3 oct 2012

Una cateta en París (Día 4)


Desperté a las siete y cuarto y me levanté a hacer unas cuantas cosas de WISTA que tenía pendientes desde ayer. Al abrir las ventanas me encontré con un día nubladísimo. Menos mal que se ha acabado el turismo y voy a pasar el día bajo techo.

Diréis que no he entrado en ningún museo, ni siquiera en el Louvre. Los dejé todos vistos la otra vez que estuve por aquí. Creo que sólo me quedó por ver la tumba de Napoleón. De todos ellos, mis favoritos fueron el Museo de Orsay y el Museo Rodin. El de Orsay por la cantidad de objetos Art Nouveau que contiene y el de Rodin porque sus esculturas me parecen una maravilla. Aparte de eso, viví una experiencia alucinante. El museo se encuentra en un palacete rodeado de jardines. Hay estatuas en el interior y en el exterior. Visité primero el edificio y luego salí a ver el resto. Según iba girando alrededor de la casa, me encontré con algo rarísimo. Una carpa de dimensiones extraordinarias estaba situada en el centro de los jardines. Por una puerta se podía ver a modelos vistiéndose y maquillándose. Al llegar al otro extremo me di cuenta de que me encontraba por casualidad en un desfile de moda de Chanel. Dentro, al fondo del todo, habían colocado una grada que se encontraba llena de fotógrafos. Empezó a sonar música y comenzaron a desfilar los invitados hacia el interior. Me senté en un banco de madera a pocos metros de la puerta. Desde allí veía parte del interior. Unos guardias de seguridad se dedicaban a echar a los turistas. Yo, con cara de esto-no-va-conmigo, seguí sentada impertérrita, hasta que apareció Karl Lagerfeld y se puso a charlar con un señor que se encontraba sentado a mi izquierda. ¿Os lo podéis imaginar? Lagerfeld justo delante de mí. De vez en cuando me miraba de reojo como pensando: “¿Quién será esta petarda?” Y yo con mi cara de esto-no-va-conmigo.

Me dio por mirar hacia una terracita del palacete y vi allí charlando a la infanta Elena, a Marichalar, al príncipe Pablo de Grecia y a su esposa Marie-Chantal. Y yo riéndome por dentro pensando: “¡Qué punto, colega!” pero por fuera con la cara de esto-no-va-conmigo.

Cuando me cansé de tanto glamour, salí a la calle y eché una carcajada.

 

Bajé a desayunar a las nueve y media. Coincidí con dos griegas de WISTA,  así que desayunamos juntas. Estuvimos charlando hasta las diez y media. El desayuno no era muy variado pero sí bastante rico. Tienen unos brioches en forma de magdalena que quitan el hipo.

 

A las once y media fui al hotel Château Frontenac, donde estábamos citadas las 7 miembros del comité ejecutivo de WISTA para ir caminando hasta las oficinas de Norton Rose en la rue de Courcelles. Allí nos reunimos en una sala de juntas que  nos prestaron. Comimos unos sándwiches y unas ensaladas mientras tenía lugar la reunión.

Por el camino, la miembro de WISTA Singapur nos contó que había estado en Longchamp comprando ocho bolsos que le habían encargado. Las dependientas tienen que haber flipado. En Singapur los impuestos por los objetos de lujo son tan altos que comprar en París para ellas es como para nosotras ir al rastro.

 

Estuve encantada de pasar tantas horas sentada después de estos días de esfuerzo físico. Hoy me dolían unos musculitos que tengo en los laterales exteriores de los tobillos.

 

A las seis de la tarde finalizamos la reunión, nos sacamos la foto de recuerdo y volvimos andando a nuestros respectivos hoteles. Al llegar al mío, me encontré con los trastos de Eleftheria en la habitación pero ni rastro de ella.

 


A las siete fui al hotel Château Frontenac donde habíamos quedado con las presidentas WISTA de todos los países para ir a cenar a Montmartre. Se suponía que íbamos a ir directamente al restaurante pero resultó que WISTA Francia nos tenía preparado un mini tour en autobús por París y un paseo de una hora andando por las callejuelas en cuesta de Montmartre. Las vistas desde el Sacré Cœur por la noche son alucinantes.

Muy bonito todo, pero para cuando llegamos al restaurante no éramos personas.

Cenamos bastante bien. Mujeres de 26 países diferentes nos sentamos a la mesa. A mi derecha tuve a Belén, una argentina que acaba de incorporarse a la asociación y con la que llevo meses intercambiando e-mails. Hoy por fin nos hemos conocido.

A las doce más o menos volvimos en autobús. Para entonces ya estaba Eleftheria en la habitación. Vinieron a charlar un rato la presidenta de WISTA Polonia y Nuvara de Turquía. Pronto nos despedimos. Eleftheria se acostó enseguida porque hoy salió muy temprano desde Atenas. Yo me di una ducha y ahora estoy escribiendo con un cadáver al otro lado de la habitación.

 

Buenas noches desde París.

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