Ayer por la noche, cuando intenté conectarme a
internet en la habitación, no fui capaz. Llamé a recepción y en diez minutos
apareció un fulano tuerto a arreglar el entuerto. Eran casi las dos de la
madrugada. Eso es un servicio de calidad.
Otra cosa que funciona maravillosamente son los
ascensores. Pulsas el botón y en menos de diez segundos aparece alguno, a pesar
de estar el hotel completo. Siempre hay un par de rusos dentro. Nunca los
mismos. Esta mañana bajé con una señora mayor y un niño de meses con cara de
ruso cabreado.
Lo único sorprendente son los gatos. Se pasean por los
jardines y te miran con cara de víctimas cuando estás comiendo sin que nadie
haga nada por echarlos.
Otra vez desperté unos minutos antes de que sonara el
despertador a las ocho. Bajé a desayunar con más tranquilidad que ayer. A las
nueve empezaron las sesiones de la conferencia. Iba a venir a
inaugurarla el presidente de Chipre, pero ya se sabe cómo son los presidentes.
Nos mandó en su lugar a un ministro con un mensaje escrito en un papel.
Confieso que tuve enormes dificultades para seguir las
ponencias porque estaba muerta cadáver por las pocas horas de sueño.
A la hora del descanso trajeron a Ektoras, el hijo de
Despina, para que viera a su madre, a la que tenemos secuestrada en el hotel.
El tío no se inmutó lo más mínimo cuando se le echaron encima trescientas
mujeres a hacerle carantoñas.
Comimos a la una en la terraza del hotel, en el mismo
buffet donde sirven el desayuno. Hacía un calor importante. En la sala de
conferencias, sin embargo, la pashmina que nos han regalado las holandesas está
salvando la vida a la mayoría.
La vista desde la mesa donde estaba comiendo con
cuatro griegas y una india era interesante.
Antes de reanudar las sesiones vino Alex la americana
a traerme un paquete de Maltesers para hacerme más llevadera la tarde.
Se sentó delante una nigeriana que me quitaba toda la
vista con sus pelos. Es la misma que en Montreal iba subida a unos
zapatos espantosos de plataforma. Hoy lleva unos parecidos. Es una tía enorme,
lleva unas gafas doradas enormes, unos collares enormes, unos anillos de oro
enormes y un culo enorme. Después del descanso para tomar café desapareció, así
que pude ver a los ponentes sin problema.
A las seis en punto terminamos. Me fui con ocho
griegas a tomar un refresco a la terraza y, sobre todo, a que nos diera el aire
después de tantas horas metidas dentro.
Birgit y Baby WISTA hicieron acto de presencia por
primera vez durante el día. Erik había tenido un día difícil. La madre llegó a
pensar en tirarlo por la ventana, abandonarlo en la habitación o darse a la
bebida.
Ektoras también vino a vernos. Por fin se conocieron
los dos bebés de la conferencia.
A las siete subí a darme una ducha y a vestirme para
la cena de gala.
Sobre las ocho salimos en autobuses hacia Carob Mill,
un antiguo almacén y molino reconvertido en sala de festejos y varios
restaurantes. Fue allí donde cenamos el domingo pasado.
Antes de sentarnos estuvimos sacándonos fotos como
recuerdo, las americanas con unas gafas luminosas.
Despina dio un discurso, el ministro de transporte
otro, Karin otro más, luego le dieron un premio de agradecimiento a la periodista británica Rose George por haber hecho
visible a la invisible industria marítima con su libro “90 por ciento de todo”.
A continuación subieron al escenario unos
chicos guapísimos vestidos de esmoquin. Eran un grupo de cantantes suecos a
capela con algunos de los cuales no pude evitar fotografiarme para la
posteridad.
Mientras cantaban nos comíamos el pan
porque había mucha hambre y ya era un poco tarde.
Aparecieron a cenar treinta personas más de
las previstas porque varios patrocinadores se presentaron con invitados sin
avisar. Tuvieron que improvisar rápidamente más mesas. Misteriosamente hubo
comida para todos.
Entre plato y plato se desmadró la
situación. Empezaron a bailar en la pista sin esperar a los postres. Se desató
la locura cuando sonó “Dancing Queen”, nuestro himno extraoficial.
A la una y cuarto dejamos bailando a las
más fiesteras y nos fuimos de vuelta al hotel en autobús, yendo directamente a
dormir, sin pasar por la terraza, donde algunas griegas continuaban la fiesta.
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