6 oct 2015

Una cateta en Constantinopla (Estambul, Día 3)

05:50 hrs. El moro puso en marcha el despertador. Me coloqué los tapones amarillos, la almohada encima de la cabeza y continué durmiendo hasta las ocho menos cuarto.
A las ocho y media me encontré con Karin y Jeanne para desayunar. La leche de los cereales sabía a cuadra. No fui capaz.
A las nueve nos dirigimos a Santa Sofía, que está justo detrás de nuestro hotel. Aunque ya la había visitado, me encantó verla de nuevo por dentro. No deja de impresionar saber que lleva ahí más de 1500 años. Lástima que hubiera un andamio en el interior.
A continuación fuimos a la mezquita azul. Tuvimos que hacer cola durante diez minutos para poder entrar. Justo en la puerta se forma un tapón cuando la gente tiene que quitarse los zapatos. Demasiados pies desnudos para mi gusto. Nos cubrimos la cabeza como manda la ley islámica. Tengo la impresión de que parezco a doña Rogelia.
En el espacio entre Santa Sofía y la mezquita azul nos sacamos varias fotos abusando de los turistas. Primero de una señora con velo y luego de un japonés que nos tuvo posando un buen rato porque los japoneses si no sacan las fotos perfectas no las sacan.
Visitamos la Cisterna de la Basílica, que también conocía pero que merece una segunda visita. Es un depósito de agua subterráneo con más de mil columnas. Tuve la impresión de que los peces estaban aún más gordos que la vez anterior.
La Cisterna está a unos metros de Casa Pedro. Les pregunté si no les importaba que pasáramos un momento. Karin y Jeanne son anti compras, así que no esperaba poder entretenerme mucho.
En la imagen se ve a Jeanne en la tienda antes de abrirse la cueva de Alí Babá. La pared del fondo se desplaza para dar paso al paraíso. Las fotos que se ven detrás del dependiente son de famosos españoles en la tienda. Hasta Rodríguez Zapatero aparece.
En el mostrador tienen una madreña de tamaño natural con un asturiano de juguete dentro escanciando sidra.
Cuando llegamos salía una manada de señoras elegantes españolas cargadas de compras. Esas mismas señoras pasearán sus bolsos por Madrid como si fueran de verdad. Mercedes, no tienen el que tú quieres.
Menos mal que Jeanne y Karin no son de comprar. Menos mal, porque salieron de allí con dos relojes y cuatro bolsos tras una larga y dura negociación.
Como no llevábamos dinero suficiente para pagarlo todo, nos dijeron que podían acompañarnos al hotel y pagarles allí.  Primero quisimos comer. Nos sentamos en la terraza del restaurante de al lado, que es también del tal Pedro.
Los dependientes de la tienda ayudan como camareros cuando no tienen clientes a los que atender.
Según salía del baño, oí que me llamaban por mi nombre. Dos miembros de WISTA Argentina estaban comiendo en el mismo restaurante. Que digo yo, que como para ir de incógnito.
Después de meternos en el cuerpo unos kebabs de pistacho monstruosos, no tan deliciosos como los de ayer por la noche, volvimos al hotel escoltadas por uno de los dependientes que hablaba perfectamente español.
En el restaurante donde cenábamos ayer, Jeanne le preguntó al camarero por qué se sonreía cada vez que yo abría la boca. Contestó que le hacía mucha gracia oír a una española hablando en inglés. A partir de ahí siguió hablando en perfecto español conmigo. Y es que, según él, los españoles no hablan inglés.
Dejado el botín en recepción del hotel, volvimos sobre nuestros pasos camino del Gran Bazar. Según iba pasando el día se iban llenando las calles y plazas de turistas y locales de un lado para otro.
En el bazar pasamos alrededor de una hora. Yo compré el encargo que me hizo Pili S. y Jeanne un par de regalos.
A las cinco de la tarde ya no dábamos más de nosotras, así que volvimos al hotel, pedimos un taxi, cargamos todos nuestros bultos y nos fuimos a Tarabya, donde tenemos que estar hasta el domingo para asistir a la conferencia internacional anual de WISTA, mi última conferencia como secretaria.
Entre la distancia y el tráfico tardamos casi una hora en llegar.
El hotel es simplemente espectacular. Desde hoy está abierto el mostrador de ayuda de la conferencia. Todo un detalle, pues oficialmente no empieza hasta el miércoles.
Mi habitación no da al Bósforo, pero tampoco me puedo quejar de la vista.
El cuarto de baño es de mármol lápida. El suelo está caliente. Me da un poco de grima pisarlo porque me da la impresión de que estoy metiendo los pies en agua caliente.
Pedí que me subieran una tabla de planchar para poder poner un aspecto decente a la ropa que lleva en la maleta desde el viernes por la noche.
Estando en plena tarea maruja empecé a encontrarme cada vez peor. Mi estómago me gritaba: “Bruta, más que bruta.” Y es que desde que llegué no he parado de comer como una bestia. Karin y Jeanne son de buen diente y yo he querido estar a la altura. Además, ¡está todo tan rico!
Envié un mensaje excusándome por no poder quedar para cenar y me metí en la cama a las nueve. Entre las veces que fui al cuarto de baño a deshacerme del demonio que llevaba dentro y la cantidad de mensajes que entraban en el teléfono preguntando si estaba bien y si necesitaba algo, no pude dormirme hasta las once, ya bastante aliviada. 

Buenas noches desde Constantinopla.

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