25 oct 2019

Una cateta en Miami (Día 2)

Tres de la mañana. Desperté repentinamente. Atendí a varias necesidades fisiológicas y volví a dormirme. 
Seis de la mañana. Desperté. Volví a dormirme.
Siete de la mañana. Desperté. Ya no volví a dormirme.
Teniendo en cuenta que normalmente lo paso fatal los primeros días a este lado del Atlántico por culpa del jet lag, esta vez ha sido estupendo. Tengo que agradecer a la doctora Manene su consejo de tomar melatonina para paliar el problema de sueño. Según Patricia, es puro placebo. A mí me da igual. Ha funcionado, que es lo importante.
Estuve hasta las diez tonteando en la habitación. A esa hora abren las tiendas aquí. Mi primera misión en este país era ir a una tienda en concreto, al templo de la sabiduría, al Apple Store. 
Mi hotel está a unos pasos de Lincoln Road, la calle donde están todas las tiendas interesantes.
Encontré por el camino a poca gente, los negocios abriendo sus puertas, los restaurantes preparándose para los desayunos tardíos de los que ayer anduvieron de fiesta hasta las tantas. Sin embargo, el Apple Store estaba a reventar de gente. Turistas que como yo aprovechan las ventajas del cambio Euro/Dólar para comprar más barato que en Europa, o de otros países donde los productos de este tipo se gravan con un impuesto desorbitado. 
Mi objetivo era un iPad Mini 5. Mi iPad actual lleva conmigo desde que lo compré en Nueva York en 2011. El pobre ha dado todo lo que tenía que dar y mucho más. Últimamente anda renqueando, necesitado de un merecido retiro. 
Los iPhone 11 me ponían ojitos, dos y tres ojitos, pero resistí la tentación. El que compré aquí hace tres años va como una bala. Puede aguantar alguna temporada más.
En lugar de llevarme mi tesoro sin abrir, me quedé en la tienda poniéndolo en marcha bajo la supervisión de un chico encantador que hablaba español perfectamente y que nos atendía a mí y a todos los que estaban sentados a la mesa a la vez. Un máquina.
Una vez estuvo todo en funcionamiento, me fui a dar una vuelta por Macy’s, Forever 21, Foot Locker, y todas las demás tiendas que me parecieron interesantes. Compré unos Levi’s. Lo que no puede comprar fueron unas zapatillas de deporte Nike que me hacen falta. Había el modelo que quería, a un precio estupendo, pero no me encontré cómoda con ellas.
Cayó un chubasco tremendo mientras estaba en la casa Nike. Yo me enteré al salir, cuando lucía el sol de nuevo. Estaba toda la calle encharcada y se notaba el ambiente mucho más húmedo y caluroso. 
No hace tanto calor como hace tres años. Se soporta perfectamente, aunque no deja de ser un calor húmedo pegajoso.
Estuve en una de esas farmacias que hay por aquí, en las que se vende más un poco de todo que medicamentos. Tenían caretas para Halloween, souvenirs, chocolatinas de todo tipo, bebidas variadas, leche condensada La Lechera, bolas de nieve de pega para jugar dentro de casa y Kit Kat que brilla en la oscuridad. 
Los precios de la comida son disparatados. Ya os conté la otra vez que vine a Florida que el agua de botella sale más cara que la Coca Cola. Una caja de cereales cuesta alrededor de cinco dólares. La botella de medio litro de Coca Cola de cereza que compré para tener en el hotel me costó 2,19 dólares.
A las dos de la tarde me acerqué a Five Guys a probar sus hamburguesas, las preferidas de Obama. Menos mal que pedí la opción pequeña. Son las nueve y pico de la noche y aún me dura el atracón. 
Lo mejor son las patatas. Están cortadas y preparadas allí mismo, fritas en aceite de cacahuete. Te entregan la comida en una bolsa de papel, con las patatas dentro de un vaso de plástico. Al sujeto que preparaba los menús debí de caerle bien porque volcó la cesta de la freidora en mi bolsa, dejando caer todas las patatas que había. Una barbaridad de patatas.
