23 ene 2011

Una cateta en la Pérfida Albión (Londres, día 4)

Aunque desperté temprano, me quedé en la cama hasta casi las nueve. Salí a desayunar hacia las nueve y media. Encontré un sitio donde servían bagels calientes, que son como dónuts pero de pan. Me comí uno con queso fundido y roastbeef, acompañado por un batido de fresa. ¡Qué cantidad de porquerías estoy haciendo con la comida!
Dejé la habitación y esperé en el hall a María Dixon, la presidenta de WISTA UK. María me ha conseguido una entrada para presenciar mañana la ceremonia de las llaves en la Torre de Londres. El viernes se le olvidó, así que hoy, muy amablemente, se acercó a traérmela y a despedirse. Mañana os cuento en qué consiste.
Di un paseo, recogí la maleta y me fui en metro hasta Lancaster Gate, donde está el hotel en el cual me hospedaré por mi cuenta los últimos días de mi estancia aquí. Está en la zona norte de Hyde Park. Los edificios son todos blancos, de esos con un pequeño porche de entrada sostenido por dos columnas. La parada de metro Lancaster Gate está a dos minutos de distancia. El hotel está recién restaurado, así que todo es nuevo. Buscar un hotel a buen precio en Londres es muy difícil. Te puedes encontrar un cuchitril inmundo. Al llegar me registré pero no pude ocupar la habitación al no estar aún disponible. Les dejé la maleta y volví por donde había venido. Tomé el metro de nuevo y fui a Covent Garden, donde los fines de semana hay mucha animación, con artistas callejeros y puestos ambulantes. Nada más salir del metro encontré el templo de la sabiduría, la recién abierta Apple Store. Tres plantas llenas de iMacs, iPods, iPhones, iPads, MacBooks. Hay decenas de empleados con camiseta azul que te cuentan las maravillas de tales artilugios, y casi el mismo número de personal de seguridad vigilando que nadie se lleve los artículos dispuestos en las muchísimas mesas para que el público los pruebe. El personal de seguridad está compuesto por armarios de dos puertas de color negro con camiseta negra y pinganillo blanco en la oreja. Después de jugar un rato con los iPad (¡Snif!) y de probar el nuevo Office 2011 para Mac, salí a buscar un sitio para comer. Encontré una cafetería italiana y allí me instalé un rato en una comodísima butaca.
Hoy hemos disfrutado de temperaturas casi tropicales: 8ºC. El cielo ha estado cubierto pero no ha llovido. Aún no he abierto el paraguas. Ha llovido por las noches, pero me ha pillado durmiendo.
Entré en unas cuantas tiendas y, sin haber triunfado en absoluto, tuve que abandonar la zona en dirección a Knightsbridge. Destino: Harrods. Las rebajas de Harrods son célebres. Salen todos los años en las noticias. Hay una señora que siempre entra la primera y se lleva todos los chollos. Hoy era el último día. Lo anunciaban continuamente por megafonía. Evidentemente, ya no quedaba nada que comprar. No es que hubiera basurilla como te puedes encontrar en otros sitios. Es que un abrigo azul de cachemira precioso, divino de la muerte, costaba 370 libras, siendo su precio original 799. Eso, para el pueblo llano, no son rebajas, son ganas de echarse a llorar. Harta de vivir una situación melodramática, me fui a la planta donde están los juguetes, mi favorita. Por el camino pasé por la zona dedicada a mascotas.
Tuve que sacar una foto porque sabía con toda seguridad que no me ibais a creer lo que os voy a contar. Además de los abriguitos de lana venden vestidos para perros, vestidos, con tutú y collar de perlas incorporados. También había camitas, con almohada y sábanas, y juguetes, cientos de juguetes para perro.
Por fin, juguetes. Un soldado del Imperio de la Guerra de las Galaxias hecho con piezas de Lego a tamaño natural compartía espacio con un portero de Harrods igualmente hecho de Lego.
Estuve en la sección de libros, donde se puede comprar sin miedo a pagar más de la cuenta, porque vienen los precios marcados por la editorial. Además, había una oferta de 3x2, que no tuve ningún inconveniente en aprovechar. Hubiera comprado 30 en lugar de 3, si hubiera sitio suficiente en la maleta.
No había árabes millonarios comprando como otras veces he visto. Seguramente prefieren no mezclarse con las masas los domingos. Sin embargo, en una puerta lateral había aparcado un Maybach en dos tonos de marrón, con chófer dentro.
¿Quién tiene dinero para comprarse un Maybach si no es un árabe con petrodólares?
Salí de Harrods y estuve mirando escaparates por los alrededores. Ya era de noche. La fachada de la tienda estaba iluminada por cientos de bombillas.

Absolutamente destrozada, entré en Marks & Spencer a comprar la cena sabiendo de sobra que, una vez en el hotel, sería incapaz de volver a ponerme los zapatos para salir a cenar.
Llegué al hotel tras viajar en el metro embutida como una morcilla. ¡Cómo puede haber tanta gente por todas partes!
Me metí en la ducha inmediatamente después de sonarme la nariz, para sacarme de encima la porquería del metro porque los mocos eran de color gris. Disculpad que entre en detalles, pero es que lo consideraba necesario para darle más dramatismo a la historia.
Los grifos de este hotel se entienden perfectamente.
Excepto por la ausencia de mueble bar, este hotel tiene poco que envidiarle al otro en cuanto a comodidades. Además, en el otro las toallas eran de alquiler, que lo ponía en una etiqueta que llevaban pegada en una esquina. El papel higiénico es de excelente calidad.
Bajé al bar del hotel a pedir unos cubitos de hielo para echar a mi Coca Cola de cereza. El bar es una pasada de chulo. Parece la biblioteca de una mansión inglesa, con las paredes forradas de madera oscura, muchos libros y butacones. Me dieron una cubitera entera. No pasé allí mucho tiempo porque una dama nunca entra sola en el bar de un hotel, por razones obvias.
Me voy a acostar pronto para reponer fuerzas. Mañana pienso pasar el día entero en la calle.
Buenas noches.

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