10 oct 2015

Una cateta en Constantinopla (Estambul, Día 7)


Ayer eran las tres de la mañana cuando por fin puse la cabeza en la almohada. Esta mañana el moro cantó un padrenuestro más, según Mercedes porque es viernes.
Me levanté a las ocho y media. Tras mis abluciones, dejé el cadáver de Anna-María abandonado en la habitación para bajar a aprovechar el desayuno que ofrecen a la puerta de la sala de conferencias.
Jeanne se estaba bebiendo una Coca Cola como buena americana con resaca.
Muchas bajas a primera hora causadas por la noche loca.
Aunque me interesaba la primera ponencia sobre el tráfico en el río Danubio, tuve que abandonar la sala para que Lena Gothberg me entrevistara para The Shipping Podcast.
Cuando terminamos estaban a punto de salir para el descanso, así que no me molesté en entrar. Me quedé charlando con las que se iban incorporando tarde.
Este año invitamos a la conferencia a una chica paquistaní a la que hemos ayudado en su preparación consiguiéndole una estancia de un mes a bordo de un buque para conocer de cerca la vida de los marinos. Su vida diaria es tan diferente de la nuestra que no sabía cómo registrarse en el hotel, como subir y bajar en un ascensor, cómo acceder a la habitación con una tarjeta electrónica y cómo volver a bajar. Dudo que se haya duchado estos días. Si yo tardé unos minutos en averiguar cómo accionar el mando para que saliera agua de aquel manubrio del demonio, ella aún estará pensando para qué sirve esa cabina de cristal dentro del baño.
No me quiero imaginar la aventura que habrá supuesto para ella coger un avión para llegar hasta aquí.
La segunda parte de la mañana fue bastante interesante. Finalizamos una hora más tarde de lo previsto.
Comimos en la primera planta, en plan bufet. Sigo controlando. Un poco de arroz, unos pocos tallarines con verdura, un poco de queso y un bollito de pan.
Las sesiones de la tarde eran talleres. Yo escogí el de medio ambiente. Estábamos todas para el arrastre. Tuve que levantarme y ponerme de pie al final de la sala para no quedarme dormida. Mientras estuve sentada, la cabeza se me iba para los lados descontroladamente como a los perritos que se ponían en la parte trasera de los coches. Una señora de Ghana se quedó frita, primero con la cabeza hacia atrás, mirando al techo y luego hacia delante.
Al terminar, nos reunimos las hispanas a charlar. Aprendimos la expresión “Soy más pesada que un collar de melones”, procedente de Argentina. La panameña me dijo que tengo cara de árabe. Perdona, le dije, yo soy de la tierra no conquistada, así que eso no es posible.
A las seis subí a darme una ducha rápida y a vestirme para la cena de gala. Yo de lo que tenía ganas era de meterme debajo del edredón y no salir hasta mañana por la tarde. Todo sea por la causa.
Anna-María apareció con un bote nuevo de laca porque no se fiaba de que el suyo le durara hasta el domingo. No le he tocado el pelo. Debe tenerlo como una piedra de la cantidad que se echa.
A las siete nos esperaba un barco frente al hotel para llevarnos al lado asiático a la cena de gala. Todas y todos íbamos muy elegantes. En la foto con Horacio, marino argentino muy amigo de WISTA.
Tardamos una hora en llegar. Por el Bósforo no se pueden hacer carreras de velocidad. Nos llevaron en autobús desde el atraque hasta el restaurante donde se celebró la cena. 
Comenzamos con una exhibición de los Whirling Dervishes que son unos individuos vestidos con una falda blanca de vuelo y un macetero en la cabeza. La inclinan hacia un lado y dan vueltas sobre sí mismos al ritmo de una música repetitiva. Parece ser que en cierto momento entran en un éxtasis religioso. En mi opinión, en lo que entran es en un mareo que te cagas.
Continuamos con Barbie violinista, una señora con un violín eléctrico de lo más molesto.
Después del primer postre salieron unas cuantas griegas a bailar un sirtaki que habían preparado como sorpresa. El escenario acabó siendo tomado al asalto por las hordas griegas que han invadido Estambul estos días.
Partieron espada en mano una tarta enorme con un 41 decorado con ojos de la suerte, como si estuviéramos en una boda. WISTA cumple este año 41 años.
La tarta de marras tenía conguitos dentro. Riquísima.
Hubo baile pero duró poco. Ayer lo dieron todo en casa de las drag queens.
A las doce y media nos llevaron en autobús de vuelta al barco y en barco de vuelta al hotel. Las del norte de Europa y las canadienses fueron todo el camino en cubierta. Yo tuve que meterme dentro con el resto. Soplaba brisa. Hoy no ha llovido en todo el día.
La conferencia ha estado estupendamente organizada. Han sido super detallistas y la comida ha salido por las orejas. No en mi caso.
Al llegar al hotel había poca gana de retirarse, de modo que invadimos el bar, que ya estaba cerrado pero que tuvieron que reabrir a petición popular.
Sobre las tres nos retiramos.


Buenas noches desde Constantinopla.

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