16 sept 2017

Una cateta en Bérgamo y Milán (Día 1)


He de aclarar que este viaje os lo estoy contando en diferido pero como si fuera en vivo y en directo. Lo digo por si alguien me encuentra por la calle estos días y piensa que me lo estoy inventando. Que no, que de verdad estuve en Milán. Hay pruebas gráficas que adjunto.

Hoy fui a trabajar como todos los lunes, pero no con cara de lunes, porque al salir de la oficina no haría lo de todos los lunes, sino que me iría de viaje a Milán con Angel y Pili.
Este viaje surgió para mí de carambola. Ni lo tenía programado ni me correspondían vacaciones.
Iban a ir Angel, su mujer y Pili, pero a la mujer de Angel le surgió un imprevisto laboral y tuvo que cancelarlo, así que me propusieron sustituirla hace un par de semanas. Conseguir tres días libres supuso presentarnos los tres en el despacho de mi jefe a contarle le película para que me diera permiso. Y me lo dio.
A las cinco y veinticinco de la tarde estaban los dos en la puerta de mi casa recogiéndome. ¡Cómo me gusta la gente que llega cinco minutos antes de la hora! Empezamos bien.
Llegamos a Sevilla sin novedad.
Fuimos a dejar el coche más allá del aeropuerto, en un aparcamiento muy barato donde dejas el vehículo a pleno sol en un descampado vallado y vigilado.
Angel es muy de sitios de esos, muy de tascas en garajes sin ventana que nadie más que él conoce.
Del descampado al edificio del aeropuerto nos trasladaron en una furgoneta de reparto enorme con asientos dentro, donde cabía de pie toda la selección nacional de baloncesto y algunos más.
Acordamos previamente facturar una sóla maleta para llevar los trajes de noche y poder meter las compras a la vuelta. Malabares que hay que hacer con Ryanair.
Una vez dentro de la zona de pasajeros nos sentamos a tomar un refrigerio acompañado de una enorme bolsa de patatas fritas. Había hambre.
Puntualmente nos llamaron para embarcar en la última puerta de embarque del aeropuerto, al fondo muy hondo del pasillo, como si fuéramos apestados.
Hicimos cola pacientemente seguidos por una madre sevillana que viajaba sola con sus dos hijos pequeños, de unos 2 y 4 años. El más pequeño, un varón, tenía cara de escandinavo. No hacía más que lloriquear, así que me volví hacia él, puse mi cara de asustar con el índice en los labios para mandarlo callar. Y calló, vaya si calló. Quedó acojonado el pobre. A partir de entonces, con sólo mirarlo se ponía firme. Pero me cogió cariño, porque cuando tuvimos que bajar andando hasta la pista fue de mi mano para que su madre pudiera ocuparse de su hermana y de las dos pequeñas maletas que llevaba consigo.
Nos empaquetaron en el avión casi media hora antes de la hora prevista para el despegue, que se retrasó por un problema en el espacio aéreo francés por un conflicto laboral.
La megafonía del avión era una mierda, y sólo hablaban en italiano y en inglés, excepto cuando ofrecieron los boletos para un sorteo. Entonces sí que se oyó bien en un español muy clarito.
Desde que vi un documental sobre Ryanair sé que volar con ellos a última hora de la tarde es una mala idea. Los aviones sólo se limpian una vez al día, así que te puedes encontrar con sapos y culebras. De hecho, el baño de la parte delantera estaba clausurado. Sabrá Dios lo que había dentro.
Vimos la preciosa puesta de sol desde los cristales sucios.
Cuando el avión se estabilizó sacamos la cena. En nuestro encuentro organizativo de hace unos días habíamos decidido llevar un picnic para evitar la comida de plástico. Jamón serrano del bueno, queso y mojama con unos roscos. Angel y Pili querían llevar chicharrones, pero me negué en redondo.
Imagino que debimos causar estragos entre los pasajeros de los asientos colindantes por el delicioso olor.
El azafato que pasó con la bolsa de supermercado recogiendo la basura quedó simplemente alucinado al ver la que teníamos montada.
Al niño escandinavo no lo oímos en todo el trayecto.
Llegamos a Bérgamo sobre las once y media de la noche. Hacía una temperatura estupenda. Nos trasladaron en autobús desde la pista hasta el edificio del aeropuerto. Gran despilfarro para Ryanair.
La maleta grande y los dos trolleys que nos quitaron a pie de pista porque no cabían en cabina salieron bastante pronto.
La madre sevillana esperaba también a que salieran los dos asientos infantiles para coche que había facturado. Así que se vio caminando cargada con los dos asientos, dando instrucciones a la niña pequeña que empujaba los dos trolleys y al escandinavo pequeñito que iba abriendo camino. Admirable.
Tomamos un taxi desde el aeropuerto hasta Bérgamo, donde teníamos reservadas un par de habitaciones en un estupendo hotel a los pies de la ciudad alta.
Ya digo que el hotel era estupendo, pero lo de las cerraduras todavía no lo tienen muy modernizado. Nos dieron unas ruedas de coche con la llave colgando.
En Italia los hoteles tienen persianas, como debe ser. Tardé un poco en encontrar la cinta porque estaba escondida en un armarito. Muy curioso.
A Angel lo metimos en una habitación individual y Pili y yo compartimos otra. Tardamos minuto y medio en entrar en coma.
Buenas noches desde Bérgamo.


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