22 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 4) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

A las siete de la mañana desperté fresca como una rosa. Después de arreglarme, abrí una de las persianas del salón y desperté a todos los vecinos que aún continuaban durmiendo, María incluída. Sí, volví a hacer saltar la alarma con la persiana.
María volvió a la cama refunfuñando y yo me senté a escribiros un rato.
Mientras desayunábamos, me contó que se había acostado a las dos y media, que su hermano nos había hecho una visita y había cenado aquí. No me enteré de nada.
A las diez salimos en el enorme coche rumbo a la marina de Palaio Faliro para visitar el buque de guerra Averof. Ayer no pudimos porque era lunes, y los lunes cierran porque los lunes no se va a la guerra.
Por el camino vi a dos policías, con sus uniformes, sus chalecos antibalas y sus pistolas al cinto.
El crucero acorazado Georgios Averof, botado en 1910, fue construido en Italia para la Marina Real Griega. Estuvo en activo hasta 1952, tras haber intervenido en la Primera Guerra de los Balcanes, la I Guerra Mundial, la Guerra Greco-Turca y el éxodo de la flota griega a Egipto tras la invasión alemana durante la II Guerra Mundial. Mientras la marinería dormía en unas hamacas colgadas de los mamparos que compartían por el sistema de cama caliente, los oficiales tenían unos camarotes y una cámara forrados de madera y con todos los lujos que la época permitía.
Al costado del Averof está atracado un trirreme, reproducción de los barcos de guerra que jugaron un papel importante en las guerras contra….¿contra quién? Pues contra los malvados persas, por supuesto.
Al fondo de la marina se podía ver el mega yate del helicóptero.
De nuevo a bordo del coche gigante, fuimos al El Pireo. Al llegar a un túnel, María me contó que allí había muerto el director de cine Theo Angelopoulos. Por lo visto, se le ocurrió cruzar la carretera justo a la entrada del túnel y un coche se lo llevó por delante. Allí está colocada la iglesia en miniatura como recuerdo. La de la foto es otra que vi en un atasco más tarde. A la de Angelopoulos no tuve ocasión de sacarle una foto porque íbamos muy rápido.
En El Pireo subimos al centro de control de Lyboussakis. Son clientes de María. Les pidió el favor de que nos dieran un paseo por el puerto a bordo de uno de sus 25 remolcadores. Estuvieron explicándonos como funcionan las operaciones. Uno de los dueños nos llevó al muelle, donde embarcamos en un tractor, cuya tripulación nos recibió muy amablemente; todos excepto la perra callejera que vive a bordo desde que era un cachorro. No le debió de gustar la presencia de otras dos hembras en su territorio.
Presenciamos la maniobra de salida de un ferry de un astillero, la maniobra de salida de un car carrier, nos acercamos a la isla de Salamina, donde hay una base naval. Finalmente, antes de desembarcar, bajamos a la máquina.
De vuelta en tierra y a bordo del Smart, pasamos por delante del Ministerio de Asuntos Marítimos, convenientemente situado dentro del recinto del puerto.
Paramos un momento en las oficinas de Elpi a recoger una documentación y salimos pitando para Kifisia, donde habíamos quedado para comer con más miembros de WISTA. Ayer no pudieron acompañarnos porque viven y trabajan en la zona norte de Atenas. Ir de un extremo a otro puede costar 40 minutos si no hay atascos. La ciudad tiene una extensión enorme, con edificios de poca altura en su mayoría.
Kifisia es un barrio residencial donde todo el mundo parece conocerse por lo que pude observar mientras estábamos en el restaurante. Por allí viven grandes fortunas del sector marítimo. 
Tres de las comensales de hoy son armadoras. Una de ellas dijo que tenía que ir al dentista para poder escaparse a comer, aún siendo la dueña de la empresa. 
Reproduzco a continuación una breve conversación entre dos de ellas:
-      ¿Cuántos barcos tienes ya, mil?
-      Ayer mi hermano se compró once barcos.
Esto lo dijo mientras ponía cara de noséquévoyahacerconmihermano y miraba la hora en su Rolex de oro macizo, que ni invirtiendo varios años de mi sueldo podría yo pagar.
Hoy tenía yo el estómago en su sitio. Comí un salmón al horno delicioso.
Cuando terminamos de comer eran casi las seis de la tarde. 
Nos despedimos y volvimos a bajar a El Pireo para recoger unos encargos para el hotel de María. Sorprendentemente, pudimos meterlos en el minúsculo maletero del Smart.
Para ir a una de las tiendas, María dejó el coche aparcado bloqueando la entrada de una calle, aunque no tengo claro que la palabra aparcado describa la posición del vehículo.
A las ocho y cuarto quedamos con Vivi en la plaza central de Nea Smyrni. Como trabaja en Vouliagmeni, no le fue posible asistir a ninguna de las comidas. 
Por el camino encontramos un camión averiado en la cuneta. En lugar de un triángulo señalando el lugar, habían puesto a un viejo sin chaleco reflectante que nos indicaba con la mano que debíamos desviarnos.
Las cafeterías estaban llenas como si fuera fin de semana. Había niños jugando a la pelota a las diez y media de la noche. 
Nos pusimos al día de todo lo divino y de lo humano. No nos veíamos desde hace año y medio.
Camino del coche pasamos por una librería abierta a las once de la noche. La dueña fumaba tranquilamente sentada detrás del mostrador.
De vuelta a casa, María y yo comentamos lo práctico que es tener un coche miniatura en una ciudad con tanto tráfico. Hay Smarts por todos lados, aparcados de las formas más inverosímiles. Comentó que la red de metro es muy limitada, que los atenienses aún tienen que aprender a no meterse en el transporte público oliendo mal y, sobre todo, aprender que no hay que colarse sin pagar en el autobús. Ahí queda eso.
A la una y media di por terminado el día.

Buenas noches desde Atenas.








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