1 oct 2013

Una cateta en Canadá (Día 10)


06:24. Que no os llame a engaño la hora. Teniendo en cuenta que me acosté a las dos, no dormí nada.

Estuve dando vueltas hasta las siete y media. A esa hora me levanté, preparé la maleta y bajé a desayunar a la terraza de mi hotel con Karin, Fritz y Joyce. Jeanne aún no había resucitado.

Tomé pan de plátano, yogur y muesli casero. Nunca más volveré a comer muesli de caja. Una verdadera mierda comparado con lo que comí hoy.

A las diez menos cuarto fuimos a buscar la oficina de información turística junto al Château Frontenac para hacer un tour guiado por la ciudad. Este edificio contiene un hotel de lujo construido por la Canadian Pacific Railway en 1893.

El guía resultó ser un fracaso absoluto. Insistía en hablar sobre restaurantes como si se tratara de una ruta culinaria, en lugar de centrarse en los monumentos. Nos llevó a ver el ayuntamiento y la catedral anglicana Holy Trinity, al lado de la cual había un burro cotilla. Pasamos por delante de la Basílica Notre-Dame-de-Québec sin entrar, se rió de las monjas ursulinas al pasar por su convento y del frío que pasan en invierno los seminaristas del seminario de Québec.

Cuando por fin nos deshicimos del maldito guía fuimos a sentarnos a la Place Royale a descansar y a tomar algo. Desde allí nos acercamos al puerto para dar un paseo en barco por el río San Lorenzo. Allí coincidimos con Joyce y Fritz.

Hizo un día estupendo. Empecé con el chaquetón desayunando en la terraza del hotel y terminé en camiseta mientras íbamos en el barco.
Voy a empezar a ir a todos los viajes con el paraguas en la maleta. Es garantía de que no va a llover.

El barco nos llevó hasta la isla de Orléans y la catarata de Montmorency que visitamos ayer.

Al volver, volvimos a subir hacia el Château Frontenac parando en la basílica que el guía no nos enseñó por dentro por la mañana. Un poco recargada para mi gusto.

Fuimos a sentarnos a la Terrasse Dufferin, un paseo de madera construido al borde del acantilado desde el hotel hasta la ciudadela.

A las seis nos acercamos a cenar a un pub irlandés muy concurrido. Como seguía haciendo buena temperatura, comimos en la terraza. Yo tomé fish and chips.

Volvimos a nuestros hoteles a recoger las maletas, las cargamos en el tanque y salimos hacia Montreal. A mitad de camino tuvimos que parar a echar “gas”, como dice Jeanne, en una de esas gasolineras de carretera como las de las películas, con camiones enormes aparcados y un motel de planta baja con las puertas de las habitaciones dando a la calle.

Llegamos a uno de los puentes de entrada a la isla de Montreal sobre las nueve y media de la noche. La puerca de la señora del GPS nos llevó hasta la puerta de un parque de bomberos en mitad de ninguna parte en lugar de llevarnos al hotel. Paramos allí a llorar de la risa. Cuando pudimos recuperarnos tuvimos una seria conversación con la señora del GPS y conseguimos que nos llevara a nuestro destino.

Dejamos a Karin con las maletas en la puerta del hotel y Jeanne y yo fuimos a buscar la oficina más próxima de Hertz para devolver el tanque. Resultó estar a poca distancia del hotel pero el acceso a la calle estaba cortado porque estaban descargando camiones de material para el estadio de hockey.

Tuvimos que preguntarle a la señora por otra oficinal de Hertz. Nos llevó a otro sitio bastante cerca. Por fin nos deshicimos del tanque y volvimos caminando al hotel.

Karin nos esperaba preocupada en recepción por lo mucho que habíamos tardado.

La habitación del hotel está muy, pero que muy bien, con unas vistas estupendas a los rascacielos.

Se acabó la fiesta. Mañana a trabajar.

Buenas noches desde Montreal.







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