16 may 2011

Una cateta en Constantinopla (Estambul, día 6)

Después de dormir cuatro horas me levanté para desayunar con las españolas y salir pitando a Sultanahmet. Me va a quedar por ver el palacio de Domabahçe, pero es que el plan que nos preparó Mercedes era bastante más atractivo. Traía consigo la dirección de una tienda que no es una tienda, es la cueva de Ali Baba. Llegamos allí tras caminar por la calle peatonal, tomar el teleférico subterráneo y el tranvía. Se trataba de una tiendecita muy pequeña, con estanterías en todas las paredes conteniendo bolsos y algún que otro par de zapatos sin mucho atractivo. Cuando el dependiente nos vio entrar preguntó: “¿Españolas?”. Al vernos asentir con la cabeza sacó del bolsillo un mando a distancia como los que se usan para abrir garajes, y fue como si hubiera dicho “Abrete, Sésamo”, porque una de las paredes se abrió dando paso a una habitación oculta, ¿o debería decir al paraíso? El corazón se me puso a cien por hora al ver aquello. Nos hizo pasar, nos sentó en unos sofás y nos trajo unos refrescos. Durante tres horas tuvimos al dependiente, que se hace llamar Pepe, a nuestra entera disposición. Le vaciamos la tienda literalmente, y no siento ningún arrepentimiento.
En una de las paredes había fotos de clientes españoles. Creedme, la mitad de los bolsos de Loewe que salen en el Hola han salido de esta tienda.
Casa Pedro se encuentra a unos pasos de la Cisterna de la Basílica. Puedo facilitar la dirección previo pago de comisión. El propietario de la tienda, el tal Pedro, está casado con una malagueña. No tuvimos el placer de conocerlo personalmente.
Bolsos, cinturones, carteras, bolígrafos, monederos, maletines. Loewe, Louis Vuitton, Montblanc, Prada, Miu Miu, Hermés, Carolina Herrera. Todas las marcas de lujo estaban allí, al alcance de nuestros bolsillos y con una calidad excepcional.
Cuando le preguntamos si tenía relojes, Pepe me mandó levantar del sofá donde estaba sentada y de un doble fondo empezaron a salir aquellos tesoros que compramos sin tino.
De las cinco que íbamos tres tuvieron que marcharse porque volaban por la tarde. Carmen y yo continuamos allí para negociar con Pepe el precio de nuestras compras. Tras un duro regateo por parte de Carmen, que lo lleva en la sangre, obtuvimos un descuento aceptable. Salimos de allí con dos enormes bolsas y fuimos a encontrarnos con Nuvara y dos griegas, Anna-María y Eleftheria para comer. Nuvara nos llevó a un restaurante encantador en los alrededores de Santa Sofía, en una construcción de piedra con un patio central. Nuestra mesa tenía como pie la fuente de mármol situada en el centro del patio.
Llevamos desde el viernes con un tiempo excepcional. Dejó de soplar el viento, brilla el sol y la temperatura es estupenda.
Al salir del restaurante nos despedimos de Nuvara y fuimos a Casa Pedro para que las griegas pudieran hacer sus compras. Carmen se fue a ver la Cisterna de la Basílica mientras tanto.
Cargadas como inmigrantes ilegales fuimos a tomar algo en una terraza junto al hipódromo donde no quedan caballos ni gradas ni hierba. Carmen aprovechó para entrar en la Mezquita Azul. No es que Carmen sea musulmana y sintiera necesidad de ir a mirar para la Meca, es que Carmen no había tenido ocasión de visitarla antes.
Nos han comentado las que ya han estado por aquí en ocasiones anteriores que se nota un mayor número de mujeres con pañuelo en la cabeza.
A las siete y media pusimos rumbo al hotel. Tomamos un taxi. Ninguna nos veíamos con cuerpo para recorrer el trayecto primero en tranvía y luego caminando.
Subí a la habitación y empecé a preparar el equipaje, estibando las compras sin mayor problema. Ventajas de viajar ligera de equipaje a la ida.
Recibí la visita de Sara, una de nuestras miembros valencianas, que ha viajado con su marido. Después de ver mis compras me pidió la dirección de Casa Pedro para ir a primera hora de la mañana a vaciar la tienda. Olvidé cobrarle comisión.
A las ocho y media, sin tiempo para cambiarme, bajé al hall a encontrarme con cuatro griegas y una abogada inglesa que es miembro de WISTA Spain porque está temporalmente viviendo en Madrid. Fuimos a cenar a la calle peatonal, a un restaurante llamado 360, situado en el octavo piso de un edificio. La vista era espectacular. El único edificio alto de la zona es el hotel Mármara, así que divisábamos desde allí todo Estambul. Mi estómago ya ha dicho basta, así que fui incapaz de comer nada. A la vuelta, aún siendo domingo por la noche, la calle estaba animadísima.
Eleftheria, Anna-María y yo subimos a la habitación de Angie, una griega que ya lleva tres maridos y un anillo tremendo de lapislázuli. En la delegación griega tenemos otra que va por el cuarto. Por el cuarto marido, no por el cuarto anillo.
Estuvimos charlando hasta las tres de la mañana, momento en el que tuvimos que dar por finalizado el encuentro porque los párpados ya no me respondían convenientemente y corría riesgo de quedarme dormida en una de aquellas cómodas camas.

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