Me levanté y me arreglé. Dejé a Eleftheria
haciendo sus cosas y bajé a desayunar. El pequeño comedor quedó pronto casi
copado por miembros de WISTA. Aunque mi
estómago no estaba al cien por cien, unté una mini tarrina de Nutella en un
panecillo tostado.
A las diez y media hicimos una pausa para
tomar un tentempié. Impresionantes los bollitos de hojaldre que sirvieron.
Volvimos a nuestro hotel a cambiarnos de
ropa y zapatos.
A la una y media fuimos andando hasta el
lago Leman, tomamos un barquito hasta la otra orilla y luego el tranvía. Todo
ello con la tarjeta de transporte gratuita que nos dieron en el hotel.
En la foto, a mi espalda, el Jet d’eau,
símbolo de la ciudad. Un chorro de agua que lanza 500 litros de agua por
segundo. Hace unas semanas tuvieron que pararlo debido al frío.
Llegamos en el tranvía a la Place de Neuve,
una de las plazas más importantes de la ciudad, donde se encuentran el
conservatorio de música el Grand Théâtre, el museo Rath y la entrada al parque
des Bastions. Allí iniciamos una visita guiada. Dentro del parque, aparte de
unos enormes tableros para jugar al ajedrez con piezas gigantes, hay un
monumento dedicado a las cuatro figuras más importantes de la reforma
protestante: Calvino, Farel, Bèze y Knox. Dan un poco de miedo. De
hecho, llevábamos con nosotras a dos niñas, hija e hijastra de una de nuestras
miembros de Dubai. La pequeña lloró. Yo casi.

En algunos lugares quedaban restos de nieve
acumulados, aunque no hacía nada de frío. Llegamos a tener unos diez grados de
máxima y no nos llovió en todo el día. Incluso salió el sol al final de la
tarde.
Desde la plaza subimos hasta la catedral de
St. Pierre, primero católica y luego protestante. En el exterior, una curiosa
mezcla de estilos, sobresaliendo una portada de estilo neoclásico y una torre
gótica. Me gustó mucho la capilla de los macabeos, con unas vidrieras
preciosas.
Hicimos una parada técnica en las oficinas
de una de las miembros de WISTA Suiza y volvimos a bajar hacia el lago por las
calles donde se encuentran las tiendas más lujosas, las joyerías y alguna que
otra bombonería.
Nuestra miembro de Singapur entró en
Longchamp a comprar los bolsos que le encargan sus amigas cada vez que
viene a Europa. Dice que son muy baratos.
Junto al Jardin Anglais tomamos un autobús
que nos llevó al hotel La Réserve, pasando por las mansiones de los millonarios
situadas junto al lago, con vistas al Mont Blanc.
Tomamos el té. Bueno, ya sabéis, yo una
Coca Cola. Sirvieron algodones de azúcar y mini tarteletas con fresa y
chocolate. Todo delicioso.
Sentí la necesidad imperiosa de patinar,
así que me levanté, me coloqué unos patines y me lancé a la pista sobre hielo. Hacía más de veinte años que no patinaba, y se notó. Se notó
bastante. Después de un par de vueltas bastante torpes me metí la gochada del
siglo, aunque sin grandes consecuencias. Existe reportaje videográfico que no
pienso compartir.
Hacia las seis volvimos a subir al autobús
e hicimos un recorrido por la zona internacional de Ginebra, donde se
encuentran organismos como las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la
Salud y muchos otros que ahora no recuerdo.
A las once salimos a la calle. El aire frío
nos sentó de maravilla.
A las once y media estábamos todas en
nuestras habitaciones absolutamente destrozadas.
Sigo sin ver vacas por la calle. Ya sé que
esto no es la India, pero esperaba haber conocido ya a alguna vaca.
Mamá, que no vuelvo. Que me quedo aquí a
vivir.
Buenas noches desde Ginebra.
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