29 jun 2014

Una cateta en Nápoles (Día 6)


Laura puso el despertador a las siete para salir a correr un rato. Tal y como puso los pies en el suelo los volvió a meter en la cama de lo doloridas que tenía las plantas por andar con tacones ayer por el suelo irregular del castillo.
Seguimos durmiendo media hora más. No pudimos alargarlo más porque a las nueve teníamos que estar listas en el hall para coger un autobús.
Bajamos a desayunar a las ocho y cuarto. Nos sentamos en una mesa redonda diez miembros de WISTA Suiza, Francia, España, Filipinas, Grecia e Italia. No voy a repetir la conversación, que versó sobre los hombres italianos pudientes de la edad de Berlusconi y su interés por imitarlo.
A las nueve y diez salimos en el autobús hacia el puerto para coger un ferry con destino a Capri. Tardamos unos 50 minutos con bastantes saltos porque la mar estaba un poco regular, lo suficiente para que más de una tuviera que salir al exterior a tomar el aire.
En el barco viajaba un grupo de chicas italianas con un señor negro de plástico. No tengo claro si el señor negro pagó billete o no. El caso es que sí iba ocupando asiento.
Atracamos en Marina Grande y tomamos un funicular de fabricación suiza con destino a la Piazzetta, que es una plaza con unas vistas magníficas de la isla y sus alrededores. La guía nos recomendó que no compráramos en la zona ni nos sentáramos a beber en las terrazas a riesgo de dejarnos allí el sueldo. Lo cierto es que algunas de las presentes no tienen ese problema mundano.
Todo Capri estaba hasta las trancas de gente. Dicen que los días que llegan turistas procedentes de los cruceros que atracan en Nápoles, puede duplicarse la población.
Desde la Piazzetta fuimos caminando hasta los jardines de Augusto, desde donde pudimos contemplar Marina Piccola, donde se esconden los millonarios. Parece ser que durante el día no se les ve de cerca. Sólo de noche aparecen por una sala de fiestas donde les gusta reunirse a bailar.
Fue aquí donde pillaron hace años a Marichalar con el pantalón de paramecios, y no me extraña que perdiera el norte porque en algunos escaparates había cosas aberrantes.
Volvimos dando un paseo hacia el funicular para volver a bajar al puerto. Comimos en un restaurante muy agradable al borde del agua. Desde allí pude ver en la distancia la casa del Axel Munthe en Anacapri. Este señor era un doctor sueco que ejerció la medicina a principios del siglo XX en París y Roma. Escribió “La historia de San Michele”, un compendio de anécdotas de su carrera y de sus estancias en la finca que se compró allí arriba. Os recomiendo su lectura por su originalidad.
Cuando marchábamos de la isla me enteré de que una italiana se había saltado la comida para ir a visitar la casa museo.
Después de comer, la mayoría se fueron a bañar a la cala junto al restaurante. Yo me fui con tres griegas pudientes a ver las tiendas de la marina. ¡Con qué alegría compran los millonarios! Una de ellas tiene una naviera que maneja cerca de doscientos barcos, y no se le nota nada.
Mientras tomábamos una granizada en una terraza del puerto vimos pasar el taxi de la foto. Todos los taxis de la isla son descapotables pero les han puesto un toldo. Algunos son discretos, pero otros eran de rayas como los de las terrazas.
A las cuatro y media tomamos el barco de vuelta. Este era mucho más grande que el de ida, y la mar estaba mucho mejor que por la mañana, así que no sufrimos ninguna baja.
Viajaba con nosotros un grupo de aldeanos de la provincia de Huesca, de esos que se meten en un autobús y ven toda Italia en una semana. También una oriental que me recordó porqué yo no me quedo nunca dormida en los transportes públicos. Por cierto, que en Nápoles no he visto ninguna tienda de chinos. Sospecho que la Camorra no los querrá por aquí.
Al llegar a Nápoles Laura y Rosana se fueron a dar una vuelta para ver todo lo que yo ya he visto, así que decidí volver al hotel a reposar un rato.
Me di una ducha y comprobé con horror que tengo moreno de albañil de todo el sol que me ha dado estos días paseando arriba y abajo.
Pasó por debajo del hotel el desfile del Día del Orgullo Gay. Eran varios camiones con altavoces enormes y gente con un aspecto muy normal siguiéndolos. Había niños en cochecitos. Montaron un escándalo tremendo al pasar.

Me di una ducha y comprobé con horror que tengo moreno de albañil de todo el sol que me ha dado estos días paseando arriba y abajo.
Pasó por debajo del hotel el desfile del Día del Orgullo Gay. Eran varios camiones con altavoces enormes y gente con un aspecto muy normal siguiéndolos. Había niños en cochecitos. Montaron un escándalo tremendo al pasar.

A las nueve menos cuarto bajamos a coger de nuevo el autobús para ir a cenar al hotel Paradiso en Posillipo, en la zona alta de la ciudad. Desde allí disfrutamos de unas vistas estupendas.

Por el camino Eleonora, que está casada con un armador greconapolitano, me estuvo contando anécdotas de la Camorra napolitana. Un día iba con su marido en el coche, aparcaron delante de un restaurante y un individuo de buen aspecto se les acercó y les pidió 20 euros. El marido pagó y entraron al restaurante. Al salir tenían una multa de 80 euros pegada al coche. Eleonora preguntó al marido si no habían pagado 20 euros a aquel individuo para que les cuidara el coche. El marido respondió que los 20 euros eran para que no se lo robaran.

La cena consistió en aperitivos, tres platos, postre y tarta. Para derribar a un elefante. Después de la tarta nos recogió el autobús y volvimos lentamente hacia el hotel hacia medianoche. Digo lentamente porque todo Nápoles estaba en la calle. Había gente, motos y coches por todos lados. Los había aparcados en las aceras en tres filas.

El chófer nos tuvo que dejar junto a los maceteros que cortan el acceso a nuestra calle. Anduvimos como pudimos hasta el hotel. No cabía más gente en el paseo marítimo. Los había cenando en las terrazas y los había no haciendo nada en particular. Era como un botellón gigante pero sin líquido.

Le pregunté a Eleonora qué hacía toda aquella gente allí y me respondió que estaban allí porque es gratis.

En el hall del hotel nos despedimos hasta la próxima y subimos a dormir sin más dilación.

Buenas noches desde Nápoles.


 

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