Desperté a las cinco de la mañana con
una sed tremenda, provocada seguramente por el jamón y la mojama.
Fui al baño con el teléfono en la mano
para preguntarle a la señora que vive dentro si el agua del grifo es potable en
Bérgamo. Lo es.
Volví a acostarme. Di cabezadas
intermitentes hasta que sonó el despertador.
Acordamos levantarnos a las nueve para
dormir las ocho horas que necesita el cuerpo para estar en condiciones de
afrontar un largo día de turismo y espectáculo.
Desayunamos en el comedor del hotel, con
unas magníficas vistas a la ciudad alta, disfrutando de un más que bien surtido
buffet. La mayoría de los comensales eran adultos elegantemente vestidos. Pili
y yo comentamos lo elegantes que van vestidos los italianos y lo bien que se
conservan.
Desalojamos las habitaciones y dejamos
el equipaje en recepción para ir a visitar la ciudad alta, donde está el centro
histórico.
El funicular se encontraba a unos metros
caminando por una zona residencial, que según Angel es donde vive la gente del
taco. Había unos chalets espectaculares, rodeados de bonitos jardines.
Algunos incluso estaban benditos.
Bérgamo se encuentra justo a los pies de
los Alpes. La temperatura por la mañana era fresca, lo justo para llevar un
jersey encima. Amaneció un poco nublado, pero aclaró más tarde.
La subida en el funicular fue muy chula.
Nos colocamos al principio del vagón para poder disfrutar de cómo ascendía
renqueando por la empinadísima pendiente.
La ciudad alta es un conjunto medieval
amurallado muy bien conservado. Comenzamos subiendo por la Vía Gombito, llena
de pastelerías, tiendas gourmet y diminutas boutiques. Pili adquirió un
original bolso color beige fabricado con papel tratado. ¡Lo que disfruta esa
mujer comprando!
Llegamos a la Piazza Vecchia, tomada por
una instalación del diseñador Lodewijk Baljon. Maceteros y globos gigantes,
césped y un enorme cubo de hielo derritiendose para llamar la atención sobre
nuestra relación con el medio ambiente.
Visitamos primero la basílica de Santa
María Maggiore y luego el Duomo. La primera es mucho más impresionante, con
bóvedas pintadas y una cúpula altísima. Allí está enterrado el músico Gaetano
Donizetti, hijo de la ciudad.
Dimos un paseo por las calles adyacentes
y volvimos a tomar el funicular en sentido contrario.
Recogimos las maletas y fuimos a coger el
autobús hasta la estación de tren desde enfrente del hotel. Los billetes no se
pueden adquirir a bordo, hay que comprarlos previamente en estancos o kioscos.
Tuvimos la suerte de encontrar uno junto al hotel.
Mientras esperábamos tuve ocasión de
evaluar los daños causados a mi maleta durante el viaje. Un siete como una
catedral y un golpe en un costado como si la hubieran dejado caer de canto
desde el avión al suelo. Pobre maleta, si hasta en burro ha viajado.
El trayecto en línea recta hasta la
estación nos descubrió una amplia avenida con bonitos edificios, bastantes
conteniendo sedes de bancos. En Bérgamo hay pasta, mucha pasta.
Nos alegramos mucho de haber dedicado la
mañana a visitarla. Merece la pena.
A las 12:02 tomamos el tren con destino
a Milán. Tardamos unos 50 minutos en llegar.
Nos sorprendió lo llano del paisaje
estando los Alpes tan cerca.
Fuimos andando hasta el hotel, a apenas
cinco minutos de camino.
Deshicimos las maletas y salimos raudos
y veloces a tomar el tranvía con destino al centro. Tranvía que no pudimos
tomar porque no encontramos dónde comprar los billetes, así que caminamos un
poco más hasta Piazzale Loreto para coger el metro, justo donde acabaron los
cuerpos de Benito Mussolini y señora colgados boca abajo tras ser ejecutados en
1945.
