10 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 7)


Ayer por la noche, cuando intenté conectarme a internet en la habitación, no fui capaz. Llamé a recepción y en diez minutos apareció un fulano tuerto a arreglar el entuerto. Eran casi las dos de la madrugada. Eso es un servicio de calidad.
Otra cosa que funciona maravillosamente son los ascensores. Pulsas el botón y en menos de diez segundos aparece alguno, a pesar de estar el hotel completo. Siempre hay un par de rusos dentro. Nunca los mismos. Esta mañana bajé con una señora mayor y un niño de meses con cara de ruso cabreado.
Lo único sorprendente son los gatos. Se pasean por los jardines y te miran con cara de víctimas cuando estás comiendo sin que nadie haga nada por echarlos.
Otra vez desperté unos minutos antes de que sonara el despertador a las ocho. Bajé a desayunar con más tranquilidad que ayer. A las nueve empezaron las sesiones de la conferencia. Iba a venir a inaugurarla el presidente de Chipre, pero ya se sabe cómo son los presidentes. Nos mandó en su lugar a un ministro con un mensaje escrito en un papel.
Confieso que tuve enormes dificultades para seguir las ponencias porque estaba muerta cadáver por las pocas horas de sueño.
A la hora del descanso trajeron a Ektoras, el hijo de Despina, para que viera a su madre, a la que tenemos secuestrada en el hotel. El tío no se inmutó lo más mínimo cuando se le echaron encima trescientas mujeres a hacerle carantoñas.
Comimos a la una en la terraza del hotel, en el mismo buffet donde sirven el desayuno. Hacía un calor importante. En la sala de conferencias, sin embargo, la pashmina que nos han regalado las holandesas está salvando la vida a la mayoría.
La vista desde la mesa donde estaba comiendo con cuatro griegas y una india era interesante.
Antes de reanudar las sesiones vino Alex la americana a traerme un paquete de Maltesers para hacerme más llevadera la tarde.
Se sentó delante una nigeriana que me quitaba toda la vista con sus pelos. Es la misma que en Montreal iba subida a unos zapatos espantosos de plataforma. Hoy lleva unos parecidos. Es una tía enorme, lleva unas gafas doradas enormes, unos collares enormes, unos anillos de oro enormes y un culo enorme. Después del descanso para tomar café desapareció, así que pude ver a los ponentes sin problema.
A las seis en punto terminamos. Me fui con ocho griegas a tomar un refresco a la terraza y, sobre todo, a que nos diera el aire después de tantas horas metidas dentro.
Birgit y Baby WISTA hicieron acto de presencia por primera vez durante el día. Erik había tenido un día difícil. La madre llegó a pensar en tirarlo por la ventana, abandonarlo en la habitación o darse a la bebida.
Ektoras también vino a vernos. Por fin se conocieron los dos bebés de la conferencia.
A las siete subí a darme una ducha y a vestirme para la cena de gala.
Sobre las ocho salimos en autobuses hacia Carob Mill, un antiguo almacén y molino reconvertido en sala de festejos y varios restaurantes. Fue allí donde cenamos el domingo pasado.
Antes de sentarnos estuvimos sacándonos fotos como recuerdo, las americanas con unas gafas luminosas.
Despina dio un discurso, el ministro de transporte otro, Karin otro más, luego le dieron un premio de agradecimiento a la periodista británica Rose George por haber hecho visible a la invisible industria marítima con su libro “90 por ciento de todo”.
A continuación subieron al escenario unos chicos guapísimos vestidos de esmoquin. Eran un grupo de cantantes suecos a capela con algunos de los cuales no pude evitar fotografiarme para la posteridad.
Mientras cantaban nos comíamos el pan porque había mucha hambre y ya era un poco tarde.
Aparecieron a cenar treinta personas más de las previstas porque varios patrocinadores se presentaron con invitados sin avisar. Tuvieron que improvisar rápidamente más mesas. Misteriosamente hubo comida para todos.
Entre plato y plato se desmadró la situación. Empezaron a bailar en la pista sin esperar a los postres. Se desató la locura cuando sonó “Dancing Queen”, nuestro himno extraoficial.
A la una y cuarto dejamos bailando a las más fiesteras y nos fuimos de vuelta al hotel en autobús, yendo directamente a dormir, sin pasar por la terraza, donde algunas griegas continuaban la fiesta.



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