Ocho menos diez. Sonaron las campanas de
una iglesia cercana. Abrí un ojo y me quedé ciega de la luz que entraba por el
ventanal de la terraza.
Este viaje a Chipre no me hacía ninguna
ilusión, ninguna. De hecho, hace dos años tuve oportunidad de venir a WISTA Med
y no hice ningún esfuerzo. En mi más tierna infancia sufrí un trauma del que no
he llegado a recuperarme nunca. Mi trauma se llama Arzobispo Makarios.
Este individuo, hijo de un pastor de cabras y etnarca de la comunidad
grecochipriota, aparecía en la pantalla de nuestro televisor todos los días en
todos los Telediarios en blanco y negro, que da mucho más miedo. En casa no nos
permitían ver las películas de dos rombos, pero estábamos presentes en obligado
silencio a la hora de los Telediarios, bastante más terroríficos que cualquier
película de ficción.
El tal Makarios estaba metido en muchos
líos a principios de los 70. Salía vestido de negro, con un gorrito negro y
rodeado de mucha gente cabreada. Me causaba escalofríos cada vez que aparecía
en la pantalla.
Aprovecho para contaros mis otros traumas
televisivos, ya que estamos:
2- El terremoto de Nicaragua en 1972. Escombros y muchos niños de mi edad
llorando llenos de polvo. Un recuerdo imborrable.
3- El asesinato de Carrero Blanco en 1973.
Yo me preguntaba por qué había un agujero en el suelo y un coche en lo alto de
un edificio y por qué el coche no estaba en el fondo del agujero. No tenía yo
muy controlado entonces cómo funcionaba una explosión.
Debe de ser por todo esto que no veo
televisión.
Por otro lado, he tenido que montar el
circo de la cabra para llegar a Chipre porque Iberia se empeña en que no vuele
con ellos. Han eliminado el vuelo de las siete de la mañana a Madrid, lo cual
hace imposible conectar con cualquier vuelo diurno a casi cualquier destino. La
otra opción era pasar la noche visitando cuatro aeropuertos para llegar a
Larnaca a las nueve de la mañana hecha
un trapo. Faro/Londres/Larnaca era la opción menos salvaje y más económica.
Ayer no me quedé a dormir en Larnaca porque
lo único que hay que ver allí es la iglesia de San Lázaro. Lázaro se murió allí
definitivamente y parte de su cuerpo está enterrado en esa iglesia. Digo parte
de su cuerpo porque ya sabéis la costumbre que tiene la iglesia de repartir
brazos y piernas de santos por ahí para que todo el mundo tenga su relicario.
Una vez me armé de valor para salir de la
cama, me asomé a la terraza a ver un poco el vecindario. Observé que todas las
viviendas cuentan con sistemas de energía solar y que la mayoría de
las edificaciones bajas tienen la ferralla a la vista, como si fueran a seguir
edificando más plantas.
Encima de la mesilla de noche hay una hoja
plastificada explicando a los huéspedes que las toallas están para secarse, no
para limpiar los zapatos. ¿Qué tipo de gente se hospeda aquí?
A las diez me llamaron a la puerta para
rellenar el minibar. Que digo yo que un domingo a las diez de la mañana es un
poco temprano para eso.
A las once menos cuarto salí a la calle.
Seguía aparcado en la puerta el coche de la boda de ayer, ya sin lazo en el
techo. Supongo que les habrá hecho mucha gracia que les llamaran para
rellenar el minibar después de acostarse a las tantas.
Eché a andar hacia el paseo marítimo. Todo
me resultaba más que familiar, y es que esto es muy parecido a Portugal. Hay un
aire semi cutre cuando te alejas de la zona turística o de las carreteras
principales. Eso sí, no me crucé con ningún carro tirado por un burro como es
costumbre en el país vecino.
El paseo marítimo es más largo que un día
sin pan. Tardé una hora en llegar a la zona antigua de Limassol bajo un sol
abrasador. Había mucha gente en la playa, pero todo gente de medio pelo. Mucho
ruso, muchos grupos de mujeres filipinas e indias que supongo serán servicio
doméstico con el día libre. La arena era parduzca y no había demasiado espacio
entre el paseo y la orilla.
En la acera de enfrente, delante de un
edificio de apartamentos de lujo, había aparcados varios carromatos.
Por aquí pasó Ricardo Corazón de León
camino de las cruzadas después de los Bizantinos y antes de los alemanes, los mamelucos,
los venecianos, los otomanos y los ingleses. Ahora están los rusos, pero
extraoficialmente.
