26 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 8) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

A las cinco de la mañana desperté de repente. Inmediatamente supe que el demonio me había poseído y tenía que salir de mí como fuera. 
Me encerré en el cuarto de baño para no molestar a Nuvara y esperé hasta que salió por casi todos los orificios de mi cuerpo al cabo de una media hora.
Nuvara se despertó y me preguntó si necesitaba algo desde detrás de la puerta. Tardé un poco en contestar porque tenía la boca ocupada. 
Volví a acostarme cuando me encontré en condiciones. No tardé mucho en entrar en coma hasta las siete y media. A partir de esa hora estuve despierta aguantando para descansar un poco más. A las ocho y media nos levantamos. Mientras Nuvara cerraba su equipaje os estuve escribiendo.
A las diez fuimos a desayunar. Muchas miembros de WISTA estaban en la terraza disfrutando del sol y sus cafés. 
Anna-María, Vivi, Nuvara y yo compartimos mesa con los pájaros, a pesar de haber pasado por allí el halcón a poner orden.
Comí un par de rebanadas de pan y un zumo de manzana. Descubrí un recipiente gigantesco con crema de praliné que tendría que haber descubierto ayer en lugar de hoy. Me sentí incapaz de comer chocolate. Así de mal me encontraba.
Después de hora y media de desayuno charlando con unas y otras, fuimos a cerrar el equipaje y hacer el check out. Tardamos un rato largo porque era la hora límite para dejar las habitaciones.
Nuvara subió al coche de Anna-María, Despina llevaba en el suyo a Anna, Tatsoula y mi maleta, y yo subí con Vivi. 
La idea era parar todas a ver el canal de Corinto, pero las del coche de Despina se despistaron por el camino. 
Estuvimos sacando fotos y un video de un quimiquero saliendo del canal camino de mar Egeo. Con esto cumplo con todo lo que tenía programado hacer en Grecia durante este viaje.



El Canal de Corinto une el golfo de Corinto con el mar Egeo, y a la vez separa el Peloponeso del resto de Grecia. Mide apenas 6 kilómetros de largo y fue construido en el siglo XIX, aunque llevaban desde el siglo VII a.C. intentándolo. Tuvieron que venir unos ingenieros franceses con dinamita de la buena para llevarlo a buen término. Sólo los barcos pequeños pueden atravesarlo, porque tiene un ancho de 21 metros y un calado de 8. Aún así, el tránsito es constante. Te ahorras un rodeo de 400 kilómetros alrededor de la península del Peloponeso.
Nos sentamos en la terraza de un restaurante de mala muerte pero con una vista privilegiada a la salida del canal. Hay un puente que se hunde para dejar pasar los barcos. Cuando sube, vuelve cargado de peces sorprendidos en el momento más inoportuno.
Las cisternas del baño y los grifos de los lavabos se accionaban pisando un botón en el suelo.
Comimos souvlaki  y patatas fritas. Me entró muy bien.
Nos reímos muchísimo cuando Vivi nos contó que en su familia hay un miembro que saca fotos a los muertos. Cuando murió un pariente, todos tuvieron derecho a un pendrive con el reportaje fotográfico.
A las cuatro y media nos despedimos de Vivi, que se quedaba por la zona para poder votar mañana en su pueblo. Seguí el camino en el coche de Anna-María.
La expedición del coche de Despina y mi maleta habían llegado a destino cuando nosotras aún estábamos saliendo de la zona de Corinto. 
No paramos a ver la ciudad por falta de tiempo y porque los corintios son gente de vida disipada. San Pablo les tuvo que escribir unas cartas para llamarlos al orden.
Estando en el coche nos llamó la madre de Anna-María, que se acababa de bajar del Celebrity Edge en el puerto de Civitavequia. Me estuvo contando que habían tocado puerto en Bilbao y La Coruña. 
Anna-María acelera cuando un semáforo se va a poner en rojo y maneja el teléfono mientras conduce.
Dejamos a Nuvara en la puerta del aeropuerto, con el tiempo justo para facturar y tomar su avión a Estambul. Nosotras nos dirigimos a Glyfada para encontrarnos con las chipriotas en casa de Despina, que tiene vivienda en Limassol y aquí. 
Flipé con la chabola. Es un dúplex con un salón espectacular, cuatro dormitorios en la parte de arriba y una enorme terraza. 
En la cocina estuvimos charlando y cambiando los muebles de sitio siguiendo instrucciones de Anna Vourgos.
Anna-María se despidió de nosotras sobre las ocho y media para volver a su casa en Kifisia.
Como teníamos reservada mesa para cenar a las nueve, salimos de casa con tiempo para llegar a las nueve y cuarto.
Cenamos en la terraza de un restaurante de pescado. A las diez se nos unió María Christina, que vive cerca, en Voula y tuvo la amabilidad de invitarnos a todas.
A Tatsoula se le murió un hijo hace seis años. Cuando se acuerda de él se le saltan las lágrimas y a todo el mundo alrededor igualmente. Esta vez, sin embargo, pasamos a la risa floja de inmediato, y así seguimos hasta llegar de vuelta a casa a la una y cuarto paseando por la zona residencial.
Anna, que tiene risa de fumadora muy contagiosa, dijo una frase en dialecto chipriota, de la que únicamente entendí la palabra “Satanás”. Le pedí que tradujera al inglés lo que había dicho. Me contestó que estaba hablando de su suegra.
Despina nos pidió que dejáramos la luz del salón encendida. Todos los vecinos lo hacen como medida para despistar a los ladrones.
En las zonas de clase alta hay bastante protección. Se dan casos de robos y secuestros a armadores millonarios.
Antes de acostarnos nos dio instrucciones de cómo desactivar la alarma, para que no acabara pasando como en casa de María.
Buenas noches desde Atenas.




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