11 abr 2014

Una cateta en Dubai (Día 5)


Desperté a las siete y cuarto dando la espalda a La Meca, según la pegatina. Mala señal. Arranqué el día con molestias de estómago y una diarrea de la muerte.

Después de desayunar tomamos un taxi hacia el hotel JW Marriott, a unos cinco minutos de distancia. En principio nos ofrecieron hospedarnos allí. Menos mal que cambiamos de opinión. Era una absoluta locura. En el hall no cabían más chinos y el ruido era atronador. Nada comparado con nuestro pacífico hall ambientado con música de xilófono.

Hay que reconocer que el sitio es una pasada. Las alfombras son tan gruesas que casi rebotas como si estuvieras andando sobre colchonetas.

La reunión con las miembros de WISTA UAE y representantes de otros países invitados, tales como Italia, India o Rusia, tenía que haber comenzado a las ocho. Ayer por la noche la cambiamos para las nueve pero empezaron a aparecer a las nueve y veinte. Aquí lo de la puntualidad no es una cualidad. Primero por la tranquilidad y segundo por el tráfico, que es brutal. La avenida Sheikh Zayed es la arteria principal. Para salir de ella hacia los edificios o urbanizaciones laterales tienes que recorrer distancias enormes en dirección contraria para encontrar desvíos. Todo está en obras y todo el mundo va en coche.

A mitad de la reunión tuve que salir disparada al cuarto de baño  por culpa de la maldita diarrea. Como podéis ver, aún en los hoteles de lujo hay una ducha junto al retrete.

A las doce y media comimos en el mismo hotel, en un restaurante bufet que llaman Kitchen 6 porque tiene seis diferentes tipos de comida y un mundo aparte dedicado a los postres. Papá, lo que hubieras disfrutado.

Sanjam la india, con muy buen criterio, me dijo que debíamos comer poco y guardar bastante hueco para los dulces. Mi estómago estaba dispuesto a soportar el envite, pero con cuidado.

Comí sushi y kofta, que son los kebabs de ternera con hierbas.

Al volver hacia la mesa con la comida tuve una visión sobrenatural que me aceleró el pulso y me produjo temblores en las manos.

Tan pronto como terminé con la comida me levanté y pasé un rato bastante agradable junto a la fuente de chocolate, apartando a los niños que intentaban quitarme el sitio. Esta semana hay muchos niños molestando por todos sitios porque están de vacaciones.

A la una salimos raudas y veloces en un minibús con destino al puerto de Jebel Ali, el primer puerto del mundo construido partiendo de cero por el hombre. Hacía un intenso calor. No me puedo imaginar lo que tiene que ser esto en agosto.

Nos recibieron en el edificio principal dándonos una charla informativa, durante la cual tuve que visitar el baño debido al problema anteriormente mencionado. Un cartel en la pared advertía que para hacer abluciones antes del rezo se debía utilizar el baño de la segunda planta.

Nos llevaron a visitar las terminales en el mini bus que nos llevó hasta allí, escoltadas por seguridad del puerto. Había unos cuantos vehículos militares dispuestos para ser embarcados, con pinta de venir directamente de una guerra; una fila de Porsches recién llegados, todos ellos con la chapa cubierta por un plástico blanco; un enorme silo para azúcar y contenedores, muchos contenedores por todas partes.

En Abu Dhabi han construido un puerto sin tener industrias en las cercanías. La idea es atraerlas a partir de ahora, que es lo contrario de lo normal. Aquí todo se planea a mucho tiempo vista.

Con un poco de retranca, le pregunté al señor de túnica blanca y pañuelo en la cabeza que nos sirvió de guía si los estibadores trabajaban las 24 horas y si estaban sindicados. Me dijo que si tenían alguna queja podían dirigirse a una asociación encargada del asunto. O sea, que los pobres indios y paquistaníes que cargan y descargan los barcos mejor se callan y siguen trabajando.

De vuelta al hotel, paramos en el Dubai Marriott Harbour Hotel, cerca del club de yates donde cenamos ayer. Subimos al piso más alto, que creo que era un 52, donde hay un restaurante observatorio. Desde allí tuvimos ocasión de ver The Palm Jumeirah, la isla artificial con forma de palmera. Es increíble lo que han sido capaces de hacer. Hay otra isla similar en construcción en la zona de Deira, y justo al lado del The Palm se ve The World, un conjunto de 300 islas imitando un mapa del mundo. Parece ser que sólo una isla está ocupada en este momento. La crisis también llegó aquí.

Tardamos hora  y media en volver a nuestro hotel debido al tráfico. Era la hora de salir de los trabajos y el comienzo del fin de semana. Aquí el fin de semana es el viernes y el sábado.

A las siete nos esperaba el minibús para llevarnos a cenar a Al Hadheerah Resort, un hotel spa en el desierto, en mitad de la nada, al que tardamos en llegar casi dos horas por culpa del maldito tráfico. Yo estaba a punto de gritar cuando llegamos. El agotamiento y la diarrea me estaban empezando a pasar factura.

La verdad es que se me quitó todo de golpe cuando puse un pie en las alfombras que cubrían el suelo. En vez de alicatar la arena han puesto cientos de ellas por todos lados. Nos recibieron unos señores muy oscuros  a caballo. Uno de ellos tuvo la amabilidad de acercarse con el suyo hasta el borde de la última alfombra para que no tuviera que meter los zapatos en la arena.

Desde la entrada hasta el bufet restaurante al aire libre había una fila de tiendas a ambos lados de un ancho pasillo. Un vendedor de alfombras me quiso encasquetar una. Le contesté que sólo se la compraría si era voladora. Muy serio me dijo que claro que era una alfombra voladora.

Había larguísimas mesas llenas de comensales disfrutando de un espectáculo de música y baile. Me dijeron que eran libaneses porque el folklore de aquí consiste en unas señoras con largas melenas balanceando las cabezas al ritmo de la música. Salió al escenario un señor que llevaba dos faldas con bombillas. Se puso a dar vueltas y vueltas dando la impresión de una peonza. Luego aparecieron caballos, camellos, cabras y corderos, unas señoras vestidas de amarillo con unas dagas de plástico, una bailarina de danza del vientre y una cantante que se creía la Beyoncé árabe.

Del buffet sólo comí un poco de kofta, una bola de helado de pistacho con tenedor y una bolita de hojaldre con sabor a colonia. Pedí un zumo de mango para intentar reponer fuerzas. No sé si el mango es astringente o todo lo contrario, pero me pareció que sería bueno para reponer fuerzas.

Había arroz, pero tenía un sospechoso aspecto de picar porque venía mezclado con cosas extrañas, así que no me arriesgué.

Descubrimos una zona donde había una especie de museo con cabañitas mostrando muñecos en actitud de trabajar en obras artesanales. Jeanne encontró un par de camellos a los que nos subimos. Toda una experiencia. Un poco antes de marchar tuve la oportunidad de hacer amistad con un halcón de verdad.

Mañana tengo pensado montar en camello otra vez, si la diarrea me lo permite. Fue divertido. El único problema es el olor que desprenden esos bichos. Es una mezcla de pedo y animal. Karin insistía en que los camellos estaban tirando pedos y por eso olía así. No creo, porque la cabeza les olía igual.

A las doce y media llegamos al hotel en el minibús completamente destrozadas. Nos despedimos de las que se marchan mañana temprano y me fui a dormir sin más dilación.

Buenas noches desde Dubai.

 

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