28 oct 2019

Una cateta en Miami e Islas Caimán (Día 5)

A las cinco de la mañana desperté por motivos técnicos y cometí el error de entretenerme a leer mensajes en el teléfono. Estuve despierta una media hora, para volver a dormirme a continuación. No sólo me mantuvo en vela el teléfono, sino el tráfico de personas por el hotel. Entre los que volvían de farra y los que salían con sus maletas camino del aeropuerto, aquello parecía una terminal de autobuses en hora punta. Incluso oí a un perro jadeando junto a mi puerta, seguido por su jovencísima dueña llamándolo al orden.
Se ha desatado la Twinkymanía en España. He creado un monstruo. ¿Tú también, Pili?
Volviendo  a la cena de ayer con mi familia americana, cuando pregunté a mi primo Alberto, con el que apenas me llevo un par de meses, por su profesión, me contestó: blanqueo de dinero. Qué cara no le pondría yo que inmediatamente tuvo que especificar: anti blanqueo de dinero. 
Los dos hermanos, Sandy y Alberto, se comunican en inglés entre sí, pero cuando hablan con su madre lo hacen en español. Esto dio lugar a una divertidísima situación, ya que mezclaban un idioma con otro en la misma frase.
A las ocho menos cuarto salí de la cama para entrar en la ducha. A las nueve lo tenía todo recogido y no había nada más que hacer, así que cogí carretera y manta hacia el aeropuerto.
La parada del autobús 150 está justo al costado del hotel. Según la aplicación para móvil Moovit (absolutamente recomendable), el siguiente autobús pasaría a las nueve y veinte. A esa hora exactamente se detenía en la parada para recogerme. 
Subí a bordo con el dinero exacto del billete preparado. Para pagar hay que introducir los billetes en una ranura y las monedas en otra. Cuando me disponía a llevar a cabo esa operación, la conductora me dijo “move”. Y yo queriendo pagar el billete, y ella insistiendo, “move”. Así que me moví hacia el interior sin pagar. Un señor que entró detrás de mí con sus dos hijos insistió en saber el motivo por el cual íbamos a viajar todos gratis. La conductora, parca en palabras, dijo que el aparato de cobrar estaba estropeado.
Subió un veterano de guerra sin piernas montado en una silla a la que no le cabían más cachivaches. La conductora lo trincó con unas cinchas. Menos mal que lo trincó, porque cuando enfiló la autopista del aeropuerto alcanzamos velocidades de vértigo. El veterano habría comido cristales de no ir trincado.
Llegamos al aeropuerto en media hora gracias a la velocidad y a la ausencia de tráfico.
Mientras estaba en la cola para dejar la maleta que yo misma facturé en una máquina, vi como un señor facturaba unas enormes bolas de navidad que dudo lleguen enteras a destino.
El control de pasajeros fue relativamente rápido. Nos hicieron caminar de dos en dos por una línea. Justo detrás de cada pareja de pasajeros atravesaban un perro con aspecto adorable olisqueando nuestro rastro.
No había mucha variedad de tiendas, así que fui a sentarme junto a la puerta de embarque a escribiros un rato en un pequeño escritorio situado mirando a la pared. A mi izquierda se colocó un judío acatarrado a rezar.
Alex apareció a mi espalda y me dio un susto de muerte. Antes de ayer nos enteramos de que volábamos en el mismo avión sin habernos puesto de acuerdo.
A las once de la mañana nos sentamos a comer nachos en Friday’s.
Nuestro avión salió puntualmente camino de Grand Cayman a la una menos dos minutos de la tarde. 
Es la primera vez que vuelo con American Airlines. Yo creo que íbamos estrenando avión. Estaba impoluto. Por encima de la bandeja, los asientos llevaban una bandeja adicional para colocar teléfonos o tabletas. En la foto podéis ver a mi nuevo iPad sentadito en ella.
A pesar de ser un vuelo corto, nos dieron mini pretzels y refrescos. 
El viaje duró en total hora y media, pero se nos hizo cortísimo. Entre que nos sacamos fotos, nos reímos del vecino de al lado e hicimos unos pasatiempos en el teléfono de mierda de Alex, pasó en un pis pas. 
