6 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 3)

Ocho menos diez. Sonaron las campanas de una iglesia cercana. Abrí un ojo y me quedé ciega de la luz que entraba por el ventanal de la terraza.
Este viaje a Chipre no me hacía ninguna ilusión, ninguna. De hecho, hace dos años tuve oportunidad de venir a WISTA Med y no hice ningún esfuerzo. En mi más tierna infancia sufrí un trauma del que no he llegado a recuperarme nunca. Mi trauma se llama Arzobispo Makarios. Este individuo, hijo de un pastor de cabras y etnarca de la comunidad grecochipriota, aparecía en la pantalla de nuestro televisor todos los días en todos los Telediarios en blanco y negro, que da mucho más miedo. En casa no nos permitían ver las películas de dos rombos, pero estábamos presentes en obligado silencio a la hora de los Telediarios, bastante más terroríficos que cualquier película de ficción.
El tal Makarios estaba metido en muchos líos a principios de los 70. Salía vestido de negro, con un gorrito negro y rodeado de mucha gente cabreada. Me causaba escalofríos cada vez que aparecía en la pantalla.
Aprovecho para contaros mis otros traumas televisivos, ya que estamos:
2- El terremoto de Nicaragua en  1972. Escombros y muchos niños de mi edad llorando llenos de polvo. Un recuerdo imborrable.
3- El asesinato de Carrero Blanco en 1973. Yo me preguntaba por qué había un agujero en el suelo y un coche en lo alto de un edificio y por qué el coche no estaba en el fondo del agujero. No tenía yo muy controlado entonces cómo funcionaba una explosión.
Debe de ser por todo esto que no veo televisión.
Por otro lado, he tenido que montar el circo de la cabra para llegar a Chipre porque Iberia se empeña en que no vuele con ellos. Han eliminado el vuelo de las siete de la mañana a Madrid, lo cual hace imposible conectar con cualquier vuelo diurno a casi cualquier destino. La otra opción era pasar la noche visitando cuatro aeropuertos para llegar a Larnaca a  las nueve de la mañana hecha un trapo. Faro/Londres/Larnaca era la opción menos salvaje y más económica.
Ayer no me quedé a dormir en Larnaca porque lo único que hay que ver allí es la iglesia de San Lázaro. Lázaro se murió allí definitivamente y parte de su cuerpo está enterrado en esa iglesia. Digo parte de su cuerpo porque ya sabéis la costumbre que tiene la iglesia de repartir brazos y piernas de santos por ahí para que todo el mundo tenga su relicario.
Una vez me armé de valor para salir de la cama, me asomé a la terraza a ver un poco el vecindario. Observé que todas las viviendas cuentan con sistemas de energía solar y que la mayoría de las edificaciones bajas tienen la ferralla a la vista, como si fueran a seguir edificando más plantas.
Encima de la mesilla de noche hay una hoja plastificada explicando a los huéspedes que las toallas están para secarse, no para limpiar los zapatos. ¿Qué tipo de gente se hospeda aquí?
A las diez me llamaron a la puerta para rellenar el minibar. Que digo yo que un domingo a las diez de la mañana es un poco temprano para eso.
A las once menos cuarto salí a la calle. Seguía aparcado en la puerta el coche de la boda de ayer, ya sin lazo en el techo. Supongo que les habrá hecho mucha gracia que les llamaran para rellenar el minibar después de acostarse a las tantas.
Eché a andar hacia el paseo marítimo. Todo me resultaba más que familiar, y es que esto es muy parecido a Portugal. Hay un aire semi cutre cuando te alejas de la zona turística o de las carreteras principales. Eso sí, no me crucé con ningún carro tirado por un burro como es costumbre en el país vecino.
El paseo marítimo es más largo que un día sin pan. Tardé una hora en llegar a la zona antigua de Limassol bajo un sol abrasador. Había mucha gente en la playa, pero todo gente de medio pelo. Mucho ruso, muchos grupos de mujeres filipinas e indias que supongo serán servicio doméstico con el día libre. La arena era parduzca y no había demasiado espacio entre el paseo y la orilla.
En la acera de enfrente, delante de un edificio de apartamentos de lujo, había aparcados varios carromatos.
Por aquí pasó Ricardo Corazón de León camino de las cruzadas después de los Bizantinos y antes de los alemanes, los mamelucos, los venecianos, los otomanos y los ingleses. Ahora están los rusos, pero extraoficialmente.
