Desperté a las siete y cuarto dando la espalda a La Meca, según la pegatina. Mala señal. Arranqué el día con molestias de estómago y una diarrea de la muerte.
Después de desayunar tomamos un taxi hacia
el hotel JW Marriott, a unos cinco minutos de distancia. En principio
nos ofrecieron hospedarnos allí. Menos mal que cambiamos de opinión. Era una
absoluta locura. En el hall no cabían más chinos y el ruido era atronador. Nada
comparado con nuestro pacífico hall ambientado con música de xilófono.
Hay que reconocer que el sitio es una
pasada. Las alfombras son tan gruesas que casi rebotas como si estuvieras
andando sobre colchonetas.
La reunión con las miembros de WISTA UAE y
representantes de otros países invitados, tales como Italia, India o Rusia,
tenía que haber comenzado a las ocho. Ayer por la noche la cambiamos para las
nueve pero empezaron a aparecer a las nueve y veinte. Aquí lo de la puntualidad
no es una cualidad. Primero por la tranquilidad y segundo por el tráfico, que
es brutal. La avenida Sheikh Zayed es la arteria principal. Para salir de ella
hacia los edificios o urbanizaciones laterales tienes que recorrer distancias
enormes en dirección contraria para encontrar desvíos. Todo está en obras y
todo el mundo va en coche.
A mitad de la reunión tuve que salir
disparada al cuarto de baño por culpa de la maldita diarrea. Como podéis
ver, aún en los hoteles de lujo hay una ducha junto al retrete.
A las doce y media comimos en el mismo
hotel, en un restaurante bufet que llaman Kitchen 6 porque tiene seis
diferentes tipos de comida y un mundo aparte dedicado a los postres.
Papá, lo que hubieras disfrutado.
Sanjam la india, con muy buen criterio, me
dijo que debíamos comer poco y guardar bastante hueco para los dulces. Mi
estómago estaba dispuesto a soportar el envite, pero con cuidado.
Comí sushi y kofta, que son los kebabs de
ternera con hierbas.
Al volver hacia la mesa con la comida tuve
una visión sobrenatural que me aceleró el pulso y me produjo temblores
en las manos.
Tan pronto como terminé con la comida me
levanté y pasé un rato bastante agradable junto a la fuente de chocolate,
apartando a los niños que intentaban quitarme el sitio. Esta semana hay muchos
niños molestando por todos sitios porque están de vacaciones.
A la una salimos raudas y veloces en un
minibús con destino al puerto de Jebel Ali, el primer puerto del mundo
construido partiendo de cero por el hombre. Hacía un intenso calor. No me puedo
imaginar lo que tiene que ser esto en agosto.
Nos recibieron en el edificio principal
dándonos una charla informativa, durante la cual tuve que visitar el baño
debido al problema anteriormente mencionado. Un cartel en la pared advertía que
para hacer abluciones antes del rezo se debía utilizar el baño de la segunda
planta.
Nos llevaron a visitar las terminales en el
mini bus que nos llevó hasta allí, escoltadas por seguridad del puerto. Había
unos cuantos vehículos militares dispuestos para ser embarcados, con pinta de
venir directamente de una guerra; una fila de Porsches recién llegados, todos
ellos con la chapa cubierta por un plástico blanco; un enorme silo para azúcar
y contenedores, muchos contenedores por todas partes.
En Abu Dhabi han construido un puerto sin
tener industrias en las cercanías. La idea es atraerlas a partir de ahora, que
es lo contrario de lo normal. Aquí todo se planea a mucho tiempo vista.
Con un poco de retranca, le pregunté al
señor de túnica blanca y pañuelo en la cabeza que nos sirvió de guía si los
estibadores trabajaban las 24 horas y si estaban sindicados. Me dijo que si
tenían alguna queja podían dirigirse a una asociación encargada del asunto. O
sea, que los pobres indios y paquistaníes que cargan y descargan los barcos
mejor se callan y siguen trabajando.
De vuelta al hotel, paramos en el Dubai
Marriott Harbour Hotel, cerca del club de yates donde cenamos ayer. Subimos al
piso más alto, que creo que era un 52, donde hay un restaurante observatorio.
Desde allí tuvimos ocasión de ver The Palm Jumeirah, la isla artificial con
forma de palmera. Es increíble lo que han sido capaces de hacer. Hay otra isla
similar en construcción en la zona de Deira, y justo al lado del The Palm se ve
The World, un conjunto de 300 islas imitando un mapa del mundo. Parece ser que
sólo una isla está ocupada en este momento. La crisis también llegó aquí.
Tardamos hora y media en volver a nuestro hotel debido al
tráfico. Era la hora de salir de los trabajos y el comienzo del fin de semana.
Aquí el fin de semana es el viernes y el sábado.
A las siete nos esperaba el minibús para
llevarnos a cenar a Al Hadheerah Resort, un hotel spa en
el desierto, en mitad de la nada, al que tardamos en llegar casi dos horas por
culpa del maldito tráfico. Yo estaba a punto de gritar cuando llegamos. El
agotamiento y la diarrea me estaban empezando a pasar factura.
La verdad es que
se me quitó todo de golpe cuando puse un pie en las alfombras que cubrían el
suelo. En vez de alicatar la arena han puesto cientos de ellas por todos lados.
Nos recibieron unos señores muy oscuros a caballo. Uno de ellos tuvo
la amabilidad de acercarse con el suyo hasta el borde de la última alfombra
para que no tuviera que meter los zapatos en la arena.
Desde la entrada
hasta el bufet restaurante al aire libre había una fila de tiendas a ambos
lados de un ancho pasillo. Un vendedor de alfombras me quiso
encasquetar una. Le contesté que sólo se la compraría si era voladora. Muy
serio me dijo que claro que era una alfombra voladora.
Había larguísimas
mesas llenas de comensales disfrutando de un espectáculo de música y baile. Me
dijeron que eran libaneses porque el folklore de aquí consiste en unas señoras
con largas melenas balanceando las cabezas al ritmo de la música. Salió al
escenario un señor que llevaba dos faldas con bombillas. Se puso a dar vueltas
y vueltas dando la impresión de una peonza. Luego aparecieron caballos,
camellos, cabras y corderos, unas señoras vestidas de amarillo con unas dagas
de plástico, una bailarina de danza del vientre y una cantante que se creía la
Beyoncé árabe.
Del buffet sólo comí un poco de kofta, una bola de helado de pistacho con tenedor y una
bolita de hojaldre con sabor a colonia. Pedí un zumo de mango para intentar
reponer fuerzas. No sé si el mango es astringente o todo lo contrario, pero me
pareció que sería bueno para reponer fuerzas.
Había arroz, pero
tenía un sospechoso aspecto de picar porque venía mezclado con cosas extrañas,
así que no me arriesgué.
Descubrimos una
zona donde había una especie de museo con cabañitas mostrando muñecos en
actitud de trabajar en obras artesanales. Jeanne encontró un par de camellos a
los que nos subimos. Toda una experiencia. Un poco antes de marchar tuve la
oportunidad de hacer amistad con un halcón de verdad.
Mañana tengo
pensado montar en camello otra vez, si la diarrea me lo permite. Fue divertido.
El único problema es el olor que desprenden esos bichos. Es una mezcla de pedo
y animal. Karin insistía en que los camellos estaban tirando pedos y por eso
olía así. No creo, porque la cabeza les olía igual.
A las doce y
media llegamos al hotel en el minibús completamente destrozadas. Nos despedimos
de las que se marchan mañana temprano y me fui a dormir sin más dilación.
Buenas noches
desde Dubai.
No hay comentarios:
Publicar un comentario