Ayer cometí una grave falta de ortografía
por la cual me disculpo. Achaquémoslo al cansancio y corramos un tupido velo.
Cuando fui a enchufar el ordenador ayer por
la noche sufrí un segundo de pánico al ver el enchufe. Se me pasó por la
cabeza que aquel pitorro había sido puesto allí para no poder enchufar, para no
gastar electrididad. Sorpresa cuando vi que el enchufe del ordenador tiene un
agujero en el que encaja perfectamente el pitorro. No me había fijado nunca.
Tomé el metro con destino Montmartre. En
lugar de ir a Abbesses y coger allí el funicular hasta la cima de la colina,
fui a una estación que queda por detrás, Lamarck Caulaincourt. Es más rápido. Tuve
que cambiar de línea en Concorde, donde las paredes están alicatadas con
azulejos que tienen letras escritas. Acabo de mirar en internet lo que
era aquello, porque se podían leer perfectamente frases enteras. Es la
Declaración de los Derechos del Hombre.
Una vez en Montmartre di un paseo por las callejuelas y estuve viendo
a los pintores callejeros en la plaza du Tertre.
Caminar por Montmartre requiere zapatos de
senderismo. El suelo es de adoquines irregulares y todo está en cuesta. Lo más
adecuado para el estado de mis extremidades inferiores.
A las once menos cuarto entré en la
basílica del Sacré Cœur y me senté a esperar que
comenzara la misa de once. Siendo del tamaño que es el templo, fue
impresionante ver cómo se llenó de fieles de todo el mundo en un momento. La
misa, que sólo duró hora y media, contó con toda la parafernalia: tres curas,
ocho monaguillos, coro de monjas y órgano. Una de las monjas, vestida con un
hábito blanco y velo negro, nos dirigía en los cánticos. Levantaba los brazos
al aire y parecía que iba a levantar el vuelo con aquellas mangas.
Cuando finalmente pude salir a la calle me
senté en las escaleras de la entrada. Desde allí arriba se divisa todo París en
pequeñito. El día era estupendo, sin una sola nube. La temperatura había subido
un poco y se estaba de muerte. Hay que añadir a la escena un sujeto tocando “La
vie en rose” en un arpa y gente por todas partes.
Bajé andando los quinientos mil escalones
que hay hasta la plaza Willette y cogí el metro para ir a la plaza St. Michel.
Al subir a la superficie me encontré con la fuente de Davioud que representa a
San Miguel matando al dragón.
Estuve paseando por el barrio latino. Lo de
latino es porque es la zona de la universidad y antiguamente los estudiantes
hablaban en latín. Busqué un sitio para comer. Recordé haber leído que había un
restaurante americano por allí, así que lo localicé y me dispuse a dar buena
cuenta de un brunch compuesto de huevos, patatas, tostadas y pancakes con zumo
de naranja. Más que satisfecha, antes de salir fui al sótano a visitar el
cuarto de baño. Cuando quise lavarme las manos no era capaz de encontrar cómo
accionar el grifo, hasta que miré al suelo. Había que pulsar un pedal
con el pie. Los alrededores del pedal no reflejan la limpieza del resto del
local.
Di un paseo por el Boulevard St. Michel y
el Boulevard St. Germain. Esta zona es famosa por sus librerías. Antes me
hubiera vuelto loca comprando libros. Hoy, con el iPad y los ebooks ya no me
hace falta. Puedo encontrar lo que quiera por internet.
Las terrazas de las cafeterías y
restaurantes estaban a rebosar. Aquí la gente no se sienta alrededor de una
mesa, sino que ponen las sillas mirando al tendido, para ver a los paseantes.
Queda un poco raro cuando se ponen a comer de esa guisa.
Crucé a la Île de la Cité por el puente de
l’Archevêché. Las barandillas han desaparecido de la vista,
complemente llenas de candados. Incluso había algunos de bicicleta
Desde ese puente se accede a la parte
trasera de Notre-Dame. Hay una placita muy agradable con jardines donde no
suele haber mucha gente. Llegar a la plaza delante de la catedral es
encontrarse con cientos de personas sacando fotos, haciendo cola para entrar o
simplemente deambulando por allí. La cola se movía con rapidez, así que me puse
a esperar para entrar. Fueron sólo cinco minutos. Dentro se celebraba una
ceremonia por el 50 aniversario del Concilio Vaticano II. Habló un cardenal,
unos actores/músicos estaban subidos en unos pedestales desde donde recitaban,
cantaban o tocaban un violonchelo, aparecieron unos jóvenes con camisetas de
colores bailando, una monja octogenaria se puso de pie y les seguía el ritmo,
una mujer entre el público gritó algo y los de seguridad aparecieron de no se
sabe dónde llevándosela rápidamente con destino desconocido.
Cuando me cansé de ver el espectáculo salí
a sentarme en la plaza. Recordé que en mi última visita no pude ver la fachada
completa de Notre Dame. Una de las torres estaba en restauración, cubierta por
un andamio. Hoy todo quedaba a la vista. Estuve mirando las gárgolas. Tienen
cara de mala leche. Ni rastro de Quasimodo.
Paseé un poco por la isla y crucé el Pont
Neuf hasta el costado del Louvre. Eché a andar, andar, andar y acabé llegando
al Arco del Triunfo. Es un paseo, lo atestigua el estado de mis pies. Pasé por
los jardines de Les Tuilleries. En lugar de bancos fijos para sentarse, hay
unas sillas de hierro color verde. Estas de hoy eran bastante nuevas. La gente
las coloca donde le parece, casi todos mirando al sol o alrededor de los dos
pequeños estanques. Las sillas están en perfecto estado. En España
estoy segura de que amanecerían los peces sentados encima el primer día.
Pasé por la Place de la Concorde, de unas
dimensiones tan tremendas como el atasco que había. Aquí fue donde se
cepillaron a María Antonieta. Pusieron una guillotina y se pasaron por la
piedra a todo el que les ponía mala cara.
En el centro de la plaza hay un obelisco
egipcio de más de tres mil años, que no sé cómo rayos ha hecho para llegar hasta
aquí.
El camino se puso cuesta arriba. Unos
jardines con el Grand Palais a la izquierda y pronto los Campos Elíseos con sus
tiendas. La acera de la derecha es más para gente de medio pelo, con Zara,
Promod, H&M, etc. La acera de la izquierda contiene Louis Vuitton, Lacoste,
y sitios así. La única excepción en derecha es Cartier, pero casi que no cuenta
porque está arriba del todo, prácticamente en L’Etoile. El edificio de la
esquina es la embajada de Qatar. El chalecito les ha debido de costar un par de
pozos de gas porque el sitio no puede ser mejor.
Saqué un par de fotos al arco del triunfo.
En ese momento estaban celebrando una entrega de corona de flores por parte de
retirados del ejército.
A las siete de la tarde sentí una urgente
necesidad de poner las piernas en alto, así que subí al metro y volví al hotel.
Al llegar le pedí a la estreñida un nuevo vaso con hielo, que no me dio con
tanta amabilidad como ayer, y subí a refugiarme en mi habitación.
Ducha y pijama. En este momento sólo puedo
mover los dedos de las manos. Estoy paralizada.
Buenas noches desde París.