10 mar 2012

Una cateta en la quinta puñeta (Singapur, día 5)


Desperté a las siete y diez cuando sonó el despertador, fresca como una lechuga sin haberme despertado en toda la noche.

Bajé a desayunar a las ocho menos cuarto con los demás miembros del ExCo. A continuación nos encontramos en el hall con las australianas, dos filipinas, una japonesa y dos chinas. Fuimos todas juntas hasta Clifford Centre, muy cerca de donde nos reunimos ayer. Hoy nos prestaban sus oficinas los abogados Haridass Ho & Partners. Estuvimos toda la mañana reunidas con los países asiáticos y Australia. A las doce nos trajeron la comida de un restaurante cercano. Una bandeja para cada una con varias separaciones conteniendo salmón, una empanadilla con algo dentro, un frito de pescado, aunque no estoy segura, verdura, arroz y varias salsas. Estoy haciendo un máster en palillos. No ponen tenedor en ningún sitio. La verdad es que la comida viene preparada de tal forma que el cuchillo es innecesario.

Mientras comíamos nuestra presidenta siguió hablando para no perder tiempo. Yo estaba con los palillos en la mano derecha, la boca llena y con la mano izquierda manejando el ordenador para ir pasando las imágenes del Power Point que estaba presentado Karin.

Cuando terminó la reunión, nos llevaron en dos minibuses al hotel para cambiarnos de ropa y dejar todos los trastos. Justo en la acera de enfrente hay un centro comercial enorme desde donde salen los Duck Tours. Son unos vehículos anfibios que salen rodando por la carretera y se meten en el agua usando rampas. La primera vez que vi uno de esos fue en Londres. Acababa de salir del Támesis e iba circulando por la calle dejando un reguero de agua a su paso. Me partí de la risa.

Nos dieron una vuelta por Marina Bay que es donde están los edificios más impresionantes. Tiraron todas las construcciones viejas y ganaron terreno al mar para construir esta maravilla. La verdad es que da una sensación de artificial un poco curiosa, todo tan nuevo, tan moderno, tan limpio.

Sufrí una agresión durante el paseo. Intentaron tirarme al agua. Adjunto prueba gráfica del hecho.

El guía nos fue contando anécdotas de las construcciones y datos curiosos del país. Hay restricciones de todo tipo y normas curiosísimas. Si eres soltero no te puedes comprar una casa hasta que tienes 35 años. Se da preferencia a las parejas casadas para potenciar el matrimonio y la reproducción.

Si te quieres comprar un coche de importación, tienes que pagar el 150% de impuestos. Como suena, el 150%. En ese momento me dirigí a Caroline Lee y le pregunté cuánto había pagado por el BMW serie 5 donde me llevó ayer. En Euros: 150.000. Todavía estoy flipando.

Cuando el pato-autobús nos devolvió al centro comercial, volvimos al hotel un rato. No tuvimos que pisar la calle. Pasadizos y escaleras de un sitio a otro.

En ese centro comercial se está celebrando una feria de tecnología. La gente salía a decenas con los televisores de 40 pulgadas, los ordenadores, las impresoras y todo tipo de artefactos en unos carritos con ruedas. Creo que el que ha hecho el agosto hoy ha sido el vendedor de carritos, no la feria tecnológica. Era increíble el número de personas que había. ¿Crisis? Aquí no saben lo que es eso. Todo está lleno a rebosar, las tiendas, los restaurantes. Hay gente por todas partes.

Fui a la habitación de Nuvara para disfrutar de la vista desde su balcón. Ayer se cambió de habitación porque quería vistas a Marina Bay. La mía está mirando a los rascacielos del lado opuesto.

Bajamos al hall y de nuevo los minibuses nos recogieron para llevarnos a Chinatown. En el salpicadero del nuestro estaban pegadas las dos advertencias de la foto. Te multan hasta por respirar más aire del que te corresponde. No me extraña que no haya papeles ni colillas ni chicles por la calle. Los coches no pitan, nadie se salta un semáforo, nadie te empuja en las aglomeraciones. Son un pelín aburridos.

