9 oct 2009

Carta de un dedo a mi padre



Aquí, 09 de octubre de 2009

Estimado don Emilio:

Llevamos juntos 78 años y creo que ha llegado el momento de separarnos.
Mi vida junto a usted ha sido un verdadero infierno.
A la inocente edad de 3 años sufrí un terrible trauma al presenciar cómo mi vecino de al lado casi fallecía aplastado por la rueda de un triciclo. Las secuelas físicas que arrastra son un permanente recuerdo de aquel suceso. Esa uña deforme y oscura me produce escalofríos continuamente.
Me siento en franca desventaja cuando me comparo con mi colega de la mano izquierda. El ha vivido del cuento todos estos años, sin sobresaltos, sin dar golpe. Soy un marginado en relación a mis cuatro compañeros. Se me considera superfluo y, sin embargo, he llevado el peso de las tareas más delicadas.
He tenido que soportar su afición a la mecánica, que conllevaba introducirnos en artefactos grasientos; su afición a las manualidades, con continuos golpes y cortes.
La gota que ha colmado el vaso han sido los acontecimientos del último año. Primero, ese martillazo que sufrí, todavía no sé si accidentalmente o porque no le resulto simpático. Luego su negativa a llevarme a un hospital para recibir tratamiento médico. Desde entonces vivo encorvado, doblado por la mitad. Soy un discapacitado. Y por último, ese navajazo que me asestó hace unos días. Poco faltó para morir desangrado. Por fin me llevó al médico, y tuve que sufrir las burlas de la doctora, comparándome con el dedo de su abuelo, minusválido como yo. Ahora estoy al borde de la gangrena, con una herida abierta infectada, envuelto en un mugriento sudario.
Por todo ello, le comunico que voy a tomar medidas drásticas. Tengo previsto solicitar judicialmente la amputación inmediata.

Se despide atentamente,
Su dedo meñique derecho.

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