo verdoso en el edificio principal del aeropuerto: BAILE ÁTHA CLIATH. Si no hubiera hecho el cursillo turístico que hago cada vez que salgo por ahí, habría pensado que el piloto se había equivocado de sitio y estábamos en una ciudad al norte de Islandia.

Dublín viene de Dubh Linn, que significa charca negra. Fue el nombre que le dieron los vikingos. Sabe Dios las porquerías que tirarían éstos en el río. Porque eran unos guarros los vikingos. En las películas de vikingos lo único que hacen los vikingos es dar alaridos, comer con los dedos, beber cerveza y dormir sobre los pelos de un bicho muerto, que sabrá Dios las pulgas que tendría. Nunca se lavan los vikingos, nunca.

Me estoy desviando. Al llegar a Dublín, me estaba esperando en el aeropuerto nuestra presidenta, que venía de Grecia y aterrizaba a la misma hora que yo. Tomamos un taxi y seguimos sin ver nada porque llovía, era de noche y los cristales se empañaron por culpa del frío. Después de hablar como cotorras durante unos minutos abordamos al taxista con varias preguntas. Tuvimos que abandonar la tarea porque el hombre hablaba con un acento muy pero que muy raro. Debe ser de pueblo.
Al llegar al hotel coincidimos con la sueca, que quería acostarse temprano. Supongo que era el cansancio por lo de la pala.
Localizamos a la persa y cenamos en la cafetería del hotel. No está el tiempo para andar zascandileando por ahí. Nos pusieron una hamburguesa de ternera irlandesa tamaño natural que me está empezando a salir por las orejas.
A las nueve menos cuarto dimos por finalizada la jornada y nos retiramos a nuestros aposentos. Es lo que me gusta de estos países. Saben acostarse pronto.
Me acabo de dar una ducha y he intentado beber un vaso de agua del grifo. He tenido que desistir. Sabe amarga. Y no hay mueble bar para cogerme un pedo, aunque yo no bebo, pero bueno. Por cierto, el hotel magnífico. Tengo una habitación con sofá, butaca, enorme mesa de unos tres metros de largo, conexión a internet por cable gratis, cama king size, calefacción a toda marcha. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, un vaso de agua.

1 feb 2010

Abusé de una teleoperadora

Hoy he abusado psicológicamente de una teleoperadora.
Me encontraba plácidamente tumbada leyendo, o más bien devorando, un libro interesantísimo. Entraba el sol por la ventana, dándome directamente en los piececitos, así que estaba en la gloria. Música de fondo: Silje Nergaard.
Sonó el teléfono. Tuve que cerrar el libro, levantarme de la butaca, ir a buscar el aparato y contestar.
Teleoperadora: Buenos días, ¿hablo con la señora de la casa? (Fuerte acento andaluz)
Withfloor: (Ya como una moto) Sí, dígame.
T: Le hablo de aafodifjadfjaopsdjfpaofjdjadjf
W: Señorita, repita lo que acaba de decir pero vocalizando. No he entendido nada. (Seria, muy seria)
T: Perdone. Le llamo de adfasdfasofja y es para informarle que ha sido usted agraciada con un premio asdfasdfaopdiuf. ¿Viaja usted con frecuencia?
W: Señorita, ¿de dónde ha sacado este número de teléfono?
T: De una agenda
W: ¡De una agenda! ¿De qué agenda estamos hablando? ¿A quién pertenece esa agenda?
T: Bueno………….. de…………………. de las páginas amarillas.
W: Señorita, este número no figura en las páginas amarillas.
T: Ehhhh…………………….de……………………… de las páginas blancas, en la página 347.
W: Bien. Y, ¿en qué consiste ese premio?
T: Le ha correspondido un premio que consiste en siete días de estancia en adfadufpoafupaduf por 90 euros solamente, sin ningún cargo para usted.
W: Señorita, ¿es o no es sin ningún cargo para mí? Me acaba de decir que me va a cobrar 90 euros.
T: (Cada vez más nerviosa) Bueno, es que tiene usted un descuento porque el prec…..
W: Señorita, tiene usted que hacer un cursillo de teleoperadora porque su habilidad para atraer clientes es manifiestamente lamentable. (Colgué el teléfono sin esperar respuesta)

Volví a mi butaca, coloqué mis piececitos estratégicamente para que continuara dándoles el sol y retomé la lectura del interesantísimo libro, no sin antes pensar que la teleoperadora tenía mi teléfono y dirección y podría venir en cualquier momento a sacarme las tripas.

25 ene 2010

Sopa coreana


El capitán me preguntó si quería desayunar. Dado que llevaba en pie desde las dos y cuarto de la madrugada, no pude negarme. “¿Tostada o coreano?” Tostada, por supuesto. A las seis y media de la mañana el estómago de un ser humano de este lado del planeta no está para pruebas culinarias. Aún estoy dando gracias por la elección. La tostada resultó ser un sándwich caliente de huevo frito. Exquisito.
En el comedor, los oficiales se acercaban a una enorme palangana con tapa enchufada a la pared. Metían sus cuencos dentro y los sacaban llenos de una sopa sospechosamente grasienta. Para explicarme los ingredientes, el capitán me señaló su rodilla y me dijo que la sopa llevaba un día entero preparándose, porque era más saludable. No explicó si la rodilla era humana o de qué otro animal.
Sobre la mesa había un tupperware de los chinos con algas verdinegras y otro con un extraño mejunje rojizo (ver foto adjunta). “Ese es picante. Muy sabroso”, me dijo el capitán. En el centro, un bote con docenas de palillos chinos. Para el sándwich consideré más apropiados un cuchillo y un tenedor.
Según costumbre local (local porque estábamos bajo pabellón coreano), la sopa se bebe del cuenco directamente, sin usar la cuchara. No eructaron al terminar, por cierto. Raro, porque no sería el primer oriental que me sorprende con un eructo en mitad de una conversación.

18 ene 2010

Eficaz dieta de adelgazamiento


Acérquese al mercado de abastos a primera hora de la mañana. Adquiera el filete de ternera más grueso del puesto de carne más barato. Haga con él lo que quiera durante la mañana, excepto comérselo. Llévelo con usted a casa a la hora de comer. Prepare una sartén con poco aceite. Fría el filete a fuego lento, vuelta y vuelta solamente. Calcule la maniobra para quedar sentado a la mesa exactamente a las 15:00 hrs. Tome el mando a distancia del televisor. Enciéndalo. Sintonice la primera cadena y elimine el sonido para obtener mayor grado de concentración. Mire su filete fijamente durante cinco segundos. Mire fijamente el televisor durante tres minutos, sin parpadear. Absorba con atención las imágenes de cadáveres esparcidos por las calles, niños polvorientos con los ojos reventados, brazos saliendo de los escombros. Vuelva a mirar su filete fijamente durante cinco segundos. Retorne la vista al televisor. Continúe absorbiendo imágenes, esta vez de la última explosión en la plaza del mercado de Kirkuk (Irak) a la hora de más concurrencia. Padres sosteniendo los cadáveres de sus bebés muertos, ciudadanos con extraños hábitos y sandalias llorando amargamente, coches destrozados, más escombros. Mire de nuevo su filete sanguinolento. Apague el televisor. Levántese de la mesa. Coja el plato con el filete intacto. Déselo al perro. Vuelva al salón. Siéntese en el sofá. Medite.

