05:43. Inesperada regresión en mi estado
que no me afectó hasta la hora de la cena.
A las ocho y cuarto quedé con Karin para
desayunar. Dejamos a Jeanne durmiendo pues había estado trabajando en sus cosas
de abogado hasta bien entrada la madrugada.
Cerca de nuestros hoteles descubrí ayer una
cafetería panadería donde comí un croissant gigante con onzas de chocolate
dentro. No, no estoy curada. Karin, que es más grande que yo, se cepilló una
baguette entera con queso fundido por encima, dos tazas de café y una de té
verde.
A las diez menos cuarto recogimos a Jeanne
y subimos al coche de alquiler que trajo desde el aeropuerto de Montreal. Como
es americana, en lugar de alquilar un Opel Corsa, apareció con un tanque.
Después de tener más que palabras con la
señora del GPS, por fin salimos en dirección al Parc de la Chute de
Montmorency, donde visitamos una catarata aún más alta que las del Niágara. Un
puente colgante la atraviesa por encima. Para acceder a él tuvimos que coger un
teleférico. La catarata se forma al vaciar el río Montmorency en el
río San Lorenzo. Las vistas desde allí arriba eran espectaculares.
Hacía un día tan magnífico que me pude
quedar en camiseta hasta que volvimos a Québec por la tarde.
Seguimos ruta hacia el Cañón de Sainte-Anne,
donde paseamos entre las rocas y atravesamos la cascada por dos puentes
colgantes. Hay un tercero pero está en restauración. Creo que en mi
vida no había visto una cosa tan bonita como lo que visitamos hoy.
Jeanne, que es una loca de los deportes y
la aventura, se empeñó en lanzarse en tirolina por el cañón. Convenció a Karin
para hacer lo mismo. Conmigo no pudieron.
Al volver de la excursión, paramos en
Saint-Anne-de-Beaupré, uno de los templos sagrados más visitados de Canadá. La
iglesia original se construyó en el siglo XVII como agradecimiento a Santa Ana
por parte de los supervivientes de un naufragio que llegaron a estas costas. El
templo actual es de principios del siglo XX. El anterior se quemó. No sé qué
les da a los canadienses con las iglesias, que se les queman todas.
Por el camino nos reímos mucho con/de
Jeanne por lo americana que es. A Karin y a mí nos llama “kids”, a pesar de
peinar canas hace tiempo. A la Coca Cola la llama “soda”, al grupo de WISTA USA
que va a asistir a la conferencia de la semana que viene se refiere como su “gang”
y a la señora del GPS la llamó “baby”.
No me gusta nada la señora del GPS. Se dirige
a nosotras con una voz mandona y siempre nos dice que giremos donde se pueda
hacer legalmente.
A las cinco y media regresamos a Québec,
tras sufrir un leve atasco por la carretera y tener que ir a paso de carreta
detrás de diez motoristas en sus niqueladas Harley Davidsons.
Aparcamos el coche y fuimos al hotel de
Karin y Jeanne. Karin y yo dedicamos un
rato a WISTA y Jeanne se puso a trabajar en su ordenador, aunque la pillamos un
par de veces jugando a Candy Crash.
En la escalera de mi hotel me crucé con un
tío que me resultó cara conocida, pero no le di mayor importancia.
A las ocho subimos a cenar a la parte alta
del viejo Québec. Habíamos quedado con Joyce, una medio asiática miembro de
WISTA Holanda, y su marido Fritz, llegados por la tarde desde Montreal. Cuando
entraron en el restaurante me di cuenta de que Fritz era el señor que me crucé
en la escalera un rato antes. Otros que, sin organizarlo, se hospedaban en el
mismo sitio que yo.
Es difícil explicar lo que comimos porque
fue algo indescriptible. Desde mejillas de venado a vieiras con burbujas y
arenilla por encima, risotto con arroz de color marrón que más bien parecían
pipas de girasol, y otra lista de alimentos que no soy capaz de definir. En
resumen, cocina experimental que intentaré no volver a probar en el resto de
mis días.
Durante la cena se me empezaron a caer los
ojos de cansancio. Al volver al hotel andando me espabilé un poco. Como éstos
son bastante jueguistas, tuvimos que parar en el bar de mi hotel a tomar la
última. A las doce nos despedimos. Joyce y Fritz se quedaron en el bar. Deben
de tener la cabeza del revés porque vienen desde Indonesia, donde es doce horas
más tarde que aquí. Mi jet lag es un juego de niños comparado con eso.
Buenas noches desde Québec.