05:50 hrs. El moro puso en marcha el
despertador. Me coloqué los tapones amarillos, la almohada encima de la cabeza
y continué durmiendo hasta las ocho menos cuarto.
A las ocho y media me encontré con Karin y
Jeanne para desayunar. La leche de los cereales sabía a cuadra. No fui capaz.
A las nueve nos dirigimos a Santa Sofía,
que está justo detrás de nuestro hotel. Aunque ya la había visitado, me encantó
verla de nuevo por dentro. No deja de impresionar saber que lleva ahí
más de 1500 años. Lástima que hubiera un andamio en el interior.
A continuación fuimos a la mezquita azul.
Tuvimos que hacer cola durante diez minutos para poder entrar. Justo en la
puerta se forma un tapón cuando la gente tiene que quitarse los zapatos.
Demasiados pies desnudos para mi gusto. Nos cubrimos la cabeza como
manda la ley islámica. Tengo la impresión de que parezco a doña
Rogelia.
En el espacio entre Santa Sofía y la
mezquita azul nos sacamos varias fotos abusando de los turistas. Primero de una
señora con velo y luego de un japonés que nos tuvo posando un buen rato porque
los japoneses si no sacan las fotos perfectas no las sacan.
Visitamos la Cisterna de la Basílica, que
también conocía pero que merece una segunda visita. Es un depósito de agua
subterráneo con más de mil columnas. Tuve la impresión de que los
peces estaban aún más gordos que la vez anterior.
La Cisterna está a unos metros de Casa
Pedro. Les pregunté si no les importaba que pasáramos un momento. Karin y
Jeanne son anti compras, así que no esperaba poder entretenerme mucho.
En la imagen se ve a Jeanne en la
tienda antes de abrirse la cueva de Alí Babá. La pared del fondo se desplaza
para dar paso al paraíso. Las fotos que se ven detrás del dependiente son de
famosos españoles en la tienda. Hasta Rodríguez Zapatero aparece.
En el mostrador tienen una madreña de
tamaño natural con un asturiano de juguete dentro escanciando sidra.
Cuando llegamos salía una manada de señoras
elegantes españolas cargadas de compras. Esas mismas señoras pasearán sus
bolsos por Madrid como si fueran de verdad. Mercedes, no tienen el que tú
quieres.
Menos mal que Jeanne y Karin no son de
comprar. Menos mal, porque salieron de allí con dos relojes y cuatro bolsos
tras una larga y dura negociación.
Como no llevábamos dinero suficiente para
pagarlo todo, nos dijeron que podían acompañarnos al hotel y pagarles
allí. Primero quisimos comer. Nos
sentamos en la terraza del restaurante de al lado, que es también del tal
Pedro.
Los dependientes de la tienda ayudan como
camareros cuando no tienen clientes a los que atender.
Según salía del baño, oí que me llamaban
por mi nombre. Dos miembros de WISTA Argentina estaban comiendo en el mismo
restaurante. Que digo yo, que como para ir de incógnito.
Después de meternos en el cuerpo unos
kebabs de pistacho monstruosos, no tan deliciosos como los de ayer por la
noche, volvimos al hotel escoltadas por uno de los dependientes que hablaba
perfectamente español.
En el restaurante donde cenábamos ayer,
Jeanne le preguntó al camarero por qué se sonreía cada vez que yo abría la
boca. Contestó que le hacía mucha gracia oír a una española hablando en inglés.
A partir de ahí siguió hablando en perfecto español conmigo. Y es que, según
él, los españoles no hablan inglés.
Dejado el botín en recepción del hotel,
volvimos sobre nuestros pasos camino del Gran Bazar. Según iba pasando el día
se iban llenando las calles y plazas de turistas y locales de un lado para
otro.
En el bazar pasamos alrededor de una hora.
Yo compré el encargo que me hizo Pili S. y Jeanne un par de regalos.
A las cinco de la tarde ya no dábamos más
de nosotras, así que volvimos al hotel, pedimos un taxi, cargamos todos nuestros
bultos y nos fuimos a Tarabya, donde tenemos que estar hasta el domingo para
asistir a la conferencia internacional anual de WISTA, mi última conferencia
como secretaria.
Entre la distancia y el tráfico tardamos
casi una hora en llegar.
El hotel es simplemente espectacular. Desde
hoy está abierto el mostrador de ayuda de la conferencia. Todo un
detalle, pues oficialmente no empieza hasta el miércoles.
Mi habitación no da al Bósforo, pero tampoco
me puedo quejar de la vista.
El cuarto de baño es de mármol lápida. El
suelo está caliente. Me da un poco de grima pisarlo porque me da la impresión
de que estoy metiendo los pies en agua caliente.
Pedí que me subieran una tabla de planchar
para poder poner un aspecto decente a la ropa que lleva en la maleta desde el
viernes por la noche.
Estando en plena tarea maruja empecé a
encontrarme cada vez peor. Mi estómago me gritaba: “Bruta, más que bruta.” Y es
que desde que llegué no he parado de comer como una bestia. Karin y Jeanne son
de buen diente y yo he querido estar a la altura. Además, ¡está todo tan rico!
Envié un mensaje excusándome por no poder
quedar para cenar y me metí en la cama a las nueve. Entre las veces que fui al
cuarto de baño a deshacerme del demonio que llevaba dentro y la cantidad de
mensajes que entraban en el teléfono preguntando si estaba bien y si necesitaba
algo, no pude dormirme hasta las once, ya bastante aliviada.
Buenas noches desde Constantinopla.
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