13 ene 2011

Conejillo de Indias

Se me están cayendo los mocos, me acabo de lavar los dientes y no sentía las cerdas (perdón) al rozarme el paladar, me cae la baba por el lado izquierdo de la boca. Todo esto es consecuencia de haberme convertido en cobaya de laboratorio, conejillo de indias en manos de dos desalmados: un otorrinolaringólogo y una alergóloga.

Todo empezó hace cuatro meses y medio, cuando decidí tomar cartas en el asunto tras llevar un tiempo respirando con dificultad. Como soy más burra que un arado, lo fui dejando dejando hasta que la situación se volvió insostenible. No es que me estuviera ahogando, pero casi.

Cogí el listado de médicos y busqué un otorrino. Encontré uno con dos apellidos que me resultaron familiares. Tenía que ser el hermano de dos compañeras mías de colegio. Un tipo serio y formal, seguro, porque lo recordaba con ocho años acudiendo de la mano de sus padres a las funciones escolares de nuestro colegio y aguantándolas estoicamente. Entonces tocaba yo la bandurria, pero esa es otra historia.

Nada más llegar a la consulta lo reconocí inmediatamente. Era él, sin duda. El doble de alto pero con la misma cara. Me trató con mucha formalidad, llamándome de usted, para luego meterme unas pinzas en la nariz y abrirme los orificios todo lo que pudo para mirar dentro. Me recetó un par de medicamentos y me mandó hacer análisis de sangre por si se trataba de una alergia. En caso de resultado positivo, tendría que acudir a un alergólogo.

Así fue. Pedí cita a una alergóloga que el primer día me hizo remangar los dos brazos, me pintó rayitas con un bolígrafo azul, me hizo un cortecito junto a cada raya, dejó caer gotas diferentes sobre cada herida y me mandó a la sala de espera de esa guisa. “Si te pica, no te rasques. Dentro de 20 minutos voy a buscarte.” Y así me senté en la sala de espera, ante los ojos sorprendidos de los pacientes que nunca habían visto una prueba de alergia. ¿Que si picaba? A los cinco minutos aquello empezó a picar como sus muertos, y yo soplaba para aliviarme, deseando arañarme los brazos para deshacerme de aquella tortura. Cuando vino a buscarme, casi le araño la cara a ella.

“Eres alérgica a las gramíneas y al olivo. Vas a tomar estos medicamentos y vuelves dentro de 20 días”. Menos mal que no vivo en Jaén ni tengo una almazara.

Los 20 días se convirtieron en 35 por culpa de motivos varios. Los medicamentos no me habían hecho efecto. Lo que me encantó fue el bote de agua de mar que me tenía que pulverizar en la nariz nada más levantarme por las mañanas. Ahí sí que se me caían los mocos, pero no vamos a entrar en detalles.

La doctora decidió enviarme a un radiólogo para hacerme una radiografía de senos. No, no de los senos que estáis pensando. Es que a los dos lados de la nariz también tenemos senos. Otro momento de tortura. Me pusieron de frente a una pared, me hicieron levantar la cabeza, abrir la boca lo más posible y apoyar la cara contra aquella pared, como si me la fuera a comer. Me encantaría poder colgar aquí la radiografía, pero no sé cómo. Resulta hilarante. Esta que he colgado la encontré en Internet. Es parecida pero con mi cara.

Pasados unos cuantos días volví a la alergóloga con mi hilarante radiografía. Tengo un quiste detrás de la nariz. Un quiste de mocos. ¿Mocos petrificados? Me hizo un informe y me remitió al estoico aguantador de funciones escolares, de cuya consulta acabo de volver. Nada más llegar me he puesto a escribir esta historia, en caliente, para que no se me escape ningún detalle. El tipo me sentó en una cámara de tortura, me echó unas gotas en la nariz, gotas que se salieron y me corrieron por la cara. Eran gotas anestesiantes. Por eso tengo el labio tonto. Cuando consideró que mi nariz estaba suficientemente dormida, sacó de no sé dónde un artilugio que parecía un látigo, así como de un metro de largo, con una lucecita en la punta. ¡Dios mío! Me lo iba a meter por la nariz. Era una cámara. “Si me la introduce entera, me va a salir por el ano (perdón)”, pensé. Cerré los ojos para no ver aquello. Me da grima pensarlo. Empecé a notar aquella cosa dentro de mi nariz. Primero por un orificio y luego por el otro. A punto estuve de darle una patada en la entrepierna cuando me dolió de verdad. Por fin terminó aquello. “Te voy a mandar a hacer un TAC para ver bien lo que hay”. Así que la tortura continúa. Acabaré en quirófano, tiempo al tiempo.

1 comentario:

Unknown dijo...

No me he reido en el mal sentido de la palabra más bien me he identificado con parte de tu relato lo que provoca sonrisa y solidaridad. Tengo sinusitis crónica con un componente alergico no hallado (las pruebas del alergologo eran negativas sin emgargo los análisis de sangre muestran un componente alergico). Lo de las radiografías hilarantes tengo una buena colección y han sido tantas que cada vez que veía al radiólogo ( o mejor dicho su ayudante) escondido detras aquella pantalla de plomo me daban ganas de decirle "y yo que?".
Lo de las pinzas por la nariz me parecía de pelicula de nazis cuando me lo hicieron...
Al final de la peregrinación por las consultas de varios ORL (otorrino....)la solución era agrandarme los cornetes (suena cómico verdad?) y me imagine con la nariz como un mandril asi que me negué.
Bueno seguiré pendiente de tu relato