En Chinatown lo primero que hice fue entrar en un templo budista a observar una ceremonia. Los monjes cantaban un soniquete repetitivo. Después de un rato apetecía decir. ¡BASTA!

A continuación estuvimos viendo los puestos callejeros y las tiendas. Nuvara compró a saco. Yo nada, absolutamente nada.

Chinatown estaba lleno de chinos, y a mí los chinos me dan mucha grima por dos motivos:

1.    Son amarillos

2.    Les encanta ir con los pies al aire, y además se los tocan.

No hay cosa más fea que un pie. Por algo se dice: “eres más feo que un pie.” Creo que sólo he visto tres pares de pies bonitos en mi vida, los míos y otros dos. Son una cosa desagradable que parece tener vida propia.

¿Alguien ha visto alguna vez a un chino en calzoncillos? Tiene que ser una experiencia sobrecogedora. No tienen un pelo en el cuerpo. Un tío sin pelo en el pecho esconde algo, seguro.

Entramos en un museo donde se reproducían casas de la zona tal y como eran desde después de la Segunda Guerra Mundial hasta los años sesenta. Nada que ver con cómo viven ahora. Vivían familias enteras hacinadas en una sola habitación, durmiendo sobre tableros. El cuarto de baño estaba en la parte trasera. Era un agujero y debajo había un cubo de lata donde caía todo. Cada dos días los cambiaban. La exposición es tan real que dentro del cubo había una reproducción de cómo tenía que ser aquel mejunje. Una cosa asquerosa.

Justo antes de salir de Chinatown, estuve a la puerta de un templo hinduista. No entré porque había que quitarse los zapatos y, al haber llovido hacía un rato, estaba el suelo del patio mojado. Se veía en la distancia a unos señores envueltos en trapos con el pecho medio descubierto y cantando. La puerta del templo era muy chula.

Joyce Tan, cuyo papá es dueño de dos astilleros de los rentables entre otras muchas cosas, invitó a helados. Yo no tomé ninguno porque enseguida íbamos a cenar y se me iba a quitar el apetito. Los helados eran de corte. En lugar de poner una galleta en cada extremo te los dan en una rodaja de pan Bimbo de colores. No sé si se ve bien en la foto. El pan era verde y rosa, verde y rosa.

Nos despedimos de todas las de Singapur, que ya habían hecho bastante por nosotras y se iban a sus casas.

Volvimos en taxi al hotel y en media hora nos reunimos en el hall para ir a cenar. Irene Lim vino a buscarnos. Nos sacó del hotel por una puerta oculta detrás de una escalera y aparecimos de repente en el centro comercial. Fue como ir con Harry Potter a Dragon Alley. Atravesamos la marabunta de gente arrastrando sus compras y salimos a Marina Bay para entrar en el restaurante chino donde teníamos reservada mesa. No me hizo mucha gracia la comida porque era bastante picante. Me concentré en el pollo con salsa de miel y sésamo por encima y el arroz blanco.

Dejamos el restaurante y nos fuimos a sentar al aire libre en una terraza. 30ºC a las once de la noche. Delicioso.

Volvimos al hotel intentando hacer la misma ruta de la ida, esta vez sin Irene de guía. Lo conseguimos no sabemos cómo. Encontramos la puerta secreta.

Nos despedimos de Kathy y su marido. Toman un vuelo a las cinco de la mañana con destino a Nueva York vía Hong Kong. Hay 13 horas de diferencia entre la costa este de Estados Unidos y Singapur. Eso sí que tiene que ser raro para el cuerpo.

Hoy también nos tomamos la pastillita de Nuvara. Adjunto foto del producto. Entre los componentes hay cobre, entre otras muchas cosas. Agradecería a los varios doctores que me leen que me indiquen si voy a fallecer a consecuencia de su ingestión o es totalmente seguro.

Me voy a la cama.



Buenas noches desde Singapur.








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