Hoy no voy a contaros un viaje físico, sino literario. Un viaje que ha transcurrido durante los últimos seis meses, pasados con la nariz metida en los cinco ladrillos de Juego de Tronos, así, sin anestesia. El mes de mayo realmente no cuenta, porque entre viajes, curso en Madrid, deberes y obligaciones habituales, apenas hubo tiempo para respirar.

Al principio del primer libro, para que vayas calentando motores, en una misma página tienen lugar un incesto y el intento de asesinato de un crío. A partir de ahí todo se desmadra. Regicidio, infanticidio, fratricidio, magnicidio, suic… no, no recuerdo que se suicidara ninguno; violaciones individuales o múltiples, vejaciones, arrancamientos de piel a tiras, amputaciones de dedos, manos, brazos, miembros viriles y, sobre todo, cabezas, muchas cabezas.
Las cabezas dan mucho juego en Juego de Tronos. No sé si deberían cambiar el título por Juego de Cabezas. Cuando matan a alguien le cortan la cabeza, la mojan en alquitrán para que dure más y la clavan en una estaca para que se la coman los bichos o van a donde haya que ir con la cabeza en una caja para demostrar que mataron al propietario de la misma. De la cabeza, no de la caja. Eso es porque no tienen móviles con cámara.
Lo de la falta de teléfonos es una historia. Para contarse las cosas tienen que enviarse unos pajarracos negros que transportan un pergamino enrollado. No se sabe cómo pero los pájaros llegan siempre a donde tienen que llegar y todo el mundo se acaba enterando de todos los cotilleos como si tuvieran Facebook.

El reino está infestado de putas y maleantes. No te puedes fiar de nadie, ni de tu padre ni de tu madre ni de tus hijos. A la mínima de cortan el cuello o te envenenan.

Al final de la carretera que une todos los pueblos del reino, al norte del todo, hay un muro enorme hecho de hielo que separa a la gente que se llama a sí misma normal de unos salvajes muy raros. A cargo del muro están unos señores que sólo visten de negro, pasan mucho frío y no pueden casarse ni tener hijos. El que está al mando no sabe nada de nada.
Los dragones y los bastardos merecen capítulo aparte. Los dragones de momento no han dado mucha guerra. Se dedican a comer ovejas muertas. También se les acusa de comerse a un niño, aunque se sospecha que fue por accidente.
Todos los nobles tienen hijos bastardos a los que ponen un apellido diferente que les marca como bastardos para toda la vida. Las esposas de los nobles tragan con el asunto como tragan con todo. Las mujeres no pintan nada en el reino. Las casan por conveniencia y se dedican a parir y a enterrar hijos hasta que las entierran a ellas.
Ahora quiero leer un libro cortito donde la gente se traslade de un lado a otro en avión o en tren, y no a caballo o andando por un camino real donde lo menos que te puede pasar es que te violen siete veces antes de llegar a destino.
Quiero leer un libro donde la gente dirima sus diferencias dándose cuatro gritos bien dados en lugar de acabar todos muertos.
Quiero leer un libro donde los ricos se vendan entre sí sus viviendas en lugar de tomarlas al asalto y cargarse a todos los inquilinos.
Y ahora tendré que ver la serie, pero eso creo que lo voy a dejar para cuando haga más fresco. Winter is coming.
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