Al salir del metro en la plaza del Duomo
lo primero que vimos fue un andamio cubriendo la fachada del mismo. ¡Mierda,
mierda, mierda, está en obras!, fue lo primero que nos vino a la mente a los
tres. Pero sólo era el lateral izquierdo, menos mal. La fachada principal
estaba perfectamente libre de obstáculos y recién fregada.
Nos quedamos un rato disfrutando del
espectáculo, sacando fotos sin parar.
Hacía algo de hambre a esa hora. Momento
perfecto para acercarnos a Panzerotti Luini a comer una de sus deliciosas
empanadillas gigantes hechas con masa de pizza y rellenas de diferentes
opciones. Yo escogí queso y tomate. Todavía me estoy relamiendo.
Comimos de pie en la puerta, no sin
cierta dificultad. Sostener el panzerotto dentro de su bolsa de papel, la
botella de agua y la servilleta y comer con cierta decencia conlleva una cierta
práctica que no tenemos.
A continuación pasamos a la heladería de
enfrente, donde tenían tres grifos de los que salía ininterrumpidamente
chocolate negro, con leche o blanco que vertían al fondo de los cucuruchos de
helado. ¡El paraíso! Y yo ya no tenía hambre para probarlo.
Nuestro siguiente destino era visitar el
Duomo, pero tuvimos que desistir de la idea porque la cola para adquirir las
entradas era bastante considerable y sólo teníamos hasta las cinco de la tarde
para hacer turismo. Acordamos entonces comprarlas para la mañana siguiente y
dedicar el rato libre a callejear por los alrededores.
Entramos en la galería Vittorio Emanuele
II, con sus elegantes tiendas: Louis Vuitton, Prada, Gucci, y
próximamente Massimo Dutti. Sí, Amancio abre tienda en el mejor sitio de Milán.
En el impoluto suelo de mármol hay un
mosaico de un toro. Según se dice, si das tres vueltas sobre tu talón sobre los
genitales de dicho toro, el deseo que estés pensando se cumple, además de poder
volver a visitar Milán. Ni que decir tiene que ese trozo de mosaico ha tenido
que ser repuesto porque se había hecho un agujero de los miles de subnormales
que están continuamente girando sobre sí mismos.
Paseamos por el cuadrilátero de la moda,
una serie de calles entre las que se encuentran Via Montenapoleone y Via
Alessandro Manzoni. Allí están las sedes de los principales diseñadores de
moda, y el hotel de Armani. Nos cruzamos con mucha gente guapa y elegante, con
chicas de piernas interminables y cutis de porcelana, varones de cuerpos
espectaculares embutidos en trajes azules de pantalón estrecho y perneras muy
cortas. “A coger coquinas van”, según Angel.
En el escaparate de una joyería vi unos
pendientes que sólo costaban 44.500 euros y eran muy feos. En Cartier estaban
expuestas las pulseras de la colección Pantera, sin precio a la vista para
evitar accidentes al caer de espaldas.
Angel tenía muchas ganas de probar el
spritz, un aperitivo cuyo principal ingrediente es el Aperol, una bebida
naranja compuesta de naranjas amargas, ruibarbo y otras cosas con nombres
misteriosos.
Nos sentamos en lo alto de la galería
Vittorio Emanuelle, en la Terrazza Aperol, con vistas al Duomo. Pili y Angel
pidieron spritz y yo una bebida de manzana, lima y menta porque no bebo. A Pili no le hizo mucha gracia la bebida naranja. Angel, sin embargo, le
fue cogiendo el gusto según la iba bebiendo.
Junto a nosotros se sentaron una
llamativa oriental y su pareja. La oriental se sacó no menos de 50 selfies
mientras no le hacía ni puñetero caso al rubio que la acompañaba.
A las cinco, pertrechados con billetes
adquiridos en un kiosko de prensa, tomamos el tranvía de vuelta al hotel para prepararnos para el verdadero objeto de
nuestro viaje.
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