29 oct 2019

Una cateta en Miami e Islas Caimán (Día 6)

Comienzan los días de no dormir. A las seis de la mañana, ya totalmente de día, estábamos las cuatro en planta, ellas tres porque se iban a hacer submarinismo y yo por acompañarlas en el desayuno. Lo del submarinismo queda descartado por mi parte. Ni tengo licencia ni la voy a tener. Lo de que tu vida dependa de una botella es vivir muy al límite.
Cuando se fueron me di una ducha tranquilamente y fui al hotel Marriott a desayunar con Despina, su hermana y el pequeño Ektoras. La última vez que coincidí con él fue hace tres años en el crucero a las Bahamas. El mierdecilla, a sus cinco años, habla un inglés impecable. Estudia en un colegio británico en Limassol. Además, el grupo de amigos de sus padres es internacional, por lo que tiene muchas oportunidades de practicar el idioma, y no se corta un pelo. Te pasas la vida estudiando para que llegue un enano de estos y te deje sin palabras.
Da igual que sean las seis de la mañana que las seis de la tarde. Hace siempre el mismo calor húmedo. Lo mejor es moverse lentamente, sin hacer esfuerzos para evitar el sudor. Ahora me explico la razón por la cual estos países no evolucionan. Si es que no se puede.
Fui a dar un corto paseo por la playa para explorar la zona. Hay muy poco espacio para caminar porque los resorts ocupan hasta el mismo borde del agua. Lo interesante es el color de la arena, del agua y la agradable temperatura para bañarse. Yo me metí hasta la rodilla. Todo un hito.
La gente estaba pasándoselo bomba a las diez de la mañana sumergida en el agua hasta la cintura sosteniendo en una mano el botellín de cerveza o el cocktail de colores.
A las doce menos cuarto fui a registrarme para la conferencia de WISTA en el hotel Marriott. Me encontré con Sue, la inglesa negociadora de rescates, volviendo del supermercado con provisiones para su habitación. La acompañé y nos estuvimos tomando un refrigerio en su terraza hasta que llegaron Lena y Alex también a tomar algo.
Bajamos a comer a la terraza del hotel. Se nos unieron Karin y Elisa. Jeanne tuvo que quedarse en el apartamento porque tenía una llamada de trabajo. Luego apareció también Thea.
De vez en cuando se pone a llover pero no molesta. Los que se están bañando siguen bañándose. Los que están en los bares se guarecen más que nada para proteger sus vasos del agua.
Este tipo de vida hay que cortarla rápido porque es muy fácil acostumbrarse. Llevo seis días en el extranjero sin dar golpe, viviendo como si no hubiera un mañana. Desde ayer la cosa ha ido a mucho peor. Caribe, playa, risas. Hoy incluso bebí un dedo de champán.
Pasamos la tarde no haciendo nada en particular. 
Por los senderos de cemento dentro de la urbanización te encuentras con unos bichos que a primera vista parecen lagartijas, cuando te acercas te parecen iguanas diminutas y cuando echan a correr alucinas. Levantan la panza del suelo, alargan las patas y salen disparados.
Jeanne y yo nos acercamos a la playa a ver la puesta de sol a las seis de la tarde. Espectacular.
A las seis y cuarto comenzamos a recibir invitados en el apartamento para tomar algo antes de salir a cenar a las siete y cuarto.
Me mandaron probar una máscara de buceo con cuernos de diablo que le van a regalar a Kathi cuando llegue el miércoles. Tuvieron que ayudarme a sacármela de la cabeza porque se me quedó atascada. El video adjunto fue reproducido múltiples veces el resto de la noche por la risa contagiosa de Thea.


Cenamos en un restaurante donde nos metieron la clavada del siglo.  

A la vuelta nos pitaban coches cada poco. Eran los minibuses y los taxis locales llamando la atención de los turistas por si quieren hacer uso de ellos.
Ya en el apartamento nos sentamos un rato a charlar antes de acostarnos.
Buenas noches desde Grand Cayman.

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