A las 07:00 hrs empezó a cantar un señor en
griego. A las 07:03 seguía cantando el señor en griego. Eleftheria no se movía.
Tuve que buscar a oscuras su iPhone para hacer callar al señor griego. Volví a
acostarme. Me quedé muy quieta escuchando. Eleftheria no se movía. Eleftheria
no respiraba. ¿Y si se ha muerto? ¿A quién tengo que llamar? ¿Cómo explico que
estoy compartiendo habitación con una griega? ¿Me voy a perder las reuniones de
la mañana si me tengo que quedar vigilando el cadáver hasta que lo vengan a
buscar? Todas esas preguntas pasaron por mi cabeza hasta que a las 07:15
comenzó a cantar Dean Martin. Eleftheria tosió. Eleftheria se levantó.
Eleftheria hizo callar a Dean Martin. Eleftheria volvió a meterse en la cama.
Yo me levanté, me arreglé y bajé a
desayunar dejando a Eleftheria durmiendo porque la afortunada Eleftheria no
tenía que estar presente hasta las dos de la tarde.
Caminé los doscientos metros que separan
nuestro hotel del centro de convenciones Eurosites en la Avenida George V. La reunión de presidentes de cada país WISTA comenzó a las nueve de la
mañana. Duró hasta las dos de la tarde. A esa hora nos sirvieron la comida y se
unieron a nosotras todas las demás asistentes a la conferencia. Lasagna fría de
verduras, salmón al horno con una salsa deliciosa y un postre compuesto por
sorbete de una fruta cuyo nombre ahora no recordamos, sobre una base de
galleta. Cada dos por tres me tenía que levantar a saludar. Hay gente a la que
veo de año en año y es una alegría encontrarnos. Incluso había una holandesa a
la que no veía desde Copenhague 2007. Todo el mundo, absolutamente todo el
mundo me preguntaba lo mismo: “¿Cómo está España?” Estamos en boca de todos.
Sirvieron unos canapés originales y
riquísimos. Los camareros me miraban raro cada vez que me acercaba a la barra a
pedir Coca Cola. Es como pecado mortal no beber vino o champán.
A las nueve de la noche volvimos a la zona
del hotel en metro. Nos sentamos en la misma terraza donde estuvimos hace dos
noches. Estuve con tres griegas y seis turcas, que como buenas musulmanas se
metieron entre pecho y espalda botella y media de vino tinto. Por cierto, llovía
copiosamente.
Al llegar al sexto piso del hotel no nos
encontramos con el individuo con el que llevo dos noches coincidiendo. Estaba
sentado en el suelo del pasillo, en camiseta, calzoncillos largos y calcetines,
leyendo apoyado en la pared. Imagino que a su señora no le gusta que lea en la
cama y se va para no molestarla. Es la única explicación lógica que he podido
encontrar.
Es la una y
media y mis dos compañeras de habitación acaban de cerrar la boca y los
ojos después de un rato de charla y de risas.
Buenas noches desde París.
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