Al quitar el modo avión de los móviles, a las dos nos apareció el mismo mensaje: “Welcome to Jamaica”. Nos miramos y nos preguntamos si el hombre al volante se había equivocado de isla.
Grand Cayman tiene un aeropuerto de juguete. No tardamos nada en recoger el equipaje, pasar la aduana y el control de pasaportes. Por cierto, coincidimos con Jemilat de Ghana recogiendo el suyo. No nos habíamos dado cuenta de que volaba con nosotras. 
A la salida nos encontramos a Sherice, la presidente de WISTA Cayman Islands, con su marido Derek. Están recogiendo en el aeropuerto a todo el mundo que va llegando para la conferencia. ¿No son la monda?
Derek nos llevó en un vehículo enorme. Aquí conducen por la izquierda. A Alex la dejamos en el Marriott y a mí me depositó al lado, en el apartamento que hemos alquilado entre cuatro. Os envío una foto del complejo visto desde el agua.
Encontré la puerta abierta, así que entré y lo fui examinando detenidamente hasta que llegó la encargada de hacerme entrega de las llaves, pero sin llaves. Aquí se entra con una clave que hay que teclear en la puerta.
Cuando se fue procedí a abrir la maleta. Toda la ropa estaba como una pasa. Busqué la tabla de planchar y dediqué casi una hora a adecentarla. ¡Quién me mandó traer tanto lino!
Las otras tres, Karin, Elisa y Jeanne, tendrían que haber llegado una hora después de mí. Una avería las retuvo en Houston causándoles un retraso de cuatro horas.
Os voy a situar un poco en el mapa. Las Islas Cayman son cinco. Tres tienen un tamaño decente y las otras dos son cagadas de mosca en el mapamundi. Son territorio británico de ultramar. Lo que viene siendo una colonia. Yo estoy en Grand Cayman, donde se sitúa la capital, George Town. A la derecha, según se mira el mapa, queda Jamaica; por encima está Cuba y a la izquierda la península de Yucatán, con Méjico y Belice. Si te dejas caer en picado, aterrizas en Panamá, pero eso ya queda mucho más abajo.
Descubiertas por Cristóbal Colón, fueron llamadas "Las Tortugas", animales que poblaban las islas por aquel entonces. Luego creo que se las comieron casi todas y tuvieron que cambiar el nombre a Caimán, que son los bichos que quedaron y no saben tan ricos.
El territorio fue colonizado por lo más granado de épocas posteriores: piratas, desertores del ejército de Cromwell y marineros procedentes de naufragios. Hoy en día sigue habiendo piratas, pero en lugar de parche y garfio andan de chaqueta y corbata. Tampoco debe de haber patas de palo porque no he visto a nadie cojeando, de momento.
Gracias a Mónica he descubierto que mi ordenador piensa que las tormentas callan en lugar de caer. Gracias por el aviso. Errores corregidos.
A las seis fui al hotel Marriott. En el espacio de media hora pude saludar a no menos de diez miembros de WISTA que llegaban del aeropuerto o venían de la playa. 
Nos reunimos un grupo de diez personas para ir a cenar a un restaurante a cinco minutos de distancia, junto al mar. La mesa estaba preparada en la terraza. Unos peces gigantescos merodeaban justo debajo. Se comportan igual que los que tenemos nosotros en el puerto en versión XS, es decir, comen toda la mierda que encuentran. 
Cuando estábamos a punto de empezar a cenar se puso a llover torrencialmente. Tuvimos que meternos dentro a prisa y corriendo y comenzar de nuevo en otra mesa. Cené un pescado a la parrilla que se llama wahoo.
Sobre las diez volví al apartamento con Derek y Alex para llevar las provisiones que Derek nos compró ayer. Aquí los supermercados no abren los domingos.
Mis tres compañeras ya estaban instaladas.
Acompañé a Alex al hotel para recoger de su habitación otra parte de las provisiones que trajimos nosotras desde Miami. Al volver me entretuve con el grupo de las griegas que fumaban en el rinconcito del jardín acotado para ello.
De vuelta al apartamento, me senté a charlar con Karin y Jeanne. Elisa ya estaba en la cama.
Tuvimos puesto un partido de baseball entre Houston y Washington. Jeanne es súper fan de los deportes.
Buenas noches desde Grand Cayman.








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