3 nov 2019

Una cateta en Miami e Islas Caimán (Día 11)

Nos levantamos poco después de las seis y media. Todavía no sé para qué. 
Jeanne aprovechó para poner la lavadora y luego la secadora. Se llevó toda la ropa limpia.
A las ocho y media quedamos para desayunar con Kathi y Matthew en el Coconut. Elisa y yo tomamos un yogur gigante con cereales y frutas, mientras que los demás comieron cosas que yo a esas horas no tolero, como burrito o jalapeños.
A las diez volvimos al apartamento para cerrar las maletas y despedirnos. Todos los comensales del desayuno, más Alex y su marido se marcharon a pasar una semana de vacaciones en Little Cayman. Según me contaron, allí se detiene el tiempo. Un avión pequeño te traslada a la isla. Si se llena, el piloto te dice que ahora vuelve a buscarte.
Me llamó Vanessa de Canadá para contarme que había alquilado un coche junto a su marido, que es chino, y que irían a dar una vuelta por la isla con la inglesa Elisabeth y Claudia, presidente de WISTA Germany.
A las once llevé mi equipaje al hotel que se encuentra al otro lado del Marriott. Como no eran horas de hacer el check in, me guardaron los trastos.
Fui al Marriott a despedirme de todas las que se marchaban durante la mañana y a unirme a los excursionistas. 
El coche de Vanessa era un tanque con varias filas de asientos. Al chino lo metimos por el maletero. Varias veces se nos olvidó dentro.
La zona donde hemos pasado estos días está al oeste de la isla y se llama Seven Mile Beach. Tomamos dirección sur pasando por George Town. 
Hicimos una breve parada en Pedro St. James Castle, la edificación más antigua de la isla, que data de 1780. Lo de castillo lleva a equívoco. Es una casa de madera con balcones alrededor. No llegamos a entrar a visitarla.
Fuimos rodeando la isla en dirección norte disfrutando de las vistas de la costa y de los muchos cementerios que hay al borde de la carretera. Lo que más hemos visto hoy han sido cementerios, gallos y gallinas, por todas partes. 
La siguiente visita fue a Crystal Caves. Nos llevaron en una furgoneta por un terreno inhóspito. El guía nos dejó en primer lugar en una zona de cabañas de madera donde habían instalado los baños, una tienda y un chiringuito. Allí nos tuvo media hora para que gastáramos dinero antes de meternos en las cuevas.
Cuando nos bajamos de la furgoneta fuimos conscientes de que aquella visita no era para ir con chanclas. Los cinco íbamos calzados como van los turistas australianos por el mundo.
Varias veces nos miramos entre nosotros horrorizados por las explicaciones del guía. Que si cortaron una estalactita porque estorbaba para que pasaran los visitantes, que si habían horadado un túnel para dar acceso entre dos salas. Tremendo. 
A una estalagmita con forma de cabeza humana le habían colocado unas gafas de sol.
Tanto en la zona de entrada como en la de salida de las cuevas había murciélagos viviendo en el techo. Se pusieron todos muy emocionados a sacarles fotos desde abajo. Yo salí sin pararme. A mí no me caga un murciélago en la cabeza.
Dimos media vuelta hacia el sur. Por la carretera encontramos una señal de tráfico que no habíamos visto nunca. Vanessa, que es abogada, nos dio instrucciones de cómo actuar en caso de que atropelláramos a una iguana azul. “Paramos en la primera gasolinera que encontremos para lavar el coche y aquí no ha pasado nada”.
Nos detuvimos a ver el memorial Ten Sails Wreck, un naufragio que tuvo lugar en 1794 cuando diez buques encallaron en los arrecifes frente a la costa. 
La última parada fue en Blow Holes, en la zona este. El mar golpea contra la costa rocosa introduciéndose por unos huecos y saliendo como un espray por otros hacia el cielo. Como el tiempo estaba tranquilo no fue muy espectacular. 
Caminar entre las rocas en chanclas fue muy agradable. 
La  única explicación que veo al hecho de que le gente se haya entretenido en apilar las piedras unas encima de las otras es que se aburren mientras esperan a que el agua del mar salga disparada por los agujeros.
El chino preguntó si alguna llevaba pegamento en el bolso. No sé si es que quería añadir una pila nueva de piedrecitas o quería fijar las que ya estaban colocadas.
Claudia llamó para reservar mesa en un restaurante que encontramos con muy buena puntuación en internet. La dueña el dijo que cerraban a las siete, pero que si íbamos siete se quedaba para darnos de cenar.
A las seis y cuarto llegamos sin novedad al hotel, a pesar de haber hecho todo el recorrido por el carril izquierdo con un coche con el volante también al lado izquierdo. No entiendo por qué en la isla hay coches de los dos tipos, con el volante a la izquierda o a la derecha.
Corrí a mi hotel a registrarme y subir el equipaje a la habitación. A las seis y media ya estaba en el Marriott para salir a cenar. Se nos unieron Sarah y su marido. Ambos son oficiales del cuerpo de guardacostas en el puerto de Nueva York.
Nos metimos todos en el tanque autobús. Hizo falta una ingeniera alemana para poder colocar la última fila de asientos cuando los demás no fuimos capaces.
El restaurante resultó ser un chiringuito de mala muerte con mucho encanto situado frente al mar. Mientras la dueña cocinaba para nosotros, un anciano muy eficiente nos colocó la mesa y luego nos sirvió. 
A las ocho en punto dejó de sonar la agradable música caribeña que nos acompañaba. Supusimos que era la hora del toque de queda para los bares. 
Comimos estupendamente. Yo tomé otra vez wahoo, esta vez con piña. 
Todos encontramos en nuestros platos una fritura redonda y aplastada que resultó ser como un dónut de pan frito sin agujero. Delicioso.
Pusimos en práctica una sugerencia que hizo Sherice desde el estrado durante la conferencia: contarnos unas a otras en qué consisten exactamente nuestros trabajos. Te enteras de cosas muy interesantes. 
Le di mi cámara al anciano para que nos sacara una foto de grupo. Se dedicó a hacer poses artísticas.
A las ocho y media nos despedimos en la puerta del Marriott. 
Pedí en recepción de mi hotel que me llamaran un taxi para las seis menos cuarto de la mañana. Mañana temprano comienza el largo camino de vuelta a casa.
Buenas noches desde Grand Cayman.









No hay comentarios: