Estuve leyendo mensajes y viendo fotos de sonrientes miembros de WISTA de diversas partes del mundo a bordo de sus aviones viajando en esta dirección.
Tras desayunar salí a dar un paseo por los alrededores. Encontré una tienda de disfraces descomunal. Vendían absolutamente de todo, incluso el uniforme de los ladrones de La Casa de Papel.
Las instalaciones cuentan con un enorme auditorio donde ayer actuó Maroon 5. En breve lo harán Tony Bennett y Andrea Bocelli.
El negocio principal es el casino. Hay también restaurantes, tiendas y hotel.
A mí lo de los casinos me parece un poco sórdido, por mucho que esté todo muy bien acondicionado y elegante. Es el público el que me da escalofríos.
En una gigantesca sala repleta de mesas se jugaban partidas de póker. Muchos clientes hacían cola para sentarse. No se me permitió sacar fotos.
Donde las tragaperras observé a una pareja con aspecto de no haberse acostado aún, y eran las once y pico de la mañana.
Los indios se han gastado una pasta en construir el complejo, pero se ve a la legua que es negocio seguro.
Aquí, además de los recuerdos que normalmente donan los artistas para exponer en las vitrinas, como ropa o guitarras, hay coches de verdad. Uno perteneció a Bono.
Por cierto, que bien podían lavar la ropa antes de donarla. Unos pantalones de Jimmy Hendrix lucían una mancha asquerosa en la pernera. Un vestido blanco de una cantante mostraba varios lamparones en la falda.
Comimos muy bien en el restaurante típico de los Hard Rock. Probé mi primera mazorca de maíz. Es un poco molesto porque se te quedan unos hilillos entre los dientes cuando muerdes para arrancar los granos.
En todo el complejo hacía un frío siberiano, tanto que cuando salí a la calle se me empañaron las gafas.
En la zona de bebidas descubrí Coca Cola de naranja y vainilla, todo en la misma botella. No seré yo quien la pruebe.
Volví a Miami en un Uber conducido por Fernando, un venezolano que resultó estar muy interesado en cómo funcionan los barcos. Por el camino nos cayó la mundial. Apenas se veía la carretera. Despejó enseguida.
Tras descansar un momentito en la habitación salí a dar una pequeña vuelta. Lincoln Road estaba muy animada.
A las seis volví al hotel a darme una ducha y descansar otro rato antes de mi cita de las siete y media.
Cuando bajé en el ascensor, ya me estaban esperando en el hall mi tía y dos de mis primos americanos, de los que había oído hablar toda mi vida pero nunca tuve ocasión de conocer personalmente. La historia de esa parte de la familia es digna de un culebrón venezolano, al que sólo le faltarían la ciega y el paralítico.
Lo primero que hizo mi prima Sandy fue disculparse por el pequeño tamaño de su coche, un Fiat Cinquecento Gucci monísimo. Le aclaré que para América, donde todo el mundo viaja en tanque, sería un vehículo liliputiense, pero que para mí era de lo más normal.
Me llevaron a cenar a Cecconis Soho Beach House, un restaurante italiano de moda lleno de gente guapa, al que suelen acudir famosos. Hoy no, casualmente.
Conectamos enseguida, así que pasamos un rato muy agradable.
Por cierto, qué poco queremos a España desde dentro y cuánto nos admiran desde fuera.
Buenas noches desde Miami.
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