Ayer, cuando volvíamos caminando por los jardines de la urbanización, nos encontramos de frente con un bicharraco enorme. Imaginad que vais charlando tranquilamente por una zona en semioscuridad y se os atraviesa en el camino un centollo caminando de lado. A mí los centollos que me los pongan cocidos en un plato, no dando sustos por la calle.
A las siete y media nos estábamos preparando un desayuno de huevos fritos para darnos energía.
A las nueve menos cuarto ya estábamos en el Marriott para asistir al segundo día de conferencia.
El sujeto que parece un motorista de los Ángeles del Infierno es el técnico de sonido de la sala, el hombre más odiado durante el día de ayer porque la cagó de manera tremenda al proyectar un par de vídeos en la sesión de la tarde.
Mientras en la playa disfrutaban de una temperatura estupenda, nosotras pasamos el día una sala iluminada con luz eléctrica a 22 grados.
De los paneles y las charlas de todo el día, mi favorita fue la de Sue, adaptando sus habilidades negociadoras al mundo de los negocios. Tuvo lugar justo después de la comida bufet. A pesar de la hora fatídica en la que todo el mundo se queda medio dormido, mantuvo nuestra atención sin ninguna dificultad. Desde el año pasado da clases en Oxford sobre la materia.
Esta mañana, cuando estaba repasando sus notas en los jardines del hotel, levantó la vista y se encontró con una iguana subida a la mesa para robarle la piel del plátano que se estaba comiendo. Le sacó una foto y nos la mandó al grupo de Whatsapp con los siguientes comentarios, uno detrás de otro: “Estoy petrificada. Acabo de espantarla con mi Louis Vuitton.”
En el brevísimo descanso que hicimos a las cuatro de la tarde, degusté otros dos deliciosos scones y un par de bombones, que hoy es Halloween y hay que darse un capricho.
A las siete de la tarde comenzó una barbacoa informal en la zona de playa del hotel. Nos presentamos todas en chanclas y la mayoría en pantalón corto. Hacía bastante calor, así que tan pronto terminamos de comer nos metimos dentro del hotel a disfrutar del aire acondicionado.
En el bar del hotel actuó un grupo flamenco, con tablao incluido. Con lo poco que me gusta a mí el flamenco y tener que venir a Grand Cayman a aguantarlo.
A las diez y media dimos por concluida la jornada.
Regresé sola al apartamento cruzando por el murete que separa las dos propiedades. Todas las hojas caídas de los árboles me parecían bichos sospechosos en la semioscuridad.
Jeanne estaba trabajando en la salida, mientras que Karin y Elisa ya dormían.
Buenas noches desde Grand Cayman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario