15 sept 2011

Una cateta en Estocolmo (Día 5)

Desde que llegué el sábado estoy intentado averiguar qué es eso del Síndrome de Estocolmo. De momento no lo sufro, porque me encuentro estupendamente. Me miro al espejo y no me noto nada raro, más raro de lo raro habitual.
Después de dormir fatal y dar mil vueltas por motivos desconocidos, salí de la cama a las siete menos cuarto. Bajé a desayunar a las siete y media. Enseguida tuve que irme a la sala de conferencias para preparar las reuniones de hoy: mesa redonda con las presidentes de los distintos países y, después de comer, asamblea general de WISTA. No os voy a aburrir con los detalles porque son verdaderamente aburridos. Sin embargo, puedo decir que no se nos durmió nadie como el año pasado. Cierto es que no había ninguna miembro mayor de 80 años como en aquella ocasión.
Llegaron las otras cuatro miembros de WISTA Spain que han venido a la conferencia. Desde que el sábado por la mañana me dejó mi taxista favorito en el aeropuerto, no había hablado español con nadie, así que en el descanso para tomar café aproveché para resarcirme. Hay unas cuantas americanas con apellidos hispanos y a todas, una por una cuando se presentaban, les fui diciendo: “Con ese apellido tienes que hablar español”. Y, efectivamente, lo hablaban.
Hay mucha gente conocida este año en la conferencia. En la foto estoy con las hermanas griegas Bezantakou, dos fuerzas de la naturaleza que no saben sacarse una foto sin pegar la cabeza. Debo de tener diez o doce fotos así con ellas.
Comimos a las doce y cuarenta y cinco minutos exactamente. Fue de nuevo un bufet. Esta vez comí pescado con una salsa riquísima y ensalada. No tenía mucha hambre ni tampoco mucho tiempo.
A las dos de la tarde comenzó la asamblea general. La presidenta de WISTA Suecia nos cronometró durante la reunión para que no nos pasáramos de la hora. Lo del cronómetro es verídico. Tenía el iPhone en la mano y lo ponía en marcha cada vez que una ponente salía a hablar.
Hoy tuvimos elecciones. La nueva presidente de WISTA es una holandesa; una nigeriana es nueva miembro del comité ejecutivo y yo salí reelegida secretaria por otros dos años. Dejan el comité la presidenta griega y una miembro sueca.
Se decidió por unanimidad que la conferencia del año que viene se celebre en París en el mes de octubre. Iba a ser en Alejandría, pero por razones obvias es mejor no aparecer por allí de momento.
A las seis menos veinte finalizó la reunión y salimos pitando a arreglarnos porque a las seis y media salían los autobuses para la cena. Como hay varias que están en otro hotel no muy cerca, decidieron dejar los trastos en mi habitación y salir directamente desde aquí para la cena para no perder tiempo. Fueron apareciendo más miembros y en un momento mi habitación pareció el camarote de los hermanos Marx. Quiero aclarar que ninguna de nosotras tiene bigote.
Salimos de allí en tropel para sorpresa de aquellas que estaban esperando el ascensor. Recogimos a otra griega en su habitación y bajamos corriendo. Seis y veintiocho minutos. Estas suecas no esperan.
El recorrido hasta la Casa de la Nobleza fue bastante breve. Nos ofrecieron allí un cóctel consistente en: cuatro canapés de queso, cuatro canapés de crema de pescado y cuatro canapés de carne de Rudolph. Seguro que estas Navidades no cae ni un solo regalo, por habernos comido al reno de Papá Noel.
Hay una sueca que aparece todos los años con el traje nacional, y éste no iba a ser menos. El detalle de los caballitos de Dala colgando del cuello es nuevo.
La Casa de la Nobleza, un edificio de estilo clásico construido en el siglo XVII tiene varios salones enormes en la planta baja. Las paredes están cubiertas por retratos a tamaño natural de señores nobles de entonces. Es un poco tétrico.
Los baños estaban en el sótano, después de bajar unas escaleras de piedra y dar varias vueltas por un laberinto de pasillos. Cuando estuve por allí acababan de sacar a una holandesa que se había quedado encerrada cincuenta minutos antes y a la que nadie oía cuando aporreaba la puerta pidiendo socorro.
A las nueve en punto salió el primer autobús de vuelta al hotel. Llovía.
Lo primero que hicimos al entrar en el hotel fue ir el restaurante para cenar algo. Nos atendió una chica amabilísima que hizo todo lo posible para satisfacer nuestras necesidades. “Tú no eres sueca, ¿verdad?”, le pregunté. “Bueno, más o menos, me crié en Ecuador”. Evidente, no podía ser sueca de verdad una persona tan amable y sonriente.
Se nos unieron al grupo dos griegos amigos de mis amigas griegas. Uno de ellos es agregado militar en la embajada griega. Espía, seguro. Incluso llevaba un Omega como James Bond. El otro está pasando unos días en su casa y hablaba por los codos.
Después de cenar nos unimos a la fiesta que las holandesas tenían montada en el bar del hotel. Es habitual que las holandesas monten una fiesta escandalosa allá donde vayamos. Estaban todas bailando como locas. Yo, como no bailo, me quedé un rato charlando y me fui en un momento en que estaban todas despistadas, porque si digo que me voy no me dejan.

Buenas noches.

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