19 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 1) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

A las seis y media sonó el despertador como si fuera un día normal, pero no lo era. Comenzaba un día en el que iba a poner el pie en cuatro países diferentes, y tres husos horarios.
A las siete y media nos recogió en la puerta de casa mi taxista favorito. Nos recogió a mí y a mi pobre maleta. Maleta que me prometí cambiar después del último viaje, pero que sigue conmigo porque no encuentro la adecuada. Tiene un asa rota, una esquina rota, ha viajado en avión a múltiples destinos, alguna vez en tren, en barco, e incluso en burro. 
Llegamos al aeropuerto de Faro a las nueve menos cuarto, ocho menos cuarto hora local. Tan pronto nos acercamos, supe que iba a tener una larga cola para facturar. Había autobuses, minibuses, furgonetas, taxis y coches por todos lados desembarcando viajeros.
Le dije a mi taxista favorito que no me acompañara dentro para desayunar juntos como hacemos otras veces. 
La cola de facturación de Easy Jet daba varias vueltas y se salía de las cintas que colocan para mantener el orden, a pesar de los seis mostradores que tenían abiertos para dejar el equipaje. 
Tardé 45 minutos en facturar la maleta, otros 30 en pasar el control de seguridad y un largo rato en el control de pasaportes por culpa de un desagradable policía que me tuvo esperando mientras se dedicaba a teclear en su ordenador sin hacerme caso. Tuve que pedirle por favor que me mirara el pasaporte sin más dilación porque mi vuelo ya estaba embarcando. 
Pasé a todo correr por el duty free sin poder mirar nada para ponerme directamente en la cola de embarque al borde del infarto.
En los 45 minutos de espera para facturar me dediqué a observar a la fauna que me rodeaba. 
Una pareja de ingleses modernos pero más horteras que un botijo con pegatinas, calzaban lo que la moda ha dado en llamar zapatos feos. Eran de Balenciaga y llevaban la talla bordada en la punta. Dudo que sea cómodo caminar con ellos, pero iban marcando tendencia. El iba tatuado desde los tobillos hasta el límite entre el cuello y la cara. Ella llevaba encima un pastizal en ropa y accesorios de marca.
Había unas cuantas pandillas de jóvenes volviendo a Inglaterra después de unas vacaciones en el Algarve. Uno en particular llamó mi atención porque iba evidentemente bajo los efectos de alguna sustancia sospechosa, con los ojos entornados y sonrisa estúpida. 
Abordé el último autobús con destino al avión, embarcando entre los últimos pasajeros. Hice levantar a mis vecinas de fila, ya que mi asiento era de ventanilla. Eran dos gordas, madre e hija, de esas gordas pálidas inglesas que engordan por comer chocolatinas y porquerías todos los días. Aunque no ocupaban nada de mi espacio, me agobiaban. Si giraba la cabeza, no podía ver nada más allá de las enormes tetas de la que tenía al lado.
Aparcado junto a nosotros había un avión de Air Lingus guapísimo, con la foto de varios jugadores de la selección de rugby.
Despegamos a las 09:30, con diez minutos de retraso.
Tan pronto permitieron desabrochar los cinturones, las gordas se cambiaron a la fila de al lado para sentarse con un señor que no sé si era el marido de la madre o de la hija. No era posible verlo bien porque las gordas estaban en medio. En su lugar se sentó un pareja de delgados de mediana edad, dando una sensación de espacio que no había con las gordas. Se portaron muy bien durante el vuelo, hablando bajito como hablan los ingleses bien educados.
En el asiento de atrás oía comer patatas fritas a la temprana hora de las nueve y media de la mañana.
Estuve hojeando la revista de la compañía aérea. Parece ser que en Ibiza hay un restaurante que sirve paella deconstruida. Nos estamos volviendo gilipollas. Hasta el corrector de Word me está diciendo que la palabra no le suena de nada.
En la revista del duty free anunciaban una crema que vale para todo, desde hidratante para la cara hasta para curar un eczema. Es egipcia.
Ofrecían una variada carta de bebidas alcohólicas a bordo.
Aterrizamos en la verde y nublada Inglaterra a las 12:05, según horario previsto. 
El paso por el control de pasaportes no fue tan largo como la última vez. Han instalado un servicio automático para los pasaportes electrónicos que va bastante ágil. Aún así, no pasaron menos de 20 minutos hasta que me encontré en la zona de recogida de equipajes. 
Las maletas de Faro tardaron un rato en aparecer. Tan pronto tuve la mía, con un cartelón colgando diciendo que estaba dañada por culpa del asa rota, fui al mostrador de Gatwick Connect. Antes, cuando hacías conexión con otro vuelo, aún siendo de Easy Jet, tenías que recoger la maleta, ir al mostrador de facturación, hacer una cola de al menos dos horas hasta poder soltar la maleta otra vez y pasar por el control de seguridad. Con el tráfico de personas que hay en Gatwick, había que dejar un margen bastante grande entre la llegada y la salida para no perder el vuelo. Encima, la compañía no se hacía cargo si perdías el segundo, aunque fuera por retraso del primero. 
