María volvió a la cama refunfuñando y yo me senté a escribiros un rato.
Mientras desayunábamos, me contó que se había acostado a las dos y media, que su hermano nos había hecho una visita y había cenado aquí. No me enteré de nada.
A las diez salimos en el enorme coche rumbo a la marina de Palaio Faliro para visitar el buque de guerra Averof. Ayer no pudimos porque era lunes, y los lunes cierran porque los lunes no se va a la guerra.
Por el camino vi a dos policías, con sus uniformes, sus chalecos antibalas y sus pistolas al cinto.
Al fondo de la marina se podía ver el mega yate del helicóptero.
De nuevo a bordo del coche gigante, fuimos al El Pireo. Al llegar a un túnel, María me contó que allí había muerto el director de cine Theo Angelopoulos. Por lo visto, se le ocurrió cruzar la carretera justo a la entrada del túnel y un coche se lo llevó por delante. Allí está colocada la iglesia en miniatura como recuerdo. La de la foto es otra que vi en un atasco más tarde. A la de Angelopoulos no tuve ocasión de sacarle una foto porque íbamos muy rápido.
De vuelta en tierra y a bordo del Smart, pasamos por delante del Ministerio de Asuntos Marítimos, convenientemente situado dentro del recinto del puerto.
Kifisia es un barrio residencial donde todo el mundo parece conocerse por lo que pude observar mientras estábamos en el restaurante. Por allí viven grandes fortunas del sector marítimo.
Tres de las comensales de hoy son armadoras. Una de ellas dijo que tenía que ir al dentista para poder escaparse a comer, aún siendo la dueña de la empresa.
Reproduzco a continuación una breve conversación entre dos de ellas:
- ¿Cuántos barcos tienes ya, mil?
- Ayer mi hermano se compró once barcos.
Esto lo dijo mientras ponía cara de noséquévoyahacerconmihermano y miraba la hora en su Rolex de oro macizo, que ni invirtiendo varios años de mi sueldo podría yo pagar.
Hoy tenía yo el estómago en su sitio. Comí un salmón al horno delicioso.
Nos despedimos y volvimos a bajar a El Pireo para recoger unos encargos para el hotel de María. Sorprendentemente, pudimos meterlos en el minúsculo maletero del Smart.
Para ir a una de las tiendas, María dejó el coche aparcado bloqueando la entrada de una calle, aunque no tengo claro que la palabra aparcado describa la posición del vehículo.
A las ocho y cuarto quedamos con Vivi en la plaza central de Nea Smyrni. Como trabaja en Vouliagmeni, no le fue posible asistir a ninguna de las comidas.

Las cafeterías estaban llenas como si fuera fin de semana. Había niños jugando a la pelota a las diez y media de la noche.
Nos pusimos al día de todo lo divino y de lo humano. No nos veíamos desde hace año y medio.
Camino del coche pasamos por una librería abierta a las once de la noche. La dueña fumaba tranquilamente sentada detrás del mostrador.
De vuelta a casa, María y yo comentamos lo práctico que es tener un coche miniatura en una ciudad con tanto tráfico. Hay Smarts por todos lados, aparcados de las formas más inverosímiles. Comentó que la red de metro es muy limitada, que los atenienses aún tienen que aprender a no meterse en el transporte público oliendo mal y, sobre todo, aprender que no hay que colarse sin pagar en el autobús. Ahí queda eso.
A la una y media di por terminado el día.
Buenas noches desde Atenas.
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