12 may 2011

Una cateta en Constantinopla (Estambul, día 3)



Tal y como me temía, la luz me despertó a las seis y media y ya no pude dormir mucho más. A las ocho y media me levanté. Nuvara y Cagri ya se habían ido a trabajar, así que tuve la casa para mí sola. ¡Qué vista tienen! Me senté a disfrutarla un rato. A la derecha del ventanal hay un almendro en flor. Vi pasar los barcos subiendo hacia el Mar Negro o bajando hacia el Mármara, y unas sospechosas nubes amenazando descargar en cualquier momento.
Después de desayunar salí en dirección a la zona europea. Tomé un autobús y luego un barco. Aquí se paga el autobús igual que en Grecia, con un billete comprado previamente en un quiosco o con un bono de transporte. No me pasó lo mismo que en Atenas porque Cagri me prestó su bono para moverme hoy por Estambul.
En el barco se sentó junto a mí una rubia gorda que sacó del bolsillo el móvil y se puso a hablar a voz en grito. Los ciento y pico pasajeros íbamos en silencio o hablando muy bajito. Sólo se oía a la gorda. La gente se asomaba para mirar quién era aquella loca. De paso aprovechaban para mirar a la guiri que iba sentada al lado de la loca. La palabra “guiri” no la han inventado los modernillos españoles, es una palabra turca que significa eso: guiri.
A mitad de trayecto se levantó y me dijo algo en turco. Le contesté: “Española”, así que se volvió al señor que tenía al otro lado y le confió un macuto negro que llevaba, desapareciendo a continuación. El macuto quedó sentado entre el señor y yo. De la gorda, ni rastro. ¿Sería una bomba? Porque la gorda no aparecía y ya estábamos atracando en Eminonu. Por fin dio señales de vida la gorda y se llevó su macuto cuando ya estábamos desembarcando. No tengo noticias de que haya explotado ninguna gorda en Estambul.
El Bósforo estaba bastante revuelto hoy. Soplaba mucho viento y la corriente era muy fuerte. Si te caes al agua te puedes ir despidiendo porque acabas apareciendo en Bandirma. Se notaba que los barcos que subían hacia el Mar Negro lo hacían con gran esfuerzo contra corriente.
Tomé el tranvía hasta el palacio de Topkapi y entré a visitarlo. En lugar de ser un solo edificio, son una serie de pabellones. Son reminiscencias de cuando los otomanos eran nómadas porque recuerda a un campamento lleno de diferentes tiendas. En un pabellón guardaban los turbantes del sultán, en otro los libros, en otro circuncidaban a los chavales, en otro recibían a las visitas, etc, etc. Hablando de circuncisiones, ayer nos cruzamos con un crío vestido de blanco con encajes. Me dijo Nuvara que era el traje ceremonial que se ponen para las circuncisiones. “No sé si viene o va de la ceremonia”, me dijo. Observando la forma extraña de andar del sujeto supe que venía.
En todos los monumentos hay cientos de escolares armando ruido y estorbando. Te saludan diciendo: “Hello”. Al principio los saludaba yo también. Al décimo “Hello” decidí empezar a ignorarlos completamente.
Al entrar en los jardines me encontré con un grupo de cinco judíos ortodoxos que salían de visitar el palacio. Llevaban tres guardaespaldas.
Había muchos turistas de países islámicos. En Topkapi se guardan unas cuantas reliquias del Islam, por lo que se ha convertido en lugar de peregrinación para los musulmanes. Las trajeron cuando invadieron Arabia y Egipto. Hay un monje continuamente cantando textos del Corán en el pabellón donde las tienen expuestas.
Comí un sándwich en la cafetería del palacio porque aún me quedaba por ver el harén, que me dijo mi amiga Marisol que era la mejor parte del palacio, y tenía razón. Hacía un frío siberiano en aquella zona. Por eso había unas chimeneas enormes en las estancias. Casi todas las paredes están decoradas con azulejos en tonos de azul, procedentes de Iznik.
Una vez finalizada la visita, bajé andando hasta Eminonu, crucé el puente Gálata y cogí el funicular subterráneo hasta la calle peatonal donde estuvimos ayer. Estuve ojeando las tiendas pero no vi nada interesante. Es como la calle principal de cualquier ciudad, con Berska, Gap, Body Shop y MacDonalds. No ví Zara por ningún lado pero en algún lado tiene que estar. Llegué hasta la plaza Taksim y me acerqué a ver el monumento a Atatürk. Este señor, que en realidad se llamaba Mustafá Kemal, es el padre de la patria. Si entras en un barco turco, en un edificio oficial turco o en un cuarto de baño turco, te encontrarás una foto de Atatürk. Lo del cuarto de baño es una exageración. Que no me venga nadie diciendo que estuvo en Turquía y no vio ningún retrato de Atatürk en el cuarto de baño.
Harta de caminar, me senté en una cafetería hasta que recibí un mensaje informándome que el grupo de WISTA Grecia ya estaba en Estambul. Mañana comienza la 3ª reunión Anual de WISTA Mediterráneo. La primera se celebró en la Toscana y la segunda el año pasado en Madrid. La del año pasado no os la conté porque qué os iba a contar de Madrid. Además, bastante tenía ya con ser parte de la organización como para encima encontrar tiempo para contarlo.
Fui al hotel donde nos vamos a hospedar todas, a diez pasos de la plaza, y me encontré con parte de la delegación turca, las griegas, dos holandesas y una nigeriana. Hay tres españolas ya en Estambul. Nos saludamos pero luego se fueron por su cuenta porque habían quedado para cenar con clientes turcos. Las holandesas y la nigeriana lógicamente no pertenecen a países mediterráneos pero es que las turcas extendieron la invitación a todo el mundo y éstas se han apuntado. También ha venido una sueca para contarnos cómo van los preparativos para la conferencia anual que se celebrará en Estocolmo en septiembre.
Las holandesas me han traído de regalo una alfombrilla para el ratón del ordenador que imita la cerámica de Delft. Dicen que no pudieron resistir la tentación cuando la vieron en el aeropuerto, sabiendo que soy una frikie de los ordenadores.
Tengo una enorme preocupación desde que llegué a Turquía. Cada vez que tengo que ir al baño paso un momento de angustia. Los retretes de aquí son máquinas infernales. Tienen un pitorrito sospechoso, muy sospechoso. ¿En qué momento va a salir disparado un chorro de agua de ese pitorrito? ¿Cómo se acciona? ¿Me dará en la cara cuando tire de la cisterna? Llevo haciéndome esas preguntas desde el martes. Al ir a saludar a las griegas, subí a las habitaciones del hotel y estuvimos jugando con los mandos del retrete para aprender a usar el artefacto. Ya me he quedado más tranquila.
Fuimos a cenar dos turcas, seis griegas y yo. Sigo comiendo cosas que no puedo describir. En los restaurantes viene el camarero a la mesa con una bandeja repleta de recipientes pequeños y escoges lo que quieres comer. Luego pides el plato principal. En la foto se ven algunas de esas cosas.
A las once y media Nuvara y yo nos fuimos para casa. Llovía.
Mañana nos trasladamos al hotel porque es mucho más cómodo y estamos con todas las demás.

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