27 oct 2019

Una cateta en Miami (Día 4)

Desperté a las cinco de la mañana, aunque nadie se estaba matando. Fue un momentito solamente. Continué durmiendo hasta las siete. ¡Viva la melatonina!
Estuve leyendo mensajes y viendo fotos de sonrientes miembros de WISTA de diversas partes del mundo a bordo de sus aviones viajando en esta dirección. 
Tras desayunar salí a dar un paseo por los alrededores. Encontré una tienda de disfraces descomunal. Vendían absolutamente de todo, incluso el uniforme de los ladrones de La Casa de Papel.
A las diez y media me recogió Alex en su tanque para ir a Hollywood. No el Hollywood de California, sino uno que hay por aquí, camino de Fort Lauderdale. Resulta que esta semana abrió el nuevo Hard Rock Café, un edificio impresionante con forma de guitarra, al que no han podido ponerle la parte de arriba porque hay un aeropuerto cerca, no fuera a ser que un avión se llevara por delante las clavijas. Por la noche sale un haz de luz de las dos puntas hacia el cielo.
Hard Rock Café pertenece a la tribu de los semínolas, unos indios autóctonos que están forrados gracias al negocio de los casinos. Los instalan en sus reservas, donde disfrutan de condiciones legales especiales que aprovechan a su favor. Hasta puedes fumar dentro.
Las instalaciones cuentan con un enorme auditorio donde ayer actuó Maroon 5. En breve lo harán Tony Bennett y Andrea Bocelli.  
El negocio principal es el casino. Hay también restaurantes, tiendas y hotel.
A mí lo de los casinos me parece un poco sórdido, por mucho que esté todo muy bien acondicionado y elegante. Es el público el que me da escalofríos. 
En una gigantesca sala repleta de mesas se jugaban partidas de póker. Muchos clientes hacían cola para sentarse. No se me permitió sacar fotos.
Donde las tragaperras observé a una pareja con aspecto de no haberse acostado aún, y eran las once y pico de la mañana.
Uno de los restaurantes sirve desayunos las 24 horas del día, lo cual da una idea de lo que esperan de los visitantes.
Los indios se han gastado una pasta en construir el complejo, pero se ve a la legua que es negocio seguro.
Aquí, además de los recuerdos que normalmente donan los artistas para exponer en las vitrinas, como ropa o guitarras, hay coches de verdad. Uno perteneció a Bono. 
Por cierto, que bien podían lavar la ropa antes de donarla. Unos pantalones de Jimmy Hendrix lucían una mancha asquerosa en la pernera. Un vestido blanco de una cantante mostraba varios lamparones en la falda.
Comimos muy bien en el restaurante típico de los Hard Rock. Probé mi primera mazorca de maíz. Es un poco molesto porque se te quedan unos hilillos entre los dientes cuando muerdes para arrancar los granos.
En todo el complejo hacía un frío siberiano, tanto que cuando salí a la calle se me empañaron las gafas.
Desde Hollywood fuimos hasta Fort Lauderdale. Primero entramos en un supermercado para que Alex hiciera la compra. Yo aproveché para hacer otras compras. Diana, puedes informar a tus hijos que comerán Twinkies. Que vayan viendo la película.
En la zona de bebidas descubrí Coca Cola de naranja y vainilla, todo en la misma botella. No seré yo quien la pruebe.
Luego nos acercamos a su empresa para dejar unos papeles y enseñarme a ORCA, un sistema que gestiona residuos alimentarios a bordo de barcos, enfocado principalmente para los buques de pasajeros.
Volví a Miami en un Uber conducido por Fernando, un venezolano que resultó estar muy interesado en cómo funcionan los barcos. Por el camino nos cayó la mundial. Apenas se veía la carretera. Despejó enseguida.
Al pasar por el puerto vi los tres cruceros atracados hoy. Uno de ellos era el Symphony of the Seas, el más grande del mundo.
Tras descansar un momentito en la habitación salí a dar una pequeña vuelta. Lincoln Road estaba muy animada. 
A las seis volví al hotel a darme una ducha y descansar otro rato antes de mi cita de las siete y media.
Cuando bajé en el ascensor, ya me estaban esperando en el hall mi tía y dos de mis primos americanos, de los que había oído hablar toda mi vida pero nunca tuve ocasión de conocer personalmente. La historia de esa parte de la familia es digna de un culebrón venezolano, al que sólo le faltarían la ciega y el paralítico.
Lo primero que hizo mi prima Sandy fue disculparse por el pequeño tamaño de su coche, un Fiat Cinquecento Gucci monísimo. Le aclaré que para América, donde todo el mundo viaja en tanque, sería un vehículo liliputiense, pero que para mí era de lo más normal.
Me llevaron a cenar a Cecconis Soho Beach House, un restaurante italiano de moda lleno de gente guapa, al que suelen acudir famosos. Hoy no, casualmente.
Conectamos enseguida, así que pasamos un rato muy agradable.
Tras la cena me devolvieron al hotel con la promesa de viajar a España pronto.
Por cierto, qué poco queremos a España desde dentro y cuánto nos admiran desde fuera.
Buenas noches desde Miami.









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