06:56 de la mañana. Vuelve a cantar el
señor griego de ayer. Eleftheria vuelve a apagar el iPhone 3 y vuelve a
acostarse. Yo me levanto, enciendo la luz, abro la cortina y Eleftheria dice: “Malvada”.
Me arreglé rápidamente para dejar sitio a
Eleftheria en nuestros cuartos de baño ya que a las nueve tenía que salir para
el aeropuerto. Mientras ella se duchaba y se secaba el pelo yo escribí el blog
de ayer que no pude escribir antes de acostarme porque mi cuerpo dijo: “Va a
ser que no.”
A las ocho y media bajé al comedor a
reunirme con todas para despedirme y desayunar tortitas con Nutella, croissant
con Nutella y dedo con Nutella.
La mayoría volaban sobre las doce y se iban
juntas en el tren hasta el aeropuerto, excepto Irene de Singapur y Despina de
Chipre. Irene decidió pasar el día por su cuenta estirando las piernas para
deshacerse de todas las calorías de estos días. Despina y yo quedamos a las
diez para dar una vuelta por Ginebra.
Mientras la esperaba en el hall, tuve
tiempo de alucinar con una chica que mostraba a sus padres las compras que
había hecho en Louis Vuitton el día anterior. Bolsa de viaje, bolso, gafas,
monedero, agenda y cartera. Todo haciendo juego, del modelo de los cuadritos
marrones y negros. ¿Cinco mil euros?
La mañana estaba bastante fría. Hacía un
grado a las nueve. Luego fue subiendo hasta diez. El frío es seco y se combate
bastante bien. Mi gorro andino no ha salido de la maleta.
Bajamos andando por la rue du Mont-Blanc
hasta el lago. Paseamos por el quai du Mont-Blanc pasando por el hotel
Beau-Rivage, donde murió Sisí después de ser apuñalada allí enfrente. Un poco
más adelante hay un pantalán con una cafetería y un faro al final. Un fulano se
estaba bañando. A esa hora no podía haber más de cinco grados.
Cuando salíamos del pantalán nos cruzamos
con una señora que llevaba el perro de la foto. Lo mandó sentar para posar en
la imagen con Despina. Tenía ojos de husky siberiano con un pelo suavísimo de
dos tipos diferentes.
Volviendo al asunto del patinaje sobre
hielo, que ha traído bastante cola en la página de Facebook de WISTA, después
de casi matarme, le arrebaté a la hija de la turkmenistaní el artefacto que empujo
en la foto. La cría se sentó valientemente para que yo la paseara por la
pista. A poco estuvo de perder las piernas cuando la estrellé contra la valla
protectora. A la madre le hizo mucha gracia. Se ve que en Turkmenistán les
gusta endurecer a los hijos desde bien pequeños.
Cruzamos el lago por su parte más estrecha
atravesando el pont des Bergues, donde está la pequeña isla Rousseau con un
monumento dedicado al célebre filósofo. Suiza es cuna de grandes personajes
como este ilustrado que acabo de mencionar, Le Corbousier, Heidi, Pedro, la
Srta. Rottenmeier, etc.
Ya en el otro lado visitamos el Jardin
Anglais, conocido por un reloj hecho con flores. Iba bastante adelantado de hora,
algo sorprendente tratándose de un reloj suizo.
Las calles comerciales, ayer llenas de
viandantes, hoy estaban desiertas. Todas las tiendas estaban cerradas
excepto un par dedicadas a los souvenirs. He de decir que estas tiendas tienen
mil veces más glamour que todas las que he visitado en mi vida. Venden
artículos chulísimos. Dan ganas de comprarlo todo. La mayor parte de los
objetos son rojos con una cruz blanca, como la bandera del país. Lo malo es que
los precios son disparatados. Hace un rato vi unos tomates a seis euros el
kilo.
Atención a la navaja. 87
herramientas y 141 funciones diferentes. Evidentemente, es un objeto para
coleccionistas. No veo a nadie con ella colgando del costado del pantalón.
Durante toda la mañana sentí un extraño
cosquilleo en la planta de los pies. Seguramente serían las partículas
acelerando por el subsuelo.
Cansadas de caminar, buscamos un Starbucks
para que Despina pudiera comprar la típica taza souvenir y tomar algo caliente.
Ella café y yo chocolate. La cafetería está en el Rond Point de Rive, o sea, en
una rotonda. Nos sentamos en unas butacas mirando a la calle. Estábamos tan
cómodas viendo pasar a la gente y a los coches deportivos que pasamos allí más
de una hora charlando.
Volvimos paseando hacia el hotel entrando
en la única iglesia católica que he visto por el momento, junto a la estación
de tren. Una pareja de ancianos sordos hablando entre sí rompieron el silencio
reinante.
A las tres Despina tomó un taxi al
aeropuerto. No fue en tren porque llevaba tres piezas de equipaje, botas de
esquí incluidas. Iba a reunirse con su marido en Viena para pasar una semana
esquiando en Austria.
Busqué un sitio para comer algo. ¿Os podéis
creer que muchos restaurantes cierran en domingo? No encontré nada mejor que un
MacDonalds. ¡Qué mejor que un MacDonalds!
Recogí mi equipaje del hotel y me fui
andando a la estación de tren, a unos doscientos metros.
Saqué billete para Lausanne y tomé el tren
de las 16:03 horas, que salió con puntualidad suiza según el reloj suizo que
cuelga de todas las estaciones de trenes suizas y de la muñeca de mi tío.
A las 16:43 exactamente estábamos llegando
a Lausanne.
Tomé el metro hasta Leflon, una estación
hacia arriba. Digo hacia arriba porque el metro llega en pendiente y sube.
Lausanne está construida sobre una montaña, habiendo un desnivel bastante
considerable desde el lago hasta la catedral, en la parte más alta.
Mi hotel está justo al lado de la estación
de metro. Se llama L’hotel y es un poco raro. Hay una silla saliendo de la
pared y un argentino en recepción. La ducha está dentro de un armario
y el váter en otro. Para la ropa no hay armario.
Tras dejar la maleta en el suelo sin
deshacer porque no hay armario, me fui a dar un paseo hasta la catedral
siguiendo las instrucciones del argentino, que está indignado porque los
domingos está todo cerrado y no hay cafeterías abiertas más allá de las ocho y
media de la tarde.
Lo poco que he visto de Lausanna me ha
gustado mucho. Desde la catedral hay unas vistas espectaculares de la ciudad,
las montañas y el lago. Bajé de allí a todo meter porque se veían venir unas
nubes negras descargando la de Dios. Me dio el tiempo justo de parar en una
tienda de comida dentro de la estación de metro que milagrosamente estaba
abierta. Compré algo para cenar y entré en L’hotel para oír al argentino otra
vez quejándose de que el museo enfrente de la catedral cierra los domingos.
Me di una larga ducha tranquilamente, sin
prisa, y aquí estoy a punto de tirar la toalla.
La presidente de WISTA Turquía nos ha
enviado la foto de su hijo mayor recibiendo el bote de cinco kilos de Nutella.
¡Qué buena madre!
Mi preocupación con respecto a las vacas va
creciendo día a día. Hoy he tenido la ocasión de ver verdes prados desde el
tren. Ni una sola vaca, ni blanca ni morada.
Buenas noches desde Lausanne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario