6 oct 2015

Una cateta en Constantinopla (Estambul, Día 4)


En algún momento de la madrugada se oyó en la lejanía al moro cantando. Si era el mismo o diferente, no puedo decirlo porque estaba lejos y lo oí medio dormida.
A las siete me levanté y después de hacer mis abluciones estuve trabajando en asuntos de WISTA sin parar hasta las nueve y media.
El estómago estaba medio bien. Para no arriesgarme decidí no comer nada, aunque pedí a Karin que mangara un plátano del desayuno para comerlo después.
Mi habitación está reservada sin desayuno porque me parece un pecado pagar 30 euros diarios aunque no salgan de mi bolsillo.
A las ocho menos diez de la mañana sonó el timbre de la puerta. Un amable botones me entregó una caja de medio kilo de bombones de parte de la presidenta de WISTA Turquía. Eso es una amiga y lo demás cuento.
A las diez comenzó la reunión del comité ejecutivo de WISTA. Nuestra tesorera no estuvo presente porque tiene una reunión a la que no puede dejar de asistir en Londres. Estuvieron con nosotras la que será mi sustituta, Despina de Chipre, y la que sustituirá a Tosan, Naa de Ghana.
En la sala de reuniones contigua a la nuestra estaban reunidos los de Louis Vuitton. Tenían por allí percheros con ropa y muestras de zapatos.
Detrás de la puerta tuvimos constantemente a tres personas por si necesitábamos algo.
Para aguantar la mañana comí el plátano mangado.
A la hora de comer fuimos al bufet del hotel. Lo mío debe ser de extrema gravedad porque al abrir la tapa del recipiente que contenía el kofte me dio un vuelco el estómago. Y mira que me gusta el kofte. Tuve que contentarme con un poco de arroz blanco con una cucharada de sopa de lentejas por encima para darle un poco de sabor. Ni siquiera pude probar el chocolate de los postres. Gravísima, estoy gravísima.
Después de comer aparecieron dos miembros de WISTA Turquía a traernos unos regalos que pesan como sus muertos. Tengo el mío sin abrir todavía.
Cayeron rayos y centellas durante más de dos horas. El hotel temblaba cada vez que había un trueno. No se veía absolutamente nada en el Bósforo, del cual tuvimos unas vistas increíbles mientras estuvo despejado. No cesaron de pasar barcos arriba y abajo.

A las cuatro terminamos la reunión, pero Despina y yo nos quedamos una hora más para hacer la transferencia de la secretaría de WISTA. Está un poco abrumada con lo que se le viene encima.
Volví a mi habitación a descansar un rato hasta las siete, hora de encuentro para la cena de presidentes de los países WISTA. Nos llevaron en autobús hasta una casa señorial convertida en museo. Mientras esperábamos a que llegara todo el mundo nos dieron un paseo por la exposición de arte moderno. Había una obra que era un montón de polvo azul tirado en el suelo. Otra era un lienzo rasgado por tres sitios. La que más me gustó fue una con unas palmeras hinchables de colores.
Nos dieron de cenar estupendamente. Por si acaso, comí la mitad de cada plato para no despertar al demonio. El entrante eran unas alcachofas con salsa de no sé qué, el plato era pescado con salsa de crema y menta y el postre era una piedra con pelo de oveja por encima y con una bolita de helado de mastiha escondida debajo del pelo.
A las diez y media se dio el festejo por terminado. Yo estaba ya un poco cansada, con ganas de que me trajeran al hotel en silla de ruedas.
Una vez en el hall del hotel, me entretuve un rato largo porque aparecieron Carolina de Italia con su madre y sus dos hijos pequeños a los que reconocí inmediatamente por las fotos de Facebook y Laurence de Suiza. También estuve charlando con nuestra Laura, a la que no pude más que saludar de lejos en la cena cuando llegó directamente del aeropuerto.

Buenas noches desde Constantinopla.



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