Siete y diez de la mañana. Me cago en las
campanas de las iglesias ortodoxas.
Para quien no lo tenga bien situado en el
mapa, Chipre
se encuentra justo debajo de Turquía. Si por un golpe de mala suerte Turquía se
cae al suelo, se lleva Chipre por delante. Al este están Líbano y Siria, al sur
Israel (¡Hola, Vilma!) y Egipto. A las americanas las pone un poco nerviosas
estar tan cerca de Oriente Medio.
Después de recoger el equipaje, desayunar y ser acosada
en dos ocasiones por el servicio de limpieza del hotel, bajé a recepción a
despedirme y tomar un taxi rumbo al hotel Four Seasons, donde se va a celebrar
la conferencia internacional anual de WISTA. El hotel se encuentra en la zona
turística de Limassol, donde hay un hotel de lujo detrás de otro junto al mar.
Por el camino pude observar que el paisaje
es seco y rocoso, muy apropiado para las cabras, aunque no he visto ninguna de
momento. Sin embargo, tienen que estar escondidas en algún sitio. Si el padre
de Makarios estaba en el negocio de la cabra, haberlas haylas.
Al llegar al hotel mi maleta desapareció en
manos de un botones. Me acompañaron hasta el mostrador de recepción, me dieron
una toalla húmeda para limpiarme las manos que no tenía sucias, me ofrecieron
un zumo de bienvenida, me invitaron a desayunar por cuenta de la casa y se
deshicieron en disculpas por no tenerme la habitación lista a las diez de la
mañana. Salí al jardín a sentarme con mi segundo zumo de mango. Allí
me encontré con Joan, la presidente de WISTA Holanda, que es la reina del baile
y está como unas maracas. ¿Os acordáis del objeto flotante que confundieron con
un avión hundiéndose este invierno? Pues ella es la dueña de la empresa de remolques
que transportaba aquello.
Al rato apareció Katerina, la griega
miembro del comité ejecutivo de WISTA. Estuvimos charlando junto a la piscina. Luego
se nos unió Alex de Estados Unidos.
A la una y media fui a tomar posesión de mi
habitación. Mi maleta apareció por allí por arte de magia. Tengo jacuzzi y unas vistas espectaculares.
Las americanas no dejan de decir que se van
a bañar en el océano, que si el océano para arriba, que si el océano para
abajo. No se hacen a la idea de que estamos a orillas del Mediterráneo. Que
ellas no tengan mares no significa que no existan.
Según fui sacando la ropa de la maleta me
fue dando una taquicardia. Llevaba allí dentro desde el jueves por la noche y
estaba impresentable. Llamé a recepción para que me subieran una plancha y una
tabla, que fueron entregadas a los cinco minutos de llamar.
Tuve que bajar al jardín sin haber
solucionado el problema porque me llamaron al orden. Habían llegado Karin,
Jeanne y Kathi de hacer submarinismo en Larnaca y querían comer inmediatamente.
El servicio del hotel es exquisito. Están
constantemente encima, te colocan la servilleta en el regazo, te acercan la
silla cuando te vas a sentar, aparece de vez en cuando una señora inglesa a
preguntarte si estaba bien lo último que habías pedido. Nos tiene a todos
perfectamente controlados. Da un poco de miedo.
Después de comer se nos acabó la fiesta.
Karin nos llevó a Jeanne y a mí a su habitación y nos tuvo trabajando toda la
tarde. Es una máquina.
Me dio el tiempo justo de volver a la
habitación para darme una ducha, planchar muy por encima toda la ropa, contestar
a los ciento cincuenta mil correos electrónicos de WISTA que había recibido
durante el día, y bajar a encontrarme con ellas para cenar a dos hoteles de
distancia.
Me temo que el jacuzzi se va a quedar sin
estrenar porque a partir de ahora empieza la locura.
Encima de la cama me encontré el pijama perfectamente
preparado para cuando fuera a acostarme. Me recordó a la foto que nos
envió Karin cuando estuvo haciendo submarinismo en Egipto. Le dejaban las
toallas encima de la cama haciendo figuras.
Estuvimos bebiendo champán francés y Coca Cola mientras
nos reuníamos todas y nos preparaban la mesa para la cena. Hacía una
temperatura excelente.
Apareció Parker, que ha venido sola desde Estados Unidos
con los huesos de un pie rotos, teniendo que coger tres aviones. Se transporta
en un artefacto curiosísimo donde apoya la rodilla como si fuera en patinete. Por supuesto, todas tuvimos que probar cómo funcionaba aquello.
Se nos unió Despina, nuestra anfitriona para la
conferencia. Se sentó a mi lado. No sé qué fue lo que más me impactó cuando
dejó sus cosas sobre la mesa, si el iPhone 6 Plus o las llaves del Maserati.
Fuimos la mesa más ruidosa del restaurante. Justo al lado
cenaba un grupo de sacerdotes rusos que rezaron una oración al levantarse de la
mesa, no sé si por la salvación de nuestras almas después de oír los chistes
verdes que nos contaba Alex y que casi nos hacen caer al suelo de la risa.
A las doce levantamos el campo porque mañana algunas de
nosotras tenemos que madrugar.
Por supuestísimo, yo volví al hotel en el Maserati.
¿Cuándo voy a tener yo otra oportunidad de subirme a un Maserati, aunque sea
para recorrer trescientos metros?
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