Los ingleses dejaron los volantes a la
derecha, los almacenes Debenhams, los mismos semáforos que te encuentras en
Londres y los pasos de cebra, aunque los respetan tanto como si fueran
españoles. De los mamelucos no he sido capaz de identificar nada.
Cuando ya desesperaba un poco de tanto
andar, vi que me encontraba en la zona de la catedral ortodoxa, donde
se celebraba un bautizo cuando entré. Está construida sobre los restos de un
templo bizantino, pero es completamente moderna, sin ningún interés especial.
Hay tal mezcla de culturas que te puedes
encontrar una iglesia anglicana, una armenia, una católica, una ortodoxa, una
evangélica, una copta y una mezquita. Y no se prenden fuego unas a las otras.
Di un paseo por lo que llaman el “old
town”, que es “old” de viejo no de antiguo, porque está todo que se cae a
pedazos. Las zonas mejor conservadas son aquellas donde se han
instalado los restaurantes y los bares de copas.
Estuve en el castillo medieval, que no
ofrece gran cosa, excepto cuatro piedras antiguas y un par de cañones.
Como había quedado para cenar, hice el
esfuerzo de comer temprano aunque aún no tenía mucha hambre. Encontré un sitio
muy chulo decorado con paraguas. Parece ser que aquí llueve poco, así que les
han encontrado una utilidad diferente a la habitual.
Comí souvlaki con pan de pita, arroz y
ensalada mientras sonaba música de Amparanoia. El souvlaki son los pinchos de
carne. Era de cerdo y no estaba marinado. No fue un éxito. Los he comido mucho
más ricos.
Fui caminando hasta la marina. Hay zonas
que están aún en fase de construcción. Es espectacular. Había atracados unos
cuantos yates de tamaño grande y uno enorme en una zona a la que no se podía
acceder sin permiso.
Y con esto quedó visto todo lo que había
que ver en Limassol.
Volví sobre mis pasos hacia el hotel. Entré
en un par de tiendas de souvenirs que son como museos de los horrores. No se
salvaba absolutamente nada. Venden cerámica cutre, guerreros de cobre de la
Grecia antigua, paños de cocina con “Cyprus” bordado en colores, toallas de
playa con fotos de burros y un sinfín de objetos inútiles horrendos.
Tardé cincuenta minutos en llegar al hotel
a paso de tambor sudando como un pollo. Tenía en el móvil una llamada perdida
de Laura Ramil, una gallega que vivió diez años en Limassol, hasta que hace
poco decidió cambiar de aires por motivos que no vamos a explicar aquí. Es
miembro de WISTA Chipre y nos conocimos en París hace dos años. Quedé con ella
en el hall del hotel, previo paso por la ducha.
Estuvimos un rato charlando junto
a la piscina, hasta que pasaron a recogerla sus familiares. Yo subí a la
habitación a descansar un rato.
Laura me explicó lo de la ferralla de las
casas. Parece ser que no empiezas a pagar el IBI hasta que la edificación de tu
casa está finalizada. Si dejas la ferralla al aire puedes decir que aún no
terminaste de edificar la planta superior, así que estás exento del pago por
los siglos de los siglos. Partida de chorizos.
A las ocho menos cuarto bajé a pedir un
taxi. Mientras llegaba estuve charlando con el botones, un señor muy simpático
que trabajó en Sony hasta que explotó la crisis aquí.
Llegué al punto de encuentro cerca del
castillo con cinco minutos de antelación, pero tuve que esperar otros quince a
que llegaran las demás, Karin, Jeanne, Kathi y Alex, que son nuestra presidente
holandesa, la americana que está en el comité ejecutivo, la alemana directora
de INTERTANKO y la presidente de WISTA USA. Las tres primeras son unas locas
del submarinismo y llevan aquí desde el viernes practicando sus locuras. Alex
llegó esta tarde procedente de Florida, donde vive con sus iguanas.
Cenamos en una terraza junto al castillo. Por fin pude probar el halloumi, un queso de cabra y oveja de
aspecto gomoso que es mejor hacer al grill porque crudo no hay quien lo coma.
Me encantó.
A las once y media nos subimos las cinco a
un taxi (sí, no es la primera vez que lo veo aquí) porque Jeanne se negó a que
me fuera yo sola. Tuve que ir sentada en los brazos de las otras tres que
fueron en el asiento de atrás. Me depositaron sana y salva en mi hotel y
siguieron ruta hacia los suyos.
Quince minutos más tarde entraba en coma
profundo.
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