12 ene 2010

Confesiones de un feto


Si aquí dentro hubiera ordenadores esto sería un blog. Llamémoslo diario submarino, porque estoy inmerso en un líquido y nado dentro. Lo malo es que cada vez hay menos espacio. Antes me hacía unos largos por las mañanas. Ahora apenas puedo mover los brazos.
Estoy acojonado, colegas. Ya puedo contar con los dedos de las manos los días que faltan para salir de aquí. Voy a conocer por fin a papá y a mamá. No es que no los conozca ya, es que no nos hemos visto las caras. A mí ya me han visto en fotos. Hay un tío muy bajito que me hace video y retratos de vez en cuando. Me da mucha vergüenza, porque al principio sólo querían verme los genitales. Cuando por fin me encontraron la colita, empezaron a centrarse en otras cosas, menos mal.
Me han dicho aquí dentro que cuando salga me tengo que hacer el loco una temporada, como un año más o menos, y que luego haga como que me voy enterando de las cosas poco a poco. No puedo ir de “enterao” porque los puedo matar del susto.
Ahí fuera se pasan el día hablando de mí. Creen que no me entero, pero yo estoy al loro de todo.
Me han puesto una habitación llena de barcos, y hay un armario que mamá enseña a todo el mundo, donde está la ropa que me voy a poner. También hay una bolsa que me ha regalado un amigo de papá y mamá que es farmacéutico. Dentro hay todo lo que hace falta para estar limpio. Incluso un termómetro que te lo pegan en la frente y da la temperatura en digital. Ya no hace falta meter el tubito con mercurio en la boca. ¡Qué pasada, tíos!
Papá y mamá tienen muchos amigos. Hay varias amigas de mamá que llevan coleguitas dentro. Uno se llama Iñigo y va a ser pijo. El sábado estuvimos charlando mientras las mamás miraban el armario. A él le queda todavía un rato largo para salir. Dice que le tengo que contar cómo es para estar bien preparado.
Todavía no saben cómo me voy a llamar. Ahora tengo nombre de artista americano. Es que papá no se decide. Dice que me tiene que ver la cara para saberlo. Pues, tíos, lo tenemos crudo, porque yo creo que al salir se te tiene que poner cara de “pringao”, fijo. Y no me van a llamar Pringao, ¿verdad?........¿VERDAD?
Mamá y papá me hablan mucho. No voy a poner aquí las cosas que me dicen porque me sonrojo. Veremos si luego tienen valor de decírmelas a la cara.
He tardado mucho en venir, por eso están que no cagan conmigo.
Mañana o pasado salgo, depende del frío que haga. Yo saco el dedito para medir la temperatura y ya veré lo que hago.

7 ene 2010

Manifiesto a los Reyes Magos


Camaradas:

Les resultará algo extraño recibir una carta el día 7 de Enero, cuando están iniciando sus meses de vacaciones. El asunto a tratar es de suma importancia y merece su inmediata atención.
Ante todo aclarar que este colectivo reúne a republicanos, anarquistas y comunistas. Los que suscriben rechazamos la existencia de los Reyes, con o sin magia.
Nos dirigimos a ustedes por pura necesidad, para denunciar el trato vejatorio que sufrimos en los últimos tiempos.
Para el día de ayer esperábamos la llegada de al menos dos nuevos compañeros que vinieran a continuar y consolidar nuestro objetivo, hacer honor al dicho “Trabajas menos que los Reyes Magos”, es decir, una vez al año como tope máximo. En la actualidad, nuestra jornada laboral es de un día cada 32 con una duración máxima de 12 horas y vacaciones entre los meses de Junio y Octubre, ambos inclusive. Dicho propósito se ha visto truncado al interrumpirse de forma unilateral la contratación de nuevos miembros de este colectivo, que tradicionalmente comienzan su labor cada 6 de Enero. Pasamos el día de ayer en un sinvivir al no llegar éstos ni recibir noticias al respecto.
Puestos en contacto con la patronal, nuestro representante sindical fue informado de que este año la llegada de los compañeros había sido sustituida por otras necesidades más perentorias, dada la crisis económica que sufre el país en los últimos tiempos. Además, se nos comunicó la obligación de efectuar un viaje a Dublín en el mes de Febrero sin el consiguiente cobro de dietas y horas extras. Seis de nosotros serán elegidos al azar para dicha misión.
Reiteramos nuestro más profundo rechazo por el trato humillante, denigrante y ofensivo que este discriminado colectivo sufre.
Por todo lo arriba mencionado, presentamos oficialmente preaviso de huelga para los próximos días, coincidiendo con la ola de frío siberiano que arrasará la península, que es cuando más duele.
Quedan ustedes informados. Copia de esta misiva será enviada a la patronal para su conocimiento.

El colectivo de calcetines de rombos “SOCKS FOR FREEDOM”.