Quedamos con Angel a las nueve de la
mañana en el hall del hotel. A las nueve y diez no había aparecido todavía.
Tuvimos que llamarlo por teléfono para despertarlo. No tardó más de quince
minutos en aparecer todo repeinado pidiendo disculpas. Un ejemplo más de que no
es el sexo femenino el que llega tarde, no.
Están hiperlimpios y perfectamente
conservados por dentro y por fuera. Los asientos, corridos a lo largo,
son de barrotes de madera recién barnizados. Te vas deslizando sin querer hacia
el culo del vecino según avanza. Cuando vas con tus otros dos catetos no hay
problema, pero cuando te vas echando encima de una desconocida que se acaba
cambiando a los asientos de enfrente y te mira levantando una ceja, la cosa es
muy diferente.
Está prohibido escupir dentro.
El servicio es muy frecuente. No tienes
que esperar más de cinco minutos hasta que aparece uno. Se les oye chirriar a
lo lejos antes de verlos. A veces vas a bordo y llevas otro justo detrás.
Teníais que haber visto la cara de Angel
allí dentro. Disfruta como un niño dentro de una iglesia. Es lo que
aquí llaman un capillita, antiguo hermano mayor de una hermandad de Semana
Santa y miembro de una banda de músicos de los que tocan detrás de los pasos,
se le ilumina la cara delante de una vidriera, un santo o un altar. Nos metió
en todas las iglesias que nos encontramos en Milán. Pili y yo encantadas,
porque eran todas alucinantes.
Visitamos el templo por dentro y por
debajo, donde están las catacumbas. Luego salimos a la calle para volver a
entrar por una puerta lateral que nos conduciría, escaleras arriba, hasta el
tejado. Tanto en la primera como en la segunda puerta había militares que nos
pasaron un detector de metales y nos abrieron los bolsos.
La subida mereció la pena.
También se puede hacer en ascensor, pero era más cara y menos emocionante.
Durante el ascenso nos iban dando ánimos los que bajaban, e igualmente hicimos
nosotros en sentido contrario.
El mes pasado tuve oportunidad de ver otro
ejemplo aún más execrable de vandalismo hispano. Estuve en las cuevas rupestres
de San Román de Candamo en Asturias. Un malnacido había escrito su nombre justo
encima de un bisonte de la época paleolítica. No sigo, que Patricia me va a
llamar la atención.
Que digo yo que vaya trabajito decorar
lo alto de la catedral para que no se vea casi nada desde abajo.
Una vez en la calle nos desplazamos
andando hasta el Castello Sforzesco por la Via Dante, una ancha avenida
peatonal con tiendas, cafeterías y restaurantes que estaba muy animada.
Antes de entrar en el castillo hicimos
una parada en la iglesia neoclásica Santa María della Consolazione. Ahí queda
eso.
El castillo es del siglo XV.
Tiene un foso sin agua y unos jardines enormes al fondo que van a dar al Arco
della Pace.
Había un músico tocando Summertime.
Cuando nos acercamos vimos que el instrumento era un theremín. Algo que ver con
señales eléctricas. Hasta ahí llegan mis conocimientos de física.
Según salíamos hacia los jardines fue
cuando nos cruzamos con la hijaputadelarusa, que no sabemos si se hizo la sueca
o es que ve mal. Y es que el mundo es un pañuelo, y Milán más. No podíamos
habernos encontrado con Giorgio Armani o Pierre Casiraghi, no, tenía que ser
con la hijaputadelarusa.
A Angel le hacía ilusión subirse a lo
alto de la Torre Branca, una construcción metálica gris que se daba un aire a
la Torre Eiffel pero en cutre. Estaba cerrada porque cierran para comer dos
horas como nosotros. Como no era plan de esperar tanto tiempo, la señora que
vive en el teléfono de Angel nos buscó una parada de tranvía para ir a los Navigli.
Viajamos acompañados de don Francisco de Quevedo.
Caminamos por la zona adentrándonos en
el Corso di Porta Ticinese. Al
principio de la calle hay muchos hoteles de una estrella. Según Angel, aquello
tenía que ser el barrio de las titis (sinónimo de meretriz), aunque no vimos a
ninguna. Los edificios eran espectaculares, pero se veía que la zona había ido
a menos.

Llegamos a la plaza del Duomo un pelín
cansados de tanto andar. Nos dirigimos a otra terraza a la que le habíamos
echado el ojo anteriormente, situada justo enfrente de la de Aperol, mirando al
Duomo y a la Galería Vittorio Emanuele II, en la parte alta del Museo del
Novecento. Nos tomamos un aperitivo sin prisa, disfrutando de las vistas de la
plaza, observando la creciente presencia policial y militar, muy fuera de lo
normal. Angel repitió con el spritz.
Creo que entramos en todas las tiendas
de Milán que nos encontramos antes de volver en tranvía al hotel a sentarnos un rato antes de salir a
cenar.
Tomamos el salón cafetería como si fuera
el de nuestra propia casa.
Decidimos cenar en el restaurante junto
al hotel. Ofrecían una carta variada de comida típica italiana. Compartimos una
pizza, un carpaccio de atún y una olla de pasta con marisco. La pasta era como spaguetti
gigantes con encaje por los lados. Llegó la olla cubierta por una tapa de
pasta. Al principio no nos atrevíamos a tocarla. Nos quedamos mirando para ella
como tres catetos hasta que Angel se armó de valor y le clavó un cuchillo con
saña.
La heladería resultó ser un puesto
ambulante, pero los helados eran sensacionales. Lo pedí mitad de pistacho y mitad
de avellanas. Tenía hasta tropezones.
Volvimos al hotel a caer muertos en la
cama después de un larguísimo día de turistas.
Buenas noches desde Milán.
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