7 oct 2014

Una cateta en Chipre (Día 4)

Siete y diez de la mañana. Me cago en las campanas de las iglesias ortodoxas.

Para quien no lo tenga bien situado en el mapa, Chipre se encuentra justo debajo de Turquía. Si por un golpe de mala suerte Turquía se cae al suelo, se lleva Chipre por delante. Al este están Líbano y Siria, al sur Israel (¡Hola, Vilma!) y Egipto. A las americanas las pone un poco nerviosas estar tan cerca de Oriente Medio.

Después de recoger el equipaje, desayunar y ser acosada en dos ocasiones por el servicio de limpieza del hotel, bajé a recepción a despedirme y tomar un taxi rumbo al hotel Four Seasons, donde se va a celebrar la conferencia internacional anual de WISTA. El hotel se encuentra en la zona turística de Limassol, donde hay un hotel de lujo detrás de otro junto al mar.

Por el camino pude observar que el paisaje es seco y rocoso, muy apropiado para las cabras, aunque no he visto ninguna de momento. Sin embargo, tienen que estar escondidas en algún sitio. Si el padre de Makarios estaba en el negocio de la cabra, haberlas haylas.

Al llegar al hotel mi maleta desapareció en manos de un botones. Me acompañaron hasta el mostrador de recepción, me dieron una toalla húmeda para limpiarme las manos que no tenía sucias, me ofrecieron un zumo de bienvenida, me invitaron a desayunar por cuenta de la casa y se deshicieron en disculpas por no tenerme la habitación lista a las diez de la mañana. Salí al jardín a sentarme con mi segundo zumo de mango. Allí me encontré con Joan, la presidente de WISTA Holanda, que es la reina del baile y está como unas maracas. ¿Os acordáis del objeto flotante que confundieron con un avión hundiéndose este invierno? Pues ella es la dueña de la empresa de remolques que transportaba aquello.

Al rato apareció Katerina, la griega miembro del comité ejecutivo de WISTA. Estuvimos charlando junto a la piscina. Luego se nos unió Alex de Estados Unidos.

A la una y media fui a tomar posesión de mi habitación. Mi maleta apareció por allí por arte de magia. Tengo jacuzzi y unas vistas espectaculares.

Las americanas no dejan de decir que se van a bañar en el océano, que si el océano para arriba, que si el océano para abajo. No se hacen a la idea de que estamos a orillas del Mediterráneo. Que ellas no tengan mares no significa que no existan.
Según fui sacando la ropa de la maleta me fue dando una taquicardia. Llevaba allí dentro desde el jueves por la noche y estaba impresentable. Llamé a recepción para que me subieran una plancha y una tabla, que fueron entregadas a los cinco minutos de llamar.

Tuve que bajar al jardín sin haber solucionado el problema porque me llamaron al orden. Habían llegado Karin, Jeanne y Kathi de hacer submarinismo en Larnaca y querían comer inmediatamente.

El servicio del hotel es exquisito. Están constantemente encima, te colocan la servilleta en el regazo, te acercan la silla cuando te vas a sentar, aparece de vez en cuando una señora inglesa a preguntarte si estaba bien lo último que habías pedido. Nos tiene a todos perfectamente controlados. Da un poco de miedo.

Después de comer se nos acabó la fiesta. Karin nos llevó a Jeanne y a mí a su habitación y nos tuvo trabajando toda la tarde. Es una máquina.

Me dio el tiempo justo de volver a la habitación para darme una ducha, planchar muy por encima toda la ropa, contestar a los ciento cincuenta mil correos electrónicos de WISTA que había recibido durante el día, y bajar a encontrarme con ellas para cenar a dos hoteles de distancia.

Me temo que el jacuzzi se va a quedar sin estrenar porque a partir de ahora empieza la locura.
Encima de la cama me encontré el pijama perfectamente preparado para cuando fuera a acostarme. Me recordó a la foto que nos envió Karin cuando estuvo haciendo submarinismo en Egipto. Le dejaban las toallas encima de la cama haciendo figuras.
Estuvimos bebiendo champán francés y Coca Cola mientras nos reuníamos todas y nos preparaban la mesa para la cena. Hacía una temperatura excelente.
Apareció Parker, que ha venido sola desde Estados Unidos con los huesos de un pie rotos, teniendo que coger tres aviones. Se transporta en un artefacto curiosísimo donde apoya la rodilla como si fuera en patinete. Por supuesto, todas tuvimos que probar cómo funcionaba aquello.

Se nos unió Despina, nuestra anfitriona para la conferencia. Se sentó a mi lado. No sé qué fue lo que más me impactó cuando dejó sus cosas sobre la mesa, si el iPhone 6 Plus o las llaves del Maserati.
Fuimos la mesa más ruidosa del restaurante. Justo al lado cenaba un grupo de sacerdotes rusos que rezaron una oración al levantarse de la mesa, no sé si por la salvación de nuestras almas después de oír los chistes verdes que nos contaba Alex y que casi nos hacen caer al suelo de la risa.

A las doce levantamos el campo porque mañana algunas de nosotras tenemos que madrugar.

Por supuestísimo, yo volví al hotel en el Maserati. ¿Cuándo voy a tener yo otra oportunidad de subirme a un Maserati, aunque sea para recorrer trescientos metros?

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