Los ingleses dejaron los volantes a la derecha, los almacenes Debenhams, los mismos semáforos que te encuentras en Londres y los pasos de cebra, aunque los respetan tanto como si fueran españoles. De los mamelucos no he sido capaz de identificar nada.
Cuando ya desesperaba un poco de tanto andar, vi que me encontraba en la zona de la catedral ortodoxa, donde se celebraba un bautizo cuando entré. Está construida sobre los restos de un templo bizantino, pero es completamente moderna, sin ningún interés especial.
Hay tal mezcla de culturas que te puedes encontrar una iglesia anglicana, una armenia, una católica, una ortodoxa, una evangélica, una copta y una mezquita. Y no se prenden fuego unas a las otras.
Di un paseo por lo que llaman el “old town”, que es “old” de viejo no de antiguo, porque está todo que se cae a pedazos. Las zonas mejor conservadas son aquellas donde se han instalado los restaurantes y los bares de copas.
Estuve en el castillo medieval, que no ofrece gran cosa, excepto cuatro piedras antiguas y un par de cañones.
Como había quedado para cenar, hice el esfuerzo de comer temprano aunque aún no tenía mucha hambre. Encontré un sitio muy chulo decorado con paraguas. Parece ser que aquí llueve poco, así que les han encontrado una utilidad diferente a la habitual.
Comí souvlaki con pan de pita, arroz y ensalada mientras sonaba música de Amparanoia. El souvlaki son los pinchos de carne. Era de cerdo y no estaba marinado. No fue un éxito. Los he comido mucho más ricos.
Al terminar fui a reservar mesa para la cena en un sitio muy chulo que había visto anteriormente.
Fui caminando hasta la marina. Hay zonas que están aún en fase de construcción. Es espectacular. Había atracados unos cuantos yates de tamaño grande y uno enorme en una zona a la que no se podía acceder sin permiso.
Y con esto quedó visto todo lo que había que ver en Limassol.
Volví sobre mis pasos hacia el hotel. Entré en un par de tiendas de souvenirs que son como museos de los horrores. No se salvaba absolutamente nada. Venden cerámica cutre, guerreros de cobre de la Grecia antigua, paños de cocina con “Cyprus” bordado en colores, toallas de playa con fotos de burros y un sinfín de objetos inútiles horrendos.
Tardé cincuenta minutos en llegar al hotel a paso de tambor sudando como un pollo. Tenía en el móvil una llamada perdida de Laura Ramil, una gallega que vivió diez años en Limassol, hasta que hace poco decidió cambiar de aires por motivos que no vamos a explicar aquí. Es miembro de WISTA Chipre y nos conocimos en París hace dos años. Quedé con ella en el hall del hotel, previo paso por la ducha.
Estuvimos un rato charlando junto a la piscina, hasta que pasaron a recogerla sus familiares. Yo subí a la habitación a descansar un rato.
Laura me explicó lo de la ferralla de las casas. Parece ser que no empiezas a pagar el IBI hasta que la edificación de tu casa está finalizada. Si dejas la ferralla al aire puedes decir que aún no terminaste de edificar la planta superior, así que estás exento del pago por los siglos de los siglos. Partida de chorizos.
A las ocho menos cuarto bajé a pedir un taxi. Mientras llegaba estuve charlando con el botones, un señor muy simpático que trabajó en Sony hasta que explotó la crisis aquí.
Llegué al punto de encuentro cerca del castillo con cinco minutos de antelación, pero tuve que esperar otros quince a que llegaran las demás, Karin, Jeanne, Kathi y Alex, que son nuestra presidente holandesa, la americana que está en el comité ejecutivo, la alemana directora de INTERTANKO y la presidente de WISTA USA. Las tres primeras son unas locas del submarinismo y llevan aquí desde el viernes practicando sus locuras. Alex llegó esta tarde procedente de Florida, donde vive con sus iguanas.
Cenamos en una terraza junto al castillo. Por fin pude probar el halloumi, un queso de cabra y oveja de aspecto gomoso que es mejor hacer al grill porque crudo no hay quien lo coma. Me encantó.
A las once y media nos subimos las cinco a un taxi (sí, no es la primera vez que lo veo aquí) porque Jeanne se negó a que me fuera yo sola. Tuve que ir sentada en los brazos de las otras tres que fueron en el asiento de atrás. Me depositaron sana y salva en mi hotel y siguieron ruta hacia los suyos.
Quince minutos más tarde entraba en coma profundo.
 

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