La bebida te la tienes que servir tú en un dispensador de refrescos chulísimo. Hay un montó de sabores diferentes. No se me ocurrió mejor idea que probar la Coca Cola de frambuesa. Nada recomendable. Nada comparable con el magnífico sabor de la Coca Cola de cereza que me estoy tomando ahora mientras os escribo.
Después de comer subí a la habitación del hotel para meter las chanclas y el bronceador en la mochila, por si me daba un aire y me metía en la playa. No me metí en la playa. Di una caminata larguísima por el paseo marítimo en dirección norte, pasando por todos los hoteles de lujo que tienen piscina y acceso directo a la playa. Unos cuantos estaban en obras, entre ellos el Ritz Carlton, justo enfrente de mi hotel.
De uno de los hoteles salió un camarero con una cajita de madera con comida para uno de sus huéspedes que estaba en la zona privada de la playa tumbado en una hamaca. Son esas cosas que tiene ser rico.
Soplaba bastante viento, pero se agradecía porque mitigaba la sensación de calor.
Cuando me cansé de caminar me subí a un autobús con forma de tranvía que circula de manera gratuita arriba y debajo de Collins Avenue. Quería ver la parte más al norte de South Beach. Pasamos por la zona donde están las casas de Julio Iglesias y otros pobres hombres. Subieron varios adolescentes hispanos cuya conversación podría haber tenido lugar en cualquier lugar de España. Comparaban a los jugadores del Real Madrid y el Barcelona. Pasamos por un negocio llamado “Churros Manolo”.
En cierto momento el chófer paró el vehículo y se bajó dejándolo en marcha con nosotros dentro. Ahora vengo, dijo. Se metió en un parque para volver al cabo de diez minutos. Dejo a vuestra imaginación lo que sucedió en ese parque.
Los asientos del autobús/tranvía son bancos de la calle atornillados al suelo. Llamarlos incómodos se queda corto.
Hoy he visto Miami con otros ojos. Me ha gustado un poco más.
Como me bajé junto al hotel, subí un momento a descansar. Luego estuve husmeando por la zona de la piscina. Hay unas ventanas redondas desde las que puedes ver a la gente dentro del agua.
Me acerqué de nuevo a la farmacia que vende de todo para inspeccionar pasillo por pasillo en busca del encargo que me ha hecho Dani. Cuando viajo recibo encargos de lo más variopintos, pero creo que éste se lleva el premio.
Hay una película llamada Zombieland que no he visto porque no me van las cosas de zombies. Parece ser que tiene lugar un apocalipsis zombie, durante el cual el protagonista no tiene mejor idea que ir a buscar los Twinkies que quedan sin comer por el mundo. Pues Dani quiere comer Twinkies, así que Dani va a comer Twinkies.
Me llamó Alex para quedar para comer mañana. Va a venir desde Fort Lauderdale a pasar la tarde conmigo. Alex es la que tiene iguanas viviendo en el embarcadero de su casa, muy a su pesar. También me comunicó que la naviera le ha cancelado la visita de trabajo que teníamos programada para el sábado por la mañana a bordo de un crucero aquí en el puerto de Miami. Una lástima.
Di un corto paseo hasta que anocheció poco después de las siete. Estuve por Española Way, una calle peatonal que conocí completamente destripada y que ha quedado muy bonita, con terrazas de restaurantes españoles e italianos.
A las siete y media volví al hotel definitivamente. En recepción pedí hielo para mi Coca Cola de cereza. A esta hora aún estoy esperando a que alguien venga a traérmelo, aunque no ha hecho falta. La nevera de la habitación está vacía, para que metas dentro lo que quieras. La temperatura dentro es suficiente para congelar pingüinos. 
Me voy a la cama sin cenar. Sigo haciendo la digestión de la comida.
Buenas noches desde Miami.








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