Ahora, con Gatwich Connect, tienes garantizado el segundo vuelo. Una azafata te acompaña hasta pasar la aduana y allí se hace cargo de tu maleta para llevarla al segundo avión. Eso sí, no te libras de pasar el control de seguridad porque hay que salir de la zona de pasajeros y volver a entrar. Eso tienen que mejorarlo de alguna manera.
Cuando me encontré de nuevo en la zona de embarque, respiré tranquila. 
Te hacen pasar por el duty free de perfumes, chocolates, alcohol y tabaco de manera obligatoria. Están colocadas en un pasillo circular que te conduce a la zona de espera. En esa zona están Woolworth y Boots, una pequeña sucursal de Harrods y la tienda de Harry Potter, donde venden escobas que no vuelan, varitas mágicas que no hacen magia y ropa de estudiante de Hogwarts. 
En Woolworth entré en trance. Compré varias barras de chocolate WISPA y una Coca Cola de cereza. 
Me senté a comer los bocadillitos que traía preparados de casa mientras disfrutaba de la Coca Cola, terminando con una WISPA de postre.
A las 13:40 saltó un mensaje en la aplicación de Easy Jet que tengo instalada en el móvil, avisando de la puerta de embarque para mi siguiente vuelo. Me encantan estas pijadas tecnológicas que te hacen la vida más fácil.
Tardé un ratito en llegar a la puerta 112. Hay que atravesar el enorme paso elevado sobre la pista que ya he visitado en ocasiones anteriores. Para el que tenga un poco de vértigo, la escalera mecánica tiene que ser todo un reto.
En la cola de embarque había una mezcla curiosa de nacionalidades. Justo detrás de mí había una pareja de españoles. 
Un joven griego nos preguntó si aquel era el vuelo a Atenas, porque al ver tantos españoles le había entrado la duda. Tantos no éramos, sólo tres.
La azafata del mostrador llevaba un curioso peinado. O había metido los dedos en un enchufe o había abusado de la gomina. Los pelos le quedaban completamente tiesos mirando hacia atrás.
Accedimos al avión caminando. Menos mal que no llovía en aquel momento.
Esta vez mi asiento era de pasillo. Volando sola suelo ir en un extremo y otro. La mayoría de la gente viaja en pareja, así que es difícil que me toque ir en el asiento del centro.
Me tocó al lado de un joven matrimonio con un niño de meses. Durante la primera media hora a bordo montó un pollo importante. He de decir que eran bastante rectos con él. Le hablaban como a una persona normal, sin caca, jaca ni guau. No, eso no es un juguete, tienes que tranquilizarte, ya sé que estás cansado, etc. 
Estuvimos casi media hora sin movernos de la pista, esperando permiso para despegar. 
Cuando el avión se estabilizó en el aire, saqué el ordenador y os estuve escribiendo un rato. Después estuve leyendo.
El marido del joven matrimonio se parecía mucho a Mark Zuckerberg, pero en lugar de estar casado con una china, estaba casado con una india.
Tan pronto el niño se quedó dormido, la pareja siguió el mismo camino, ella con la boca abierta.
Las azafatas de Easy Jet van vestidas con un traje gris marengo muy ajustado con detalles naranja. Una de las azafatas, portuguesa, ha debido de engordar recientemente. El traje se le subía. Me apeteció varias veces darle un tirón por la parte baja de la falta para ponérselo en su sitio.
Aterrizamos en Atenas a las 20:20, según programa. El niño lanzó varios alaridos cuando el avión estaba descendiendo sobre el aeropuerto. 
En el control de pasaportes me encontré a Bridget, la secretaria de WISTA UK, acompañada de su marido. Parece ser que viajábamos en el mismo avión y no nos habíamos dado cuenta. 
Tras recoger las maletas, nos despedimos y quedamos en vernos el jueves.
María, mi anfitriona de estos días, me esperaba junto a su enorme coche en la puerta del aeropuerto.
Tardamos un buen rato en llegar a Agios Dimitrios, la zona de Atenas donde vive. Atenas es grande y hay siempre mucho tráfico.
Paramos por el camino a comprar la cena y el postre, souvlaki y mousse de chocolate. 
Su casa es un loft muy confortable en la primera planta de un pequeño edificio que ocupan ella, su hermano y sus padres en diferentes viviendas.
Antes de acostarme, quise darme una ducha. Es una de esas con muchos mandos, que tiene chorros de diferentes tipos. No debe de estar en buenas condiciones, puesto que al darle al mando de chorros fuertes, en lugar de disparar agua, me disparó un pitorro a la barriga.
A la una y media entré en coma profundo.
Buenas noches desde Atenas.








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