19 jul 2009

Botellón de puretillas



Laura lleva una semana con un subidón de euforia. Desde el martes sabe que ya es licenciada en Ingeniería de Caminos. Lo que no le cuenta a nadie es que, desde que finalizaron las vacaciones de Navidad, sufre pequeños ataques de ansiedad y tiene un nudo en el estómago del cual no logra deshacerse. A sus 23 años tiene miedo de hacerse mayor. La entrada en la madurez, en la edad adulta, es inevitable.
Laura está pasando unos días de descanso en casa de unos familiares en la costa. A las nueve la llamaron dos amigas para salir. “No, voy a ir a un botellón de puretillas con mi tío”. La curiosidad puede con ella.
A las once y media de la noche caminan por la playa hacia el lugar donde los han citado. Una vez allí, Laura presencia con sorpresa lo inesperado. Siete cuarentones tienen dispuesta sobre la arena una manta de cuadros, de esas con flecos. Sobre ella todo tipo de bebidas alcohólicas, varias cajas de galletas, frutos secos, una nevera con hielo, un paquete de azúcar de caña, otro con palos de canela. Iluminando la escena, una lámpara de camping.
Dos de los presentes se hayan inclinados sobre un paquete de papel de aluminio. Están preparando sendos canutos. Todos los participantes ríen sin interrupción.
Junto a la manta, una cafetera Nespresso con caja y todo. Laura no se atreve a preguntar el motivo de su presencia. “¿Para qué rayos quieren una cafetera en la playa, si no hay enchufes?”
Dos jovencitas del botellón contiguo se acercan a pedir tabaco. “¿Cuántos años tenéis?”, pregunta uno de los cuarentones. “Diecisiete……… cada una”, contestan ellas, deseando salir corriendo para contar a sus amigos cómo es el botellón de al lado. Risas.
Los cuarentones han olvidado traer un mechero. Ninguno de ellos fuma habitualmente. Excursión al botellón contiguo. Risas con los jovencitos, intercambio de cigarrillos contra mechero. Más risas.
A las tres y media se da por finalizado el botellón. Varios de los cuarentones son responsables padres de familia que tendrán que levantarse pronto para atender a sus retoños.
Laura se acuesta con una sonrisa en los labios y, por primera vez en muchos meses, su estómago está relajado. Lo de ser adulto también puede ser divertido.

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