28 jul 2009

De perros y gatos


Siempre tuve terror a los gatos, sobre todo desde que una vecina acogió a uno y éste le devolvió el favor poniéndole los brazos como un cristo a base de arañazos. Como no hay mejor terapia que un choque frontal, cuando llegué a Inglaterra por primera vez me encontré viviendo en una casa con un perro y dos gatos. Lo del perro no fue problema. Rosie era un cachorro de color negro, de raza desconocida, con la lengua llena de lunares azules, fenómeno para el que aún no he hallado explicación. No sé si era una enfermedad mental, pero tal parecía. Rosie estaba como una cabra.
Los gatos eran macho y hembra. El macho se llamaba Max. De la hembra no consigo recordar el nombre. Solía verla en la tapia del jardín observándonos por la ventana. Sólo entraba a comer por las mañanas. El resto del día lo pasaba por ahí. Entre nosotros, era un poco ligera de cascos. Un día apareció por casa con el cuerpo lleno de heridas y le faltaba un trozo de oreja. Seguramente una esposa celosa.
Max era un gato de su casa. Los primeros días yo lo miraba con recelo, hasta que él tomó la iniciativa. Un día estaba en mi habitación, estudiando, cuando saltó de repente sobre la mesa, se colocó encima de los papeles y se me quedó mirando fijamente, a pocos centímetros de mi cara. Así nos quedamos un momento, hasta que le pregunté: “¿Qué quieres exactamente?”. Pero como los gatos ingleses no hablan español (ellos dicen “miow” y no “miau”) continuó mirándome sin responder. En un arranque de valor acerqué la mano lentamente y comencé a acariciarlo en el cuello. Tremendo error. Nunca más fui capaz de deshacerme del animal. Comenzó a ronronear y a pedir más. Por las noches tenía que cerrar la puerta porque aparecía de madrugada a charlar conmigo. Y cuando Rosie, la cabra loca, lo perseguía por las escaleras, venía a refugiarse en mi habitación.
Los gatos ingleses son de concurso. Tienen el doble de tamaño que los nuestros. Max y la ligera de cascos eran de color blanco y negro.
Hace tiempo que murieron los tres.

5 comentarios:

CHUPI dijo...

Qué bonito.

Yo siempre también he pasado de los gatos al verlos tan "suyos". Si alguna vez me hubiera pasado algo como a tí quizá pensaría de otra forma, no se. La bruja también tenía uno al que amaba pero yo no llegué a conocerlo, murió hace casi un año.

Withfloor dijo...

Con las avispas tuve una experiencia similar. O las aceptaba o tomaba el primer avión de vuelta a España. Lo que aún no he conseguido es acariciarlas.

Marta Vázquez dijo...

¿Ves como a ti también te hablan los gatos? Desde luego... a ellos también les gusta tener una bonita conversación acerca de qué parte de la almohada es mejor para dormir la siesta. Ese lugar suele coincidir con el lado donde estás apoyando la cabeza, lo que puede llegar a recibir algún que otro mordisco cariñoso...

Withfloor dijo...

Ese ronroneo de satisfacción que se gastan estos bichos no deja de ponerme los pelos de punta.

Anónimo dijo...

tras mi primera noche en Estados Unidos (16 años, otro idioma, familia lejos) me desperté con un peso en el estómago. No eran los nervios, si no el gato de la familia, que se había apoltronado.
Mónica.