15 may 2011

Una cateta en Constantinopla (Estambul, día 5)

Desperté un poco antes de las siete y bajé a desayunar. Tienen un recipiente de cristal con unos diez kilos de crema de chocolate que hizo perder la cabeza a más de una, sobre todo a mí, que llevaba desde mi llegada a Turquía sin probarlo. Nos sentamos juntas todas las españolas para mantener una mini reunión de trabajo sobre WISTA Spain y nuestra próxima reunión local.
Por si a alguien le interesa conocer el final de la historia del marino turco que desertó ayer, el hombre volvió arrepentido al barco sobre las dos de la madrugada. “Búscate una buena chica musulmana y déjate de cristianas pelanduscas”, debió de pensar.
A las diez bajamos a una de las salas del hotel y estuvimos toda la mañana recibiendo conferencias. El penúltimo ponente fue un poco soporífero porque hablaba inglés con un tono monocorde. En último lugar habló la organizadora de la conferencia internacional de WISTA, que se celebrará el Estocolmo el próximo septiembre. Estas suecas son el colmo. Ya lo tienen todo listo para Estocolmo.
A la una nos sirvieron la comida en el restaurante del hotel. Un paquete de pasta conteniendo muchas verduras con tomate y de segundo, pollo con salsa de no sabría decir qué sabor. Lo siento, pero la cocina no es lo mío.
A las dos menos cuarto nos subieron a dos autobuses y nos llevaron a visitar Santa Sofía, que para mí toda la vida ha sido Santa Sofía de Constantinopla. 1400 años tiene el templo. Es simplemente grandioso.
En una de las naves laterales coincidí con varios niños procedentes o con destino a su ceremonia de circuncisión.
Se produjo un grave conflicto diplomático entre la delegación griega y la guía de viaje que nos explicaba la historia del templo. Faltó poco para que la lincharan por su forma de contar la historia o, mejor dicho, de obviar parte de la historia. En ese momento nos dimos cuenta que no estaba con nosotras ninguna miembro de WISTA Turquía. Se habían separado de nosotras probablemente sabiendo lo que podía suceder. Las volvimos a encontrar en el autobús, a la salida. Entonces se mantenía una acalorada discusión entre las griegas. Una de mis amigas me dijo: “Tienes suerte de no saber griego porque estás evitando escuchar algo muy desagradable.”
Los turcos y los griegos se llevan a matar desde hace mucho tiempo. En WISTA, la relación entre la delegación turca y la griega ha sido desde el primer momento ejemplar.
Nos subieron a los autobuses y nos llevaron a una enorme tienda de alfombras, donde nos explicaron cómo se fabrican. Unos cinco dependientes abrían las alfombras y las hacían girar con una habilidad increíble.
He descubierto porqué la abogada iraní ha venido con su hijo de cinco años. Es su carabina. La pobre mujer no puede viajar sola. ¿Piensan los defensores de la moral que un crío de cinco años tiene más sentido común que una abogada hecha y derecha?
A continuación nos separamos en pequeños grupos y entramos en el Gran Bazar. La visita duró hora y media, con gran éxito para la delegación española, que salió con varios bolsos y chaquetas de cuero.
Hace unos días hubo una redada y la policía salió de allí con unas veinte mil piezas de objetos falsificados, por lo cual no hemos podido disfrutar del bazar en todo su esplendor. Aún así, no ha estado nada mal.
Llegamos al hotel a las siete y media. Las presidentas y las miembros del comité ejecutivo de WISTA presentes en Estambul tuvimos una mini reunión que terminó a las ocho y diez, dándonos el tiempo justo para subir a la habitación, cambiarnos de ropa y bajar corriendo para tomar el autobús de nuevo a las ocho y media.
Fuimos al barrio de Akaretler, donde no hay rastro de los señores con bigote y las señoras con pañuelo. Es la zona de clase alta, tranquila, con edificios señoriales y restaurantes de lujo. Nos llevaron a cenar a Al Jamal, un enorme restaurante libanés decorado como si se tratara de una tienda nómada. Nos sentamos en cuatro mesas alargadas de veinticuatro comensales cada una. Se nos unieron muchas miembros de WISTA Turquía. Nos llenaron la mesa de pequeños recipientes con distintas comidas. En uno de color verde había hierba con sabor a menta y limón. En otro un yogur agrio delicioso. En otros, mezclas de diferentes verduras y salsas. Toda la comida estuvimos acompañadas por música turca. Salieron a bailar al escenario varias bailarinas de danza del vientre. Después apareció la estrella de la noche, un individuo vestido con una capa dorada con mucho vuelo que movía al ritmo de la música. Llevaba el pelo muy corto y los ojos pintados con rabillo. Cuando apareció la primera vez no supimos exactamente qué opinar. Una vez se quitó la capa y empezó a bailar la danza del vientre, nos quedó claro que se trataba de la versión árabe de una drag queen. Tras terminar su actuación, las turcas se desmelenaron completamente y empezaron a bailar de pie, entre las mesas. El resto de las presentes siguieron su ejemplo. Hubo una segunda actuación de bailarinas de danza del vientre y apareció nuestra estrella nuevamente vestido de folklórica, con bata de cola pero a pecho descubierto. Cuando se quitó la bata, apareció una bailarina de dentro. Sí señor, de dentro de la bata de cola.
Continuó el baile entre las mesas y sobre las mesas. Estas turcas deben de salir poco.
Las bailarinas de danza del vientre se acercaron a bailar entre el público. Luego se aproximó nuestra drag queen, desatando pasiones entre las asistentes. Servidora no pudo evitar la tentación de poner un dedo en el ombligo del individuo mientras contorsionaba el vientre hacia dentro.
Trajeron el segundo plato, consistente en carne de pollo y ternera con muchas especias. El postre llegó cuando ya nadie prestaba atención a la comida y la situación estaba completamente desmadrada. Era un bizcocho de chocolate, con crema de chocolate y pistachos que quitaba el aliento.
A la una y media volvimos a subir al autobús y nos quedamos unas cuantas tomando algo en la cafetería del hotel.
Son las tres de la madrugada. Esto me va a costar la vida.

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