Siete de la mañana. Despierto. Pongo los
pies en el suelo. ¡Diosssss! Me cuesta llegar al cuarto de baño. Hoy también me
duelen los gemelos. Vuelvo a la cama como puedo y permanezco allí hasta las
ocho. Me doy cuenta de que los dedos de los pies ya ni los siento, pero siguen
ahí porque los veo.
A las ocho me puse en marcha. Hice el
equipaje de nuevo para trasladarme a otro hotel. Mañana empiezan las
actividades de la conferencia anual internacional de WISTA y me voy a hospedar
más cerca de la sala de congresos.
Desayuné un croissant que aún me hace
llorar de emoción. Crujiente por fuera, suave por dentro y con un intenso sabor
a mantequilla. Exquisito.
Tomé el metro en Cambronne y fui hasta la
estación George V haciendo esquina con los Campos Elíseos, donde está la tienda
de Louis Vuitton. Los escaparates están decorados con unos tentáculos gigantes
de lunares y una figura de cera tamaño natural de la artista japonesa
Yayoi Kusama. La señora Kusama tiene una cara de mala leche que mete miedo.
Ella ha diseñado los bolsos de esta temporada. En mi opinión, se los ha cargado
con su mala leche.
Caminé cinco minutos y llegué al hotel en
la Avenida Marceau. El recepcionista era un chico muy amable con el que
estuvimos intercambiando correos durante varios días para negociar un precio
especial para una habitación triple. Somos tres en la habitación pero no todos
los días. Para no tener que andar cambiando, nos dan la habitación desde hoy
haciendo un precio especial.
El ascensor estaba en reparación en ese
momento. Como no quería dejar la maleta allí abandonada con mis camisas
aplastadas, me armé de valor y dije que la subía yo por la escalera hasta la
sexta planta. El recepcionista alucinó conmigo, pero más aluciné yo cuando iba
por la planta cuarta por aquella escalera de caracol estrecha. Esto me va a
pasar factura, seguro.
Llegué arriba dando gracias a mis sesiones
diarias de gimnasio.
La habitación es muy chula. El techo es
abuhardillado, es bastante amplia y muy acogedora.
Tras descansar un poco y tomar posesión del
recinto, bajé por donde subí, me despedí del alucinado recepcionista y fui
andando hasta el Arco del Triunfo. Desde allí bajé por la avenida Wagram y me
adentré en la rue du Faubourg St. Honoré. Allí fue donde viví cuando estuve
aquí estudiando francés. No pude acceder al pasaje donde estaba la casa porque
han colocado una verja en la entrada. Allí seguía la tienda de pianos
y la Maison du Chocolat, una tienda donde pegaba la nariz cada mañana para ver
aquellos bombones y aquellas tartas de chocolate. ¿Cómo es posible que un
pastelito de chocolate del tamaño de una caja de cigarrillos cueste ocho euros?
Recuerdo que una mañana desperté
sobresaltada por un ruido atronador en la calle. Me asomé a la ventana y vi
algo alucinante. ¡Tanques! ¡Los alemanes nos invadían!...... Nooooo, era 14 de
Julio y se estaban preparando para el desfile.
Subí otra vez hacia el Arco del Triunfo,
esta vez por la Avenue Hoche. Accedí al arco por el paso subterráneo y estuve observando,
por un lado el Arco de La Défense, que es una cosa muy fea que construyó
Mitterrand, y por el otro a lo lejos la Place de la Concorde. ¿Desde allí y más
allá vine yo andando ayer? Me voy a matar.
En el arco están grabados nombres de
generales de Napoleón y de batallas en las que intervinieron. Estamos nosotros
retratados en una columna.
Hacía algo de fresco, así que eché a andar
Campos Elíseos abajo sin destino aparente.
Se me ocurrió comer pronto un sándwich
porque había quedado para cenar temprano y no iba a tener hambre. Lo compré y
me senté en un banco. Fue entonces cuando me cagó la paloma. Esas bombas caen
poco a poco y van dejando restos por todo el recorrido. Una masacre. Miré hacia
arriba. En los árboles de toda la avenida había posadas cientos de palomas. No
es de extrañar que me retrataran. El ataque me pilló con una servilleta de
papel en la mano, así que pude deshacerme de lo más gordo sobre la marcha, pero
tenía que limpiar aquello inmediatamente porque es ácido y te puede destrozar
la ropa. Pensé en un baño pero no vi ningún sitio. Mi mente se despejó de
repente y tuve una brillante idea. Toallitas de limpiar culitos infantiles. Si
limpian los excrementos de un recién nacido, también pueden limpiar esto. He
visto verdaderos milagros con esas toallitas. Una vez limpiamos un abrigo
blanco al que le cayó tomate encima. Ni rastro.
