17 may 2015

Una cateta en Nueva York (Día 9)




Desperté a las cinco y media. Me complace compartir con vosotros la noticia de que los obreros de la construcción también trabajan los sábados.
Me di una ducha y me senté a escribiros porque ayer fui incapaz.
Pasó por el Hudson un barco de pasajeros. Quedé tan embobada que no me acordé de sacarle una foto.
Me puse mis nuevos Levi’s y mis nuevas Nike porque, según acordamos ayer, la reunión de hoy iba a ser en vaqueros.
A las ocho nos reunimos en el hall del hotel las miembros del comité ejecutivo y varias presidentas de países WISTA para ir al edificio Chrysler en Lexington Avenue. Alex pidió un coche por Uber. Nos mandaron un camión.
El conductor nos llevó por debajo del puente de Brooklyn y luego bordeando el East River.
No puedo expresar la emoción que sentí al pasar todo el día en mi edificio favorito del mundo mundial, en las oficinas de Blank Rome. Me encanta, me encanta, me encanta. Desde las gárgolas a los detalles art decó del hall y de los ascensores.
Desayunamos otra vez en plan bollería para ponernos gordas. Comenzamos la reunión a las nueve menos cuarto. Había muchas caras de sueño y voces roncas alrededor de la mesa.
Mantuvimos una reunión de dos horas con las representantes de los países. Una vez se despidieron, comenzamos un análisis SWOT con una especialista. Es una herramienta para intentar mejorar el funcionamiento de una organización. Fue muy interesante.
La gente de esta oficina debe de tener muy mal aliento. En los baños tienen un bote de enjuague bucal para uso de los empleados.
Comimos a la una sin interrumpir la reunión para no perder tiempo.
Nos trajeron el café del Starbucks de la esquina en un recipiente de cartón. Hay un Starbucks en cada esquina y uno en cada edificio importante de oficinas. Por las mañanas todo el mundo lleva las dos manos ocupadas, una con un vaso de Starbucks y la otra con el móvil.
La reunión duró hasta las cinco de la tarde, hasta las narices, diría yo.
Hice una exhaustiva investigación para ver si los bufetes de abogados de Nueva York son como los de las películas. Lo son. Lástima que hoy estuviera vacío por ser sábado.
Encontré una ventana desde la que se veían las gárgolas del edificio. Emoción, emoción.
Casi mato a Jeanne porque olvidó en casa la tarjeta de acceso a las plantas superiores. Podría haber tocado con mis propias manos la flor de acero inoxidable.
Karin, Jeanne, Tosan y yo cruzamos a Grand Central Station, donde se comieron unas ostras en el Oyster Bar. Yo preferí seguir sin saber a qué sabe una ostra.
Tosan va así de abrigada no porque hiciera frío, sino porque es nigeriana.
A las siete y media echamos a andar hacia la calle 46 con la avenida 8, donde nos esperaba Alex para cenar en Don’t tell mamma, un piano bar con una pianista rancia a la que luego cambiaron por un negro con mucha marcha que a veces cerraba los ojos y hacía como si fuera Ray Charles.
Alguna se bebió hasta el agua de los floreros y acabó cantando en el escenario micrófono en mano.
A la una nos echaron de allí. Volvimos en taxi con un tráfico horrible por Times Square, donde los anuncios de neón hacen que parezca de día.
En el hall del hotel había un negro de uniforme pidiendo a todo el que entraba que le mostrara la llave de la habitación para dejarnos pasar.

Buenas noches desde Manhattan.










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