04:40 hrs. Estaba en un duermevela pensando
que lo iba a conseguir por fin cuando, de repente, suena un bocinazo en mi
móvil. “Ahora de regalo 25% en Cortefiel y Pedro del Hierro…..” y mientras me
iba acordando de los parientes difuntos de Pedro del Hierro me fui despertando
del todo.
A las cinco y media me levanté, me arreglé
y estuve enviando y contestando e-mails de WISTA. Luego estuve paseando por
internet.
A las ocho y media salí del hotel hacia el
viejo Montreal, donde se instalaron los primeros pobladores franceses a orillas
del río San Lorenzo. De aquella época no queda absolutamente nada. Los
edificios de piedra del siglo XVIII y las calles empedradas le dan un aire
centroeuropeo que te hace olvidar que dos calles más arriba hay rascacielos y
tanques aparcados en las aceras. Muchos conducen estos bichos
desafiando a la aerodinámica. Ningún coche con matrícula de Quebec lleva placas
en la parte delantera. En Toronto sí las llevaban.
La primera visita del día fue a la Basílica
Notre-Dame-de-Montréal en la Place d’Armes. El interior está inspirado en la
Sainte-Chapelle de París. A esa hora tan temprana sólo estábamos allí
los japoneses y yo.
Me senté un momento a ver con detalle las
imágenes del altar. El órgano de la basílica no dejaba de sonar, siempre la
misma estrofa, una y otra vez, algunas desafinando. Me huelo que el organista
era la señora de la limpieza pasando la bayeta por las teclas.
Las imágenes de las capillas eran tallas de
madera muy rústicas. A los capillitas de la Semana Santa les escandalizaría
tanta sencillez. Es la primera vez que veo una talla de una monja con gafas.
Paseando por la rue Saint Paul llegué hasta
el ayuntamiento, donde una excursión de diminutos estaba a punto de entrar. Los
llevaban sujetando los picos de una tela para no perderlos. Iban todos muy
abrigados. Aunque amaneció un día muy bonito, se nubló y refrescó mucho. En esa
zona tan cerca del río soplaba un biruji helador.
Justo enfrente del ayuntamiento está el
Château Ramezay, una casa de piedra construida al estilo de Normandía para el
gobernador que vino desde allí en 1702. Los jardines estaban abiertos al
público. Había unas calabazas
enormes en colores naranja y amarillos.
Recorriendo la zona coincidí varias veces
con unos estudiantes que llevaban en la mano unos papeles y cintas métricas. Se
detenían en las placas conmemorativas y las medían. La última vez que los vi
estaban midiendo la altura de la entrada a un callejón.
También andaba por allí un numeroso grupo
de niñas todas vestidas igual, con pantalón azul, camiseta rosa y forro polar
azul con letras en rosa. La mochila también era rosa y azul. Pensé que era una
excursión de un colegio, hasta que el dueño de una tienda de souvenirs les
preguntó de dónde eran. Australianas, contestaron ellas. Entonces presté
atención a lo que llevaban escrito en el pecho: “Coro de niñas australianas”.
¿Hace falta venir tan lejos a cantar?
Los souvenirs canadienses consisten
principalmente en todo tipo de objetos en color rojo con la hoja de arce en
blanco (Cake, ya tengo tu llavero). También las botellitas con sirope de arce e
incluso piruletas con sabor a sirope de arce. En todas las tiendas hay una
sección dedicada a la artesanía inuit, que son los esquimales de toda
la vida, que ahora no se les puede llamar esquimales porque está mal visto
porque significa “comedores de carne cruda”. Toda nuestra infancia insultando a
estos pobres señores sin saberlo.
Del viejo Montreal subí andando hasta el
barrio chino. No sé para qué voy a los barrios chinos si tengo que salir de
allí siempre a carreras. Esta vez lo que me hizo huir fue un individuo chupando
lo que parecía ser una hoja de tabaco con arroz pegado.
Entré en el Palacio de Congresos a tomar el
metro con destino al Parque Olímpico. Ir andando hubiera sido una barbaridad
porque está en la quinta puñeta.
En el metro tuve oportunidad de descubrir
que en Montreal también hay locos. Había uno en el andén de enfrente con gafas
de sol y los zapatos en la mano. Los calcetines tenían el dibujo de los huesos
del pie. Ya dentro del vagón, había otro comiendo de un recipiente de plástico
unas judías verdes como si alguien se las fuera a quitar.
El Parque Olímpico está perfectamente
conservado pero tiene un aire demodé. Teniendo en cuenta que han
pasado casi 40 años no es de extrañar.
Comí un sándwich en una cafetería y di una
vuelta por los alrededores. Salió el sol y pude quitarme el chaquetón los cinco
minutos que estuve rodeando el estadio olímpico.
Volví en metro hasta la estación Peel, donde
está uno de los accesos a la ciudad subterránea. Estuve echando un vistazo a
las tiendas y volví al hotel a descansar un rato. Cuando salí otra vez estuve
paseando por la zona subterránea debajo de la estación de tren. Desde allí se puede
entrar a varios edificios de rascacielos y al hotel Fairmont Queen Elizabeth
sin salir a la calle. En este hotel celebraremos la semana que viene la
conferencia de WISTA.
A las seis de la tarde di por terminado el
día y volví al hotel a descansar.
Me duelen esos musculitos que tengo en la
parte exterior de los tobillos y que sólo me duelen cuando hago turismo.
Buenas noches desde Montreal……..76.
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