Me levanté a las siete y bajé a desayunar a las ocho. A las nueve en punto comenzaron las sesiones. Conferenciantes bastante interesantes durante la mañana. Muchos iPads a mi alrededor.
A las doce y media en punto nos dieron de comer en el restaurante. Hoy había pescado, ternera con una salsa riquísima y sopa de color verde con objetos desconocidos flotando. De postre unos deliciosos pastelitos de chocolate, macedonia de frutas y yogur.
A las cuatro nos reunimos un rato las miembros del comité ejecutivo y luego nos dispersamos. Recibí un SMS informando de un encuentro informal en una de las habitaciones y allí fui rauda y veloz a sentarme. Salimos de excursión por los pasillos a visitar habitaciones para comparar y ver quién tenía la peor. Como no tenemos cajones, hay dos turcas que han decidido utilizar la nevera como armario. Yo no tengo nevera, pero tengo caja fuerte, que las turcas no tienen. Por cierto, las dos griegas que en Estambul pidieron una habitación más grande estaban ayer en recepción reclamando un sitio donde guardar su ropa. Han venido con dos maletas grandes cada una, y se quedan sólo cuatro días.
No había salido del hotel en todo el día, así que los doce grados que había en la calle me dieron en la cara como una bofetada. El trayecto duró unos ocho minutos andando. Las suecas nos llevaron por un atajo que atravesaba un cementerio. Lo juro. Quedó decidido en aquel momento por unanimidad que la vuelta la haríamos en taxi.

En las cenas de gala no nos dejan sentarnos donde queremos. Nos distribuyen intentando que no coincidamos con gente del mismo país. Mi mesa era sólo de 8 personas y estábamos una turca, una griega, una norteamericana, una finlandesa, una nigeriana, una sueca, un sueco y yo. Cuando hay un hombre es porque es uno de los conferenciantes, uno de los patrocinadores o el marido de alguna miembro. El nuestro se me sentó al lado y empezó muy serio pero lo fuimos metiendo en vereda y acabó riéndose.
Entre plato y plato sirvieron unos licores y la presidenta de WISTA Suecia nos obligaba a cantar una estrofa de una canción, brindar y beber. Nos habían dado previamente la letra para que nadie se escaqueara. Parece ser que aquí es normal hacer esas cosas. Les seguimos la corriente, aunque yo con agua del grifo.
Hacía un frío siberiano allí dentro. Aunque nos habían advertido previamente de que la temperatura del museo es baja para conservar la madera del galeón, hubo quien apareció con vestido de tirantes y sandalias. Yo me puse una camiseta gorda debajo de la ropa y estuve estupendamente.
Al terminar la cena nos mandaron pasar a la cafetería del museo. Allí había una orquesta con todas las de la ley. Nos tocaron canciones de Abba, que para eso estamos en Suecia. El baile duró exactamente una hora.
Tal y como acordado, tomamos un taxi para volver. Subimos a una de las habitaciones a charlar unas cuantas y estuvimos hasta después de la dos, cuando la dueña del cortijo empezó a bostezar y nos echó. En la habitación de al lado hay una danesa a la que no conocemos de nada pero sabemos que tiene una paciencia infinita porque es imposible que pueda dormir con las carcajadas.
Buenas noches.
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