Entré en Monoprix y me hice con un paquete.
Lo dicho, mano de santo. No ha quedado rastro alguno del incidente.
Ya más tranquila y limpia, busqué otro
banco que no estuviera debajo de un árbol. Lo encontré casi abajo del todo de
la avenida. Comí mi sándwich y fui a ver una exposición de coches de carreras
que vi ayer al pasar y en la que no entré entonces porque estaba harta de todo
en aquel momento.
Una vez en la calle, volví a subir los
Campos Elíseos y entré en el Monoprix a comprar provisiones para tener en la
habitación. Agua, Coca Cola, chocolate. Llevaba sin comer chocolate desde el
sábado y ya iba siendo hora. La cajera era de la edad de mi madre, si no más.
No le hizo mucha gracia que le sacara la foto.
Volví al hotel pasando por la puerta del
Four Seasons donde estaban aparcados los coches más caros del mundo. Un Ferrari
amarillo, ¿quién es el hortera que se compra un Ferrari amarillo?
Estuve un rato contestando correos de WISTA
hasta que me llamó Nuvara la turca para decirme que ya había llegado y me
esperaba en su hotel, a unos metros del mío. Fui a buscarla y después de los
saludos y abrazos de rigor salimos a la calle a dar un paseo, que hoy he
caminado poco.
Bajamos los Campos Elíseos y entramos en
Abercombie a ver los pechos desnudos de los modelos que se pasean por la
tienda. Es todo un espectáculo.
Tomamos el metro y fuimos al barrio del
Marais. Nuvara quería cenar en un restaurante judío donde sirven falafel. A mí
no me hacía mucha gracia, así que me alegré internamente cuando llegamos y
estaba cerrado porque celebraban no sé qué fiesta. Los judíos llevan un mes que
no paran con las fiestas.
Tomé la iniciativa y decidí que lo mejor
era cruzar a la orilla izquierda y cenar en el barrio latino, donde hay
montones de restaurantes. Nos sentamos en la terraza de uno con vistas a la
parte trasera de Notre Dame. No hacía mucho frío siempre y cuando no te
quitaras la chaqueta. Pasamos un rato muy agradable. Para bajar la cena
decidimos dar un paseo por los alrededores, por el Boulevard Saint Germain.
Volvimos a cruzar el Sena y tomamos el metro en Chatelet hasta George V. La
intención era tomar algo rápido en una terraza e irnos a dormir temprano. Los
planes cambiaron cuando aparecieron de repente las presidentas de WISTA USA y
WISTA Holanda, que venían con unas tremendas ganas de juerga. Luego llegó otra
miembro de WISTA USA con su marido y su hermana. Cayó un chaparrón mientras
estábamos sentados en plena calle. El camarero bajó el toldo y puso unos
radiadores, así que estuvimos la mar de bien viendo caer la lluvia
perfectamente guarecidos.
Pude contar cinco Ferraris negros que
pasaron por allí, o era el mismo que daba vueltas a la manzana, no podría
asegurarlo; una docena de Mercedes S500 color negro, todos ellos coches de
alquiler con conductor; un Audi R8 de color blanco, un Rolls, dos Bentleys
deportivos y un Porsche pintado de negro mate. Comentaron que una miembro de
WISTA USA se acaba de comprar un Maserati. Ya os hablé de ella en alguna
ocasión anterior. Es la que tiene una flota de remolcadores y gabarras que
operan en el Mississippi. Ha venido esta vez con su madre.
Nos despedimos a la una de la madrugada.
Al volver a la habitación estuve estudiando
con detenimiento el lavabo del cuarto de baño. Ya le voy cogiendo el
tranquillo a los grifos raros. Enseguida di con la tecla. No veo muy práctico
el artilugio para lavarse la cara por las mañanas. El agua sale como en
cascada. Una pijada.
Buenas noches desde París.