16 sept 2017

Una cateta en Bérgamo y Milán (Día 2 - Primera parte)

Desperté a las cinco de la mañana con una sed tremenda, provocada seguramente por el jamón y la mojama.
Fui al baño con el teléfono en la mano para preguntarle a la señora que vive dentro si el agua del grifo es potable en Bérgamo. Lo es.
Volví a acostarme. Di cabezadas intermitentes hasta que sonó el despertador.
Acordamos levantarnos a las nueve para dormir las ocho horas que necesita el cuerpo para estar en condiciones de afrontar un largo día de turismo y espectáculo.
Desayunamos en el comedor del hotel, con unas magníficas vistas a la ciudad alta, disfrutando de un más que bien surtido buffet. La mayoría de los comensales eran adultos elegantemente vestidos. Pili y yo comentamos lo elegantes que van vestidos los italianos y lo bien que se conservan.
Desalojamos las habitaciones y dejamos el equipaje en recepción para ir a visitar la ciudad alta, donde está el centro histórico.
El funicular se encontraba a unos metros caminando por una zona residencial, que según Angel es donde vive la gente del taco. Había unos chalets espectaculares, rodeados de bonitos jardines.  Algunos incluso estaban benditos.
Bérgamo se encuentra justo a los pies de los Alpes. La temperatura por la mañana era fresca, lo justo para llevar un jersey encima. Amaneció un poco nublado, pero aclaró más tarde.

La subida en el funicular fue muy chula. Nos colocamos al principio del vagón para poder disfrutar de cómo ascendía renqueando por la empinadísima pendiente.

