14 may 2011

Una cateta en Constantinopla (Estambul, día 4)

Aunque la luz me despertó exactamente a las seis y media en punto, me quedé en la cama hasta las ocho y media. A las nueve y cuarto vino a buscarnos un compañero de Nuvara y nos llevó al hotel donde se va a celebrar WISTA Med, en la plaza Taksim. Tardamos casi una hora en llegar, aunque no debe de haber más de cinco kilómetros. Estambul tiene diecisiete millones de habitantes, diecisiete, uno detrás de otro. El tráfico es infernal y hay gente por todos lados a todas horas. Para cruzar de la zona asiática a la europea puedes hacerlo en ferry o a través del puente sobre el Bósforo, el que se ilumina de colores por la noche. Nosotros lo hicimos por el puente. Desayunamos en el coche una rosquilla con sésamo por encima y un trozo de queso.
Al llegar al hotel aparcamos en zona prohibida y encima dimos marcha atrás en sentido contrario, maniobra que he visto hacer estos días con demasiada frecuencia. Conducen como locos.
Me registré y subí a dejar el equipaje. He hecho circular la noticia de que ha vuelto el lema “La arruga es bella” porque mis camisas están llenas de ellas. No he traído plancha ni tengo ganas de pedir una prestada, así que eso es lo que hay.
Hacia las once salí del hotel con un grupo de cuatro griegas y fuimos a reunirnos con otras dos que ya estaban en Sultanahmet desde primera hora porque tuvieron dos dedos de frente y madrugaron para aprovechar el día. Las convencí para ir andando y en tranvía para evitar el tráfico en taxi. Al llegar al lugar de encuentro decidimos entrar en la Mezquita Azul pero no nos fue posible porque ya estaba el señor éste que da alaridos por megafonía llamando a la oración y nos cerraron las puertas a los turistas. Como era viernes, aquello estaba a rebosar de señores con bigote y señoras con pañuelo en la cabeza.
Decidimos dar una vuelta por los alrededores y volver a partir de las dos de la tarde.
A la una y media se nos unió una turca para llevarnos al Gran Bazar de compras. Nos llevó primero a comer köfte, que sería algo así como albóndigas aplastadas. Estaban deliciosas. El lugar donde las comimos es muy conocido aquí. Tienen muchas fotos de gente famosa por las paredes. Famosos para ellos, porque yo no conocía a ninguno.
Justo antes de comer hubo un momento de tensión entre las griegas porque no se ponían de acuerdo en qué hacer ni en qué orden, así que al final decidimos dividirnos. Yo me fui con dos a ver la Mezquita Azul y el Bazar de las Especias. Había cola para entrar en la mezquita porque a la entrada la gente se quita los zapatos y se ralentiza mucho el paso. Hoy olía a pié allí dentro. Nos sacamos unas cuantas fotos y salimos de allí a respirar aire puro.
Bajamos andando hasta el bazar, parando en todas y cada una de las tiendas de souvenirs por el camino. Los dueños de las tiendas te preguntan si quieres beber algo. En una de ellas nos sacaron una caja de delicias turcas y nos fue imposible decir que no. La que cogí yo sabía a fresa. No estaba mal. Lo que más se vende son los ojos de la suerte y los vasitos que utilizan para tomar el té, que tienen forma de pera.
Al llegar al bazar, Evgenia, una de las griegas se quedó fuera porque no soporta estar en lugares cerrados con mucha gente alrededor. Eleftheria y yo entramos a comprar té, jamón de ternera y especias que les habían encargado. Salimos rápido y echamos a andar hacia el hotel poco a poco. Subimos la colina en el teleférico subterráneo porque no estábamos para escaladas, llegando a la calle peatonal de tiendas, que es larga como un día sin pan. Nos planteamos recorrerla subidas en el tranvía antiguo pero tuvimos que desistir porque parecía el camarote de los hermanos Marx y aquello le iba a costar la vida a Evgenia.
Durante el recorrido, tuvimos que entrar en New Balance a comprarle a Eleftheria un par de zapatillas de deporte porque tuvo la brillante idea de salir a la calle con unas bailarinas. Salió de la tienda con los zapatos nuevos puestos y dijo que parecía que estaba volando.
Llegamos al hotel a las cinco. En la cafetería estaban unas cuantas miembros de WISTA Turquía y algunas de las extranjeras. Varios periodistas locales les estaban haciendo una entrevista.
Subí a la habitación al cabo de un rato para ducharme y cambiarme de ropa. A las seis estábamos citadas para un cocktail en la primera planta. No he contado el número de asistentes, pero debemos de ser unas 70 más o menos. Hay una abogada de Irán que ha venido con su hijo de cinco años. Hoy se han dedicado a probar el transporte público porque era lo que le hacía ilusión al chaval. ¿No hay autobuses en Irán? Lo del tranvía lo entiendo, pero es que el crío insistía mucho en montar en autobús. No pude preguntarle el motivo porque sólo sabe decir “hello” y “ok”.
A las siete nos empaquetaron en dos autobuses y nos llevaron al muelle de Kabatas para embarcar en un crucero nocturno por el Bósforo. Dos de las españolas llegaron directamente del aeropuerto al barco y se tuvieron que cambiar de ropa en los baños. Hemos venido diez. Como nos vemos tan poco, decidimos cenar todas juntas. Una chica de Barcelona venía por primera vez y alucinó en colores porque vio de primera mano lo que significa WISTA. Es corresponsal de un P&I, que es como el seguro de los coches pero para barcos. Durante la cena entró un mensaje en su Blackberry. Aquí todo el mundo tiene la Blackberry en la mano todo el tiempo. Un tripulante de un barco turco había desertado en Tarragona por amor (¡Qué bonito!) Se dio la circunstancia de que en ese momento estábamos en el crucero la armadora del barco, la consignataria y el seguro.
El crucero fue una pasada. Comimos pescado, por fin. Eran unos bichos enormes que se salían del plato.
A las once desembarcamos y volvimos al hotel. Unas cuantas nos sentamos en la cafetería hasta las dos de la mañana.
Muerta, estoy muerta.

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