La ciudad alta es un conjunto medieval amurallado muy bien conservado. Comenzamos subiendo por la Vía Gombito, llena de pastelerías, tiendas gourmet y diminutas boutiques. Pili adquirió un original bolso color beige fabricado con papel tratado. ¡Lo que disfruta esa mujer comprando!
Llegamos a la Piazza Vecchia, tomada por una instalación del diseñador Lodewijk Baljon. Maceteros y globos gigantes, césped y un enorme cubo de hielo derritiendose para llamar la atención sobre nuestra relación con el medio ambiente.
Visitamos primero la basílica de Santa María Maggiore y luego el Duomo. La primera es mucho más impresionante, con bóvedas pintadas y una cúpula altísima. Allí está enterrado el músico Gaetano Donizetti, hijo de la ciudad.
Dimos un paseo por las calles adyacentes y volvimos a tomar el funicular en sentido contrario.
Recogimos las maletas y fuimos a coger el autobús hasta la estación de tren desde enfrente del hotel. Los billetes no se pueden adquirir a bordo, hay que comprarlos previamente en estancos o kioscos. Tuvimos la suerte de encontrar uno junto al hotel.
Mientras esperábamos tuve ocasión de evaluar los daños causados a mi maleta durante el viaje. Un siete como una catedral y un golpe en un costado como si la hubieran dejado caer de canto desde el avión al suelo. Pobre maleta, si hasta en burro ha viajado.
El trayecto en línea recta hasta la estación nos descubrió una amplia avenida con bonitos edificios, bastantes conteniendo sedes de bancos. En Bérgamo hay pasta, mucha pasta.
Nos alegramos mucho de haber dedicado la mañana a visitarla. Merece la pena.
A las 12:02 tomamos el tren con destino a Milán. Tardamos unos 50 minutos en llegar.
Nos sorprendió lo llano del paisaje estando los Alpes tan cerca.
Caminando hacia la salida disfrutamos de la monumental Stazione Centrale, construida en 1931.
Fuimos andando hasta el hotel, a apenas cinco minutos de camino.
Deshicimos las maletas y salimos raudos y veloces a tomar el tranvía con destino al centro. Tranvía que no pudimos tomar porque no encontramos dónde comprar los billetes, así que caminamos un poco más hasta Piazzale Loreto para coger el metro, justo donde acabaron los cuerpos de Benito Mussolini y señora colgados boca abajo tras ser ejecutados en 1945.
Al salir del metro en la plaza del Duomo lo primero que vimos fue un andamio cubriendo la fachada del mismo. ¡Mierda, mierda, mierda, está en obras!, fue lo primero que nos vino a la mente a los tres. Pero sólo era el lateral izquierdo, menos mal. La fachada principal estaba perfectamente libre de obstáculos y recién fregada.
Nos quedamos un rato disfrutando del espectáculo, sacando fotos sin parar.
Hacía algo de hambre a esa hora. Momento perfecto para acercarnos a Panzerotti Luini a comer una de sus deliciosas empanadillas gigantes hechas con masa de pizza y rellenas de diferentes opciones. Yo escogí queso y tomate. Todavía me estoy relamiendo.
Comimos de pie en la puerta, no sin cierta dificultad. Sostener el panzerotto dentro de su bolsa de papel, la botella de agua y la servilleta y comer con cierta decencia conlleva una cierta práctica que no tenemos.
A continuación pasamos a la heladería de enfrente, donde tenían tres grifos de los que salía ininterrumpidamente chocolate negro, con leche o blanco que vertían al fondo de los cucuruchos de helado. ¡El paraíso! Y yo ya no tenía hambre para probarlo.
Nuestro siguiente destino era visitar el Duomo, pero tuvimos que desistir de la idea porque la cola para adquirir las entradas era bastante considerable y sólo teníamos hasta las cinco de la tarde para hacer turismo. Acordamos entonces comprarlas para la mañana siguiente y dedicar el rato libre a callejear por los alrededores.
Entramos en la galería Vittorio Emanuele II, con sus elegantes tiendas: Louis Vuitton, Prada, Gucci, y próximamente Massimo Dutti. Sí, Amancio abre tienda en el mejor sitio de Milán.
En el impoluto suelo de mármol hay un mosaico de un toro. Según se dice, si das tres vueltas sobre tu talón sobre los genitales de dicho toro, el deseo que estés pensando se cumple, además de poder volver a visitar Milán. Ni que decir tiene que ese trozo de mosaico ha tenido que ser repuesto porque se había hecho un agujero de los miles de subnormales que están continuamente girando sobre sí mismos.
Paseamos por el cuadrilátero de la moda, una serie de calles entre las que se encuentran Via Montenapoleone y Via Alessandro Manzoni. Allí están las sedes de los principales diseñadores de moda, y el hotel de Armani. Nos cruzamos con mucha gente guapa y elegante, con chicas de piernas interminables y cutis de porcelana, varones de cuerpos espectaculares embutidos en trajes azules de pantalón estrecho y perneras muy cortas. “A coger coquinas van”, según Angel.
En el escaparate de una joyería vi unos pendientes que sólo costaban 44.500 euros y eran muy feos. En Cartier estaban expuestas las pulseras de la colección Pantera, sin precio a la vista para evitar accidentes al caer de espaldas.
Angel tenía muchas ganas de probar el spritz, un aperitivo cuyo principal ingrediente es el Aperol, una bebida naranja compuesta de naranjas amargas, ruibarbo y otras cosas con nombres misteriosos.
Nos sentamos en lo alto de la galería Vittorio Emanuelle, en la Terrazza Aperol, con vistas al Duomo. Pili y Angel pidieron spritz y yo una bebida de manzana, lima y menta porque no bebo. A Pili no le hizo mucha gracia la bebida naranja. Angel, sin embargo, le fue cogiendo el gusto según la iba bebiendo.
Junto a nosotros se sentaron una llamativa oriental y su pareja. La oriental se sacó no menos de 50 selfies mientras no le hacía ni puñetero caso al rubio que la acompañaba.

A las cinco, pertrechados con billetes adquiridos en un kiosko de prensa, tomamos el tranvía de vuelta al hotel para  prepararnos para el verdadero objeto de nuestro viaje.









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